Economía y Empresa


Gran Depresión


La Gran Depresión: el Crac de la bolsa de 1929

PRÓLOGO

Este trabajo sobre la Gran Depresión lo he centrado en Estados Unidos debido a que fue en este país donde podemos encontrar el origen de esta recesión mundial; igualmente, la gran cantidad de datos me obligaba a centrarme en un aspecto en concreto y dado mi creciente interés por los mercados financieros, en particular los mercados de valores, he decidido centrarlo en los sucesos acaecidos tanto antes, durante, como después del crac de la Bolsa de Nueva York.

He intentado explicar con el mayor rigor histórico y siguiendo un orden cronológico estos acontecimientos con el seguimiento, como libro principal, de “El Crac del 29” (1955) de John Kenneth Galbraith.

DEFINICIÓN GENERAL

La gran depresión fue una crisis económica mundial iniciada en octubre de 1929, y que se prolongó durante toda la década de 1930, siendo particularmente intensa hasta 1934.

Si bien fue una crisis mundial, fue en Estados Unidos donde se inició en 1929; la propagación hacia la mayor parte de las economías europeas y latinoamericanas se debió, principalmente, a las hostilidades y conflictos creados por la I Guerra Mundial y el Tratado de Versalles.

EL CASO DE LOS ESTADOS UNIDOS

El 4 de diciembre de 1928, el presidente Coolidge, en un mensaje sobre el estado de la Unión, afirmaba que a la economía estadounidense le esperaban unos años de tranquilidad, prosperidad y expansión. Lo ocurrido menos de un año después corrobora el hecho ignorado por Coolidge de que la economía funcionaba fundamentalmente de modo incorrecto.

En los años finales de la década de los '20, muchas cosas no iban del todo bien, pero el desastre ocurrido en 1929 puede haberse debido a una serie de puntos débiles que tenía el sistema en aquellos momentos:

  • La pésima distribución de la renta: en 1929, las personas con rentas más altas recibieron la tercera parte de toda la renta personal de la nación; ésta distribución de la renta tan extremadamente desigual significaba que la economía estaba sustentada en un alto nivel de consumo de bienes de lujo o en un alto nivel de inversión o sobre ambos a la vez. Este tándem esencial -gasto e inversión- fue especialmente susceptible a las destructoras noticias procedentes del mercado de valores en octubre de 1929.

  • La muy deficiente estructura de las sociedades anónimas: durante los años anteriores a 1929 apareció el interés por los holdings y trust de inversión mobiliaria, que no eran más que conglomerados de empresas con el único fin de apoderarse de su rentabilidad mediante la emisión de nuevos títulos, en el caso de los primeros, e intermediarios financieros mediante los cuales las personas podían convertirse en propietarios de empresas ya existentes, en el caso de los segundos. El peligro de estas sociedades residía en el alto apalancamiento (entendido como la multiplicación de los beneficios o las pérdidas provocadas por la concentración empresarial al participar la empresa original de todos los beneficios o pérdidas de las empresas absorbidas) que poseían.

  • La pésima estructura bancaria: para evitar el posible monopolio de grandes bancos nacionales, la mayor parte de la regulación bancaria recayó sobre los estados, los cuales tendieron a prohibir la apertura de sucursales bancarias y el establecimiento de bancos con sede en otro estado. La consecuencia directa de este sistema fue la proliferación de un sistema de bancos locales, sujetos a legislaciones diferentes. Este sistema era muy complicado para controlar y denotaba una debilidad muy importante; una vez inmerso en las convulsiones de la quiebra, afectó de modo definitivo el gasto de sus depositantes y la inversión de sus clientes.

  • Esta última causa más bien la podríamos considerar como un agravante de la crisis más que como una causa directa de ella.

  • La dudosa situación de la balanza de pagos: durante la I Guerra Mundial, EE.UU. se convirtió en acreedor internacional; durante la época siguiente se mantuvo el excedente de las exportaciones sobre las importaciones, diferencia que tenía que ser cubierta. Durante el decenio de los veinte, esta diferencia se cubrió con dinero en efectivo (por ejemplo, enviando oro a EE.UU.) y mediante nuevos préstamos a otros países como Alemania y países de América Central y del Sur. Una vez disipada la ilusión de una larga prosperidad, EE.UU. tuvo que revisar su posición económica exterior; los países extranjeros no podían cubrir su balanza comercial adversa con Estados Unidos, para lo que el presidente Hoover y el Congreso decidieron aumentar el arancel, lo que provocó una estrepitosa caída de las exportaciones. Esta medida contribuyó al desastre general y repercutió gravemente en la agricultura.

