Historia


Indios mitayos en Potosí


UN ANÁLISIS DE LA ESTRUCTURA SOCIO-LABORAL

EN POTOSÍ:

La realización de un análisis general acerca de la realidad en su conjunto y en especial de las condiciones de trabajo de los indios mitayos en Potosí, pretende ser el centro de atención de este escrito, bajo un ángulo objetivo y crítico, que contemple en una serie de pinceladas la práxis indígena.

Si bien el conocimiento de las estructuras económicas de Potosí, de los siglos XVI al XVIII no está claro, como los precios, la oferta monetaria, plata en circulación, precio del trabajo, insumos y aportes gratuitos de bienes indígenas; La mita, que podíamos definir como servicio personal casi gratuito, es un hecho incontrovertible que afiebró la vida de los usufructuarios del trabajo minero.

La villa imperial de Potosí, envuelta en leyenda desde sus inicios, parece que fue descubierta por un tal Wallpa, un indio de Chumbibilca, avisando de este hecho a Juan de Villaroel.

Villaroel registraría la primera veta en abril de 1545, bajo el nombre de Descubridora. Vicente Cañete dice: “ el año 1545 se pobló este asiento por muchos vecinos de Porco, Chuquiasca y de otros lugares del Perú que allí acudieron a la codicia de la plata “.

La producción de plata alentó la especulación, movió la economía española y, por ende, la del centro de producción más importante de Iberoamérica: Potosí.

El movimiento económico determinó el movimiento poblador de la ciudad potosina y despoblador en los “ ayllus “ o comunidades indígenas, en los cuales se produjeron migraciones de gran importancia.

El primer censo mandado a levantar por el virrey Toledo, en 1573, dio una población de 120.000 habitantes en Potosí, de los cuales más del 90 % eran indígenas.

Para resaltar su importante población anotaremos que el viajero Gaspar de Barreiros decía que Madrid, en 1572, tenía 5.500 vecinos y que a mediados de ese siglo su población no pasaba de 20.000 habitantes.

En 1611, el presidente de la Audiencia de Charcas, Ruiz de Benjarano ordena un nuevo censo de la villa que dio 114.000 personas, de las cuales 65.000 eran indios, 4.000 forasteros de España, 3.000 españoles nacidos en Potosí, 35.000 criollos y 6000 negros y mulatos. En 1560, en la época de Nestares Marín, el censo arrojó 160000 habitantes. Trece años más tarde, Juan de Matienzo iba anotando los problemas suscitados por la población potosina y la necesidad de separar las rancherías de los indios de la de los españoles y su reordenamiento urbano, disponiendo su trazado por cuadras, cada cuadra con cuatro solares, con calles anchas y plaza en medio.

Las condiciones sanitarias eran pésimas, no había alcantarillado como no había en Madrid, y no pasaba ningún río para arrastrar las aguas sucias. La basura arrojada en la noche a las angostas calles, sin empedrar, era recogida por los indios de trajines para aventarla fuera de la villa

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La evolución de las cifras nos muestra cómo, en pocos años, se había formado una gran población, la más importante de América, una ciudad que nació como asiento minero y que, luego, alcanzó proporciones de urbe por su natural crecimiento.

Potosí, comenzó a edificarse por las necesidades de la población minera. Durante 16 años fue asiento minero. Cañete, en su “ Guía “ dice: el mando estuvo reducido por muchos años a un alcalde mayor o juez comisionado por el corregidor de La Plata.

La villa se convirtió en un centro administrativo y comercial, sus calles eran sinuosas, con pendientes y mal trazadas, pese a los arreglos dispuestos por el virrey urbanista Toledo. Los nombres de las calles han sido olvidados, pero las crónicas recuerdan las calles de Mercaderes o de las mantas, donde había 72 tiendas, 360 pulperías y 212 canchas o mercados de provisiones alimenticias.

En la calle de la comedia, estaba el Coliseo y Corral de comedias para representaciones, que fue fundado en 1616 por Juan Nuñez de Anaya. Sus rentas sirvieron para costear en parte los gastos del hospital, que estaba situado a un lado de la Plaza mayor. El coliseo fue decayendo al caer los años. En 1687 fue vendido y desapareció. En el corral de comedias esta hoy día el edificio Unión Obrera.

Sin embargo, la separación de clases planteó la construcción de campamentos satélites del centro urbano donde trabajaban los trabajadores indígenas, la población española radicó en el centro urbano.

Diego Mendoza dice: ” La villa esta fundada al pie del cerro de Potosí, al norte tendrá más de 1500 casas españolas”, y al sur, al pie del cerro rojo, se desparrama la populosa población indígena.

