Historia


Movimiento obrero en España


INTRODUCCIÓN

Para empezar, tendré que puntualizar que la limitación del espacio del trabajo, me ha obligado a llevar a cabo una importante tarea sintetizadora de todo lo que puede abarcar un tema tan complicado y extenso como es el del movimiento obrero. Por ello he querido centrarme tan solo en el siglo XIX, en cuanto se refiere al movimiento obrero en España, no sin dejar de hacer referencia a través de dos artículos periodísticos a la Semana Trágica de Barcelona, por su gran transcendencia en años posteriores (algunos la denominan la precursora de la guerra Civil del 36).

También he querido desarrollar la evolución del movimiento obrero en Europa hasta 1919, sin adentrarme más adelante en el siglo XX, entre otras cosas porque creo que el espíritu del movimiento obrero como tal, termino con la excisión de la II Internacional, y, por ello he finalizado en ese año la evolución del mismo. No he podido dejar de reseñar, junto a la evolución histórica, aunque sea de forma muy escueta las bases ideológicas que fundamentaron el movimiento, desarrollando, sobre todo, las dos más importantes: Anarquismo y Socialismo.

Igualmente he introducido distintos textos que me han parecido muy importantes y muy clarificadores sobre el movimiento obrero que me ayudaran a completar mi trabajo, como se podrá observar.

Por último decir, que no he podido reprimir, la introducción en el trabajo de una cuestión que no ha sido muy estudiada, y si se ha hecho solo ha sido sobre la base de otros estudios y no de forma absoluta, por ello, las últimas paginas del trabajo, de forma escueta, tratan sobre, un tema, que desde mi posición me parece realmente importante: La mujer y el movimiento obrero.

EL MOVIMIENTO OBRERO EN ESPAÑA

INTRODUCCIÓN

A principios del siglo XIX las sociedades europeas experimentaron profundos cambios provocados, en buena parte, por los avances técnicos que hicieron posible la revolución industrial. Con la introducción de las maquinas de vapor, tanto en lugares fijos -fabricas- como en los caminos -ferrocarriles- o en el mar -barcos de vapor-, se modificaron radicalmente las condiciones de vida económica y social. El consumo de materias primas, la producción de bienes, el numero de obreros necesarios, los capitales invertidos crecerían en proporciones inimaginables pocos a los antes.

Esta transformación de los medios técnicos de producción tuvo consecuencias fundamentales en la evolución de las condiciones de trabajo. Mientras las actividades tradicionales -agricultura y artesanía- fueron perdiendo importancia frente a las nuevas actividades -industria y transportes-, comenzó un éxodo rural progresivo; así, las gentes que hasta entonces vivían y trabajaban en el campo, abandonaron sus lugares de origen para ir a concentrarse alrededor de las nuevas fabricas, en general emplazadas dentro o muy cerca de los núcleos urbanos, de las ciudades, que de este modo, crecerían igualmente de forma notable.

Así vemos como de forma paralela al desarrollo de la gran industria, aparecerá un proletariado de efectivos cada vez mas nutridos. Pero estos trabajadores de las fabricas, estos obreros, presentaran unas características hasta entonces desconocidas. Ya no hablamos de aquellos campesinos que compaginaban las labores del campo con alguna actividad en el hogar, ahora los hombres tan solo serán dueños de la fuerza de su trabajo. Hombres y mujeres proletarios trabajaban en locales propiedad de un empresario y con maquinas que también pertenecían a éste ultimo. Su suerte, estaba, de este modo, ligada a la de la industria y a los intereses de los patronos.

En este contexto surgió el movimiento obrero, es decir, la lucha social y política de los proletarios industriales, de la clase obrera, para mejorar su situación y sus condiciones de trabajo y vida. La clase obrera tuvo así que enfrentarse a la burguesía detentora del poder económico y político, con objeto de que fueran reconocidos y protegidos por la ley, sus derechos frente a los abusos del capitalismo.

ESPAÑA

En España, la primera industrialización se produjo por el estimulo de los mercados coloniales americanos y se centro fundamentalmente en la producción textil algodonera, en su mayor parte en Cataluña. Si hubiéramos de fijarnos en una fecha clave podríamos subrayar el año 1832, en el cual, en Barcelona, la sociedad Bonaplata, Vilaregut, Rull i Cía utilizo por primera vez el vapor como fuerza motriz de los telares mecánicos de su fabrica conocida por El Vapor, y, donde trabajaban 700 operarios. Además en ese mismo año en Marbella la familia Heredia instalo en su factoría de La Concepción el primer alto horno de carbón vegetal para la fabricación de hierro.

Pero, no debemos dejarnos engañar, el proceso de industrialización en España fue especialmente lento, puesto que un conjunto de factores políticos, económicos, y sociales hicieron que España continuara siendo en buena parte de la centuria un país eminentemente rural. Hasta que a finales de siglo se produjo el desarrollo de la industria sidero-metalúrgica y de la minería en el País Vasco y Asturias, puede decirse que el grueso de la producción industrial propiamente dicha lo representaban las fabricas textiles catalanas, aunque no olvidemos anotar las actividades industriales alrededor de cuatro o cinco ciudades españolas, como Madrid, Sevilla, Valencia, Málaga y Zaragoza. Así pues, no es de extrañar que en Cataluña y concretamente en Barcelona, centro piloto de la industrialización catalana, surgiera la primera muestra del movimiento obrero organizado en España: el primer sindicato la Asociación de Tejedores de Barcelona fundada el 10 de mayo de 1840.

Durante la primera mitad del siglo, Barcelona, aun cercada por las murallas medievales, fue poblándose de fabricas que utilizaban la nueva energía del vapor, de modo que hacia 1850, mas de la mitad de las fabricas de vapor de Cataluña estaban instaladas en el interior de su perímetro urbano, mientras otra cuarta parte se diseminaba por los pueblos del llano circundante, hoy convertidos en barrios de la ciudad: Gracia, Sants, Sant Andreu del Palomar, Sant Marti de Provençals... Estas nuevas fabricas coexistían, dentro de la malla urbana, con un sinfín de pequeños talleres artesanales localizados sobre todo en los barrios alrededor de la Rambla, Sant Pere, santa Caterina, etc.

Fue en este periodo cuando surgieron las grandes industrias textiles: Fabra i Coats (1843), La España Industrial (1847), Josep Batllo (1849),... algunas de las cuales sobreviven en la actualidad. Eran principalmente industrias algodoneras, dedicadas a hilados, tejidos y estampados, que pronto tendría su complemento en la actividad fabril de dos poblaciones del Vallés occidental - Sabadell y Terrassa- que se especializaron en la elaboración de la lana. Al mismo tiempo en las riberas de los ríos, del Llobregat, del Cardoner, del Ter... , con objeto de aprovechar la energía hidráulica se fueron instalando factorías dedicadas sobre todo a hilaturas, las colonias industriales tan significativas del proceso de industrialización catalán.

