Varios


Extrañando a Dina; Marioalonso Madrigal


Título del trabajo:

Extrañando a Dina

Categoría: Novela

Autor:

Marioalonso Madrigal

Resumen:

Extrañando a Dina es una novela basada en una historia real, la cual trata sobre el dolor que sufre un joven cuando pierde a la mujer que ama. No es la historia de la pareja, sino la de él después de haber terminado con ella; el pesar en la cual se ve envuelto a causa de lo ocurrido, y lo que debe ir aprendiendo para poder superar el intenso sufrimiento que experimenta, sin perder la esperanza de que sus heridas en algún momento llegarán a sanar.

El fin de esta novela está mucho más allá del simple hecho de dar entretenimiento. Esta obra es una historia que conforme se va desarrollando, brinda valiosas enseñanzas y profundas reflexiones sobre las relaciones de pareja, las separaciones y el modo de enfrentarlas, el manejo de la soledad, el amor, el apego, el placer, los celos, la dependencia emocional, la tristeza y otras situaciones de igual importancia, que todos los seres humanos deberían considerar cuidadosamente, para formar relaciones humanas de mayor calidad.

No posee Bibliografía porque es una novela original

Biografía del autor:

El autor de este libro nació el 17 de noviembre de 1979, en San José, Costa Rica, donde vive actualmente. Es profesional en psicología y trabaja tanto en el área laboral como clínica.

Su objetivo al escribir el libro, fue el de compartir con los demás sus conocimientos y su filosofía sobre el amor, las relaciones de pareja, los celos, el apego, la dependencia, con el fin de que los lectores se entretengan y al mismo tiempo obtengan para su vida personal, el máximo provecho de ello.

Su teléfono y su correo electrónico son los siguientes:

8304916 - mario_alonso_mj@yahoo.com

San José, Costa Rica. Año 2007.

*Permitida la reproducción y distribución de este libro, siempre y cuando se cite la fuente y el autor.

Introducción

Extrañando a Dina es un libro basado en una historia real. Específicamente, inspirado en una relación de pareja que tuve con una joven llamada Dina. Pero no es precisamente la historia de ambos, sino la mía después de haber terminado con ella. Aunque sí hago ciertas referencias a lo que vivimos, es más una descripción de lo que sentí, al separarnos.

Cuando nuestra relación acabó, yo sufrí de forma muy intensa, lo cual dio lugar a que tuviera largos ratos de meditación acerca de la soledad, el miedo, la tristeza, el dolor, la sexualidad, el placer, el amor -no sólo de pareja sino en general-, y otras cosas. Estas páginas contienen lo que aprendí acerca de ello durante ese tiempo.

Mi intención al crear esta novela no es sólo proporcionar entretenimiento, también es hacer un aporte a las demás personas. Como en cierto momento pensé que tal vez a alguien, le podría ayudar en algo el leer mis reflexiones, decidí compartirlas de manera escrita.

Con eso no quiero decir que este libro sea una obra mágica e incuestionable, portadora de verdades a seguir para poder alcanzar la felicidad, ni nada por el estilo. Lo narrado aquí es mi verdad, en la cual creo, pero no tiene por qué ser la verdad de otros. Si de alguna manera mis relatos le ayudan al lector, pues me alegro mucho. Pero si no es así, ni modo, no escribí con el afán de convencer a nadie, lo hice simplemente para compartir.

Me encantaría que quien lea mi experiencia, al hacerlo trate de sentirse no sólo espectador, sino también protagonista. Con esto, me refiero al hecho de leer procurando sentir todo lo vivido por mí, en este recorrido de soledad; el dolor, la angustia, el miedo, la frustración, la duda, el desesperado afán de encontrar respuestas, la esperanza de volver con Dina, y cualquier otra emoción o sentimiento que se presente.

A mi parecer, si el libro se lee de esa manera, tal vez se pueda entender mejor lo que sentí y quizás las palabras no me resultaron suficientes para explicar.

Capítulo 1

Cuando Dina y yo terminamos llevábamos pocos meses de ser novios, pero a diferencia de otros noviazgos nuestra relación fue muy intensa, o por lo menos así lo sentí yo. Éramos compañeros en la universidad, nos veíamos casi a diario durante bastante rato, en muchas ocasiones ella dormía en mi casa, y a veces yo, en el apartamento de ella.

