Historia


México en el Siglo XX


SIGLO XX.

La dictadura de Porfirio Díaz. Porfirio Díaz gobernó México como un autócrata desde 1876 hasta 1911, exceptuando el periodo de 1880 a 1884, cuando nominalmente el poder estuvo en manos de uno de sus colaboradores. Bajo este periodo, conocido como porfiriato, se dieron importantes avances en el desarrollo económico y comercial: nuevas plantas industriales, extensión de las vías de ferrocarril, obras públicas, mejoramiento de puertos y construcción de edificios públicos. Muchas de las nuevas empresas fueron financiadas y manejadas por extranjeros, ya que otorgó concesiones al capital francés, estadounidense e inglés que llegó a acaparar casi la totalidad de la minería, el petróleo y los ferrocarriles, entre otros sectores, sin permitir que los trabajadores mexicanos ocuparan puestos de responsabilidad. Esto contribuyó al descontento de las clases desfavorecidas que, ahogadas en deudas, soportaban malos tratos, despidos injustificados, largas jornadas de trabajo y explotación.

Además, Porfirio Díaz favoreció a los ricos terratenientes de los grandes estados, incrementando sus propiedades por medio de la asignación de terrenos comunales que pertenecían a los indígenas que quedaron en precarias condiciones, trabajando como peones en los latifundios. El dictador desatendió la educación popular y favoreció a la Iglesia, prestando poca atención a la política de secularización de 1859. El descontento y el espíritu de rebelión se extendieron por todo el país, con brotes que fueron reprimidos violentamente, como los de los indígenas yaquis y mayos, despojados de sus tierras, y las huelgas de 1906 y 1907 de los obreros de Río Blanco y Cananea.

En 1908, enterado de ese descontento, Díaz anunció que recibiría con gusto un candidato opositor para las elecciones de 1910, a fin de demostrar su respeto por la democracia. El candidato propuesto por el grupo liberal fue Francisco Ignacio Madero. La influencia de Madero aumentó y, a pesar de que estuvo un tiempo encarcelado, el dirigente liberal se volvió cada vez más activo. Después de que Díaz fuera reelegido en 1910, Madero fue reconocido como el líder de la revolución popular. Díaz fue obligado a renunciar en 1911 e inmediatamente después abandonó México.

La Revolución. Madero fue elegido presidente en 1911, pero no fue lo suficientemente enérgico para terminar la contienda política y militar. Otros líderes rebeldes, particularmente Emiliano Zapata y Francisco Villa, se negaron a someterse a la autoridad presidencial, y el embajador de Estados Unidos, Henry Lane Wilson, le retiró su apoyo cuando vio que no era posible la negociación, optando por respaldar a sus opositores. Victoriano Huerta, jefe del ejército de Madero, conspiró con los líderes rebeldes y en 1913 se apoderó del control de la capital. Huerta se convirtió en dictador y, cuatro días después de asumir el poder, Madero fue asesinado.

Comenzaron nuevas rebeliones armadas bajo los mandos de Zapata, Villa y Venustiano Carranza, y Huerta renunció en 1914. Carranza tomó el poder ese mismo año y Villa al momento le declaró la guerra. Además de las ambiciones de los líderes militares rivales, se sumó a la confusión la intervención de algunos gobiernos extranjeros velando por la protección de los intereses de sus nacionales. En 1915 una comisión representada por ocho países de América Latina y Estados Unidos reconoció a Carranza como la autoridad legal en México. Los líderes rebeldes, con excepción de Villa, depusieron las armas. Éste perdió la ayuda del gobierno de Estados Unidos, que le suspendió el envío de armas. En respuesta, Villa asesinó a 16 estadounidenses en 1916 e invadió Columbus, Nuevo México, donde dio muerte a otra decena de personas. Como resultado fue enviada una expedición compuesta por un cuerpo del ejército bajo el mando del general John Joseph Pershing, pero fueron rechazados por las tropas de Carranza, también hostil hacia Estados Unidos. Villa siguió creando inestabilidad en el campo mexicano hasta 1920 y en julio de 1923 fue asesinado.


La nueva Constitución de 1917 propició la formulación de un código laboral, prohibió la reelección presidencial, expropió las propiedades de las órdenes religiosas y restableció los terrenos comunales a los indígenas. Muchas de las condiciones de la negociación para el bienestar social y laboral fueron muy avanzadas y radicales para su época. Algunas de las más drásticas estaban encaminadas a frenar la injerencia extranjera en las propiedades mineras y de la tierra.

Carranza fue elegido presidente constitucional en 1917, pero el malestar continuaba. A pesar de que no había puesto en vigor muchos de los preceptos constitucionales, disgustó a las compañías petroleras extranjeras debido a la nueva reglamentación, según la cual el petróleo era un recurso nacional inalienable, y a la imposición de un gravamen a los territorios y contratos petroleros anteriores al 1 de mayo de 1917. En 1920, tres de los principales generales, Plutarco Elías Calles, Álvaro Obregón y Adolfo de la Huerta, se rebelaron contra Carranza, quien fue asesinado, y Obregón fue elegido presidente. Véase Revolución Mexicana.

En 1923, cuando Obregón aceptó discutir y ajustarse a las demandas de las compañías petroleras estadounidenses, fue reconocido por el gobierno de este país. A finales de ese mismo año, Estados Unidos apoyó al régimen de Obregón durante una rebelión provocada por Huerta. En 1924 Calles fue elegido presidente y comenzó a aplicar reformas constitucionales, especialmente en materia agraria; también rehabilitó las finanzas mexicanas, instituyó un programa de educación y arregló con éxito las disputas con las compañías petroleras extranjeras. Al llevar a cabo reformas religiosas, Calles provocó una gran oposición. La Iglesia se negó a reconocer las condiciones de la secularización y las relaciones entre la Iglesia y el Estado se volvieron muy tensas hasta que desembocaron en la llamada Guerra Cristera (1926-1929), lucha en la cual, con métodos de guerrilla, los cristeros, defensores de las instituciones religiosas, atacaron pueblos, haciendas, ferrocarriles y escuelas laicas.

Obregón fue reelegido presidente en 1928, pero fue asesinado meses más tarde por un fanático religioso. La presidencia provisional fue concedida por el Congreso a Emilio Portes Gil. No obstante, la influencia de Calles permanecía como principal fuerza política. Abelardo Rodríguez, socio de Calles, ocupó la presidencia de forma provisional en 1932. Ese mismo año, el Partido Nacional Revolucionario (PNR), el partido del gobierno, proyectó un programa de seis años para un “sistema económico cooperativo tendente hacia el socialismo”, incluyendo una ley laboral, obras públicas, repartición de la tierra y el embargo de los terrenos petroleros de posesión extranjera.


El programa del PNR fue puesto en marcha en 1934 con la elección de Lázaro Cárdenas como presidente. Cárdenas hizo hincapié en las reformas agrarias, el bienestar social y la educación. En 1936 fue aprobada una ley de expropiación que permitía al gobierno expropiar la propiedad privada siempre que fuera necesario para el bienestar público y social. La empresa de ferrocarriles de México se nacionalizó en 1937, así como los derechos sobre el subsuelo de las compañías petroleras. Ese mismo año los trabajadores del petróleo mexicanos fueron a la huelga en demanda de salarios más altos y el acceso a los cargos de responsabilidad en las empresas.

En 1938, después de una decisión de la Suprema Corte que había prestado atención a sus reclamaciones, el gobierno mexicano expropió todas las propiedades petroleras y creó una agencia gubernamental llamada Petróleos Mexicanos (PEMEX) para administrar la industria nacionalizada. Las expropiaciones afectaron seriamente a la industria petrolera, y fue muy difícil para México vender petróleo en territorio estadounidense, alemán y británico. Posteriormente, México fue obligado a ajustarse a tratos de intercambio comercial con Italia, Alemania y Japón. El comercio de petróleo con estas naciones, sin embargo, duró muy poco a causa de la II Guerra Mundial (1939-1945). Cárdenas apoyó la II República española y, tras la Guerra Civil española, que trajo consigo la instauración del régimen franquista, México acogió como exiliados a aproximadamente 40.000 españoles, favoreciendo así el establecimiento del gobierno republicano español en el exilio.