En todas las fabricas y talleres barceloneses se concentraban, hacia 1850, unos cien mil trabajadores -proletarios/obreros en las fabricas y artesanos/obreros en los talleres- de los que un 45% eran hombres, otro 45% mujeres y el resto un 10%, niños de 8 a 14 años. Si los trabajadores masculinos eran mayoritarios en los tejidos, el trabajo femenino e infantil se concentraba en los hilados, ya que estos necesitaban menor fuerza y mayor habilidad.

Las jornadas laborales eran largas y duras. Los obreros trabajaban 12 y 15 horas diarias en unos locales que, generalmente, eran bajos, poco ventilados, escasos de luz y muy húmedos. Los salarios no llegaban casi nunca a cubrir los gastos de alimentación y vivienda, ya que más de la mitad de los ingresos se destinaban a comida; el pan representaba una cuarta parte del salario y la dieta se complementaba con arenques, bacalao, alubias y patatas, mientras era escasísimo el consumo de carne, que casi siempre era de cerdo y se la denominaba carne de sábado, en su gran mayoría despojos del matadero.

El vestido era prácticamente un uniforme para hombres y mujeres, que se componía de pantalones de borra o de algodón, blusa de algodón, alpargatas y gorra, llegando a ser conocidos los obreros como los hombres de la blusa. La vivienda, debido al aumento de población en el interior de la ciudad amurallada, presentaba unas condiciones de hacinamiento e insalubridad notables, llegándose a levantar en las casas del Raval o de la ciudad vieja más pisos para albergar las oleadas de obreros inmigrados, que se amontonaban en sus reducidos habitáculos sin suficiente ventilación ni higiene.

Hay que resaltar que en cuanto a salario, las mujeres, que trabajaban las mismas horas que los hombres y sufrían las mismas condiciones, cobraban siempre menos que sus compañeros y tenían que doblar la jornada con el cuidado de la familia. En cuanto a los niños y niñas que podían comenzar como aprendices desde los 8 años para ayudar a sus padres, percibían todavía menos y se veían abocados al analfabetismo y la ignorancia ya que, enseguida, perdían la oportunidad de ir a la escuela y recibir la mínima instrucción.

En este contexto, y junto a la practica constante, por parte de los patrones, de rebajar los salarios cuando las circunstancias no les eran favorables y así convenía a la marcha de la industria, hay que tener en cuenta que ningún obrero tenia el trabajo asegurado, lo que significaba que podía ser despedido en cualquier momento además de que solo se cobraba por día de trabajo, perdiendo toda fuente de ingresos si caía enfermo. Esta inseguridad queda demostrada por el hecho de que durante mucho tiempo se cobraba por días -jornal- y no por semanas como se conseguiría mas adelante.

Por todo esto, deducimos que las primeras luchas de los obreros para obtener mejoras laborales se darían en la ciudad de Barcelona. Si en 1935 se habían producido unas algaradas de carácter espontaneo contra las maquinas que condujeron al incendio de la fabrica Bonaplata, en 1840, aprovechando la liberalización política que supuso el acceso al poder del general Espartero y que permitió la libre asociación de los obreros, se crearía en Barcelona el primer sindicato, antes señalado: la Asociación de Tejedores de Barcelona que se dedico a ayudar a sus miembros que estaban en huelga con el dinero que recogían de las cuotas que ellos mismos pagaban, así como a impulsar la resistencia a que los patronos rebajaran los salarios (cosa que a veces hacían con el truco de alargar la pieza de tela y pagar lo mismo que si fuera más corta). También se intento superar el rechazo a las maquinas que muchos obreros sentían todavía por miedo a perder el puesto de trabajo.

Los patronos no recibieron con agrado esta nueva sindicación y trataron de conseguir su disolución, cosa que efectivamente consiguieron en dos ocasiones, hasta el golpe definitivo, en noviembre de 1843, cuando junto con otras asociaciones que se habían creado por toda Cataluña el gobierno moderado la declaro disuelta.

Esta será la tónica del movimiento obrero español durante todo el reinado de Isabel II: mientras los moderados estén en el poder, los trabajadores no podrán desarrollar actividades sindicales a cara descubierta y tendrán que reducirse al campo de la ayuda mutua; en cambio, bajo los gobiernos progresistas (1840-43 y 1854-56), las asociaciones obreras actuaran públicamente y presentaran, junto reivindicaciones salariales, demandas legales, como por ejemplo el reconocimiento del derecho de asociación de los obreros y la creación por parte de las autoridades estatales o locales, de jurados mixtos (de obreros y de patronos) para practicar la conciliación obligatoria en el terreno laboral.

Pruebas de fuego en esta lucha fueron dos huelgas generales producidas en Cataluña. La primera en Abril de 1854, por la oposición de los trabajadores a que los obreros ajenos a la fabrica ocuparan los puestos de los tejedores titulares de la España Industrial; Las detenciones ordenadas por el capitán general provocaron un levantamiento popular y un intento de asaltar la cárcel de la calle Amalia. Los soldados salieron a la vía publica, hubo muertos y detenidos, lo que acabo con la huelga el día 3 de abril, pero los obreros consiguieron el establecimiento de unas bases para la reglamentación interna de las fabricas y de las asociaciones de trabajadores.

La segunda estallo el 2 de Julio de 1855, en respuesta a la prohibición del capitán general Zapatero de todas aquellas sociedades patronales u obreras que no se hubieran fundado con autorización, lo que equivalía a prohibir todas las que habían ido apareciendo a la luz publica de forma espontanea, animadas por la tolerancia del nuevo gobierno progresista, así como en represalia por la ejecución del líder obrero Josep Barcelo, acusado de haber participado en un crimen. La huelga duro diez días, y , tuvo un cariz pacifico, a pesar de que un dirigente de una fabrica de Sants murió asesinado y, en Igualada, fueron atacados los familiares de un industrial, pero sus reivindicaciones -Asociación o muerte. Pan y Trabajo- quedaron ahogadas por la represión del capitán general, que mando deportar a mas de sesenta obreros.

También tenemos que anotar que en este periodo se produjo la destrucción por parte de los obreros desesperados de algunas maquinas de hilar, las llamadas selfactinas, a las que culpaban de la reducción de puestos de trabajo. Durante los años anteriores a 1968 los obreros catalanes, que habían sentido cierta identificación con las ideas políticas del partido progresista, fueron perdiéndole confianza y se acercaron cada vez más a los que se definían como demócratas y republicanos, herederos de las doctrinas del socialismo utópico en Cataluña.

La revolución de septiembre de 1868 que destrono a Isabel II, tuvo entre sus principales consecuencias la implantación por primera vez, del sufragio universal, el derecho de asociación de los obreros y la libertad de cultos, y supuso en tierras catalanas un desarrollo de los sentimientos republicanos-federales. En este ambiente se produjo la difusión del movimiento de la Primera internacional o Asociación Internacional de Trabajadores fundada en Londres en 1864 con un ideario muy influido por las teorías de Karl Marx.