Dina había dejado su trabajo debido a que el horario no le permitía asistir a la universidad. Esperaba pronto hallar otro, con una jornada más conveniente para ella. Los días fueron pasando y no encontraba empleo, lo cual la hacía sentirse muy agobiada. Mientras tanto se sostenía con lo poco que ganaba los fines de semana; los sábados en una labor de medio tiempo que un amigo mío le había conseguido, y los domingos colaborando en una tienda de ropa con su hermano. Yo le ayudaba con la alimentación.

En esa situación -muy angustiante para ella-, pasó un tiempo, hasta que llegó un momento en el cual estaba completamente desesperada por su falta de empleo. Debía pagar el alquiler del apartamento donde vivía y como no tenía dinero, comenzamos a pensar en la posibilidad de que residiera conmigo mientras encontraba una labor de tiempo completo.

En ocasiones anteriores habíamos conversado sobre el hecho de irnos a vivir a una misma casa, pero yo no lo tomaba en serio porque no sentía estar preparado para dar ese paso. En algún momento me dijo que si yo realmente la quería, debía tomar en cuenta la mala situación económica en la cual se encontraba y llevármela a vivir conmigo. Aunque yo consideraba esas palabras como una especie de chantaje sentimental, sólo le respondía que para mí, unión libre es igual a matrimonio, lo cual no me parecía apropiado, que mejor dejara eso como última opción y esperara a ver si pronto conseguía empleo.

Yo no tomé esa actitud por egoísmo, sino porque consideraba necesario esperar más tiempo antes de adquirir un compromiso tan serio para mí, como juntarnos.

Ella me decía que prácticamente vivíamos juntos, porque todos los días nos veíamos y dormíamos en la misma cama. Yo le decía que para mí sí había algunas diferencias significativas en comparación con una pareja que habita bajo el mismo techo, por ejemplo; ella aún no poseía llave de mi casa, seguía teniendo la mayoría de sus cosas en su apartamento, pasábamos uno que otro día sin vernos, yo me sentía inseguro y además, mi hermano vivía conmigo, por lo cual, no podíamos disponer solamente nosotros dos, la opinión de él también contaba. Pero como se aproximaba el momento de pagar el alquiler y ella no tenía dinero, era necesario tomar una decisión.

_Yo no puedo seguir pagando el alquiler -me dijo un día-, primero, por la falta de plata, y segundo, porque ya casi no utilizo mi apartamento para nada; diariamente me quedo a dormir donde tú vives y tengo mucha ropa ahí. Mejor me llevo a tu casa la ropa que aún tengo en mi apartamento, y me quedo contigo mientras encuentro algún empleo.

Accedí a la idea con un poco de nerviosismo y le dije que dejara sus muebles en casa de su madrastra.

Dina también tenía oportunidad de irse a vivir con ella, pero no lo hacía debido a ciertos problemas que tuvieron algún tiempo atrás. Esa señora la había agredido mucho, tanto física como verbal y emocionalmente, desde niña y durante toda su adolescencia. Dina decía seguir hablándole debido a que le ayudaba con dinero y porque allí vivían sus dos hermanos menores, a quienes quería mucho. Pero una de sus metas era ser solvente económicamente y esperar a que sus hermanos vivieran en otro lado para no volver a dirigirle la palabra nunca.

Comentaba que aunque su madrastra se comportara gentil en ese momento, ofreciéndole un cuarto, era pura hipocresía. Que actuaba así solo porque no vivían en la misma casa, y si así fuera, nuevamente volvería a comportarse de forma violenta, y comenzarían los problemas otra vez.

Mientras nos poníamos de acuerdo respecto a lo que íbamos a hacer le dije:

_Escúchame, quiero dejar algo claro; tú y yo no nos estamos casando ni decidiéndonos a vivir en unión libre, que no es lo mismo pero es igual. Por eso te pedí que dejaras tus muebles en otro lado, porque de lo contrario sería igual que juntarnos. Si traes todo para acá, cuando encuentres trabajo no te vas a ir ni yo voy a dejarte marchar; porque ya estaremos acostumbrados a vivir juntos y no vamos a querer separarnos. Y no me parece correcto el aferrarnos tanto, uno al otro, de forma tan rápida.