  • Las equivocadas recomendaciones de política económica de la época: en los meses y años siguientes al crac del mercado de valores, los consejos económicos de los profesionales cargaron su orientación hacia el tipo de medidas más apropiadas para empeorar las cosas. El temor a una inflación fortaleció los llamamientos a favor de equilibrar el presupuesto dejando de aumentar los gastos públicos para fortalecer el poder de compra y aliviar los problemas, y dejando de aumentar los impuestos; lo que ocurrió fue todo lo contrario. Este temor también frenó los esfuerzos para reducir los tipos de interés, favorecer la expansión del crédito y las consiguientes facilidades para pedir todo el dinero prestado posible para salir de aquella situación.

  • Como razones 6ª y 7ª también podríamos nombrar al patrón oro (al hilo de la razón 5ª, se desechó la idea de devaluar el dólar porque violaba directamente las reglas del patrón oro) y la rigidez salarial existente en los Estados Unidos.

    EL DESENCADENANTE:

    EL CRAC DE LA BOLSA DE NUEVA YORK

    Según el criterio más ampliamente admitido sobre los acontecimientos que nos ocupan, la economía entró en una fase depresiva en otoñó de 1929. Anteriormente, en junio los índices de producción industrial alcanzaron su cota máxima y, desde entonces, su tendencia fue decreciente; también desde junio, la producción de acero no había dejado de disminuir, así como el volumen de transporte en ferrocarril. La industria de la construcción de viviendas venía sufriendo desde hacía varios años una crisis muy importante que desencadenó en la bancarrota en 1929. Finalmente se vino abajo la Bolsa.

    Desde este punto de vista, el mercado de valores no es más que un espejo en el que se refleja una imagen de la fundamental y básica situación económica.

    Puedo afirmar que la depresión no se produjo porque el mercado se diese cuenta de repente que se avecinaba una grave crisis, más bien, existe la posibilidad de que el giro recesionista que tomaron los índices, unido a los datos de la economía, atemorizase a los especuladores, empujándoles a desprenderse del papel y dar así la puntilla a un globo que de todas maneras tenía que desinflarse.

    ANTECEDENTES

    Posiblemente el comienzo del espectacular auge del mercado de valores, y por lo tanto, el comienzo del fin de la burbuja especulativa, lo podemos encontrar en la preocupación, en los primeros meses del año 1929, de que se hubiesen agotado las acciones ordinarias en el país.

    A este echo respondieron los hombres de negocios de la época proyectando nuevas compañías y sociedades con el fin de satisfacer la creciente demanda de títulos; los inversores ofrecían su capital con entusiasmo y sin hacer preguntas inoportunas.

    Además fue una época propicia para las fusiones y concentraciones, las cuales requerían más capital y por la tanto la emisión de nuevos títulos. Estas fusiones no tenían los objetivos de épocas anteriores como eliminar, reducir o regular la competencia.

    Estas concentraciones y fusiones se plasmaron en los llamados holdings y cadenas corporativas que era la manera de centralizar la administración de las empresas fusionadas de servicios públicos (holdings) y tiendas, almacenes, cines, etc. (cadenas corporativas) Estos holdings emitían títulos con el fin de adquirir más y más plantas productivas; algo parecido realizaban las cadenas productivas.

    Aparte de estos holdings y cadenas corporativas, el instrumento sin duda responsable del estallido de la burbuja especulativa fueron las compañías o trusts de inversión mobiliaria, las cuales se limitaban a maniobrar adecuadamente para que todas las personas interesadas pudieran convertirse en propietarios de compañías ya existentes mediante a su intermediación.

    El problema apareció cuando, en 1929 un número sorprendentemente elevado de negocios de diversas clases estaban moviéndose hacia la constitución de trusts; bancos comerciales, de inversión, agencias de cambio y bolsa, corredores de valores y, lo que es todavía más importante, otros trust de inversión, se ocupaban afanosamente en aquella época de dar a luz nuevos y más poderosos trusts. No obstante, el peligro de los trusts de inversión residía en el llamado “mecanismo de la palanca” desempeñado por las acciones ordinarias, la emisión de obligaciones y las acciones preferentes, estas dos últimas con un valor fijo puesto que se determina de antemano su rentabilidad.