En 1940, Manuel Ávila Camacho, apoyado por los trabajadores mexicanos, fue elegido presidente. Su política fue más conservadora que la de Cárdenas. La llamada “política de buen vecino” de Estados Unidos influyó positivamente en México. Esta política, que promovía la estrecha cooperación con Estados Unidos en materia comercial y militar, llegó a ser muy significativa en 1941 con la inminente participación de Estados Unidos en la II Guerra Mundial. México, con varias restricciones, acordó permitir a la Fuerza Aérea estadounidense el uso de sus campos de aviación y también aceptó exportar materiales críticos y estratégicos (principalmente minerales escasos) sólo a países del hemisferio occidental.

La II Guerra Mundial  México rompió sus relaciones diplomáticas con Japón el 8 de diciembre de 1941 y, tres días más tarde, con Italia y Alemania. El 22 de mayo de 1942, después del hundimiento de dos petroleros mexicanos por submarinos alemanes, el Congreso mexicano declaró la guerra contra Alemania, Italia y Japón. Quince mil soldados mexicanos combatieron en la II Guerra Mundial, con la muy destacada participación de los 233 pilotos aéreos del Escuadrón 201. En junio de ese año México firmó la declaración de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y a finales de 1942 se negoció un acuerdo comercial entre México y Estados Unidos que establecía concesiones arancelarias mutuas. La cooperación militar total entre las dos naciones tuvo efecto en 1943, cuando se acordó que cada país podía alistar en su ejército a los nacionales del otro país que vivieran dentro de sus fronteras. Otros proyectos en tiempo de guerra incluían la creación de una comisión conjunta para la cooperación económica, instituida para encontrar métodos que aliviaran la escasez de alimentos y de materiales estratégicos, y una comisión industrial mexicano-estadounidense orientada a programar la industrialización de México. A cambio, Estados Unidos solicitó mano de obra para cubrir los puestos de los soldados que habían ido a combatir y abrió sus fronteras a 300.000 trabajadores mexicanos. En 1944 México pagó a las compañías petroleras estadounidenses 24 millones de pesos, más unos intereses del 3% por las propiedades petroleras expropiadas en 1938.

México de posguerra. En junio de 1945 México se convirtió en uno de los miembros fundadores de la Organización de las Naciones Unidas. Un año después, en 1946, Miguel Alemán Valdés sucedió a Ávila Camacho como presidente, habiendo sido elegido en una plataforma con un programa político cuyos objetivos eran la distribución equitativa de la riqueza, la realización de obras de irrigación extensivas y una mayor industrialización del país. Alemán mantuvo estrechas relaciones con Estados Unidos. En 1947 el Banco de Exportaciones e Importaciones prestó 50 millones de pesos para ser invertidos en obras públicas y de desarrollo industrial. A finales de ese año el gobierno mexicano anunció que las compañías petroleras británicas y alemanas, demandantes de 250 millones de pesos por las propiedades expropiadas, habían aceptado el pago de 21 millones. En 1948 el gobierno, esforzándose por revertir el balance desfavorable del comercio, devaluó el peso. Las importaciones no esenciales para el desarrollo industrial fueron restringidas de manera notable. En marzo de 1949, por primera vez desde las expropiaciones de 1938, se permitió a dos compañías petroleras estadounidenses realizar perforaciones bajo la supervisión de PEMEX. En el mes de junio el gobierno estabilizó el peso con la ayuda de préstamos por parte del Tesoro de Estados Unidos y del Fondo Monetario Internacional. El 3 de julio de 1949 se celebraron elecciones y el partido del gobierno, conocido ya entonces como Partido Revolucionario Institucional (PRI), ganó por mayoría absoluta en la Cámara de Diputados.

En 1950 la situación económica mexicana mejoró considerablemente, a raíz del préstamo de 150 millones de pesos que otorgó el Banco de Exportaciones e Importaciones para la financiación de varios proyectos con el fin de mejorar el transporte, la agricultura y las instalaciones generadoras de energía en el país. Al año siguiente, el problema de los mexicanos que entraban de forma ilegal a Estados Unidos para tratar de obtener un trabajo temporal en el campo, se convirtió en un asunto de gravedad para los dos gobiernos. Los acuerdos oficiales entre México y Estados Unidos dieron como resultado la entrada legal anualmente de un número determinado de trabajadores. Sin embargo, aproximadamente un millón de personas cruzaban de forma ilegal la frontera cada año. El problema se hizo aún más complicado al demandar el gobierno mexicano el respeto a los derechos laborales de los trabajadores emigrados, y el cese de la hostilidad de las organizaciones agrícolas de ese país, que no aceptaban que los mexicanos estuvieran dispuestos a trabajar a cualquier precio. En marzo de 1952 el Congreso de Estados Unidos aprobó un proyecto de ley estableciendo el castigo por medio de multas y encarcelamiento a aquellos que contrataran extranjeros que hubieran entrado al país de forma ilegal.

El anterior secretario de Gobernación (ministro del Interior), Adolfo Ruiz Cortines, candidato del PRI, fue elegido presidente de México en 1952. Al año siguiente la legislatura ratificó una reforma constitucional extendiendo el derecho al voto a la mujer. En 1958 Ruiz Cortines fue sucedido por Adolfo López Mateos, quien antes había ocupado la secretaría del Trabajo. Revirtiendo una tradición de silencio presidencial en las relaciones con la Iglesia católica, López Mateos declaró que los logros de las metas revolucionarias no deberían encontrar obstáculo alguno en la religión. En 1962 se aprobó una reforma constitucional autorizando al gobierno a promover negocios en los que se compartieran los beneficios con los trabajadores. El descontento campesino se mostró por medio de huelgas de hambre e invasiones ilegales a las grandes propiedades privadas. A principios de 1963 se formó la Central Campesina Independiente para competir con la Confederación Nacional Campesina bajo el dominio del PRI. En el Congreso constitutivo los oradores manifestaron que el país tenía todavía 3 millones de campesinos sin tierra y que 9.600 individuos poseían 80 millones de ha de tierra, de las cuales sólo 20,2 millones eran cultivadas.

Historia reciente En la campaña presidencial de 1964 el candidato del PRI, Gustavo Díaz Ordaz, hizo hincapié en la necesidad de aliviar la situación de los campesinos sin recursos. Apoyado por la mayoría de los partidos políticos, y en oposición al candidato del Partido Acción Nacional (PAN), Díaz Ordaz fue elegido presidente el 5 de julio. México se negó a apoyar la decisión de la Organización de Estados Americanos (OEA), acordada en julio de 1964, de romper relaciones diplomáticas con Cuba; en la explicación se citó una política de no intervención en los asuntos de otras naciones. Durante ese año, Estados Unidos puso fin al acuerdo de entrada legal de trabajadores temporales mexicanos en este país, eliminando de esta forma una importante fuente de ingresos de dólares para México. La acción estadounidense más popular fue la devolución a México del territorio de El Chamizal, en El Paso (Texas), una extensión de casi 160 ha que quedó bajo jurisdicción mexicana por las alteraciones en el curso del río Bravo o Grande del Norte.

En 1966 el presidente Díaz Ordaz anunció la puesta en marcha de un programa de desarrollo y planificación económica para cinco años. Durante ese mismo año, PEMEX comenzó a incrementar el número de plantas petroquímicas en operación. En 1967, en un esfuerzo por mejorar los lazos económicos regionales, el presidente mexicano visitó varios países de América Central. Durante 1968 el gobierno tuvo que enfrentarse a grandes manifestaciones estudiantiles que demandaban la no intervención en las universidades por parte de los cuerpos policiales y el apoyo a la educación superior popular. El 2 de octubre, durante una manifestación en la plaza de Tlatelolco, situada en el centro histórico de la capital, el gobierno intentó acallar el descontento social con una fuerte represión en la que murieron numerosos estudiantes (véase Sucesos de Tlatelolco). Días después se celebraban los Juegos Olímpicos de 1968, bajo la indignación de un importante sector del país.