A juzgar por su expresión, pude notar que ese comentario le molestó, pero no respondió nada hasta el día siguiente por la noche. Veníamos saliendo de clases, cuando me dijo:

_Estuve pensando en lo que me dijiste ayer y he cambiado de parecer, mejor no voy a vivir contigo, pero para sentir que vale la pena el dinero pagado por el alquiler de mi apartamento, pasaré más tiempo ahí, de hoy en adelante dormiré en tu casa sólo los fines de semana. Antes de venirme a la universidad le vendí la refrigeradora a mi madrastra, con ese dinero pagaré el alquiler durante los próximos dos meses, tal vez en ese tiempo consiga trabajo.

_ ¿Pero por qué así? -respondí-, ¿no te parece que estás reduciendo demasiado nuestro tiempo?, además, sí estás utilizando tu apartamento, ahí tienes muchas cosas y el dormir en mi casa no implica el dejar de ir a tu apartamento cuando quieras, como a menudo lo haces.

A mí me parecía que ella buscaba mediante esa actitud, terminar parcialmente con nuestra relación, pero por más que intenté hacerla cambiar de parecer respecto a esa decisión de vernos menos, siguió firme en su determinación.

_Por más que insistas no cambiaré de opinión -me decía-, y si tanto te molesta eso, entonces terminemos de una vez por todas.

_ ¡Ah!, así que ahí querías llegar -le dije-, estás buscando un pretexto para pelear y terminar la relación, sólo porque no accedí a que nos juntáramos.

Le dije eso no sólo por la evidente molestia expresada en su rostro cuando el día anterior le dije que no deseaba juntarme, sino también porque desde unas semanas atrás me había parecido que ella, -a pesar de haber pensado varias veces, en vivir conmigo-, se sentía muy insegura con nuestra relación y quería alejarse de mí. Sin embargo, después tenía cambios emocionales drásticos y decía adorarme e incluso querer casarse, entonces concluí que su intención era “todo o nada”; o estamos juntos completamente, o no estamos juntos. Yo pensaba que sí me quería pero su necesidad económica la estaba confundiendo.

Ese día estuvimos discutiendo por lo mismo durante mucho rato hasta llegar a mi casa, donde hubo un absoluto silencio. Yo solamente esperaba a que ella me dijera algo así como: “Voy a pasar menos tiempo aquí, pero cuando quieras puedes llegar a mi apartamento”.

En ningún momento lo dijo, lo cual para mí, reafirmaba mi sospecha de que ella no quería continuar con nuestra relación, por lo menos no bajo las condiciones en las cuales estábamos. Cuando ya no aguanté más el silencio, le dije:

_Lo más doloroso para mí, es no haberte oído decir que entre semana yo puedo quedarme en tu apartamento de vez en cuando.

_No te lo he dicho porque es lógico -dijo-, puedes llegar cuando quieras.

Como respondió con un tono bastante apagado, no creí que lo dijera sinceramente, sin embargo, no quise continuar con la conversación.

Esa noche no hubo entre nosotros ni un solo beso o abrazo, situación que era inusual. Al acostarnos intenté acariciarla con el fin de reconciliarnos, pero al notar su seriedad me detuve.

Al día siguiente yo no tenía trabajo porque era sábado, pero ella sí. Se levantó muy temprano y mientras me encontraba dormido, empezó a empacar sus cosas. El ruido que estaba haciendo me despertó, al verla guardando todo pensé:

Sí, definitivamente este es el final, esperaré a que me diga algo.

No me dijo nada, solamente terminó de alistar su ropa. Cuando estaba a punto de salir le pregunté:

_Dina, ¿qué vamos a hacer ahora?

Con esa pregunta, me refería a cuáles eran nuestros planes para después de que ella terminara de trabajar.

_Apenas salga del trabajo vengo a recoger mis cosas y me voy a mi apartamento -dijo-.

_Pero estabas a punto de irte sin decirme nada, ¿cómo iba yo a saber a qué hora vas a venir?

Le hice esa pregunta porque yo no tenía un teléfono en el cual recibir llamadas. Se quedó un momento en silencio y dijo:

_Bueno, chao.

Yo asumí, aunque no me lo dijera, que estaba cortando conmigo. Esto lo creí debido a varias razones:

Primera, era sábado; según me había dicho el día anterior, los fines de semana pasaríamos juntos, sin embargo, sus planes eran irse a su apartamento después del trabajo. Segunda, se marchaba sin decirme nada; eso nunca lo hacía. Tercera, había empacado absolutamente todo lo que tenía en mi casa. Y última, al preguntarle qué íbamos a hacer, respondió que después de trabajar se llevaría todo. Para mí era muy claro; estaba acabando con la relación.