En este laberinto de casuchas se ocultaron miles de indios mitayos que nunca iban a regresar a sus tierras de origen. Según Ocaña : “ Son las casas de los indios como pocilgas o zahurdas de puercos”, trabajadas de piedras superpuestas en forma redonda, con barro y techo de paja.

Apenas podía estar un hombre de pie dentro de ellas, por su altura reducida, de la que quedan algunos vestigios

El investigador francés Pierre Saignes manifiesta que los indios se establecían separados por etnias en cada parroquia. San Martín era la de los Luparcas, San Lorenzo la de los Carangas, San Pedro a la de los Pacajes de Omasuyo y Mariano Moreno, en documento, dice que la parroquia de San Roque era para los vagos y forasteros sin domicilio.

Al pie del cerro Waina Potosí se sabe hoy que se juntaban todos los lunes del año los indios de la mita, en una cerca grande de paredes con sus divisiones hechas al propósito, donde asistían los capitanes y caciques de los indios de mita para efectuar la distribución y su destino a las minas.

Juan de Matienzo, en su afán reglamentista, anotaba que “ en los pueblos de indios no pueden vivir mulatos, negros horros, ni mestizos. En los asientos de Potosí y Porco tengan cuidado las justicias ordinarias de visitar las rancherías de los indios... ningún negro, ni español ni mestizo viva en Potosí en las rancherías de los indios “.

Sobre el tema de la sanidad, vital para conformar los elementos mínimos necesarios para conformar una adecuada calidad de vida, dice Mario Chacón que el primer hospital potosino fue el de Veracruz de 1º de abril de 1555, tras diez años de habitación, destinado a españoles e indios, ubicado en la calle San Francisco, con una capacidad muy reducida, estimado en 150 camas.

Más tarde, los Betlemitas fundaron el hospital Real, en 1700, que funcionó local del actual Colegio Pichincha. Finalmente, los juandidianos fundaron el hospital de San Juan de Dios.

Parece que los indios muy enfermos o graves compartían la institución sanitaria con los españoles, aunque la medicina popular, los "callawayas" y los curanderos indios debieron cumplir la mayor parte de la tarea. De otro modo, no entienden los críticos, fuera tan reducido el número de camas y las referencias a los médicos habría sido más amplia. Apenas unos nombres de médicos existen en las crónicas: Juan de Buendía, Francisco de la Peña, Matías Ciriaco y Selda, Pedro Madrigal, Bartolomé de Candamio.

Toledo numeró y empadronó a los indios esparcidos en el reino, especialmente en la villa de Potosí, obligándoles a pagar tributo, rediciéndolos a Parroquias.

Estas parroquias de indios fueron en Potosí exageradamente populosas y miserables, llamándose en los documentos de la época, rancherías; es más, las casuchas de piedra amontonada, de estructura redonda y de techos bajos, aún pueden apreciarse en Potosí.

Acerca del acarreo de carga, de toda especie, se hizo desde épocas inmemoriales en las famosas llamas andinas, “ carneros de la tierra “ como las denominan los españoles. Por consiguiente, los papeles coloniales se refirieron permanentemente a este medio de transporte, en contratos, cartas de compañía y otros. Las bestias de carga, mulas y caballos, llegaron a Potosí en pequeña cantidad, con relación a las necesidades del transporte.

Uno de los problemas que trató de regularse mediante medidas legales fue la matanza de llamas. En Potosí, en 1587, el cabildo prohibió las “ carnicerías “, en razón de que “ matando en ellas muchísima cantidad de carneros de la tierra gordos y muy buenos para el trabajo y si en ello no se pusiese remedio vendría a faltar el dicho ganado que es el medio para bajar los metales del cerro a los ingenios...”

En 1596 el cabildo volvió sobre el tema de su conservación y es muy posible que lo hubiera hecho en otras oportunidades más.

Una buena descripción de las llamas la da Arzans, quien dice que “ unos son blancos, otros negros y otros pardos y tan grandes como unos asnillos crecidos de piernas y anchos de barriga, tira su pescuezo y talle a camello y las cabezas largas, la carne de este ganado es muy buena si está gorda y tierna. Es ganado muy doméstico y que no da ruido. Los carneros llevan a cuatro y a cinco arrobas de peso, sin que necesiten para la carga de albadas o aparejos “.

Las llamas no solo llevaban el mineral a los ingenios, sino el metal beneficiado a quintarse para el impuesto y de aquí a los puertos del Pacífico, de donde traían el azogue a Potosí.

Dediquemos también unas breves líneas al análisis de la adicción de los indios al alcohol y sus efectos más inmediatos. Esta costumbre fue denunciada por las autoridades en forma reiterativa: “ Acostumbraban a beber en público, juntándose mucha gente, así hombres como mujeres, los cuales hacen grandes bailes en que usan de ritos y ceremonias antiguas “.