    Para entender mejor este mecanismo lo mejor es un ejemplo: supongamos un trust de inversión constituido por 150 millones de euros. Supongamos que un tercio de este capital procede de la venta de obligaciones, otro tercio, de la venta de acciones preferentes, y los otros 50 millones restantes de la venta de acciones ordinarias; si estos 150 millones se invirtieran en la Bolsa, y los títulos comprados experimentaran un alza del 50%, por ejemplo, los activos del trust valdrían en ese momento 225 millones de euros. Si tenemos en cuenta, que las obligaciones y las acciones preferentes representan un valor equivalente a 100 millones (su rentabilidad no habría aumentado y sus propietarios no tendrían derecho a reclamar en el supuesto caso de una hipotética liquidación de los activos) los otros 125 millones corresponden a las acciones ordinarias, lo que significa un alza de un 150% respecto a su valor original de 50 millones de euros. Aquí, estamos hablando de los activos de un solo trust, pero si los activos ordinarios del trust original fuesen demandados por otro trust con una palanca similar, las acciones ordinarias de este segundo trust experimentarían alzas mucho más superiores que las del trust original. Este ejemplo de dos trusts no representa nada en comparación con lo que sucedió en Wall Street en el año 1929.

    Al igual que la palanca tiene efectos espectaculares cuando las acciones ordinarias suben, lo tiene cuando estas bajan, y fue esto, precisamente, lo que provocó la magnitud del desastre del mercado de valores.

    CALENTAMIENTO DEL MERCADO

    Una estimación de 1928 contó 186 trusts de inversión organizados ese año; durante los primeros meses de 1929 aparecieron trusts a un ritmo de un trust por día hábil de negocio hasta llegar a la cifra de 265 en el cómputo total del año. En otoño del año del crac, los activos de los trusts de inversión se calculaban en más de 8.000 millones de dólares.

    Con estas cifras no era de extrañar que todo el mundo en los Estados Unidos hablara, opinara e incluso tuviera alguna participación en el mercado de valores estadounidense; esto era relativamente sencillo, ya que, según un artículo aparecido en Ladies' Home Journal con el título de “Todo el mundo debería ser rico”, el señor Raskob afirmaba que cualquier persona puede ahorrar 15 dólares al mes e invertirlos en valores solventes, al cabo de 20 años podría obtener una suma aproximada de 80.000 dólares. Era evidente que las personas, ante evidentes cifras, pensaran enriquecerse a través del mercado de valores.

    Además, en Nueva York, no existía corrillo de ciudadanos que no contara con algún agente de cambio o consejero de inversión al corriente de fusiones, planes etc.

    Un dato significativo fue que las amas de casa sabían perfectamente el valor al que había cerrado General Electric y el precio al que estaba el pescado en la plaza del mercado.

    En los meses anteriores al crac, paralelamente a las grandes promociones de trusts, se desarrollaba el mercado sin vacilaciones bajistas; los precios se elevaban día tras otro, casi nunca retrocediendo. Durante los meses de junio, julio y agosto, el índice industrial del Times ganó 52 puntos, 25 y 33 respectivamente, lo que representa un alza de 110 puntos, mientras que en todo el año 1928 experimentó un alza de 86,5 puntos.

    El volumen de contratación fue creciendo de forma igualmente espectacular negociando frecuentemente cifras en torno a los 4 y 5 millones de títulos diarios en la Bolsa de Nueva York.

    EL CRAC

    Según un amplio consenso, el 3 de septiembre de1929 llegó al final el gran mercado alcista de los años 20; en los días que siguieron algunos índices fueron en realidad más altos, pero el mercado ya no mostraría en adelante la vieja confianza.

    El día 5 de septiembre, Roger Babson en una conferencia pronunciaba la siguiente afirmación: “Más tarde o más temprano se producirá la depresión, y es posible que sea terrorífica”

    En otras ocasiones, las palabras pronunciadas por ilustrados de la época, no fueron tenidas en cuenta por el mercado, pero esta vez iba a ser distinto; ese mismo día, el índice Times retrocedió 10 puntos, la gente se apresuró a deshacerse del papel y el volumen de esa sesión ascendió a 5.565.280 de acciones en la Bolsa de Nueva York.