Me levanté de la cama y fui a desayunar. Un rato después de haber acabado, pensé:

Bueno, tal vez sea mejor así. De todos modos ella no sabe ni qué quiere realmente, ciertos días se muestra felicísima y dice amarme con toda su alma, y a veces está tan irritable que no puedo ni acercármele. En algunas ocasiones afirma nunca haber imaginado encontrar a alguien tan especial como yo, y en otras manifiesta sentirse insegura con nuestra relación, al punto de no saber si lo mejor es terminar conmigo.

Y yo por mi parte, ya me estoy cansando de algunas cosas, como de que me cele tanto. Eso me hace sentir muy limitado.

Además, creo estar muy joven como para aferrarme tanto a una relación de pareja.

Habiendo concluido que lo mejor era terminar, decidí arreglar de forma inmediata, un asunto pendiente entre nosotros; fui al teléfono público, la llamé a donde estaba trabajando y le dije:

_Por favor, cuando vengas ahora en la tarde tráeme la plata que te presté.

_Con mucho gusto -respondió-.

Yo le había prestado dinero para el alquiler del mes pasado, y como acababa de venderle la refrigeradora a su madrastra, consideré ese momento como el adecuado para pedírselo, ya que no sabía cuándo la volvería a ver, no sólo por el hecho de terminar, sino también porque eran los primeros días de diciembre y estaba a punto de concluir el período lectivo, por lo cual, tampoco la vería en la universidad.

Esa última conversación la tuvimos aproximadamente a las diez de la mañana. A pesar de que ella salía hasta las cuatro de la tarde, media hora después de haberla llamado, estaba en mi casa. Llegó en un taxi y entró a recoger sus cosas.

_ ¿Qué pasó con el trabajo? -le pregunté-.

_Pedí un rato libre para venir a recoger todo -me dijo-, el lunes en la universidad le doy su dinero.

Sacó todas las bolsas de la alcoba, recogió una ropa que tenía colgada en el tendedero del patio y se fue.

_Te voy a extrañar -le dije cuando estaba saliendo-.

_Chao -respondió-.

Capítulo 2

Estuve todo el día, con mucho dolor, pensando en lo que había pasado. Cuando ya era de noche, mientras estaba cenando, empecé a extrañarla muchísimo y a sentirme muy arrepentido por no haber intentado solucionar nuestros problemas. Entonces me puse a pensar:

¿Por qué terminamos? Aunque en el momento lo creí oportuno, ahora, pensándolo mejor, me parece que no hay un buen motivo como para acabar con la relación. Además, nos amamos, y cuando hay cariño no se deja ir todo así nada más. Si sigue existiendo amor y no ha habido irrespeto, deberíamos continuar.

Terminé de cenar, me lavé los dientes, salí, abordé un taxi y me fui a su apartamento con el fin de platicarle sobre eso que había pensado. Tal vez si hablábamos más claramente podríamos entendernos mejor, pensaba yo.

Dina era divorciada, me había contado que su esposo la agredía de muchas formas, desde cosas tan simples como obligarla a utilizar el "speaker" cuando hablaba por teléfono, para él poder escuchar, hasta cosas tan degradantes como patearla mientras la trataba de zorra, o prohibirle cerrar la puerta del baño cuando hacía sus necesidades, para asegurarse de que no le ocultaba nada.

De hecho, me había comentado que no lo quería lo suficiente cuando se casaron, pero lo hizo principalmente porque deseaba dejar de vivir con su madrastra e irse a otro lado, pero no tenía recursos económicos para hacerlo sola.

Mientras iba en el taxi pensaba:

Dina estuvo casada, debe saber que todas las parejas tienen problemas, y después de haber vivido con ese patán, difícilmente querrá tirar a la basura una relación tan linda como la nuestra, sin hacer un último esfuerzo. Hablaré con ella, haré todo lo posible por entenderla y le pediré que lo intentemos de nuevo.

Llegué a su apartamento y no estaba, o si estaba no me quiso abrir. Llamé a casa de su abuela y no se encontraba ahí. Entonces llamé a su madrastra.

_Aquí no está -me dijo con una voz fría y cortante-, pero vendrá mañana como a las 8:00 a.m., si quiere llámela a esa hora.

Por su tono de voz supuse que ya se había enterado de nuestra ruptura.