Los nuevos aires de libertad política ya habían permitido, entre los obreros textiles, la creación de las Tres Clases de Vapor, organización que practicaría un sindicalismo de tipo moderado durante la segunda mitad del siglo. En octubre de 1868 se fundo una Dirección Central de las Sociedades Obreras en Barcelona, liderada por Farga Pellicer entre otros, que organizo un congreso en la Ciudad Condal, donde se juntaron un centenar de representantes de sesenta y un sindicatos obreros. En la reunión se declararon partidarios de la forma de gobierno republicano-federal, de la participación de los obreros en la política, así como de formas cooperativas; decidieron además la creación de un semanario, La Federación, que fue el principal periódico obrero hasta la caída de la I República. Sin embargo, estos planteamientos duraron poco.

Fue a finales de octubre cuando llegó a Barcelona un delegado del anarquista ruso Mikhail Bakunin (que había ingresado en la AIT en el Congreso de Lausana de 1867) en viaje de propaganda. Giuseppe Fanelli, que así se llamaba dicho delegado, organizo en esta ciudad un núcleo de la AIT con Farga Pellicer, G. Sentiñón, García Viñas,... y otro en Madrid a donde se dirigió después con Anselmo Lorenzo, los hermanos Mora y González Morago. A todos les transmito las resoluciones oficiales de la I Internacional junto con las ideas de Bakunin, lo que tendría su importancia en la decantación de los obreros catalanes hacia el anarcosindicalismo, aunque no pueda considerarse el único motivo. El núcleo internacionalista catalán envío una delegación al Congreso de Basilea (cuarto de la AIT)u, desde las columnas de la Federación empezó a defender un antiestatalismo anarquista. Este postulado iría ganando adeptos en vista del fracaso del alzamiento republicano-federal de septiembre y octubre de 1869 y del motín contra las quintas de abril de 1870. Desde entonces los dirigentes sindicales perdieron la confianza en las medidas políticas para mejorar la situación social.

Así estaban las cosas cuando, el 18 de junio de 1870, se inauguro en Barcelona el I Congreso Obrero, al que asistieron delegados de las asociaciones obreras de Cataluña y del resto del país. El Congreso se adhirió a la I Internacional y discutió sobre acción sindical, cooperativas, organización y lucha política. Entre las diferentes tendencias acabaron imponiéndose las bakunistas (contrarias a la acción política, antiestatales y colectivistas) y los sindicalistas apolíticos sobre los sindicalistas que eran partidarios de apoyar al Partido Republicano federal y sobre los cooperativistas (de cariz moderado y opuestos a las huelgas)

El congreso opto, pues, por crear sindicatos de oficio que luchasen por conseguir mejoras a corto plazo, siempre con la idea final de la emancipación completa de la clase obrera. La organización se establecía sobre una red de sindicatos de oficio, agrupados en federaciones locales, que, a su vez, se integraban en la federación Regional.

En cuanto a la lucha política, se recomendaba la abstención de las colectividades obreras y se toleraba la acción política individual. Las conclusiones finales, aprobadas con poca unanimidad, mostraron sin embargo la existencia de una línea moderada del movimiento obrero catalán y cercana a la política democrática. El Consejo Federal que resulto elegido para dirigir la AIT española pasó a residir en Madrid; Después se trasladaría a Valencia y finalmente a Alcoy, siguiendo los avatares políticos. Hacia 1872 la I Internacional tenia en España unos once mil quinientos militantes agrupados en trece federaciones locales, entre las que destacaba Barcelona, que contaba con seis mil. Así pues, la Federación Regional española se había convertido en una de las más importantes de toda la AIT.

Pero la Federación Regional no lo iba a tener nada fácil. La sublevación de la Comuna de París (marzo-mayo de 1871) al tiempo que provocaba admiración entre los obreros, asusto al gobierno, que llego a declarar fuera de la ley a la Federación aunque por poco tiempo. Mientras tanto se había iniciado la polémica Marx-Bakunin (que se explica en otro apartado del trabajo) que acabaría produciendo la escisión de la Internacional y que tuvo inmediata repercusión en España.

En 1871, Paul Lafargue, el yerno de Marx, había realizado un viaje de propaganda y por su influencia, algunos miembros del consejo Federal, en Madrid, abandonaron el bakunismo y propugnaban con Marx una lucha política. En septiembre de aquel mismo año, Anselmo Lorenzo asistió a la Conferencia de Londres y conoció a Marx y Engels. Desde ese momento la AIT española comenzó también a escindirse: el grupo madrileño de la Federación y parte del Consejo Federal aceptaron las ideas de Marx, mientras que el resto continuaba fiel a los postulados de Bakunin. En el Congreso de Zaragoza (abril 1872) la inmensa mayoría de los 15.000 afiliados seguía esta ultima línea. En junio de 1872 fueron expulsados los marxistas que constituyeron la Nueva Federación Madrileña sin conseguir arrastrar a mucha gente. En el Congreso de Córdoba, del 73, la federación ya agrupaba entre 25.000 a 30.000 militantes, dos terceras partes de los cuales se concentraban en Cataluña, mientras el resto se repartía por el País Valenciano y Andalucía.

La proclamación de la I República el 11 de febrero de 1873 no emociono al núcleo dirigente de la Federación Regional que, fiel a su ideario anarquista, considero el nuevo régimen como otra más cara del estado burgués y que, con sus exigencias de desaparición del ejercito en el preciso momento de la sublevación carlista, complico aun más la escasa estabilidad del sistema dividido por las disputas entre unitarios y federalistas.

En Barcelona, sin embargo los internacionalistas moderados se decidieron a colaborar con una serie de intentonas para proclamar la república federal y llegaron a presentar una candidatura a las elecciones municipales de julio de 1873, justo en los mismos momentos de la insurrección cantonal y el levantamiento de Alcoy donde la dirección de la Internacional quería empezar la revolución social. Estas acciones se saldarían con el fracaso de la huelga general de Alcoy, ante la entrada del ejercito, a pesar de que los internacionalistas fueron dueños absolutos de la ciudad durante cinco días, y tuvo el resultado de trece muertos, muchos heridos y numerosos detenidos.

A partir de estos sucesos, la Internacional, que había alcanzado su máxima cota de afiliación, fue perdiendo fuerza y, después del golpe de Estado del general Pavía que, de hecho, puso fin a la República, fue declarada fuera de la ley. Comenzaba, de esta forma, una nueva etapa, en la que la clandestinidad favorecía la difusión de los planteamientos de los anarquistas insurreccionalistas. Estos preferían actuar de forma más radical a través de grupos secretos muy seleccionados ideológicamente, así como rechazaban las actuaciones gradualistas de los obreros y el recurso a la huelga, y propugnaban la revolución social inmediata por el camino de la insurrección, así como las represalias individuales: la propaganda por el hecho.

De este modo, en los primeros años de la restauración, estalla la crisis en la Internacional, todavía clandestina. Un grupo anarco-sindicalista catalán encabezado por los tipógrafos Josép Llunás i Pujals, R. Farga, Antoni Pellicer y Eduald Canibell, en un golpe de fuerza, destituyo al Consejo federal en 1881, y puso fin a la Federación Regional de la I Internacional. Muy pronto en el mes de septiembre del mismo año, se fundaría la federación de Trabajadores de la Región Española, en el marco del nuevo clima del gobierno liberal que volvió a tolerar la acción sindical obrera.