    En Wall Street siempre se ha concedido una particular importancia al cese del mercado alcista a dos acontecimientos ocurridos el 20 de septiembre y el 11 de octubre:

    • el desenmascaramiento de Clarence Hatry, quien forjó su fortuna sobre una cadena de máquinas tragaperras y la expandió mediante la emisión de valores no autorizados, el incremento de los activos mediante la falsificación de certificados y otras astucias financieras fuera de la ley. Este echo perjudicó seriamente la confianza de Nueva York en la evolución de los negocios.

    • la negativa dada el 11 de octubre y la posterior investigación del Departamento de Servicios Públicos de Massachussets a la solicitud de división de las acciones de la Boston Edison. Esta negativa suponía una medida sin precedentes puesto que estas particiones se habían puesto de moda.

    Estos dos acontecimientos pudieron ser los causantes de que el globo comenzara a desinflarse, pero es cierto, que se necesitaba de un globo suficientemente hinchado para que dos acontecimientos prendieran la mecha para que todo estallara.

    Lo cierto, es que la confianza no desapareció inmediatamente; las jornadas de septiembre y los primeros días de octubre trajeron buenas y malas jornadas, pero la tendencia del mercado era claramente a la baja, y lo que es peor con un volumen de negociación muy alto.

    Mientras tanto, los hombres importantes de la época corroboraban la buena situación de la economía estadounidense; hombres de la talla del banquero Charles E. Mitchell o el profesor Irving Fisher eran ajenos a la situación en la que estaba inmersa la economía de los EE.UU., o si eran conscientes de esa situación intentaban, mediante sus declaraciones, evitar la desconfianza de la gente para que no se produjera un colapso del mercado.

    Era sobre estos hombres, sobre los que los inversores tenían depositadas todas sus esperanzas en el caso de que el mercado comenzara a caer sin pausa puesto que en ocasiones anteriores estas personas habían intervenido para evitar un colapso, en principio por interés propio (puesto que poseían importantes carteras de acciones ordinarias) y en final por el bien del país, o eso pensaban ellos.

    A pesar de este “sostén organizativo”, como se le llamo, nadie podía luchar con la tendencia de un mercado en una tendencia claramente bajista y abocado a un derrumbamiento más espectacular, si cabe, a su subida durante 1929. De esta manera, la semana del primer día de pánico, el 24 de octubre de 1929 (“jueves negro”), comenzó con un lunes triste y lamentable, con un volumen de más de 6 millones de ventas y un ticker que comenzó a rezagarse de la misma forma que lo hacía en los mejores días de mercado alcista; al final del lunes el mercado se recuperó algo, de la misma forma que lo hizo el martes 22, aunque ya sin el ímpetu de meses anteriores.

    El día siguiente (miércoles 23), el mercado comenzó de manera tranquila, aunque a media mañana comenzó el rally bajista que llevo a vender en la última hora de negocio un total de 2.600.000 acciones; el ticker volvió a rezagarse y, para colmo, una helada en el Middle West interrumpió gravemente las comunicaciones, con el consiguiente contratiempo para la realización de operaciones.

    El jueves 24, según todos los historiadores, fue el primer día de pánico, con mucho desorden, espanto y confusión. Se intercambiaron casi 13 millones de acciones a precios que destrozaron los sueños de mucha gente. El comienzo de la jornada fue tranquilo, aunque pronto los precios empezaron a bajar, el volumen comenzó a aumentar y el ticker comenzó a retrasarse nuevamente; el pánico estaba servido.

    La gente se apiñaba en las puertas de la Bolsa, en las oficinas filiales de las entidades de cambio de toda la ciudad y por extensión en todo el país.

    Los títulos se vendían ya por prácticamente nada; las bolsas de Chicago y Buffalo habían cerrado y las noticias sobre suicidios se extendían rápidamente.

    A las doce y media de la tarde, las dependencias de la Bolsa de Nueva York cerraron sus puertas destinadas al público y, a esa misma hora, llegaron rumores de que el anteriormente llamado “sostén organizativo” había organizado una reunión, con lo que el pánico en Nueva York desapareció.

    Mitchell (presidente del consejo del National City Bank), Albert Wiggin (presidente del Chase Nacional Bank), William Potter (presidente de la Guaranty Trust Company), Seward Prosser (presidente de las Bankers Trust Company) y el anfitrión de la reunión Thomas Lamont (socio gerente de la banca Morgan) aunaron todos los recursos necesarios para sostener el mercado, y lo consiguieron; los precios saltaron en flecha hacia arriba. Al final, el índice industrial Times cedió solamente 12 puntos, es decir, algo más de un tercio de las pérdidas del día anterior.