Toledo había dispuesto que se hicieran “ ciertas tabernas a manera de estanco y que fuera de ella no se pudiera hacer ni vender chicha o agua “.

Dispuso también que no se llevara harina de maíz para que no hicieran chicha, pero a poco la Real Audiencia de Charcas permitió que el comercio de este producto fuera libre.

El conde de Villar decía en 1589: “ como los indios son naturalmente inclinados a vicios, ociosidad y borracheras cuyo remedio consiste en ocuparlos fuera bien repartidos para las dichas minas “, dando a entender que el tema preocupante quería ser solucionado. Se pretendió restringir las festividades religiosas. Así Cañete dice que el prelado Montenegro había introducido una doctrina sana, ya que, dice “ no pecan los que obligan a los indios a trabajar los días de fiesta, ya que éstos quieren guardar la fiesta por beber y no por devoción “. Sin embargo, no puede desconocerse que los azogueros, por lo general, guardaron las festividades religiosas por temor a la Iglesia: eran la Circunscripción, Corpus Christi, Natividad, Anunciación, Purificación, Asunción, san Pedro y San Pablo.

En esta materia, los azogueros pretendían exprimir el trabajo mitayo hasta lo último, pero su religiosidad y el control de la Iglesia los inhibía a tomar decisiones radicales. Si por una parte pretendía restringir las festividades religiosas, por otra guardaban lo que mandaba la Iglesia, respetando el calendario de sus propios patronos.

Sabemos que en el inicio de la nueva sociedad colonial hubo pocos nobles y caballeros españoles. La clase dirigente se hizo sobre la base del conquistador encomendero. Por eso el repartimiento encandiló a los hombres en las guerras civiles, deseoso de obtener su encomienda para ejercitar el liderazgo local y entrar a formar parte de los caballeros municipales.

Si bien el encomendero era el eje de la clase dirigente, que había recibido indios para mejorarlos y hacerlos cristianos y, por tanto, había tomado para sí y sus descendientes una función de liderazgo medieval; en Potosí, a partir de 1545 comenzó a funcionar una dirigencia esencialmente minera.

El universo indio, para las categorías sociales y espirituales, es complicado, por falta de documentación escrita y sentimental que no sea el dolor del explotado y del incomprendido. Uno de los comentadores dijo, al finalizar el periodo colonial: “ su genio es frío, perezoso e indolente, y por eso sólo es capaz de recibir y comunicar impresiones lentas y muy medidas. No tiene sensibilidad del tiempo, se opone a prever el futuro, y apenas cuida del día en que vive...”.

Los documentos hacen mucho hincapié en la vida disoluta de este grupo social a través de la lente europea. Las borracheras, la chicha, el fandango y los tambores parece que era la preocupación más importante de los explotadores. No trabajaban por emborracharse. Eran además idólatras y se valían de las festividades católicas para festejar con presteríos y fandangos.

La flojera fue otro de los aspectos más debatidos y combatidos. Había que hacer trabajar al indio, que no percibía la importancia de su labor para la corona, considerado un abúlico, triste e introvertido.

“ Si les pesa llevar cargas no es por la pesadumbre que les da, sino porque son amigos de la ociosidad “, dice Matienzo en “ Gobierno del Perú “.

Finalmente, el español iconoclasta, criticaba la poligamia india, pero no dejaba de prostituir y violar a sus mujeres, un contrasentido sin duda. El indio estaba en la parte más baja de la escala social. La categorización clasista de blancos, mestizos, indios y negros es muy simple, ya que, si la población indígena fue del 80 %, es procedente pensar que esa clase social puede ser descrita en sus diferentes grados de servidumbre.

El profesor Valentín Abecia aprecia, según los documentos, que los blancos tenían sus rangos: españoles de los reinos de España, extranjeros, españoles nacidos en Potosí y criollos. Entre españoles e indios se hallaban los mestizos, una gama muy controvertida.

Los indios, la clase social que, por sus implicaciones en el trabajo y mano de obra, tuvo más diversos rangos y presentaba una estructura típica y muy especial. Arriba se encontraban los caciques, les seguían los capitanes y capitanejos, luego venían los indios libres y forasteros que podían ser kájchas, palladores-palliris, mingas alquilados y aparapitas.

Un rango paralelo ocupaban los indios originarios comprendidos en el tributo y la mita; palladores-waydores. Debajo de la escala de rangos estaban los mitayos, que se dividían en: de faltriquera y de bolsillo y plata; los mitayos, que eran reclutados a la fuerza para trabajar las minas, desempeñaron trabajos mineros en una extensa gama.