En 1970, Luis Echeverría Álvarez, anterior secretario de Gobernación, alcanzaba la presidencia. Durante su sexenio se llevó a cabo el crecimiento económico de forma más equilibrada, de manera que todos los niveles de la sociedad mexicana se beneficiaran; Echeverría adoptó medidas para reducir la influencia extranjera en la economía e incrementar las exportaciones. Redujo los lazos con Estados Unidos y en su lugar negoció acuerdos económicos con varias naciones de América Latina, Canadá y la Comunidad Europea (actualmente Unión Europea). Del mismo modo, negoció un acuerdo con el Consejo para la Ayuda Mutua Económica patrocinado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). La economía mexicana creció a un saludable ritmo anual del 6,3% durante el periodo de 1970 a 1974, pero ya en 1975 la tasa de crecimiento económico disminuyó marcadamente y la inflación aumentó de manera sustancial. En un intento por reducir el déficit comercial extranjero, el gobierno devaluó el peso en 1976 en más del 50%, estableciendo una tasa cambiaria flotante. Un hecho potencialmente beneficioso para la economía del país tuvo lugar en 1974 y 1975: el descubrimiento de extensos yacimientos de petróleo crudo en los estados de Campeche, Chiapas, Tabasco y Veracruz. Además, a finales de 1976 Echeverría decretó que unas 100.000 ha de las mejores tierras agrícolas de los estados de Sonora y Sinaloa serían expropiadas mediante el pago de indemnizaciones.

José López Portillo, candidato por el PRI, fue elegido presidente en 1976. Había sido, entre otros cargos, secretario de Hacienda y Crédito Público, por lo que llevó a cabo un programa de austeridad económica después de la toma de poder en diciembre; llamó a los trabajadores a reducir las demandas de salarios y a los empresarios a mantener los precios y a incrementar los gastos de inversión. Los siguientes años se registró una mejora considerable de la economía, a pesar de que la inflación se mantenía alta. En política exterior, López Portillo intensificó los lazos con Estados Unidos en 1977 y restableció las relaciones diplomáticas con España, interrumpidas durante 38 años.

La producción de petróleo aumentó al doble durante la segunda mitad de la década de 1970, lo que, combinado con un considerable aumento de su precio, proporcionó a México una independencia más significativa, especialmente en las relaciones con Estados Unidos. Sin embargo, la baja de los precios del petróleo terminó con los planes de crecimiento, limitándose su producción y exportación. Al término de su mandato, López Portillo impuso la nacionalización de la banca y el control monetario.

Durante la década de 1980 el país siguió una política de reafirmación dentro del continente. En 1982 Miguel de la Madrid Hurtado fue elegido presidente para suceder a López Portillo. A mediados de esta década, el acelerado aumento de la deuda extranjera, unida a la caída de los precios del petróleo, había sumido al país en fuertes dificultades financieras. En medio de informes sobre grandes irregularidades, el PRI reclamó la victoria en las elecciones al Congreso en 1985. En septiembre de ese mismo año un terremoto devastó la capital, en la que murieron posiblemente más de 20.000 personas y miles quedaron sin hogar, lo que agravó todavía más la situación financiera del país. Carlos Salinas de Gortari, candidato del PRI, fue elegido presidente en 1988, nuevamente en medio de grandes protestas por la sospecha de posibles irregularidades en el proceso electoral. También en 1988 el huracán Gilberto devastó la península de Yucatán, cuyas pérdidas se estimaron en 880 millones de pesos.

En 1989 el gobierno de Salinas aceleró la privatización de las empresas del Estado y modificó las regulaciones restrictivas del comercio e inversión para incentivar la inversión extranjera, permitiendo incluso el control mayoritario de las empresas a los inversionistas extranjeros. En octubre, Carlos Salinas y George Bush, reunidos en la ciudad de Washington (Estados Unidos), firmaron lo que fue descrito como el acuerdo más amplio de comercio e inversión concertado entre las dos naciones. En julio de 1992 se modificó la Constitución para reconocer la personalidad jurídica de la Iglesia católica. En diciembre, los presidentes Salinas y Bush, junto con el primer ministro de Canadá, Brian Mulroney, firmaron el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC). La legislatura mexicana ratificó el TLC en 1993 y el acuerdo entró en vigor el 1 de enero de 1994, creando la zona de libre comercio más grande del mundo.

La creación de una zona de libre comercio en América del Norte y la privatización de la industria estatal fueron parte del plan del gobierno de Salinas para revitalizar la economía mexicana. En 1993 el gobierno mexicano había vendido el 80% de sus industrias a inversionistas privados en cerca de 21 billones de pesos y había reducido la inflación del 150% al 10%. Sin embargo, esto no significó que se tomaran medidas efectivas para reducir la enorme deuda extranjera.

El 1 de enero de 1994 un grupo de indígenas, miembros del llamado Ejército Zapatista de Liberación Nacional, EZLN, ocupó cuatro poblaciones del sur de México en el estado de Chiapas. Sus demandas más urgentes eran la autonomía, la restitución de tierras, el establecimiento de un régimen democrático, así como el establecimiento de servicios de salud y educación para toda la población indígena. El grupo se denominó “zapatista” en memoria del líder campesino Emiliano Zapata. A pesar de que las tropas mexicanas recuperaron rápidamente el territorio ocupado y se acordó el alto el fuego, el EZLN provocó una situación que llevó a prolongados debates sobre las demandas formuladas.

En agosto de 1994 Ernesto Zedillo Ponce de León ganó las elecciones presidenciales. Zedillo fue coordinador de la campaña presidencial del candidato del PRI, Luis Donaldo Colosio Murrieta, quien fue asesinado en marzo de 1994 durante un mitin de campaña en la ciudad de Tijuana.

El presidente Zedillo se enfrentó casi de inmediato con una de las peores crisis financieras de México, provocada por un déficit de aproximadamente 30.000 millones de dólares en su cuenta corriente. Se planeó un paquete de rescate internacional bajo la coordinación del presidente estadounidense Bill Clinton, y Zedillo anunció medidas de austeridad y la privatización de los bienes del Estado. Entretanto, el levantamiento del sur de Chiapas, que continuaba bajo el liderazgo del subcomandante Marcos, puso de manifiesto la precaria situación de los indígenas y forzó al gobierno a prestar oídos a sus demandas. En 1996 la economía mexicana, sin haber sorteado por completo la crisis iniciada en 1994, ofrecía síntomas de mejoramiento.

En las últimas elecciones legislativas del 6 de julio de 1997, el PRI perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y los principales partidos de oposición, PAN y PRD, consolidaron su presencia en el Congreso: el PRI alcanzó el 38% de los votos, el PAN el 26% y el PRD el 25%. El presidente de la nación, Ernesto Zedillo, manifestó que “se inicia en el país una nueva actitud política, cultura política y ética de responsabilidad pública”. El PRI, después de 68 años en el poder, sigue hoy disponiendo de la presidencia, la mayoría absoluta en el Senado y la mayoría de los municipios más importantes del país, pero a raíz de esa fecha ha tenido que comenzar a cohabitar, negociar y pactar en el Congreso con los partidos de oposición.

Sin embargo, el conflicto indígena no cesa, sino que se agrava en la región de los Altos de Chiapas. El 22 de diciembre de 1997 fueron asesinados 45 indígenas de la etnia tzotzil en Acteal, municipio de Chenalhó, donde viven actualmente algunos de los miles de desplazados de otras comunidades. La matanza, en su mayoría mujeres y niños, provocó la dimisión del secretario de Gobernación (ministro del Interior), Emilio Chuayffet, y la renuncia del gobernador del estado de Chiapas. El nuevo secretario, Francisco Labastida Ochoa, se enfrenta a una complicada situación en la que se plantea como primera medida la desmilitarización de la zona. El conflicto parece tener una difícil solución.

SUDAMERICA.

El siglo XX o el intervencionismo de Estados Unidos  En ocasiones, durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, el gobierno de Estados Unidos intervino activamente en los asuntos sudamericanos. Se basaba en la teoría de que Estados Unidos, como la nación más poderosa del continente, poseía un `derecho manifiesto' para regular el destino de las inestables repúblicas del sur. Tal política despertó el rechazo y el antagonismo de los países de América Latina. Para calificar esta etapa de la diplomacia estadounidense se utilizaron diversos calificativos, como `diplomacia del dólar' y `política del gran garrote'. En 1933 el presidente Franklin D. Roosevelt anunció que Estados Unidos deseaba ser un `buen vecino' de los países de América, iniciándose así la nueva diplomacia estadounidense de amistad y cooperación conocida como `política de buena vecindad'. En ambas guerras, la mayoría de las naciones del continente cooperaron decisivamente con Estados Unidos. Durante la II Guerra Mundial se desarrolló tanto la cooperación militar como la económica.