    Lo que convirtió en negro a ese día, no fueron las pérdidas producidas, que como hemos visto no fueron tan abultadas, sino la fiebre de de ventas en las que se incurrió.

    El ticker terminó de registrar los movimientos del día a las siete y ocho minutos y medio de la tarde; al mismo tiempo, las luces de todas las oficinas en Wall Street brillaban sin excepción, mientras los empleados luchaban a brazo partido para desatascar el embudo administrativo formado durante el día.

    Durante los dos días siguientes la contratación resulto ser muy elevada y todos los precios se mantuvieron firmes; el viernes, el mercado tuvo un pequeño repunte y el sábado una ligera recaída. Parecía que los banqueros podían deshacerse de la mayoría de los títulos obtenidos durante el apuntalamiento del mercado el jueves 24.

    Con esta milagrosa recuperación todo parecía que había tenido un final feliz, pero nada más lejos de la realidad; el lunes comenzó el verdadero desastre.

    Ese lunes 28 de octubre fue un día terrible por el enorme volumen de contratación y, aunque no fue superior al del “jueves negro”, las pérdidas fueron muy superiores: el índice industrial Times retrocedió 49 puntos. Una vez más el ticker no pudo reflejar el curso de la jornada en tiempo real.

    Ese día no se experimento ningún tipo de recuperación a pesar de que los banqueros se reunieron de nuevo en la sede de Morgan. De lo que se hablo en aquella reunión se desprende que de lo que estuvieron discutiendo dos largas horas fue de intentar liquidar el compromiso de sostener el mercado sin provocar más alarma entre el público.

    Aquella tarde del 28 de octubre ya nadie confiaba en la posible acción de los banqueros para poder salvar al mercado de una nueva caída.

    El día siguiente, el martes 29 de octubre de 1929, fue el día más devastador en la historia de la Bolsa de Nueva York. Todo lo narrado sobre los días anteriores se reunió en torno al “martes negro”; el volumen de contratación fue inmensamente superior al del 24 anterior, los precios se hundieron hasta límites sólo superados el lunes 28. La incertidumbre y la alarma fueron tan grandes como en cualquiera de los días anteriores.

    En cuanto sonó la campana de apertura de sesión, comenzó a venderse con urgencia enloquecida, se ofrecían grandes masas de acciones al precio que se quisiera dar: de haber continuado el ritmo de venta de la primera media hora durante todo el día, el volumen total habría llegado a los 33 millones de acciones.

    Pero sin duda, los que peor lo pasaron fueron los trusts de inversión. No sólo sus títulos se debilitaron, sino que se vio que prácticamente iban a quedar reducidos a cenizas; en algunos casos llegaron a perder hasta dos tercios de su valor en un solo día.

    A pesar de tales escalofriantes cifras, la Comisión de gobierno de la bolsa celebraba una asamblea en la que, tras reunirse por segunda vez, y discutir sobre la conveniencia de cerrar la bolsa durante algún día, decidieron que esta permanecería abierta, pero se concederían una serie de fiestas y sesiones de corta duración en cuanto el mercado mostrara algo de fortaleza que permitiera tomar estas medidas.

    Durante ese día, los banqueros se reunieron dos veces, a mediodía y a últimas horas de la tarde, y al ver que el mercado no repuntaba, sino que se hundía más todavía, se empezó a extender el rumor de que el pool de los banqueros lo que estaba haciendo era vender y no intentar sostener el mercado, aunque posteriormente a los representantes de la prensa se les dijo que iban a seguir intentando mantener el mercado.

    Debido a su patente inoperancia (si bien es cierto que no podían hacer mucho más, pero ellos solitos se metieron en ese pozo sin fondo), los banqueros fueron el juguete preferido en los entretenimientos de comisiones del congreso, tribunales, prensa, etc., durante la década siguiente.

    Las situaciones en las oficinas de Wall Street se volvieron a repetir al cierre de la jornada bursátil, aunque este día, si cabe, se prolongaron durante más tiempo ya que tenían que registrar la mayor masa de transacciones jamás registrada.

    El día siguiente (30 de octubre), la Bolsa se recuperó de una forma casi milagrosa; los índices recuperaron cerca de la treintena de puntos con un volumen considerable de negocio. El porqué de esta recuperación no se sabrá jamás; quizá fue por las palabras del Subsecretario de Comercio, el doctor Julios Klein, o por las otras de John D. Rockefeller, el cual no había hablado durante decenios.