La Federación de Trabajadores de la Región Española, que surgió del congreso, superó la crisis que al movimiento anarquista le había supuesto la clandestinidad y recupero un importante numero de afiliados. En su II congreso, celebrado en Sevilla en septiembre de 1882, contaba ya con unos 60.000 militantes, aunque ahora el núcleo más importante residía en Andalucía, que triplicaba a Cataluña en efectivos, a pesar de que los anarco-sindicalistas catalanes continuaban controlando los órganos directivos de la Federación. Sevilla, asistió, además al enfrentamiento que marcaría, desde entonces las líneas de actuación de los anarquistas españoles.

Por una parte, estaban los anarco-sindicalistas, también llamados anarco-colectivistas, que siguiendo a Bakunin propugnaban la creación de sindicatos obreros, públicos y legales, con el objetivo de mejorar las condiciones de vida -materiales y morales- de la clase obrera; mientras luchaban por una sociedad sin clases donde las colectividades obreras serian las titulares de la propiedad, el sindicato se responsabilizaría de su sector de producción y el individuo produciría según su capacidad y voluntad, poniendo así fin a la explotación. Esta tendencia era mayoritaria en Cataluña.

Por otra, estaba los anarco-comunistas, influidos por Kropotki y Malatesta, mucho más individualistas y radicales y que abogaban por una revolución social inmediata, que habría de conseguirse a través de la propaganda ideológica y la lucha sin cuartel contra el orden establecido. Su método se basaba en una red de pequeños grupos muy cohesionados ideológicamente y decididos a la acción directa y violenta (incendios, sabotajes). Dominantes entre los jornaleros agrícolas en Andalucía, no aceptaban la táctica moderada y legalista de los anarco-sindicalistas y, aunque pretendían la misma sociedad sin clases, creían que en esta futura sociedad se produciría el comunismo de producción de bienes donde cada individuo trabajaría según su voluntad y obtendría beneficios según sus facultades.

Estas divergencias aumentaron y acabaron por minar la cohesión del asociacionismo anarco-sindicalistas español. Los andaluces, cuya organización fue ahogada tras la represión de la clandestina y mítica Mano Negra, denunciaron a la Comisión Federal de la FTRE, dominada por catalanes, porque rechazaban cualquier relación con los represaliados por causa de la Mano Negra.

Un tercer congreso en Valencia (1883) intentaría una pacificación, pero la realidad era que la FRTE estaba muerta, debido al enfrentamiento ideológico y organizativo, y por la dinámica que resultaría dominante hasta final de siglo: el terrorismo individualista y la consiguiente represión policial.

Ya hemos visto como los obreros de inspiración marxista que se agrupaban en la Nueva Federación Madrileña habían sido expulsados de la internacional en el Congreso de Zaragoza, poco después y por iniciativa de un grupo de tipógrafos surgió en Madrid la Asociación del Arte de Imprimir. Este pequeño sindicato presidido por Pablo Iglesias propagaba las ideas de Marx y propuso la fundación de un partido político obrero cosa que se conseguiría en 1879 con la clandestina Agrupación Socialista Madrileña integrada por 15 miembros. Además de Pablo Iglesias, Antonio García Quejido, Matías Gómez y José Mesa destacaron como militantes de primera hora, sobre todo este ultimo, que era quien mantenía el contacto con Marx y Engels.

En el primer manifiesto del partido, los socialistas madrileños afirmaban que la sociedad estaba dividida en clases antagónicas y que evolucionaban de forma que los ricos son cada vez más ricos, y los pobres más pobres, que la clase obrera ha de luchar para conseguir el `poder político, que éste se obtiene por la reforma o por la destrucción, y que las sociedades obreras han de estar unidas entre sí. Todas estas ideas encontraron un medio de divulgación en el periódico El socialista, y comenzaron a difundirse muy lentamente por el país.

En Cataluña los socialistas pronto contactaron con núcleos obreros reformistas, cercanos al sindicato textil Las Tres Clases de Vapor, y también con un grupo de tipógrafos entre los cuales destacaba Toribio Rehoyo, que fundaron una Sociedad Tipográfica de Barcelona a imagen de la de Madrid: Hacia finales de 1887 los socialistas contaban con 15 pequeñas federaciones entre las que destacaban las de Barcelona y San Martí de Provençals.

En agosto de 1888, aprovechando el ambiente creado por la exposición Universal, los socialistas organizaron dos congresos en Barcelona. El primero, un Congreso Nacional Obrero, se inauguro el día 12 en el Circulo Socialista de la calle Tallers, con asistencia de 44 sociedades obreras, que decidieron constituir un sindicato, la Unión General de Trabajadores. Escogido el Comité Nacional, éste se instalo en Barcelona.

Poco días después, del 23 al 25 de agosto, y acogiéndose a la nueva ley de asociaciones promulgada por el gobierno liberal, se celebro el primer Congreso del PSOE, donde participaron 18 delegados representantes de 20 agrupaciones (13 catalanas y 7 del resto del país). En su primera actuación publica en plena libertad se definió como socialista, marxista y partidario de la acción política parlamentaria y municipal. Se decidió en esta reunión que el Comité Nacional del Partido continuara situado Madrid.

De todas formas, ni el PSOE ni la UGT, llegaron a captar el interés de los obreros catalanes, como habrían podido esperar en sus horas fundacionales, ni siquiera contando con los momentos de debilidad y crisis de las formaciones anarquistas. Por eso, a finales del siglo, después del congreso de Madrid (1899), la UGT decidió también el traslado de su Comité Nacional a esta última ciudad, medida que contribuiría aún más al debilitamiento del sindicalismo de signo socialista en Cataluña.

Así llegamos a unos primeros años de siglo, donde la jornada laboral de ocho horas constituía una de las principales reclamaciones obreras. Para darle apoyo y para conmemorar, a la vez, el sacrificio de las mártires de Chicago (obreros que murieron durante la represión de una huelga a favor de las ocho horas en Milwaukee, Chicago, el 2 de mayo de 1886) el movimiento obrero internacional instituyo esta jornada reivindicativa. En Barcelona la preparación del primero de Mayo de 1890 enfrento las posturas socialistas y anarquistas, ya que mientras los primeros defendían manifestarse en apoyo de unos planteamientos pacíficos, estrictamente enfocados a conseguir las ocho horas, los segundos querían ir más allá, organizando una jornada de lucha, una huelga indefinida que colapsaría -pensaban- la sociedad burguesa. Como no llegaron a un acuerdo, a la manifestación estricta del día 1, que congrego a más de 40.000 personas siguió una huelga que en muchos lugares se prolongo hasta el día 14, provocando graves conflictos de orden publico y mucha represión. Situaciones similares se produjeron en los años siguientes, y el fracaso acentuó la frustración de los anarquistas, cada vez más inclinados a la acción directa y a la propaganda por el hecho: el terrorismo.

Sordos a las protestas de anarquistas como Llunás i Pujals, los partidarios de la violencia convirtieron Barcelona en la ciudad de las bombas. Solo en 1893 fueron colocadas 14, siendo la más sanguinaria la que estallo en el Liceo, con un balance de 21 muertos. La represión seria durisima e indiscriminada y afectaría a centenares de obreros, que, en su mayoría, no tenían ninguna relación con el terrorismo, lo cual excitaría aun más, si cabe, los ánimos.