En 1960, seis países sudamericanos y México firmaron un tratado que creaba un Acuerdo Latinoamericano de Libre Comercio (ALALC). Al año siguiente, el presidente John F. Kennedy dio un nuevo enfoque a la ayuda económica para América Latina con la creación de la Alianza para el Progreso. Era un programa que prometía realizar reformas económicas y sociales en las repúblicas americanas. En abril de 1967 los países miembros de la alianza se reunieron en Punta del Este, Uruguay, para evaluar el progreso y reafirmar su compromiso con la alianza. El punto más importante que se acordó fue la creación de un Mercado Común Latinoamericano, que reemplazaría a la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio. Hacia 1971, diez años después de la creación de la Alianza, surgieron problemas por los decepcionantes resultados, debidos al inesperado aumento de la población, el creciente desempleo y la persistente distribución desigual de la riqueza y de la tierra. A principios de la década de 1980 estos problemas se agravaron en la mayoría de los países sudamericanos a causa de la recesión económica internacional, y la carga de una deuda externa en continuo aumento agotó la vitalidad económica de la región durante el resto de la década. En la década de 1990 las perspectivas mejoraron para la mayoría de los países de Sudamérica. El promedio del producto nacional bruto (PNB) aumentó más del 3% en la primera mitad de la década, y el alto nivel de inflación previsto empezó a ser controlado. En 1995, la creación de la organización comercial Mercosur (integrada inicialmente por Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay) intentó ayudar a las economías del subcontinente a lograr la autosuficiencia. Sin embargo, quizá el rasgo más prometedor sea el rechazo de los países de Sudamérica a las dictaduras militares y el impulso en favor de gobiernos democráticos.

EUROPA.

El siglo XX  Para la mayoría de los europeos la época comprendida entre 1871 y 1914 fue la Belle Époque. La ciencia había hecho la vida más cómoda y segura, en un principio el gobierno representativo había conseguido una gran aceptación y se esperaba con confianza el progreso continuo. Orgullosas de sus logros y convencidas de que la historia les había asignado una misión civilizadora, las potencias europeas reclamaron enormes territorios de África y Asia para convertirlos en sus colonias. No obstante, algunos creían que Europa estaba al borde de un volcán. El novelista ruso Fiódor Dostoievski, el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, el psiquiatra austriaco Sigmund Freud y el sociólogo alemán Max Weber advirtieron sobre el optimismo fácil y rechazaron la concepción liberal de una humanidad racional. Tales presagios comenzaron a parecer menos excéntricos a la luz de las dudas contemporáneas que suscitaba el consenso liberal. Un nuevo y virulento brote de antisemitismo surgió en la vida política de Austria-Hungría, Rusia y Francia; en la cuna de la revolución, el caso Dreyfus amenazó con derribar la Tercera República. Las rivalidades nacionales se exacerbaron por la competición imperialista y el problema de las nacionalidades en la mitad húngara de la Monarquía Dual se intensificó debido a la política de magiarización del gobierno húngaro y la influencia de las unificaciones alemana e italiana en los pueblos eslavos.

Mientras, la clase trabajadora industrial crecía en número y fuerza organizada, y los partidos socialdemócratas marxistas presionaban a los gobiernos europeos para equiparar las condiciones y las oportunidades de trabajo. El emperador Guillermo II de Alemania apartó de su lado a Bismarck en 1890. Durante dos décadas, el `canciller de hierro' había servido como el “honesto corredor de bolsa” de Europa, al realizar con gran destreza una asombrosa política de alianzas internacionales que permitieron el mantenimiento de la paz en el continente. Ninguno de sus sucesores poseía la habilidad necesaria para preservar el sistema de Bismarck, y cuando el emperador incompetente desechó la realpolitik en favor de la weltpolitik (la política imperial), Gran Bretaña, Francia y Rusia formaron la Triple Entente.

Las guerras mundiales  El peligro alemán, junto a la rivalidad entre Rusia y Austria en los Balcanes, implicaba una actividad diplomática que presentaba dificultades demasiado grandes para los mediocres funcionarios que dirigían los ministerios de Asuntos Exteriores europeos en la víspera de 1914. Cuando el terrorista serbio Gavrilo Princip asesinó al archiduque austriaco Francisco Fernando de Habsburgo el 28 de junio de 1914, no hizo sino encender la mecha del barril de pólvora sobre el que se asentaba Europa.

La I Guerra Mundial. Lo que se había proyectado como una breve guerra entre potencias, se convirtió en una lucha de cuatro años entre pueblos. En las últimas semanas de 1918, cuando finalmente terminó la guerra, los imperios alemán, austriaco y ruso habían desaparecido, y la mayor parte de una generación de jóvenes murió. El presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, fue la principal figura de la conferencia de paz de París (1919) demostró ser una señal de lo que estaba por llegar. Decidido a convertir el mundo en un lugar “seguro para la democracia”, Wilson había implicado a Estados Unidos en la guerra contra Alemania en 1917. Mientras proclamaba su llamada a una Europa democrática, Lenin, el dirigente bolchevique que en el mismo año se hizo con el poder en Rusia, llamaba al proletariado europeo a la lucha de clases y sentaba las claves ideológicas de la revolución socialista. Ignorando ambas premisas ideológicas, Francia y Gran Bretaña insistieron en una paz con reparaciones económicas, y Alemania, Austria, Hungría, Bulgaria y Turquía fueron obligados a firmar tratados que no tenían nada que ver con sueños mesiánicos.

El periodo de entreguerras  En las postrimerías de la catastrófica guerra y de una epidemia de gripe que provocó veinte millones de muertos en todo el mundo, muchos europeos creyeron que eran testigos de la `decadencia de Occidente'. Por supuesto, aún podían encontrarse signos de esperanza: se había fundado la Sociedad de Naciones y se decía que en el este y el centro de Europa había triunfado el principio de la autodeterminación. Rusia se había liberado de la autocracia zarista y Alemania se había convertido en una república. No obstante, la Sociedad de Naciones ejerció poca influencia, y el nacionalismo continuó siendo una espada de doble filo. La creación de Estados nacionales en Europa central llevaba consigo necesariamente la existencia de minorías nacionales, porque la etnicidad no podía ser el único criterio para la construcción de fronteras defendibles. Los zares habían sido reemplazados por los bolcheviques, que rechazaron reconocer la legitimidad de cualquier gobierno europeo. Lo más importante fue, quizás, que el Tratado de Versalles, al establecer que existía un culpable de la guerra, había herido el orgullo nacional alemán, mientras que los italianos estaban convencidos de que les habían negado su parte legítima del botín de posguerra.

Benito Mussolini, al explotar el descontento nacional y el temor ante el comunismo, estableció una dictadura fascista en 1922. Aunque su doctrina política era vaga y contradictoria, se dio cuenta de que, en una época en la que la política dirigida a las masas estaba en pleno auge, una mezcla de nacionalismo y socialismo poseía el mayor potencial revolucionario. En Alemania, la inflación y la depresión dieron a Adolf Hitler la oportunidad de combinar ambas ideologías revolucionarias. A pesar de su nihilismo, Hitler nunca dudó de que el Partido Nacional Socialista Alemán era el vehículo prometido a su ambición. Por su parte, el sucesor de Lenin, Stalin, subordinó el ideario internacionalista de la revolución al concepto de la defensa de la patria rusa, y al proclamar `el socialismo en un único país', erigió un aparato gubernamental jamás igualado en omnipresencia.

La crisis española desembocó en el destronamiento pacífico de la monarquía, tras las elecciones municipales de 1931. Pero la República fue contestada desde sus inicios por las fuerzas conservadoras y los sectores más radicales del anarcosindicalismo; los poderes fácticos, la Iglesia y los terratenientes, provocaron enfrentamientos políticos y sociales. En 1936 estalló una guerra civil, que dividió de inmediato a la opinión pública en todo el mundo. Acabó en 1939 con el triunfo del general Francisco Franco, que había tenido el apoyo decisivo de Hitler y Mussolini.