En los primeros años de trabajo en el Cerro, el régimen salarial fue libre, tal vez porque la dependencia del español con respecto al minero indígena era absoluta. El indio sacaba mineral de la mina, lo molía y cernía y, luego, lo fundía en sus propias huayras en los cerros donde había viento. El indio hacía todo pero debía entregar a su amo español un tanto por ciento de plata por quintal de mineral extraído del Cerro. El saldo era su participación, ya que, desde la historia temprana de Potosí, se le dejaba a éste quedarse con algún mineral. El español, en el periodo embrionario, quedó a ciegas sobre lo que percibía su socio indio, un socio extraordinario por cierto, ya que hacía todo. El español percibía sus dividendos sin hacer gran cosa.

Cualesquiera que hubieran sido el origen y el estatus social del yanaconaje incaiko y preincaiko, durante el periodo potosino, fue un grupo social dedicado al trabajo minero especialmente a la huayras de los primeros años de explotación. Matienzo dice: “ Estos son indios que ellos o sus padres salieron del repartimiento o provincia donde eran naturales y han servido con españoles, sirviéndolos en sus casas o en minas.”

El yanakuna de minas es el que interesa. Según el mismo Matienzo, eran objeto de especulación por los mercaderes, pues acrecentaban sus deudas por compra de mercaderías y alimentos al fiado, llegaba un momento en que no podían pagarlas, al ser caras; el conflicto social se planteaba cuando los yanakunas no encontraban solución y huían o iban a la cárcel. La cantidad de yanakunas ha sido estimada por diferencias notables, desde los 6000 que señala Capoche, hasta los 15000 que dice Garcilaso.

Otra categoría de indios era la de los Hatum-runas, que se fueron a vivir a las ciudades, huyendo de los servicios y mitas, se acomodaron en casas de españoles, sirviéndoles por jornales, pero con obligación de volver pos sus turnos al servicio de minas y tambos. Eran siervos de por vida.

Cuando el español introdujo nuevas técnicas mineras y de beneficio del mineral, acicateado por el empobrecimiento de los antes ricos minerales y tuvo que introducir elementales normas para profundizar el trabajo en el interior de la mina, la estructura de la clase explotadora tomó figuras desconocidas en la historia social potosina. Por impero de las nuevas relaciones sociales entre la clase explotadora y explotada, las reglamentaciones, los sistemas rigurosos y duros de trabajo, crearon, en contrapartida, la clandestinidad y la actividad ilegal al orden impuesto. Tal es el caso de los kájchas. Éstos eran indios que “ de noche sacan o hurtan el mineral de las minas “ y lo beneficiaban en los molinos rudimentarios. Era un grupo organizado y reconocido socialmente. Tenían su capilla en el Cerro y, en algunos casos, eran muy populares.

Un adalid de ellos fue el indio Agustín Quespi, que dio mucho que hablar en la villa. Etimológicamente su nombre quiere decir: Atrevido o aventurero.

En Arzans hay un párrafo que cuenta que azotaron públicamente a un indio al que “ acumuláronle el hurto de un poco de metal del Cerro, habiéndolo comprado a los kájchas.

Hubo una categoría de indios que habiéndose quedado en la villa constituía el grupo de libres que se ocupaba de recoger minerales pobres para mezclarlos con los de mejor ley que podían hurtar sus compañeros en las mejores minas; así mezclado lo negociaban en los trapiches.

Las autoridades, en el caso de los kájchas, vieron que tenían que actuar complacientes, porque esta riqueza quitaba o pagaba regalías. Con relación a los minerales robados, que luego eran vendidos a los españoles, Capoche dice: “ desde la fundación de Potosí ha sido costumbre muy guardada “, y Esquilache en 1621 “ considerando el gran trabajo que desempeña, está dispuesto por el gobierno que pueda rescatarlo, y para esto se les señaló lugar determinado “.

En el desarrollo social y económico de las labores de la minería potosina, es impresionante la cantidad de oficios y menesteres que el indio desempeñaba. Sus nombres son muy ilustrativos: además de los mitayos, sometidos al rigor del trabajo forzoso, mal remunerado y a veces sin paga, estaban los mingas o sea aquellos indios libres que vendían su trabajo en condiciones de libre oferta y demanda, y que por lo general trabajaban en las minas más ricas y menos trabajosas. Capoche añade: “ tienen algunas ventajas y son mejor tratados “ (se cree que por su mayor rendimiento que el mitayo).