Cuando, en junio de 1896, otra bomba tiñó de sangre el paso de la procesión del Corpus por la calle Canvis Nous, la ciudad quedó sobrecogida. La reacción tremenda no se hizo esperar: más de 400 detenidos entre obreros, sindicalistas, maestros e intelectuales fueron encarcelados en el Castillo de Montjuic bajo jurisdicción militar, allí tendría lugar el que ha pasado a la historia como el proceso de Montjuic, con cerca de un centenar de encausados. Se dictaron cinco sentencias de muerte (ejecutadas) y otras 68 condenas que el Gobierno, debido a la presión internacional, se vio obligado a conmutar por penas de extrañamiento en 1897. Ese mismo año se produjo una ultima consecuencia de la espiral terrorista: el asesinato del primer ministro Antonio Cánovas del castillo, el 9 de Agosto, en represalia por los hechos de Montjuic.

Moria, pues, el siglo con una gran crisis del movimiento obrero, que dividido y debilitado, luchaba por la propia supervivencia, pero su crisis coincidía con otra de carácter mucho más general: la provocada en España por el desastre de 1898. La perdida de Cuba y Filipinas, que suponía el fin definitivo del imperio colonial hispánico, sacudió violentamente todo el edificio político, económico y social de la restauración. Todos los sectores de la vida del país tendrían que buscar nuevas soluciones en el siglo que iba a comenzar.

LA SEMANA TRAGICA DE 1909

Debido a la extensión del trabajo que nos ocupa, mi reflexión sobre el movimiento obrero en España va a acabar aquí, en 1898, pero no he podido ceder a la tentación de hacer mención a un suceso que algunos historiadores han llegado a titular como un hecho predecesor de la Guerra Civil Española del 36, y es la Semana Trágica de Barcelona de 1909, para ello me voy a remitir a periódicos Sevillanos de la época que he podido encontrar a lo largo de mi investigación, y en los que podemos ver la división de opiniones entre las que se han venido a llamar las dos Españas, ante las causas y consecuencias del verano trágico de 1909, pero, como paso previo para entender todos los matices y aspectos que abarcaran las informaciones periodísticas acerca de tales hechos, resulta obligatorio analizar las especiales circunstancias vividas por el país en aquellos históricos momentos:

Bajo el nombre de Semana Trágica los historiadores hacen referencia a la revuelta que azotó a Barcelona durante el verano de 1909, una huelga general que terminaría adquiriendo tintes sangrientos y anticlericales. Las causas del levantamiento protagonizado por anarquistas, sindicalistas y socialistas entre el 25 de julio al 1 de agosto del citado año encontraron su desencadenante en la movilización de reservistas para la guerra de Africa (un localizado problema militar en Melilla), la chispa que explosionó el descontento popular de unos ciudadanos opuestos, desde el desastre de 1898, a una nueva tentativa colonial.

Al anterior motivo, habríamos de añadir, como causa profunda del incidente, la manifiesta incapacidad del sistema de la restauración por incorporar a determinados sectores sociales; grupos que fueron oportunamente captados por alguno de los partidos dinásticos para lograr la expulsión del que detentaba el poder. En el caso concreto que nos ocupa, la izquierda -liderada por Segismundo Moret- utilizaría una crisis planteada al margen de la restauración "para destrozar -como indica Carlos Seco- el sistema del turno".

Visión de El Correo de Andalucía

Para un amplio sector de la opinión pública sevillana, la Semana Trágica de Barcelona sirvió de ocasión propicia para exteriorizar el temor a los efectos que podía causar una incontrolada emisión de informaciones. En este grupo se situarían El Correo de Andalucía y La Unidad Católica, defensores de la tesis de que el estallido anticlerical de Barcelona debía ser licenciado, tal y como planteaba la administración Maura. De ahí que ambos diarios aplaudieran "sin ambages, la orden del ministro de la Gobernación por estimarla digna de un gobernante juicioso, enérgico y celoso del bien del país"

Su defensa de la aplicación de la censura, pues, se presentaba como un ejemplo del patriotismo que debía adoptarse en las especiales circunstancias vividas por el país durante el verano de 1909; una muestra, en definitiva, de la necesidad de "mortificar la propia curiosidad en obsequio a los altos y secretísimos intereses que todos, y principalmente el Gobierno, estamos obligados a defender". De ahí que, para el periódico católico, el control de la información constituyera una prueba más de cómo hacen la guerra los pueblos serios; los que ponen los grandes intereses de la patria por encima de los particulares, y de la insana curiosidad de quienes creen que la guerra se hace para divertir aburridos sin ver que los intereses nacionales son muy sagrados y la sangre española muy preciosa para que sirvan de explotación de empresas y de entretenimiento de desequilibrados y curiosos.

Los comentarios vertidos acerca de la cuestión reflejaban cómo, más allá del interés por censurar a los responsables directos de los hechos, se recriminaba la actitud tomada por los periódicos que utilizaban los sucesos de Melilla y Barcelona para el logro de un beneficio político o económico y no -"como debía ser"- para satisfacer la sana curiosidad del público. La alusión iba dirigida a aquellos medios que formaban parte de la Sociedad Editorial -"los trusteros"-, una empresa periodística que, para la opinión pública católica, atendía "sólo a sus productivos negocios". Igualmente, la crítica abarcaba a las publicaciones "lerrouxistas, ácratas y anarquistas", a las que se hacía responsables de ser "los propagandistas de las infames ideas productoras de las iniquidades realizadas por la anónima masa”.

Visión de El Liberal

En el extremo opuesto a las informaciones analizadas, encontraríamos un conjunto de publicaciones partidarias del total reconocimiento de la libertad de expresión y, por ende, contrarias a las medidas decretadas por Antonio Maura en el verano de 1909. Con este énfasis mostraba El Liberal la defensa de su postura:

Si el gobierno cree que nos rodean graves peligros, que nos amenazan tremendas conflagraciones y que sólo podemos salvarnos mediante un interregno de suspensión de las garantías constitucionales, aplíquese la ley, téngase la franqueza de someter la prensa a la previa censura. Preferimos la privación absoluta de la libertad a un régimen de afrenta y oprobio. [...] Por último, el rechazo al régimen de restricciones decretado el 26 de julio se justificaba en la desconsideración que aquel representaba para la dignidad profesional del periodista. [...]

Pretextando altos intereses nacionales, se persigue y amordaza a quienes no mueven otros estímulos que la defensa de esos intereses; a quienes no tienen otra mira que la de exaltar el amor a la Patria; a quienes lamentan en primer término que su pluma no pueda correr libremente por la imposibilidad de emplearla reseñando y contando las heroicas hazañas de nuestro valiente ejército.