La II Guerra Mundial  Al afrontar la creciente beligerancia de estos estados totalitarios y el confirmado aislamiento de Estados Unidos, las democracias europeas se encontraron a la defensiva. Bajo el liderazgo de Neville Chamberlain, Gran Bretaña y Francia adoptaron una política de apaciguamiento, que sólo fue abandonada tras la invasión alemana de Polonia el 1 de septiembre de 1939. Cuando la II Guerra Mundial comenzó, las rápidas victorias del ejército alemán persuadieron a casi todos, excepto a Winston Churchill, de que el `nuevo orden' de Hitler era el destino de Europa. Pero después de 1941, cuando Hitler ordenó el ataque a la Unión Soviética y los japoneses bombardearon Pearl Harbor, soviéticos y estadounidenses se unieron a Gran Bretaña en un esfuerzo común para obligar a Alemania a rendirse incondicionalmente. El rumbo de la guerra cambió en 1942 y 1943 y tras el desembarco y la batalla de Normandía, Alemania y sus restantes aliados sucumbieron al final de una terrible lucha en los frentes oriental y occidental. En la primavera de 1945, Hitler se suicidó y una Alemania arrasada se rindió a las potencias aliadas.

La era de posguerra  En los días finales de la guerra, las unidades militares de Estados Unidos y la Unión Soviética se encontraron en su avance cerca de la ciudad alemana de Torgau. Este elocuente encuentro simbolizó la decadencia del poder europeo y la división del continente en dos esferas de influencia, estadounidense y soviética. En poco tiempo, la tensión y la sospecha engendrada por la proximidad geográfica de las dos superpotencias mundiales tomó la forma de Guerra fría, una prueba de nervios que fue particularmente dura en el nacimiento de la era atómica.

Enfrentamiento Este-Oeste   La URSS estaba decidida a establecer una zona de seguridad en Europa oriental que la separara del mundo capitalista europeo. Entre 1945 y 1948, dictadores apoyados por la Unión Soviética consiguieron el poder en el corazón de Europa, desgarrado por la guerra. En Alemania, las zonas de ocupación aliadas comenzaron a transformarse en entidades políticas; en 1949, los gobiernos de Alemania Occidental y Alemania Oriental ya se habían creado, con lo que simbolizaban la división del continente. Alarmado por el establecimiento de gobiernos comunistas en Europa oriental y por la vulnerabilidad de Europa occidental, que se encontraba en ruina económica, el secretario de Estado de Estados Unidos, George C. Marshall, propuso un programa de ayuda de largo alcance destinado a acelerar la recuperación económica europea. Éste, rechazado por los gobiernos de Europa Oriental bajo la hegemonía de la Unión Soviética, posibilitó una milagrosa recuperación económica de Europa Occidental. La creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) evidenció aún más la dependencia europea de Estados Unidos.

Al rechazar la invitación de Hitler a participar en la guerra, el general Franco logró mantenerse neutral, pero no consiguió ganarse la simpatía de los `aliados', que le negaron los beneficios y las ayudas del Plan Marshall. Entre 1945 y 1953 el gobierno español tuvo que soportar el ostracismo internacional, tras ser rechazada su presencia en las organizaciones internacionales del mundo occidental.

Los Estados europeos, que ya no eran dueños de sus destinos, en especial Francia y Gran Bretaña, fueron forzados a desmantelar sus imperios. Durante las primeras dos décadas de la posguerra tuvo lugar un impresionante proceso de descolonización, que fue preparado en parte por el auge de los movimientos nacionales en Asia, África y Oriente Próximo en el periodo de entreguerras. Esta decadencia del imperialismo y el colonialismo reflejó la crisis europea, tanto espiritual como política. Las aplastantes revelaciones en relación con los campos de concentración nazis y los dolorosos recuerdos de colaboración se transformaron en un sentimiento de culpabilidad generalizada. Para muchos, el existencialismo del filósofo francés Jean Paul Sartre representó la última palabra en lo concerniente a la condición humana.

Resistencia al control soviético Casi desde el principio, los dirigentes soviéticos aprendieron que el fuerte orgullo nacional que anima a los pueblos de la Europa Oriental no podía ser suprimido fácilmente. En 1948 fueron incapaces de impedir que Josip Broz Tito (un combatiente de la resistencia comunista), se embarcara en una aventura distinta: el socialismo autogestionario en Yugoslavia (véase Partidos comunistas). En 1953, el año de la muerte de Stalin, los alemanes orientales se amotinaron, y en 1956 los húngaros libraron una heroica batalla (destinada al fracaso) contra los soviéticos. En 1968, de nuevo el control soviético fue puesto a prueba en Checoslovaquia, donde el dirigente comunista Alexander Dubcek comenzó la liberalización de la vida checa durante el breve periodo conocido como la primavera de Praga. Otra vez las fuerzas militares soviéticas, junto a tropas de otros países del Pacto de Varsovia, aplastaron el experimento del `socialismo con rostro humano', pero voces de resistencia y reforma continuaron haciéndose oír. La propia URSS tuvo que hacer frente a las presiones nacionalistas cuando algunas de sus repúblicas comenzaron a rechazar el gobierno central.

En España, a partir de 1953, el general Franco supo sacar ventaja de su proclamado anticomunismo, y consiguió reanudar relaciones y contactos con los gobiernos occidentales e iniciar su entrada en todos los organismos, empezando por la UNESCO en ese mismo año.

Resistencia a la influencia estadounidense  Los estadounidenses, que habían sido mucho mejor recibidos que los soviéticos, trataron a los europeos como aliados en la Alianza Atlántica. Algunos, en cambio, percibieron los peligros de la influencia de Estados Unidos. Éste fue el caso del general Charles de Gaulle, que se convirtió en el presidente de la V República de Francia en 1959. Al negarse a conceder a Estados Unidos una presencia permanente en Europa Occidental, De Gaulle interrumpió la colaboración francesa con la OTAN y comenzó a desarrollar una fuerza disuasoria nuclear propia. Debido a la relación especial que Gran Bretaña mantenía entonces con Estados Unidos, el presidente francés vetó la candidatura británica a la Comunidad Económica Europea (CEE) o Mercado Común. De Gaulle, que veía a Europa extenderse del Atlántico a los Urales, abogó por una inestable federación de estados independientes. El primer paso en esa dirección había sido tomado en 1951, cuando Francia, la República Federal de Alemania, Italia y los Países Bajos se pusieron de acuerdo en establecer el Mercado Común del Carbón y el Acero. A esto le siguió en 1957 la formación de la Comunidad Económica Europea. En 1975, tras la muerte de Francisco Franco, se inició en España un periodo de transición, que culminó en las primeras elecciones libres de 1977 y la proclamación de una Constitución democrática en 1978.

El futuro de Europa  A principios de 1980, cuando el sindicato polaco Solidaridad estaba en pleno apogeo, el gobierno, con el apoyo soviético, declaró la ley marcial y encarceló a muchos de los disidentes anticomunistas. A finales de la misma década, sin embargo, las condiciones económicas de Europa Oriental se deterioraban rápidamente y los gobiernos comunistas no pudieron retener por más tiempo las protestas públicas. Durante 1989 y 1990, las elecciones libres dieron lugar a gobiernos democráticos en Polonia, Hungría y Checoslovaquia. A finales de 1989 la línea divisoria entre Este y Oeste, el muro de Berlín, fue derribado; el régimen de la República Democrática Alemana se disolvió, y en octubre de 1990 Alemania Oriental fue absorbida por la Alemania Occidental (República Federal de Alemania). En septiembre de 1991 la independencia de tres repúblicas bálticas de la Unión Soviética, Estonia, Letonia y Lituania, fue reconocida a nivel internacional; la URSS también aceptó antes del final de 1991 la independencia del resto de las repúblicas soviéticas, lo que significó su total desintegración. La Comunidad de Estados Independientes (CEI), formada en diciembre de 1991 por prácticamente todas las antiguas repúblicas soviéticas, fue la sucesora de la URSS.

El desarrollo político en Europa y la antigua URSS provocó un importante cambio que afectó a la presencia militar estadounidense en el continente. A finales de 1995, el Ejercito estadounidense había reducido sus instalaciones militares en Europa de un total de 893 a 319.