Estaban luego los indios de faltriquera, es decir, aquellos que, estando comprendidos en la mita, se libraban de ella pagando cierta suma de dinero. Dentro de esta categoría estaban los de faltriquera propiamente dicho y los “ de plata “; la diferencia radicaba en que el primero llegaba hasta Potosí y, una vez en la lista de los mitayos, se liberaba pagando. Los segundos, sólo estaban en la lista, pero no llegaban a Potosí en persona.

En los ingenios había muchos tipos de trabajadores, como los “ repasiris, que repasaban en el cajón el metal molido y cernido para mejorarlo con el azogue; el “ moyador “, que marcaba el metal con un rodillo en el horno; el “ piñacamayo “, que cuidaba las piñas de plata; las “ palliris “, hembras del pallador y sus hijos, que recolectaban mineral en el Cerro, los sufridos “ cumuris “, que bajaban el metal del Cerro, que no tenían nada que ver con los cargadores voluntarios, que al parecer acarreaban más de siete u ocho arrobas a su espalda.

Hoy sabemos que la séptima de indios de Potosí, servía sólo el tercio por cuatro meses. Las otras dos partes se ocupaban de “ servicios a su voluntad “, aunque esa “ voluntad “ es dudosa, ya que en el recuento de servicios se ve que los indios eran destinados a ciertas labores.

De estos dos tercios vemos que 200 eran “ de meses, porque los daban por este tiempo a la persona que quería alquilarlos; 150 “ de plaza “ porque en ella se reparten cada semana entre personas necesitadas para el servicio ordinario de sus casas, monasterios, hospitales y regidores; 80 eran para los trajines, ayudando en el transporte de materiales necesarios para el mantenimiento de la villa; 70 trabajaban a 7 leguas en la producción de sal; 100 eran “ laguneros , empleados en los reparos y limpieza de lagunas.

En el interior de las minas los indios barreteaban para desprender el mineral de la roca, éstos eran los “ barreteros “, especializados y diestros en el manejo de sus instrumentos; el mineral era sacado de la mina a la superficie por los “ cumuris de interior de mina “. En el Archivo de Indias, se ha descubierto que un cura vicario hizo un a Memoria, que con carta envió al Consejo de Indias Ruiz de Bejarano: “ Sacan el metal los indios, que ha de llegar a dos arrobas en una manta suya, atada por los pechos y el mineral a las espaldas y suben de tres en tres y el delantero en una mano lleva una vela para que vean por donde suben y descienden “.

Algunas referencias de la época, incluso revelan que los delanteros se ataban la vela a un dedo, por no poder ocupar la mano solo en sujetar el metal.

Debió ser tarea de gran riesgo subir el metal a la superficie. Había minas con 150 y hasta 400 estados. Si se considera que el estado tiene siete pies, representaba una profundidad de 2800 pies. “ Que por tierra firme era distancia para cansarse un hombre yendo cargado, cuanto más descendiendo y subiendo con tanto trabajo y riesgo, allegan los indios sudando y sin aliento y robada el calor, y el refrigerio que suelen hallar para consuelo de su fatiga es decirle que es un perro, y darle una vuelta sobre que trae poco metal o que tarda mucho o que es tierra lo que saca o que lo ha hurtado “. Luis Capoche, Relación.

Antes de la visita de Toledo, se utilizaron en las minas profundas las llamadas escaleras de patilla, formadas por vigas de madera, que eran los sostenes. Después de Toledo a usar tiras de cuero crudo en las que se disponían los peldaños con lugares de descanso cada cierta distancia.

El camino a recorrer era peligroso. Se hacía “ por una escala de tres ramales, hecha de cuero de vaca retorcido como gruesas maromas y de un ramal a otro puestos palos como escalera, de manera que pueda subir un indio y bajar otro. Tienen estas escalas de largo 10 estados, ya fin de ellas está otra que comienza de un releje o apoyo, o barbacoa o puente, y hechos sobre esta madera andamios en que pueden descansar, que son por las barbacoas “.A continuación, indios trabajando en una mina de plata, según un grabado del XVI original de T. De Bry ( Biblioteca Nacional, París).

Haciendo hincapié en la estructura que minimizaba al mitayo y beneficiaba a la clase explotadora, hemos de recordar que desde los primeros años del periodo colonial español, la hacienda real del área andina se nutrió esencialmente del tributo indígena, que afectó a las comunidades campesinas.

Lo mismo sucedió con el sistema de trabajo conocido como mit´a, que se castellanizó a mita que quería decir turno o vez, y referido hasta antes de 1535 a todo lo que tuviera carácter cíclico o repetitivo: la lluvia, el día, la recolección...

El gobierno español dispuso que tributaran todos los indios sin impedimento físico (minusválidos, disminuidos psíquicos, etc. ) de dieciocho a cincuenta años de edad y aún los menores de dieciocho si eran casados.