BASES IDEOLOGICAS DEL MOVIMIENTO OBRERO EUROPEO

A comienzos del siglo XIX la situación obrera era nefasta (tal y como más tarde se relata): Bajos salarios, una negativa legislación laboral, largas jornadas, malas condiciones,... y ante estas circunstancias algunas personas que proceden de círculos católicos o intelectuales o filántropos van a constituir una corriente conocida como “socialismo utópico”, adjetivo utilizado por primera vez por Marx, al entender que esta corriente pretendía unos proyectos irrealizables. Este socialismo, es un movimiento francés que se extiende rápidamente a Inglaterra y otros países, estos socialistas comienzan analizando la sociedad en la que viven y hacen una critica de las desigualdades sociales, para proponer, como contraposición una sociedad nueva, más justa, y más igualitaria en la que por ende no habrá lucha de clases. La mayoría de estos proyectos, se quedaran en teoría y los que se pusieron en practica fracasarían, de hay ese calificativo de “utópico” que le asigno Marx. Algunos socialistas utópicos dignos de nombrar, de forma rápida son:

  • Saint-Simon: Filántropo que criticaba los privilegios, entre ellos el derecho de herencia, y proponía como única fuente de riqueza la capacidad de los trabajadores.

  • Fourier: Criticaba las grandes concentraciones de industrias y población y proponía organizar la sociedad en pequeños grupos, que denomina falasterios, en los que las relaciones serian de familia, y el trabajo libre, además los cargos serán rotativos y el estado se convertiría en una federación libre de falasterios. Estos falasterios se pondrían en practica en Francia, Inglaterra, e incluso en España, pero en todos estos casos fracasaran.

  • Proudhon: Socialista y publicista francés, critica las diferencias extremas de riqueza y propone una nueva sociedad en la que se generalice las clases media.

  • Luis Blanc: Es el más realista y pretendía suprimir la propiedad privada ya que el Estado seria el único propietario, esto lo conseguiría de dos modos: nacionalizando las fuentes de riqueza y creando talleres nacionales que funcionarían como cooperativas de producción.

En Inglaterra, las teorías utópicas son abundantes y diversas desde los que defienden la vuelta a un estado primitivo, otros defienden teorías casi anarquistas y el más importante es Owen: empresario británico que pudo poner en práctica su teoría. Owen pensaba que las condiciones en las que vive y trabaja el hombre condicionan las relaciones sociales y la producción, de este modo, si se mejoran esas relaciones van a mejorar las relaciones sociales y aumentaría la producción. Esta teoría será puesta en práctica, pero fracasaría, Owen intento convencer a los demás empresarios británicos que no apoyaban su teoría, por ello se trasladaría a Estados Unidos donde tampoco llegaría a triunfar, por lo que regresaría a Inglaterra, arruinado, pero convertido en un gran teórico del movimiento obrero.

A la par de que se desarrollara el socialismo utópico, los propios obreros comienzan a movilizarse por toda Europa: en un primer momento se trato de luchas individuales y espontaneas que solo consiguen la represión y van radicalizándose, en esta postura destacara el luddismo, que es un movimiento británico que se dio en la industria textil y se caracterizo por la destrucción de la maquinaria, dicho movimiento acabaría con el ahorcamiento del creador del grupo, John Ludd. Llegamos a 1925 y a la creación de las primeras asociaciones obreras que eran locales o bien por oficios, y que con pocos afiliados, reivindicaban, mejoras de carácter laboral.

Seria Owen el creador del primer gran sindicato, la TRADE UNION, que como principales reivindicaciones exigían la reducción de jornada y el reconocimiento del derecho de huelga, finalmente acabaría desapareciendo, debido a la represión policial, ante las salvajes huelgas que convocaba. Dos años mas tarde, 1835, surge un nuevo movimiento conocido como Cartismo que es un movimiento, también británico, pero de carácter pacifico, y basado en las cartas, esto es: sus dirigentes enviaban cartas al Parlamento Británico exponiendo sus reivindicaciones, en su mayor parte reivindicaciones de carácter laboral, aunque las más importantes eran de cariz político, ya que exigían el Sufragio Universal. El Cartismo funcionaria hasta 1848, cuando el Cartismo ante la revolución del 48 fue prohibido.

En 1947, las crisis económicas desatan el movimiento obrero, en su máxima potencia. En 1948 se publica el Manifiesto Comunista y van apareciendo los primeros partidos de izquierdas, así como surge una novedad: la participación del proletariado en la revolución del 48, algo que no había pasado en las dos anteriores revoluciones del siglo (en el 20 y en el 30). Aun, así la revolución del 48 fracasara, y surge de ella una oleada represiva de los gobiernos que paraliza el movimiento obrero, paralización que se vio acrecentada por las mejoras económicas de los años 50 y 60.

Es, de este modo, en 1970 cuando el movimiento obrero va a reiniciarse, ya que nos vamos a encontrar con una Europa sumida en las guerras de unificación que provocaran nuevas crisis económicas, que dan pie al renacer del movimiento proletario, pero esta vez será un movimiento distinto debido a que:

  • Nos encontramos que el Socialismo utópico ha sido sustituido por otras ideologías donde el proletariado es el protagonista de la lucha obrera: Socialismo científico o marxista y anarquismo.

  • Ahora, van a trabajar en común por un lado los ideólogos y por otro lado los lideres sindicales y el proletariado.

  • El proletariado, adquiere, en este momento, conciencia de clase, reconociendo unos intereses como propios y diferentes que están enfrentados a los intereses burgueses.

  • Hay un deseo proletario de universalizar su lucha.

  • Las reivindicaciones ya no van a ser meramente laborales sino en un primer lugar políticas y después las económicas, sociales, laborales,...

  • IDEOLOGIAS

    SOCIALISMO CIENTIFICO O MARXISTA

    “La burguesía ha sometido el campo al dominio de la ciudad. Ha creado urbes inmensas; ha aumentado enormemente la población de las ciudades en comparación con las del campo, sustrayendo una gran parte de la población al idiotismo de la vida rural. Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o semibárbaros a los países civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente.

    La burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción, de la propiedad y de la población. Ha aglomerado la población, centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia obligada de ello ha sido la centralización política. Las provincias independientes, ligadas entre sí casi únicamente por lazos federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras diferentes, han sido consolidadas en una sola nación, bajo un solo gobierno, una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola línea aduanera.”

    Fragmento del Manifiesto Comunista, K. Marx y F. Engels.

    Conjunto de las concepciones de K. Marx, F. Engels y de sus seguidores, que se basa en el original proyecto crítico y revolucionario de Marx. El marxismo no pretende en principio sistematización alguna, sino que más bien postula un conocimiento científico de la realidad social y una programación política dirigida a transformar esa realidad. Otro presupuesto fundamental del marxismo es la lucha de clases como motor de la historia, así como el proyecto revolucionario de conseguir una sociedad sin clases y sin Estado: la del comunismo.

    El análisis de la lucha de clases comporta, a su vez, una concepción materialista de la historia (la del materialismo histórico, según el cual la economía es la base fundamental de todos los fenómenos históricos, religiosos, sociales, políticos, etc.): una concepción que ha sido demasiado frecuentemente interpretada en el sentido de un craso economicismo determinista y reduccionista que el mismo Engels rechazó.

    El socialismo científico, denominado así por sus creadores Carlos Marx y Federico Engels, se opone al socialismo utópico como una ideología revolucionaria capaz de transformar la sociedad. En la obra El Capital, dan una visión global de la ideología marxista estudiando las graves contradicciones del capitalismo y presentando una serie de soluciones alternativas.