    La semana siguiente al crac (del 4 al 9 de octubre) se presentaba esperanzadora debido a este tipo de declaraciones a las que se incorporaron las de empresarios de renombre como el presidente de la General Motors Corporation o el de la Ford. Pero nada más lejos de la realidad, porque el lunes 4 de noviembre la Bolsa abrió con la misma tendencia que las semanas anteriores, y esto fue un varapalo brutal dadas las expectativas depositadas en esta semana. Así, en estos días las pérdidas aumentaron, con algún día en medio de ligero repunte.

    La semana del 11 al 15 de noviembre, no resultó mucho mejor: el índice industrial del Times perdió otros 50 puntos. Esta semana fue, sin duda, la más triste del crac; había fracasado todo: la confianza, el “sostén organizativo”…

    Durante el mes de noviembre, se hizo patente la debilidad de trusts de inversión provocada por la famosa palanca; a comienzos del mes en cuestión, la mayoría de las acciones de los trust eran ya invendibles; llegados a este punto, los trusts de inversión intentaron sostener su propia cotización echando mano de su dinero líquido disponible, pero sólo consiguieron comprar unos títulos sin valor y perder el poco dinero líquido del que disponían. Esta era la única alternativa a la lenta pero segura muerte.

    Finalmente, el 13 de noviembre, la crisis del mercado se detuvo, al menos por el momento. Ese día se alcanzó el nivel mínimo. El índice industrial Times cerró a 224, casi la mitad de los 452 del 3 de septiembre del año 1929.

    Observando el siguiente chart del Dow Jones desde el año 1920 al año 1939, nos podemos dar cuenta de la magnitud de la caída ocurrida a partir del crac de la bolsa y de que lo peor estaba aún por llegar con un retroceso imparable hasta aproximadamente la mitad de 1932:

    CONSECUENCIAS

    Las consecuencias emanadas del famoso crac fueron múltiples, entre las que podemos destacar los suicidios, descubrimiento de estafas, cientos de investigaciones sobre el comportamiento de inversores durante el año 1929, la pérdida de reputación de personas del mundo académico debido a sus fallidas estimaciones y las consecuencias económicas para los dos grandes bancos de Nueva York, aparte, claro está, de las consecuencias para los pequeños inversores:

    Con frecuencia se relaciona el crac de la Bolsa de Nueva York con los suicidios ocurridos durante el año 1929 en EE.UU. Sin duda, esto también forma parte de la leyenda, ya que, con anterioridad a 1929, la tasa de suicidios había venido aumentando gradualmente. La tabla siguiente (extraída directamente del libro “El Crac del 29” de J.K. Galbraith, p.152) nos muestra la evolución de la tasa de suicidio en los años precedentes al crac, los años del crac y los posteriores:

    'Gran Depresión'

    Según esta tabla, sólo durante el año 1932 la tasa de suicidio aumentó de forma extraordinaria, mientras que en 1929 y en los dos años inmediatamente posteriores al crac esta tasa no aumento de forma espectacular sino que lo hizo en línea con la evolución de los años anteriores.

    Este mito del suicidio puede ser que prosperara por la suposición de que los especuladores tienen una propensión al suicidio mayor que otras personas.

    Otra de las consecuencias del crac del '29 fue el descubrimiento de un número de estafas de cuantía importante. En muchos aspectos, el efecto del crac sobre la cifra de estafas fue más significativo que sobre la de los suicidios.

    Apenas una semana después del crac, los informes sobre empleados estafadores se convirtieron en algo habitual, y desde luego fueron más corrientes que los suicidios ocurridos en esas fechas. Estas estafas consistían, principalmente los bancos eran los causantes, en colocar los ahorros de sus clientes en el mercado de valores; cuando sobrevino el crac, todo ese dinero se diluyó con la consiguiente bancarrota de los clientes.

    La estafa más espectacular de todo este periodo fue el saqueo del Union Industrial Bank, de Flint, Michigan. La cifra facilitada de la cantidad estafada ascendió a más de 3,5 millones de dólares.