Pero es importante, para entender la mita, subrayar que el concepto territorial era fundamental en el reclutamiento, ya que se señalaron las provincias afectadas a este servicio, o sea que éstas debían dar un número de trabajadores. Los indios percibieron esta determinación y cambiaron de domicilio; se produjo la despoblación y el desquiciamiento del sistema.

Las mujeres no tributaban. El porcentaje de los tributarios con relación a un repartimiento era de 1 a 5, o sea que en una población dada, el 20 % estaba obligada a tributar. Pero sepamos que los incas no tenían edades por años; su computo era más humano y práctico. Lo que se tomaba en cuenta era la capacidad para trabajar y la condición física, o sea una edad biológica, como anotó John Rowe.

Las tasas o censos de poblaciones sirvieron para establecer el porcentaje de la población tributaria, realizadas en los primeros años de la colonia. Y aunque en materia de servicios se había declarado “ Ninguna persona puede servirse de los indios contra su voluntad “, en cuestiones mineras, los indios tuvieron que servir contra su voluntad. No podrá decirse, sin embargo, que la corona no trató de eliminar los trabajos forzosos y obligatorios; pero su propia política económica, de explotación minera, no le permitió hacer frente a este problema estructural. Al finalizar el periodo de La Gasca en Perú, se dictó una cédula real (1549) prohibiendo los trabajos obligatorios.

En Potosí se nombraba un indio como capitán general de la Mita, que asumía la responsabilidad de ella. Montesclaros decía a este respecto: “ Estos indios de mita tienen en Potosí sus mandones, que se llaman capitanes “.

Hubo denuncias permanentes sobre las presiones y violencias que ejercitaron los azogueros y corregidores sobre estos capitanes para que respondieran de los indios ausentes, fugados o muertos. Este hecho repercutía en la conducta de los capitanes.

El corregidor fue la ficha número uno en la recaudación de tributos y en el proceso de la mita. Sustituyó a los oficiales reales y se interpuso entre éstos y los jefes indios, curacas o caciques nativos, quienes cobraban los tributos y reclutaban mitayos para conducirlos y entregarlos al corregidor. En el caso de la mita, el cacique designaba a los indios que debían engancharse a servicio. El sistema no era otro que el reclutamiento coactivo, para luego aprovechar el plusproducto y el plustrabajo del indio, en cuya hermenéutica participaba el corregidor y los azogueros potosinos.

Las compra de cargos era una buena inversión, de modo que el corregidor recurría, cuando no tenía dinero, a un préstamo que era pagado aproximadamente al 8 % anual. El préstamo era fácilmente reembolsable inclusive los gastos que pudiera haber habido, especialmente en los casos destinados a comprar mercadería que era destinada a venderla a los indios, a quienes les obligaban a adquirir mulas, tejidos, ropa de tierra, herramientas, hierro y otros.

Golte hace notar que el sistema correspondía a una pirámide de una sociedad explotadora y que de ningún modo era sólo el abuso del funcionario. Vale decir que el sistema estaba estructurado para explotar al indio.

En Potosí también había dos funcionarios con nombres distintos: el capitán general de la mita y el receptor de tributos. Lohmann Villena, en su trabajo sobre el corregidor, dice que este cargo fue creado en la época del gobernador García de Castro y aunque este mismo gobernador en 1565 dispuso su no-intervención en el tributo, con el virrey Toledo se volvió al sistema de los corregidores.

El enriquecimiento ilícito, el interés personal de las visitas y las tasas, la venta de bebidas alcohólicas fueron casi generalizados con la complicidad, a veces, de los doctrineros y de los curacas o caciques. Estos caciques actuaban bajo órdenes de los reyes nativos.

Corregidores, capitanes generales y caciques fueron parte esencial del engranaje de la circunscripción mitaria. Los caciques entregaban a los indios reclutados al corregidor y éste al capitán general, quién los llevaba a Potosí siendo responsable de los que faltaban (por sospecha de venta o alquiler con encomenderos), bajo pena de multa de 7 patacones y medio a la semana por cada uno.

En el hecho, los tres funcionarios reales se coludían para el fraude, amañaban patrones, reservaban indios sobre todo para el servicio del corregidor, amparados en que la numeración la efectuaban los propios corregidores en forma y traza que no tenía control alguno.

Cuando en 1545 los españoles comenzaron a explotar las minas potosinas, la mano de obra era voluntaria. Los encomenderos tenían prohibido enviar indios a sus propias minas; sin embargo, se dieron modos para enviarlos a las minas ajenas haciendo un intercambio ilegal de mano de obra que dio inicio a lo que poco después sería el alquiler de mitayos.