    El estudio profundo del liberalismo económico les permitirá realizar una profunda crítica de la sociedad burguesa. En el Manifiesto Comunista (1948), encontramos las bases ideológicas de entre las que destacan:

    • _ El materialismo histórico. Es una interpretación de la Historia según la cual la evolución de las sociedades está determinada por la estructura económica. Existe una tensión entre la infraestructura (base económica) y las superestructuras (instituciones, cultura...) que produce transformaciones en la estructura del Estado; así es como la Humanidad ha pasado por varias etapas: la sociedad depredadora, esclavista, feudal y capitalista. Ésta última llena de contradicciones y debe llevar inevitablemente a la etapa socialista.

    • _ La plusvalía y la ley de acumulación capitalista. El obrero nunca ha recibido el valor total de su trabajo, porque de lo contrario los empresarios no se habrían enriquecido. Así pues, el empresario se apropia de una parte del trabajo obrero a lo que se denomina plusvalía. Ésta apropiación tiende a ser mayor, lo que hace que el capital vaya concentrándose cada vez más en manos de unos pocos; ésta es la ley de acumulación capitalista que conduce a graves contradicciones y es el origen de la lucha de clases.

    • _ La lucha de clases es, para Marx y Engels, una premisa indiscutible ya que siempre han existido dos grupos antagónicos: opresores y oprimidos. Y su enfrentamiento viene a ser el motor de la historia. Esta lucha acabará con el capitalismo y con el Estado burgués.

    • _ La dictadura del proletariado. Conquistado el Estado burgués por un movimiento revolucionario, se trata de controlarlo para transformar la sociedad. Una vez conseguido, el proletariado abandonará esta dictadura para acceder a una sociedad sin clases. En dicha sociedad comunista, todos los medios de producción están socializados. El estado tiende a desaparecer.

    Tras la muerte de Marx y de Engels, el marxismo fue incorporando nuevos elementos: Kautsky urgió el reforzamiento de las clases obreras; Lenin insistió en la necesidad de organizar el partido (abriendo el camino a una burocratización criticada por otros marxistas, como Rosa Luxemburgo); Trotski preconizó la «revolución permanente»; y Stalin impregnó todo ello de un dogmatismo similar al de la escolástica decadente y conocido con la abreviatura alemana Diamat (la llamada «escolástica soviética»).

    ANARQUISMO

    Doctrina que preconiza la libertad total del individuo y la supresión del Estado y de la propiedad privada de los bienes de producción. El anarquismo parte de una visión fundamentalmente optimista del género humano y rechaza como mala y tiránica toda forma de gobierno; su objetivo es la desaparición del Estado y del gobierno, en cuyo lugar se impondrá una libre reunión de individuos y grupos no forzados por ninguna organización. Los seres humanos vivirán en completa armonía sobre la base de contratos libremente respetados. Entre los padres del anarquismo cabe citar a W. Godwin (1756-1836), Proudhon (1809-1865) y Bakunin (1814-1876).

    Poco a poco el anarquismo se ha ido transformando y ha pasado a convertirse en una forma de conducta, más que en un instrumento de la política de clase.

    UNA RAPIDA VISION DEL MOVIMIENTO OBRERO EUROPEO A PARTIR DE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX

    Como, ya hemos adelantado en la segunda mitad del siglo XIX los lideres del movimiento obrero y los propios obreros defienden que los problemas obreros son comunes a todos los Estados y hay que buscar soluciones comunes, esta es la idea o espíritu que llevara a constituir la I Internacional.

    Es en 1860 cuando comienzan los contactos entre los obreros británicos y franceses, contactos y reuniones que culminarían con la convocatoria en Londres en 1864 de la I AIT: La primera reunión de la Asociación Internacional de Trabajadores. A esta primera AIT asistieron representantes de diversos países y además estaban presentes las distintas ideologías, aunque predominaban los británicos y los marxistas, que encargaron a Marx que redactara los estatutos de la Internacional donde se estableció que hubiera un Congreso anual, en distintas ciudades cada año, y en el que los representantes de los países fueran elegidos por los trabajadores para discutir sobre cuestiones laborales, pero sobre todo de cuestiones políticas.

    Articulo 6º. Ya que el éxito del movimiento obrero no puede asegurarse en cada país sino por la fuerza resultante de la unión y de la asociación; que por otra parte, la utilidad del Consejo General depende de sus relaciones con las sociedades obreras, sus nacionales deberán hacer todos los esfuerzos precisos, cada uno en su país, para reunir en una Asociación nacional las diversas sociedades obreras existentes.

    Debe entenderse no obstante, que la aplicación de este artículo esta subordinado a las leyes particulares que rijan en cada nación. Más, salvo, los obstáculos legales, a ninguna sociedad local le esta permitido corresponder directamente con el Consejo General de Londres.

    Artículo 7º. Cada miembro de la Asociación Internacional, al cambiar de país, recibirán el apoyo fraternal de los miembros de la Asociación, por medio del consejo general en Londres:

  • A los informes relativos a su profesión en la localidad donde se domicilie.

  • A un crédito, en las condiciones determinadas por el reglamento de la sección y bajo la garantía de esta misma sección.

  • Artículo 8º. Cualquiera que adopte y defienda los principios de la Asociación puede ser recibido como miembro; pero será, en todo caso, bajo la responsabilidad de la sección que lo admita.

    Preámbulos y estatutos de la I Internacional (1864-1872)

    El éxito de la Internacional fue enorme, lo que provoco que los obreros se afiliasen masivamente y que la misma se extendiera por toda Europa.

    Sin embargo las diferencias en el seno de la AIT se manifestaron desde el principio, aunque las disensiones más importantes se darían entre Marx y Bakunin, que se iniciaron en 1968 en Bruselas, un año después de que se admitiera a Bakunin, con la creación por este ultimo de una organización paralela -Alianza de la Democracia Socialista-. Sin embargo fue en 1872 en el Congreso de la Haya, cuando las diferencias se agudizaron, y Bakunin y los anarquistas serian expulsados de la Internacional, en el texto siguiente podemos ver claramente expuestas las diferencias y criticas fundamentales que propiciaro esta expulsión:

    “Marx es un comunista autoritario y centralista. Quiere lo que nosotros queremos: el triunfo de la igualdad económica y social, pero en el Estado y por la Fuerza del estado: por la dictadura de un gobierno provisional y poderoso y, por decirlo así, despótico, esto es, por la negación de la libertad. Su ideal económico es el estado convertido en el único propietario de la tierra y de todos los capitales, cultivando la primera por medio de asociaciones agrícolas, bien retribuidas y dirigidas por ingenieros civiles, y comanditando los segundos mediante asociaciones industriales.

    Nosotros queremos ese mismo triunfo de la igualdad económica y social por la abolición del Estado y de todo en cuanto se llame derecho jurídico que, según nosotros, es la negación permanente del derecho humano. Queremos la reconstitución de la sociedad y la constitución de la unidad humana, no de arriba abajo por la vía de cualquier autoridad, sino de abajo arriba, por la libre federación de las asociaciones obreras de toda clase emancipadas del yugo del Estado.