    Una consecuencia más del crac del '29 fue la investigación por parte de la Bolsa de Nueva York de ciertas actuaciones de los que en un momento auparon el mercado, debido a las sospechas de ciertos rallys bajistas sobre el mercado y de las fortunas que se habían hecho gracias al desplome del mismo; una de las personas envueltas en esta investigación fue J.L. Livermore, al que se le acusó de ser el jefe de un sindicato que se dedicó a ponerse corto en el mercado y así acelerar su ruina.

    Al hilo de estas investigaciones, años más tarde del “martes negro”, se constituyó una Comisión senatorial para determinar el número de personas involucradas en la especulación bursátil de 1929. Veintinueve entidades bursátiles ese año informaron tener relaciones con un total de más de millón y medio de clientes, la mayoría lo eran de la Bolsa de Nueva York y sus filiales; las casas de cambio informaron que sólo unas 600.000 cuentas de las mencionadas eran operaciones a plazo y el resto de operaciones al contado. Sin embargo, se puede estar seguro de que en los momentos cumbre de 1929 el número de especuladores activos era inferior al millón.

    Un capítulo aparte de las consecuencias merecen las personas que durante toda la tormenta posterior al crac vinieron proclamando que esta depresión era simplemente pasajera y que no duraría más de una semana; me estoy refiriendo, sobre todo, a los oráculos universitarios, los cuales quedaron en evidencia al ni siquiera atisbar nada de lo que posteriormente sucedió. Incluso, ciertas sociedades, como la Harvard Economic Society llegó a la conclusión el día 2 de septiembre de que: “ la actual recesión en el mercado de valores y en la producción no es precursora de una depresión económica general” Esta afirmación fue sólo la primera que esta sociedad realizó, ya que se pueden contar hasta diecisiete afirmaciones en esta línea, hasta que el 31 de octubre de 1931 pronunciara su última predicción antes de disolverse algún tiempo más tarde debido a la pérdida de su buena reputación. No se puede dejar de nombrar al profesor Irving Fisher, quien se pasó los años siguientes al crac intentando aclarar porqué se había equivocado en sus predicciones.

    EL INTENTO DE SALIDA DE LA DEPRESIÓN:

    EL NEW DEAL

    Para contrarrestar el ciclo económico depresivo existente en EE.UU. Keynes propuso políticas económicas anticíclicas. Keynes sostenía los principios del liberalismo económico clásico, pero proponía la intervención del Estado en aquellos casos en que se viera perjudicado. Creía que una redistribución de los ingresos y el aumento de la tasa de empleo, reactivaría la economía. Las ideas de Keynes se publicaron en 1936 en su libro Teoría general del empleo, el interés y el dinero.

    Estas políticas anticíclicas consistieron en una intervención masiva del Estado en la economía. Esta intervención se dio a partir del 8 de noviembre de 1932 cuando ganó las elecciones el demócrata Roosevelt.

    El primer indicio de que estaba en camino un nuevo régimen económico surgió después de las elecciones, en diciembre de 1932, cuando Roosevelt torpedeó los esfuerzos de Hoover para saldar las deudas y reparaciones de guerra multilateralmente. Esta sólo fue la primera medida tomada por el nuevo presidente a la que siguió el programa de activismo estatal más conocido: el New Deal

    El New Deal fue un conjunto de medidas económicas puestas en marcha por el presidente Roosevelt entre 1933 y 1937, para actuar de forma enérgica sobre lo que se consideraban las causas de la grave crisis económica de 1929. Esta nueva política económica se fundamentaba en el intervencionismo favoreciendo las inversiones, el crédito y el consumo, lo que permitiría reducir el desempleo. Se crearon 6 grandes grupos de medidas, generales, en agricultura, industria, obras públicas, inversión privada y acciones sociales:

    - Políticas Generales: trataron de recuperar la confianza en el sistema económico y bancario.

    • Finalidad: fomentar las exportaciones, aumento de precios, remediar deficiencias estructurales anteriores.

    • Medidas:

      • Devaluación del dólar efectuada en 1933, la cual tuvo efectos espectaculares en los precios agrícolas entre otros; estos efectos se reflejan a modo de ejemplo en la figura siguiente en la que se compara el precio del algodón en dólares con el valor de la libra:

      • La Ley bancaria (llamada Glass-Steagall Act) de 1933 incluyó dos reformas importantes: la separación entre la banca comercial y la banca de negocios, es decir, la especialización bancaria, y la introducción del seguro de depósito bancario Federal Deposit Insurance Corporation, la cual contribuyó decisivamente a terminar con la crisis bancaria.