En Europa Occidental, el final de la Guerra fría levantó esperanzas de cooperación total, e incluso de amistad entre Este y Oeste. Estas perspectivas se ensombrecieron, no obstante, con la creciente inestabilidad de las antiguas repúblicas soviéticas y por el estallido de la guerra entre serbios y croatas en Croacia, y serbios, croatas y musulmanes en Bosnia-Herzegovina. En abril de 1992, cuatro de las seis repúblicas constituyentes de Yugoslavia (Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina y Macedonia) habían declarado su independencia, y las dos restantes (Serbia y Montenegro) se habían unido y constituido una nueva Yugoslavia. En cambio, la comunidad internacional se negó a reconocerla como Estado soberano. La guerra continuó hasta 1996, tras la firma de los Acuerdos de Dayton.

El 1 de enero de 1993, asimismo, Checoslovaquia se dividió en dos repúblicas distintas, la República Checa y Eslovaquia.

Por su parte, los países miembros de la Comunidad Europea (ahora llamada Unión Europea) habían establecido en un principio el 1 de enero de 1993 como fecha límite para la integración económica. El tratado de la Unión Europea o Tratado de Maastricht, diseñado para intensificar la integración política y económica de la Comunidad Europea, fue ratificado finalmente por los doce miembros de la Unión Europea en 1993. Ésta eliminó la mayor parte de las fronteras comerciales interiores y permitió la libre circulación de ciudadanos de la Unión, además de elegir a la ciudad alemana de Frankfurt como sede del nuevo Instituto Monetario Europeo. Pero los planes para adoptar políticas de defensa común a través de la Unión Europea Occidental y crear una moneda única a finales del siglo XX se han retrasado. En mayo de 1994, Finlandia, Suecia y Austria solicitaron su ingreso en la Unión Europea (UE), que se hizo efectivo en 1995. El 15 de diciembre de 1996 se aprobó el estatuto jurídico del euro (nombre adoptado un año antes para la futura moneda única europea), el nuevo Sistema Monetario Europeo (SME) y el llamado Pacto de Estabilidad, por el que los estados miembros deben continuar sus respectivas políticas de convergencia una vez que, en 1999, comience a utilizarse el euro.

En 1993 Europa sufrió una recesión económica y un alto nivel de desempleo. Además, el flujo de exiliados y refugiados procedentes de Europa suroriental y el norte de África provocó una escalada del nacionalismo racista y xenófobo y de rechazo contra los inmigrantes, especialmente en la Alemania reunificada. Pero el proceso irreversible tendente a la eliminación de fronteras dentro de la Unión Europea, la solicitud de ingreso en la misma realizada por países del antiguo bloque del Este y la apertura en 1994 del túnel del Canal de la Mancha, que une Dover y Calais, después de más de cinco años de construcción, son algunos buenos ejemplos del espíritu favorable a la cooperación y al entendimiento entre los pueblos y los ciudadanos del Viejo Continente.

ASIA.

Para establecer su supremacía, los colonizadores europeos adoptaron un acercamiento gradual. A las peticiones de comercio seguían demandas de fortificaciones y tierra para proteger dicho comercio, así como de concesiones para explotar los recursos locales. Los imperialistas construyeron ferrocarriles, carreteras, canales y algunas escuelas. También invirtieron en plantaciones, pozos petrolíferos y otras empresas conectadas con el mundo económico, pero la mayoría de los beneficios se iban al extranjero. Mientras tanto, el crecimiento de la población ocasionó la fragmentación de las granjas, la urbanización y graves problemas sociales.

Excepto en Japón y en Siam, las instituciones tradicionales asiáticas fueron demasiado lentas en asimilar o adoptar técnicas o ideologías occidentales para prevenir una explotación humillante, los tratados desiguales o la cesión del gobierno a manos extranjeras. Ya durante la II Guerra Mundial, el nacionalismo y el socialismo se habían propagado entre la elite nativa educada a la manera occidental, y los movimientos autonómicos e independentistas surgieron en toda Asia. Los gobiernos coloniales, sin embargo, respondían lentamente a las expectativas que dichos movimientos generaban.

El adiestramiento de ejércitos nativos y la educación de una elite por parte de los poderes coloniales produjeron fuerzas internas que destruyeron las dinastías existentes y provocaron las reformas y la modernización. En el Imperio otomano e Irán, los oficiales del ejército entrenados en el extranjero alcanzaron el poder, estimularon el nacionalismo y promovieron la modernización de forma inexorable.

La participación nativa en el gobierno colonial de la India se amplió gradualmente, pero el ritmo nunca satisfizo las aspiraciones indias. Las escuelas, que enseñaban ideas liberales, producían más graduados de los que podía acoger el mercado de trabajo. El creciente descontento encontró nuevas voces: en 1885 en el Congreso Nacional Indio, dominado por los hindúes, y en 1906 en la Liga Musulmana. El fracaso de Gran Bretaña en garantizar a la India la esperada posición de dominio tras la I Guerra Mundial estimuló el movimiento de independencia dirigido por Mohandas Gandhi; en 1940 la Liga Musulmana, dirigida por Muhammad Alí Jinnah, exigió la creación de un Estado musulmán independiente.

Mientras China soportaba la explotación extranjera, además de revoluciones y catástrofes naturales, muchos chinos creyeron que la dinastía Qing había perdido el mandato divino, que emanaba del cielo (Tian) para gobernar. Sin embargo, dudaban que cualquier otra dinastía pudiera hacer frente a las tecnologías e ideologías occidentales sin modificar o eliminar el sistema confucianista. La derrota de China ante Japón en 1894 puso de manifiesto aún más su ineptitud y estimuló la disidencia. En 1911, una revolución acabó con la dinastía Qing, pero los generales apartaron del poder a republicanos idealistas como Sun Yat-sen. Durante la I Guerra Mundial, China se desintegró bajo gobiernos militares.

El pésimo trato que recibió China en las conferencias de paz soliviantó a los estudiantes. Algunos se hicieron nacionalistas republicanos y otros se inclinaron hacia el comunismo y la recién creada Unión Soviética. A esto siguió una larga guerra civil entre el partido nacionalista Guomindang dirigido por Jiang Jieshi y los comunistas dirigidos por Mao Zedong. Fueron incapaces de unirse incluso contra los invasores japoneses, que ya en 1941 habían avanzado desde el estado títere creado en Dongbei Pingyuan (Manchuria) hacia el interior de la misma China.

Siam mantuvo su independencia gracias a dos reyes progresistas, Mongkut y Chulalongkorn. La monarquía constitucional fue instaurada en 1932, pero los golpes de Estado que siguieron pusieron al frente del gobierno a dictadores militares, a la vez que la nueva denominación dada por éstos al país, Tailandia, simbolizaba el creciente nacionalismo.

La victoria de Japón sobre Rusia en 1904-1905 (véase Guerra Ruso-japonesa) estimuló el prestigio internacional de Japón y lo preparó para convertirse en una potencia colonial, algo que consiguió con la anexión de Corea en 1910. La I Guerra Mundial interrumpió las exportaciones europeas y permitió a Japón expandir sus mercados; pero la Gran Depresión (1930) llevó a los ambiciosos oficiales jóvenes a presionar en favor de una política ultranacionalista. Japón inició una poderosa expansión militar: la conquista de Dongbei Pingyuan (Manchuria), las invasiones de China y el Sureste asiático, y, en 1940, la alianza con Adolf Hitler y Benito Mussolini, que aceptaron los planes japoneses de un nuevo orden en Asia oriental y suroriental.

La II Guerra Mundial dio al continente una importancia internacional cuando las rápidas conquistas japonesas revelaron la vulnerabilidad de las potencias occidentales. India fue el área de operaciones aliadas, mientras que en el suroeste de Asia los aliados ocuparon zonas estratégicas para proteger las rutas de suministros. La victoria final de estos últimos estimuló aún más las expectativas asiáticas de independencia y modernización.

Al final de la década de 1950, los movimientos a favor de la independencia, avivados por la intensificación del nacionalismo, habían acabado con la mayoría de los gobiernos coloniales de Asia. Pero todavía persistían importantes diferencias. En el subcontinente indio, la conflictividad religiosa provocó la creación de dos estados separados por la religión en lo que había sido la colonia británica: Pakistán, un país de mayoría musulmana, y la Unión India, de mayoría hindú. En 1971 la zona oriental de Pakistán se separó bajo el nombre de Bangladesh. Las disputas fronterizas dificultaron las relaciones entre indios y paquistaníes; mientras en Pakistán se sucedieron una serie de gobiernos militares, la India mantenía una democracia parlamentaria.