    (...) Hay otra diferencia, esta vez muy personal entre él y nosotros, enemigos de todo absolutismo, tanto doctrinario como practico, nosotros nos inclinamos con respeto no ante las teorías que no podemos aceptar como verdaderas, sino ante el derecho de cada cual a seguir y propagar las suyas (...). No es este el talante de Marx. Es tan absoluto en las teorías, cuando puede, como en la practica. A su inteligencia verdaderamente eminente, une dos detestables defectos: es vanidoso y celoso.”

    Bakunin, Carta a Rubicone Nabuzzi, 23 de julio de 1872

    A esto hay que sumarle un hecho crucial para la AIT: la Comuna de París, donde van a participar los internacionalistas como fuerza principal, y cuya derrota supuso la persecución y la prohibición en muchos países de las organizaciones obreras.

    Todo esto llevara la disolución en Philadelphia de la I AIT. En los años siguientes los obreros intentaran reconstruir sin éxito la Internacional, hasta que en 1889, se consigue reconstruir la misma denominándose la II Iaternacional, la cual va a ser manejada por los alemanes. Esta II Internacional se organizara a través de distintos órganos y su sede estará en Bruselas, a donde acudirán dos representantes de cada país.

    En la II Internacional las tensiones surgirán dentro del propio marxismo, ya que aparecerá una crisis revisionista protagonizada por Berstein, que dará lugar a la fragmentación del grupo en Comunistas y Socialdemócratas. Desde 1900 a 1914, la II Internacional vivirá momentos de apogeo, celebrándose con regularidad congresos y reuniones que no estarán exentas de enfrentamientos y disputas, que darán paso entre 1914 y 1917 a una crisis acrecentada por la Primera Guerra Mundial, que hace que las reuniones de los Congresos se hagan muy difíciles. 1917, es una época clave para el movimiento obrero, ya que en Rusia triunfa la revolución la cual envalentona a los comunistas que se vuelven intransigentes frente a los socialdemócratas, produciéndose dos años más tarde una nueva excisión en el movimiento: La Internacional Socialista y la Internacional Comunista.

    LA MUJER Y EL MOVIMIENTO OBRERO

    Los movimientos feministas y sufragistas estuvieron dirigidos por mujeres de procedencia burguesa. A pesar de que los planteamientos feministas eran interclasistas, sus ideas no lograron penetrar ampliamente en los ambientes obreros. Ni feministas, ni sufragistas consiguieron nunca movilizar ampliamente a las mujeres trabajadoras.

    Los propios ideólogos del primer movimiento obrero, en la primera mitad del siglo XIX, mantuvieron posturas contradictorias respecto a la igualdad de derechos de la mujer.

    Flora Tristán (1803-1844), hija de un criollo peruano y una francesa, es la gran pionera del feminismo socialista.

    A vosotros, obreros que sois las víctimas de la desigualdad de hecho y de la injusticia, a vosotros os toca establecer al fin sobre la tierra el reino de la justicia y de la igualdad absoluta entre la mujer y el hombre. Dad un gran ejemplo al mundo (...) y mientras reclamáis la justicia para vosotros, demostrad que sois justos, equitativos; proclamad, vosotros, los hombres fuertes, los hombres de brazos desnudos, que reconocéis a la mujer como a vuestra igual, y que, a este título, le reconocéis un derecho igual a los beneficios de la unión universal de los obreros y obreras” Flora Tristán

    La Unión Obrera

    1843

    Esta posición contrasta claramente con la misoginia de alguno de los primeros ideólogos del movimiento obrero como Ferdinand Lasalle (1825-1864) y, sobre todo, Pierre-Joseph Proudhon (1809-1864). Este último afirmaba claramente que una mujer igual al hombre significaría “el fin de la institución del matrimonio, la muerte del amor y la ruina de la raza humana”. El lugar ideal para la mujer era el hogar. Para Proudhon las cosas estaban claras: “no hay otra alternativa para las mujeres que la de ser amas de casa o prostitutas”.

    Sin embargo, fueron Karl Marx (1818-1883), Friedrich Engels (1820-1895) y August Bebel (1840-1913) los que establecieron las bases del pensamiento socialista sobre la “cuestión de la mujer”. Engels en su libro "El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado" (1884) equiparaba la dominación de clase con la dominación de la mujer por el hombre. Sin embargo, para él como para Marx, la emancipación de la mujer sólo se haría realidad tras una revolución socialista que liquidara el capitalismo. Por consecuencia, la lucha de las mujeres debía subordinarse, o como mucho ir unida, a la lucha de clases, ya que, de hecho, no había diferencia alguna de objetivos.

    Para Marx y Engels, la igualdad política entre los sexos era una condición necesaria para la plena emancipación de la sociedad. Además, los fundadores del socialismo científico entendían que la base fundamental de la emancipación femenina era su independencia económica frente al hombre.

    “La mujer es un ser libre e inteligente, y como tal, responsable de sus actos, lo mismo que el hombre; pues, si esto es así, lo necesario es ponerla en condiciones de libertad para que se desenvuelva según sus facultades. Ahora bien, si relegamos exclusivamente a la mujer a las funciones domésticas, es someterla, como hasta aquí, a la dependencia del hombre, y, por lo tanto, quitarle su libertad. ¿Qué medio hay para poner a la mujer en condiciones de libertad? No hay otro más que el trabajo”.

    Congreso de la Federación Regional Española de la AIT
    Zaragoza (1872)

    Corresponde a August Bebel, dirigente socialista alemán, el mérito de ser el primer teórico marxista que escribió de una forma específica sobre la mujer en su libro La mujer y el socialismo (1879).

    “La mujer de la nueva sociedad será plenamente independiente en lo social y lo económico, no estará sometida lo más mínimo a ninguna dominación ni explotación, se enfrentará al hombre como persona libre, igual y dueña de su destino”.

    August Bebel
    La mujer y el socialismo

    Por último, hay que destacar, dentro de la socialdemocracia alemana, la figura de Clara Zetkin (1857-1933). Creadora del Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo, fue la gran propulsora del feminismo en la Segunda Internacional o Internacional Socialista. En 1907, se celebró, bajo sus auspicios, la I Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas. Esta organización llegó a agrupar 174.751 afiliadas en 1914.

    BIBLIOGRAFIA

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    GARCÍA DE CORTÁZAR, Fernando y GONZÁLEZ VESGA, José Manuel (1995). Breve historia de España, Madrid: Alianza Editorial.

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    SANTONJA, Gonzalo (1986). Del lápiz rojo al lápiz libre. La censura previa de publicaciones periódicas y sus consecuencias editoriales durante los últimos años del reinado de Alfonso XIII, Barcelona: Anthropos.

    El Correo de Andalucía: julio a diciembre de 1909.

    El Liberal: julio a diciembre de 1909.

    Maquina de hilar automática que fue introducida en Cataluña en 1854 y elimino mucha mano de obra en las hilaturas.

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    FRAGMENTO DE LOS ESTATUTOS DE LA I INTERNACIONAL




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    Enviado por:Karaban
    Idioma: castellano
    País: España

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