      • La Ley de Valores, del 27 de mayo de 1933, reguló el funcionamiento de la bolsa y estableció normas para impedir las especulaciones y el fraude bursátil.

    - Política agrícola:

    • Finalidad: Sostenimiento de los precios de productos agrarios.

    • Medidas:

      • Reducir oferta (Federal Farm Relief Board desde 1929) mediante el almacenamiento de alimentos.

      • Recuperación del poder adquisitivo del sector agrícola. Para ello se impuso una de las medidas más características del New Deal: la Ley de Ajuste Agrícola (AAA), que preveía, entre otras medidas, que el gobierno pagase a los agricultores por no cultivar sus tierras; su objetivo era que subiesen los precios.

      • Se establecieron unos precios mínimos mayores que los precios mundiales: subvenciones a las exportaciones.

    - Política industrial:

    • Finalidad: Reactivar actividad económica evitando sobreproducción

    • Medidas: Reactivación de la producción industrial mediante la Ley de Recuperación Industrial (NIRA) la cual trató de aumentar los precios estimulando a las empresas industriales a llegar a acuerdos entre si, y con los sindicatos, de “competencia leal”; así mismo, trato de aumentar los salarios, reduciendo la jornada laboral. Todo ello para corregir los descensos provocados por la depresión.

    - Política de obras públicas:

    • Finalidad: Mejorar situación económica de zonas deprimidas, reconversión de la industria de guerra.

    • Medidas: se llevaron a cabo a través del Programa de gasto Público de Emergencia

      • Red de electrificación rural.

      • Construcción de 122.000 edificios públicos, más de 1 millón de Km. de carreteras, 77.000 puentes y 285 aeropuertos.

    - Política de inversión privada: La inversión, alentada por el nuevo régimen, por las demandas de un sector agrario rejuvenecido y por un mercado de valores más alto, empezó a aumentar. En la gráfica siguiente se puede observar la evolución del gasto en inversión y en consumo:

    - Políticas sociales: la Ley de Seguridad Social de 1935 implantó el seguro de desempleo y, junto con una legislación complementaria, creó un sistema de seguro de vejez, accidentes, pensiones, etc. Igualmente, el Estado favoreció la creación de empleo de dos formas: directamente mediante la oferta de empleo público e indirectamente encargando a empresas la construcción de obras públicas. También se establece un seguro de desempleo financiado por los empresarios y un seguro de jubilación financiado entre los empresarios y trabajadores.

    El New Deal no acabo con el paro y la inversión privada no aumento significativamente, pero la sustitución de la inversión privada, por inversión pública contribuyo a que la depresión no fuese aun más grave.

    El "segundo New Deal" (1935-38), elaborado por hombres como Thomas Corcoran y Benjamin Cohen, dos protegidos del juez de la Corte Suprema Felix Frankfurter, considerado por muchos como el cerebro en la sombra de las reformas, se inició una vez que las primeras medidas habían devuelto la confianza al país, y después de que Roosevelt fuera reelegido para un nuevo mandato en 1936. Sus objetivos fueron consolidar la obra iniciada, frenar la contraofensiva conservadora (que había logrado paralizar por anticonstitucionales distintas iniciativas de las direcciones de Regulación Agrícola y Ayudas Urgentes) y ampliar la cobertura social para la masa de la población.

    CONCLUSIONES

    La Gran Depresión fue una catástrofe social y económica de dimensiones y características hasta aquel momento desconocidas.

    Las personas responsables de haber tomado las medidas oportunas pecaron de optimismo o, simplemente, no supieron ver la marea de negros acontecimientos que se les venía encima sin que ellos pudieran hacer ni un solo movimiento para intentar parar esa marea; como digo, quizá no fueron responsables de la gran recesión ocurrida pero se mostraron inoperantes a la hora de paliar sus efectos y así intentar acortar la depresión lo máximo posible.

    Lo importante que nos muestra la historia económica a partir de aquellos acontecimientos es que, por lo menos, se tomaron medidas para que episodios como los que se vivieron en octubre de 1929 y años posteriores no se volvieran a repetir, puesto que han existido ciertos episodios que, en su principio, se asemejaron bastante al crac vivido el 29 de octubre de 1929, como el ocurrido en el año 1987 o, más recientemente, el estallido de la burbuja tecnológica en el año 2000.


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    Enviado por:Tornasol
    Idioma: castellano
    País: España

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