La mano de obra voluntaria o minga, pagada con un salario de 9 pesos por semana, era el único sistema empleado hasta la época del virrey Toledo, quien para legislar sobre los repartimientos tomó cierta idea del servicio personal ejercitado durante el periodo de los incas. El primer repartimiento tuvo lugar en 1573 con 3.733 indios, o sea 11.199 indios reclutados. En 1578 fueron reclutados 13.500 indios, que se enrolaron provenientes de 16 provincias tributarias para trabajar cuatro meses y luego regresar a sus casas.

El trabajo de los indios era extenuante desde el inicio de la era de la mita toledana. Debía comenzar una hora y media después del amanecer hasta la puesta de sol. Para almorzar se descansaba una hora y el trabajo era cotidiano, excepto los días de fiesta de la Iglesia y los domingos (tema ya tratado páginas atrás).

Para obligar a los indios en las pesadas tareas se proveyeron de inspectores pagados por los mineros. Cada día el mitayo estaba obligado a sacar a la superficie, desde la profundidad de la mina, dos cargas de metal de cincuenta libras cada una.

La ensacada se efectuaba “ en contomas que son costales de pellejo a modo de zurrones “, que aportaban los propios indios, según Capoche. A continuación, gráfico sobre la producción minera aproximada, en Potosí:

Las galerías de las minas potosinas fueron profundizándose cada vez más, aunque el límite legal era de 80 varas de extensión. En profundidad no había término, éste estaba librado a las disposiciones técnicas del drenaje y desagüe.

Desde mediados del siglo XVIII, los azogueros pretendieron dar solución a las minas profundas y ahogadas, buscaron la forma de hacer un pasaje en la base y trabajaron muchos años sin resultado positivo.

Más tarde, en 1750, el rey dispuso que se volviese a emprender la obra, que resultó difícil y requería muchos fondos que los azogueros no quisieron aportar.

Hasta 1772 se dispuso que se emprendiese la apertura de un socavón por cuenta del erario real. En 1779 comenzó a trabajarse hasta 1790, época en que llegó a Potosí la misión Nordenflight, la cual desahució la obra por falta de una lumbrera que diera aire al socavón.

Uno de los aspectos más confusos en la historia potosina es, sin duda, el de la población y la cantidad de mano de obra que trabajó en cada periodo. Esa confusión, puesta de manifiesto por historiadores como Valentón Abecia para

Potosí o Juan Ruiz Rivera para Nueva Granada, en su obra “ Encomienda y mita en Nueva Granada surge por la diversidad de cifras ofrecidas en los documentos de la época y por los cronistas que, por lo general, no pusieron precisión en las cantidades suministradas.

Está fuera de duda que en los primeros años de formación del asiento minero, como se llamaba, el Cerro atrajo gran cantidad de españoles, indios y mestizos, si se considera que, en 1545, se partió de cero y que en 1560 ya había 4.000 españoles y que, pocos años después, llegaban a 12.000.

Este dato, sin embargo, no es fiable; el propio Matienzo lo desmiente, junto con Ramón Carande, basándose ambos en la obra “ Carlos V y sus banqueros “, modelo de investigación histórica, expone que para 1159 pasaron a las Indias 21.365 personas ( Ramón Carande ).

Cinco años más tarde parece que el número de indios era de 20.000, y ese mismo año, un mal de peste de ensañó en la villa, dejando un registro de más de 400 españoles muertos, según Arzans. Para 1572 se constata la cifra record de 120.000 habitantes. ¿Cuántos indios trabajaban en la mita? ; los datos son confusos.

En 1573 se calculó que debían ser reclutados de las 16 provincias con 119 pueblos, 13.500 indios, lo que significaba que, siendo ésta la séptima parte de los campamentos comprendidos en el servicio de la mita, el número de mitayos era de 94.500 indios, de 18 a 50 años. Calculando treinta y dos años de vida útil del mitayo, debía servir cuatro o cinco años en Potosí.

En cifras redondas, con los 13.500 indios se organizaron tres turnos de 4.500 indios cada uno. Cada turno era de una semana de trabajo por dos de descanso.

La distribución de estos 13.500 indios fue la siguiente:

1.369 para las minas

2.047 para los ingenios

620 para los ingenios de a caballo

222 para 34 casas de beneficio

195 para repartir

Total 4.453

Si bien las disposiciones de Toledo pretendieron ser meditadas y prudentes, porque tomaban en cuenta las distancias desde el lugar de reclutamiento al Cerro potosino, el clima frío y rudo, las jornadas de trabajo, los descansos, la forma de pago y otros aspectos de trabajo, tornaron la mita en muy cruel y esclavista, al extremo de espantar a los indios y disminuir notablemente las cifras en los siguientes años.