En el suroeste de Asia, el acontecimiento más destacado tras la contienda fue la creación, en 1948, del Estado de Israel en territorio palestino, a modo de compensación y como consecuencia directa del horrible exterminio al que los nazis habían sometido a los judíos europeos durante la II Guerra Mundial, conocido con el nombre de Holocausto. Los países árabes observaron con desagrado cómo la recién creada Organización de las Naciones Unidas aprobaban la constitución de un país que, de forma inmediata, suscitó la oposición de las naciones de la región, favorables a la causa palestina (por la que se abogaba a favor de la constitución de un Estado palestino en ese mismo territorio). Las hostilidades entre Israel y sus vecinos árabes, Egipto, Siria, Irak y Jordania, interrumpieron el comercio mundial con el cierre del canal de Suez (1956-1957, 1967-1975), mientras Israel ocupaba cada vez mayores extensiones de territorio árabe. Los refugiados palestinos expulsados de Israel crearon la Organización para la Liberación de Palestina y exigieron la devolución de sus tierras. Los esfuerzos en favor de un acuerdo dieron lugar a un tratado de paz egipcio-israelí en 1979, pero las diferencias árabe-israelíes no pudieron ser solucionadas. Tras la conclusión de la guerra del Golfo Pérsico en 1991, Israel y otros países del Próximo Oriente se reunieron en Madrid, España, en noviembre del mismo año. Las conversaciones, iniciadas en Madrid y concluidas en la ciudad de Washington, Estados Unidos, en 1993, representaron para muchos países los primeros contactos directos con Israel.

Oriente Próximo se había dividido en numerosos estados, cada uno sujeto a tensiones internas. Irán, por ejemplo, experimentó una explosión nacionalista en la década de 1950 bajo su carismático primer ministro, Mohammed Mossadegh, que nacionalizó la industria petrolífera. Veinticinco años más tarde, una rebelión popular, dirigida por el nacionalismo religioso y las fuerzas políticas democráticas, provocó la destitución de Muhammad Reza Shah Pahlavi, que había sido apoyado por los Estados Unidos. Mientras el triunfante gobierno revolucionario islámico se estabilizaba, militantes islámicos secuestraron al personal de la embajada de los Estados Unidos y provocaron una larga crisis internacional; entretanto, Irak aprovechó la oportunidad para emprender una sangrienta, costosa, y a la larga negativa para sus intereses, guerra fronteriza con su vecino oriental. Irak ocupó Kuwait en 1990, pero la guerra del Golfo Pérsico de 1991 restauró la independencia kuwaití.

La rivalidad de posguerra entre las ideologías comunista y capitalista fue parte de la contienda global entre la Unión Soviética y los Estados Unidos. El comunismo atrajo a muchos asiáticos ansiosos de independencia, gobiernos participativos y reformas sociales. Con la creación de la República Popular de China en 1949 apoyada por los soviéticos, y la retirada de los nacionalistas a Taiwan, respaldados por los Estados Unidos, la doctrina comunista se expandió por la región. Esta victoria fue atenuada por el reconocimiento, por parte de las Naciones Unidas (ONU), de la República de China, establecida por los nacionalistas en Taiwan. Bajo Mao Zedong, los comunistas chinos (hasta 1960 respaldados por la Unión Soviética) llevaron a la práctica programas socialistas radicales, que acabaron en la destructiva Revolución Cultural proletaria de 1966-1969. Mientras las diferencias entre chinos y soviéticos aumentaban, los Estados Unidos iniciaron contactos diplomáticos con la China comunista. La República Popular sustituyó a China en la ONU en 1971, y en 1979 fue reconocida como el único gobierno legítimo y representativo de China.

En 1975, las fuerzas nacionalistas de ideología comunista también se impusieron en Vietnam, cuando la República Democrática de Vietnam, instaurada en el norte del país y auxiliada por la Unión Soviética y China, derrotó a la República de Vietnam, establecida en el sur y apoyada militarmente por los Estados Unidos (véase Guerra de Vietnam). La victoria comunista en Laos y Vietnam, así como la instauración del régimen de Pol Pot en Camboya, provocaron la huida en masa de refugiados a otros países de Asia, Europa y América del Norte (véase Jemer rojo).

En otras zonas de Asia las fuerzas comunistas fracasaron. El recién constituido gobierno independiente de Filipinas destruyó a los `hukbalahaps' comunistas (huks), y los grupos derechistas malayos, con ayuda militar británica, contuvieron a las guerrillas comunistas. El Partido Comunista de Indonesia, que prosperó gracias al dirigente de la independencia Sukarno, fue prohibido en 1965. La masacre resultante combinó las motivaciones ideológicas y nacionalistas, pues muchos comunistas indonesios eran chinos.

En Corea, que había sido fragmentada tras la ocupación de las fuerzas soviéticas y estadounidenses, los comunistas del norte invadieron el sur en 1950. Mientras las fuerzas de la ONU repelían a las tropas de Corea del Norte, la intervención de la China comunista provocó la división del territorio coreano.

Ningún país asiático permaneció ajeno a la confrontación de la Guerra fría entre la Unión Soviética y Occidente, dirigida por los Estados Unidos. El fracaso de los sucesivos gobiernos turcos en detener la propagación de la violencia política, instigada por las facciones extremistas de izquierda y derecha, y en frenar la inflación, provocaron que los militares dieran varios golpes de Estado, el último de ellos en 1980. Durante la mayor parte de la década de 1970 y principios de la década de 1980, la India se alineó con la Unión Soviética en varios asuntos de política internacional, en parte como respuesta al apoyo estadounidense y chino que recibió Pakistán. En Japón, la izquierda política logró hacerse con la hegemonía en los sindicatos obreros y los asociaciones de estudiantes. Este hecho se debió, por una parte, a la permanencia del Partido Liberal Demócratico al frente del gobierno y a las revelaciones sobre corrupción de altos cargos públicos, y, por otra, a la continuada intervención militar estadounidense en el país.

La expansión económica e industrial ha convertido a algunos países asiáticos en líderes mundiales en riqueza y producción industrial. Durante la década de 1970, Japón desplazó a los Estados Unidos en la producción de automóviles, productos electrónicos y acero.

El petróleo también se convirtió en una potente arma política. Durante la guerra del Yom Kippur de 1973, los productores de petróleo árabes impusieron un embargo a los países que apoyaron a Israel. Las naciones exportadoras de petróleo, en acción conjunta, subieron los precios del crudo durante el final de la década de 1970 y provocaron una severa inflación y recesión en los países importadores de petróleo, que precipitó el aumento de la deuda de muchos países en vías de desarrollo. La Guerra Irano-iraquí, que en un principio pareció amenazar la producción de petróleo, finalmente provocó una reducción de los precios del crudo, pues fomentó la desunión entre los países productores de Oriente Próximo. La invasión iraquí de Kuwait, en 1990, también afectó a la producción, debido a que los pozos petrolíferos fueron incendiados por las fuerzas iraquíes en retirada, tras su derrota en la guerra del Golfo Pérsico en 1991. Además, la guerra destapó la fragilidad de la situación política en Oriente Próximo.

A pesar de los múltiples conflictos surgidos entre los países integrantes del continente asiático, motivados por disputas ideológicas y territoriales, así como de las crisis políticas que periódicamente se suceden en cada país (a causa de la ausencia de libertades y derechos democráticos), amplios sectores de Asia disfrutaron, durante la década de 1980 y la primera mitad de la década de 1990, de un importante crecimiento económico y mejoraron sus niveles de vida, si bien el reparto de la riqueza no se efectuó tal y como demandaban la mayor parte de sus habitantes y los organismos internacionales. Esta coyuntural mejora económica y social sufrió, además, un duro revés con la crisis financiera que estalló en 1997 en los países asiáticos más desarrollados, como Japón, Corea del Sur, Indonesia y Maysia.

AFRICA.

Una vez que los territorios fueron conquistados y pacificados, las administraciones europeas comenzaron a desarrollar sistemas de transporte, de manera que las materias primas destinadas a la exportación pudieran ser embarcadas con mayor facilidad en los puertos, y a establecer sistemas de impuestos que iban a obligar a los agricultores de subsistencia a plantar cultivos rentables o a dedicarse al trabajo migratorio. El comienzo de la I Guerra Mundial interrumpió ambos esfuerzos políticos ya encauzados. Durante el curso de la guerra, los territorios alemanes del oeste y suroeste de África fueron conquistados y más tarde, bajo el mandato de la Sociedad de Naciones, fueron repartidos entre las distintas potencias aliadas. Miles de africanos lucharon en la guerra o sirvieron como porteadores para las fuerzas aliadas. La resistencia a la guerra se limitó a la corta rebelión, en 1915, de John Chilembwe, un sacerdote africano, en Nyasaland (hoy Malawi).

Tras la I Guerra Mundial los esfuerzos destinados a explotar las colonias se moderaron y se prestó más atención a mejorar los servicios educativos y médicos, a ayudar al desarrollo y a salvaguardar los derechos territoriales de las colonias africanas. No obstante, algunas colonias ocupadas por blancos, como Argelia, Rhodesia del sur (hoy Zimbabue) y Kenia, recibieron una considerable autonomía interna. Rhodesia del sur se convirtió en colonia autónoma de la Corona británica en 1923, con casi ninguna disposición referente al voto de africanos. Durante el periodo de entreguerras comenzaron a emerger varios movimientos nacionalistas y de protesta. Sin embargo, la mayoría de las veces la elección de miembros se limitaba a los grupos africanos occidentalizados. Sólo en Egipto y Argelia, donde gran número de africanos habían abandonado su modo de vida tradicional y desarrollaban nuevas identidades y fidelidades, se formaron partidos políticos de masas. Etiopía, que anteriormente había resistido con éxito la colonización europea, cayó ante la invasión italiana de 1936 y no recobró su independencia hasta la II Guerra Mundial. Con el comienzo de la guerra, los africanos sirvieron en las fuerzas aliadas, incluso en número superior a la anterior guerra, y las colonias apoyaron en general la causa aliada. La lucha en el continente, que se limitó al norte y noroeste de África, acabó en mayo de 1943.

Tras la guerra, las potencias coloniales europeas quedaron psicológica y físicamente debilitadas, y la balanza de poder internacional se trasladó a los Estados Unidos y la Unión Soviética, dos estados declarados anticolonialistas. En el norte de África, la oposición al gobierno francés se desarrolló a partir de 1947 con actos terroristas esporádicos y motines. La revolución argelina comenzó en 1954 y continuó hasta la independencia del país en 1962, seis años después de que Marruecos y Túnez lograran su independencia. En el África subsahariana francesa se hicieron esfuerzos para contrarrestar los movimientos nacionalistas, al conceder a los habitantes de los territorios la ciudadanía total y permitir a diputados y senadores de cada territorio asistir a las sesiones de la Asamblea Nacional francesa. No obstante, el sufragio limitado y la representación comunal asignada a cada territorio se demostró inaceptable. En los territorios británicos el ritmo de cambio también se aceleró después de la guerra. Empezaron a aparecer partidos políticos que englobaron a tantos grupos étnicos, económicos y sociales como fue posible. En Sudán, los desacuerdos entre Egipto y Gran Bretaña sobre la dirección de la autonomía sudanesa obligó a que los británicos aceleraran el proceso de independencia de estos territorios, y Sudán se independizó en 1954. Durante la década de 1950, el ejemplo de las nuevas naciones independientes de otros continentes, las actividades del movimiento terrorista Mau-mau de Kenia y la efectividad de líderes populares como Kwame Nkrumah incrementaron todavía más la velocidad de dicho proceso. La independencia de Ghana en 1957 y de Guinea en 1958 desató una reacción en cadena de demandas nacionalistas. Sólo en 1960 empezaron a existir diecisiete naciones africanas.

A finales de la década de los setenta casi toda África era independiente. Las posesiones portuguesas —Angola, Cabo verde, Guinea-Bissau, y Mozambique— se independizaron entre 1974 y 1975, después de años de lucha violenta. Francia renunció a las islas Comores en 1975, y Djibouti consiguió la independencia en 1977. En 1976 España dejó el Sahara español, que entonces fue dividido entre Mauritania y Marruecos. Aquí, sin embargo, estalló una cruda guerra por la independencia. Mauritania renunció a su parte en 1979, pero Marruecos, que tomó posesión de todo el territorio, continuó la lucha con el Frente Polisario, de carácter independentista. Zimbabue consiguió la independencia legal en 1980. El último resto de la larga dependencia del continente, Namibia, consiguió la independencia en 1990.

Los jóvenes estados africanos se enfrentan a varios problemas fundamentales. Uno de los más importantes es la creación de un Estado nacional. Gran parte de los países africanos retuvieron las fronteras que habían trazado arbitrariamente los diplomáticos y administradores europeos del siglo XIX. Los grupos étnicos podían quedar divididos por las fronteras nacionales, pero los lazos de lealtad que unían a tales grupos eran a menudo más fuertes que los nacionales. No obstante, cuando los estados africanos consiguieron la independencia, los movimientos nacionalistas dominantes y sus líderes se instalaron en un poder casi permanente. Llamaron a la unidad nacional y recomendaron encarecidamente que los sistemas parlamentarios de varios partidos fueran descartados en favor de un Estado con partido único. Cuando estos gobiernos no pudieron o no quisieron cumplir las expectativas populares, el recurso era a menudo la intervención militar. Al dejar la administración rutinaria en manos de la burocracia civil, los nuevos líderes militares se presentaron como eficientes y honestos guardianes públicos, pero pronto desarrollaron el mismo interés por el poder que caracterizó a sus predecesores civiles. En muchos estados, el comienzo de la década de 1990 despertó un renovado interés en la democracia parlamentaria de varios partidos.

Las esperanzas de un mejor nivel de vida para las naciones africanas se han incrementado, y los precios de los bienes de consumo y otros bienes manufacturados se han mantenido, pero el precio de la mayoría de las materias primas africanas ha bajado. La recesión mundial de principios de la década de 1980 multiplicó las dificultades iniciadas con el aumento del precio del petróleo en la década de los setenta. Serios problemas con las divisas y una deuda exterior creciente agravaron el descontento público. El hambre y las sequías se extendieron por las regiones centrales y norteñas del continente en la década de los ochenta, y millones de refugiados abandonaron sus hogares en busca de comida, incrementando los problemas de los países a los que huían. Los recursos médicos, todavía inadecuados e insuficientes, se vieron desbordados por las epidemias, el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA), el cólera y otras enfermedades. A finales de la década de 1980 y primera mitad de la siguiente década, los conflictos locales en Chad, Somalia, la zona del Sahara, Suráfrica y otras zonas del continente desestabilizaron gobiernos, interrumpieron el progreso económico y costaron la vida a miles de africanos. Después del final de la guerra civil en Somalia en 1991, un gobierno separado se estableció en Eritrea, que declaró su independencia en 1993. En abril de 1994 estalló la lucha entre los dos principales grupos étnicos de Ruanda, los hutu y los tutsi, después de que los presidentes de Ruanda y Burundi murieran en un sospechoso accidente aéreo. Los problemas en esta zona central de África han continuado a lo largo de 1996 y 1997, así como en Argelia, al norte, cuya paz y desarrollo están siendo amenazados por los atentados violentos cometidos por grupos integristas islámicos.

Otro gran problema del continente africano ha sido la incapacidad de proyectar su voz en los asuntos internacionales. La mayoría de los estados africanos se consideran parte del Tercer Mundo y son miembros de la Organización de Países No-Alineados, a la que consideran un instrumento válido para hacerse oír en el concierto internacional de naciones. Sin embargo, a causa de su falta de poder militar o financiero, las opiniones de los países africanos rara vez son tomadas en cuenta. El fin de la política de segregación racial en Suráfrica, a principios de la década de los noventa, llevó a la celebración de las primeras elecciones multirraciales en abril de 1994. La transferencia de poder a la mayoría negra de Suráfrica apunta hacia nuevas formas de poder en África, mientras el siglo XX se acerca a su final.

Bibliografía.

  • Enciclopedia Microsoft® Encarta® 2000. © 1993-1999 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos.

  • Nueva Enciclopedia Temática. Tomo IX. Ed. CUmbre. S.A. México. 1984.




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Enviado por:Ivonne Alvarado
Idioma: castellano
País: España

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