La despoblación sucedió temprano, Capoche en 1585 dio una lista de los indios asignados a cada azoguero para su distribución, señalando el número de los realmente distribuidos. Esa relación muestra claramente que los mitayos habían disminuido. Existían mineros a los que se les asignó 30 indios y les dieron 7 o 12; a los que debían recibir 60 les dieron 8.

En 1586, Fray Rodrigo de Loayza anotó airadamente los estragos de la mita toledana. Se produjo el despoblamiento porque los indios no regresaban a sus hogares y las mortandades por las epidemias eran corrientes. Hacia 1590 se produjo una epidemia de voruela que asoló la población india.

Pocos años más tarde, el virrey Luis de Velasco, que gobernó de 1595 a 1613, recibía un informe preparado por Alonso Messía sobre el estado de la mita y los malos tratos a los indios. La tabla que sigue señala la disminución de los mitayos potosinos acaecida entre la visita de Don Francisco de Toledo y el

“ servicio gracioso”.

El informe de Messía anotaba la necesidad de buscar reemplazantes, pero había poca posibilidad de llevar trabajadores negros a las minas por su desadaptación al medio.

En 1601, F Fernández de Santillán en su Memorial manifestaba que los indios

“ Vienen con comidas y bastimentos a Potosí serán más de 500, sirven 13.000 de obligación, en las parroquias había 40.000 libres que llevaban 8 reales de jornal y en las minas vale otro tanto el jornal que llevan escondido.”

Valentín Abecia, publica la siguiente tabla, recogida por él de un anónimo de 1603, sobre la población de trabajadores:

Nuestro informante dice que los indios libres estaban avecinados en sus casas con otras 30.000 personas.

El anónimo de 1603 que hemos citado, señala que había

5.000 indios de mita

9.500 indios de minga

44.400 indios libres

Total 58.900 indios trabajadores en Potosí.

Si esta cifra la multiplicamos por 3, teniendo en cuenta familiares, tendríamos una cantidad aproximada de 177.000 indios, que puede reputarse una cifra inflada en razón de que debió de haber muchos indios sin familiares.

¿ Cuántos? Esto es lo que jamás se sabrá sino por deducciones. El trabajo más duro tenía que hacerlo el mitayo, por eso estaba concentrado en las minas, en menor cantidad en los ingenios y menos aún en acarrear el metal a las canchas, proporcionar sal y combustible.

El salario semanal para los mitayos, en un comienzo, fue de dos pesos y medio, con algunas variantes de acuerdo al tipo de labor desarrollada. Los del interior de la mina o barreteros ganaban tres pesos y medio, al igual que los que subían el metal del interior de la mina y los transportadores del metal desde el Cerro hasta los ingenios.

Los beneficiadores del metal en los ingenios y los que pasaban los minerales molidos para su beneficio, llamados repasires, ganaban tres pesos y tres cuartillos.

Un indio que recibía dos pesos y medio semanalmente ganaba cuatro reales al día por cinco días laborales o sea veinte reales a la semana. Para tener una idea de su salario podemos decir que 4 reales diarios le alcanzaban al indio para comprar aproximadamente 3 panes de una libra.

Si calculamos que el indio trabajaba cuatro meses al año, se concluye que ganaban la ridícula suma de cuarenta pesos al año, o sea 58,8 dólares, 4,90 dólares al mes; los ocho meses restantes se veía obligado a vender su trabajo en otras condiciones.

Con dos pesos y medio semanales, el indio de mita no podía alimentarse tres días, el resto de la semana apelaba a sus propios recursos traídos de su pueblo: charque, chuño, maíz y coca, esta última para adormecer su estómago.

Ésta es una razón por la que el costo de producción es difícil establecerlo, puesto que el indio subvencionaba con sus propios recursos lo que hoy en día se llama el salario real, que apenas le permitía subsistir. Su nivel de vida era subhumano. No participaba del comercio, se autoabastecía y no tenía poder adquisitivo, salvo el caso de los indios alquilados, que en el transcurso del tiempo aumentaron considerablemente.

Pero ocurría que las formas de burlar el pago fueron diversas, habían multas, castigos, reemplazos de ausencias y otros. Las multas podían alcanzar tres pesos y medio, sobrepasando el salario semanal.

Las ausencias eran penadas haciendo trabajar igual tiempo a la ausencia, sin paga. El torpe razonamiento era que durante la ausencia se había reemplazado al mitayo con un indio voluntario o mingado, que ganaba siete pesos.

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Enviado por:Emilio
Idioma: castellano
País: España

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