Me devolví a casa sintiendo una inmensa necesidad de tenerla a mi lado y preguntándome por qué había sido tan idiota de dejarla partir así nada más, sin hacer mayores esfuerzos por llegar a un acuerdo. En la madrugada quería levantarme, tomar un taxi e ir nuevamente a su apartamento a buscarla, pero logré controlarme y pude dormir.

Al día siguiente, estaba a las ocho en punto de la mañana llamando por teléfono:

_Mario Alonso, Dina aún no ha venido -me respondió su madrastra-, pero definitivamente no quiere continuar con la relación. Está muy molesta porque usted, conociendo la difícil situación económica por la cual está pasando, le pidió la plata de un pronto a otro.

_Se la pedí porque simplemente se iba a ir sin decirme absolutamente nada -le dije-, y como le había vendido la refrigeradora a usted, entonces aproveché que tenía suficiente dinero como para pagarme y cancelar su alquiler. Pero de todos modos, yo no quisiera terminar con ella, porque la quiero y no me parece que haya sucedido nada tan grave como para acabar con nuestro noviazgo, además...

_Pero usted, por ser hombre, no debió haberle pedido el dinero ni aunque terminaran, porque el varón siempre se debe encargar de la mujer, y la plata que le da debe darla por perdida.

Yo sabía que esa señora era una persona muy machista a la cual resultaría imposible explicarle que a mi parecer, el noviazgo entre Dina y yo no era una de esas relaciones hechas a la antigua donde el hombre está obligado a mantener a la mujer. Que para mí, las mujeres tienen las mismas obligaciones del varón; si yo le hubiera pedido dinero prestado a Dina, lo normal es pagárselo después, por lo cual ella debería actuar de la misma manera. Que Dina muchas veces se había catalogado a sí misma como una persona muy liberal en todo sentido, incluyendo el económico, y que yo también estaba necesitando ese dinero, el cual no había podido usar por ayudarla. Sin embargo, preferí no decirle nada para no entrar en una discusión.

_Un momento, ya viene Dina -me dijo-, voy a decirle que usted desea hablar con ella.

_ ¿Sí? -contestó Dina en un tono bastante seco-.

_Hola -respondí-, ayer te fui a buscar en la noche.

_Sí, me contó mi vecina que te vio.

_Necesitaba hablar contigo.

_Pero yo no quiero hablar con usted, he visto que no es quien yo creí, con esa actitud tan maldosa de pedirme el dinero conociendo mi situación económica.

_Yo no lo hice para molestarte o hacerte sentir mal.

Le expliqué por qué había sido, pero ella no aceptaba mis razones.

_Olvídelo Mario Alonso -me decía-, yo ya tengo mi vida resuelta, no hay nada más por hablar, y no crea que me va a convencer, porque cuando yo tomo una decisión soy firme en ella.

_Bueno, si no quieres volver conmigo está bien -le respondí-, pero quisiera conversar contigo.

_No, yo no quiero hablar con usted.

_Mira, te pido disculpas si ese asunto del dinero te lastimó, no fue mi intención hacerte sentir mal. Quiero hacerte saber que te amo y quisiera charlar para intentar llegar a un acuerdo, me gustaría decirte varias cosas que he pensado.

_Pero yo no quiero discutir nada más, entiéndalo y sepa que todo terminó.

_ Si a tu ex-marido le aguantaste tantas groserías, y a tu madrastra le sigues hablando después de como te ha tratado, ¿por qué eres tan inflexible conmigo?

_No le voy a dar explicaciones acerca de eso, adiós.

Cuando colgó el teléfono me sentí destrozado, sabía que hablaba en serio, entonces me dije a mí mismo:

Si te interesa no te debes rendir así nada mas, debes luchar hasta donde puedas.

Llamé a su madrastra en la noche y le estuve hablando varias cosas, entre tantas, que yo amaba a Dina y no la quería solamente como novia sino como mi futura esposa, que ella y yo habíamos hablado del hecho de vivir juntos y tener o adoptar niños, pero a mí me parecía preferible terminar nuestras carreras antes de intentarlo.

Le dije que nunca le había hablado sobre esto, de manera tan clara a Dina, por lo cual quería decírselo, hacerle saber que si quería una relación más formal, por mi parte sí la podíamos tener, pero teniendo paciencia.

También le mencioné que deseaba preguntarle a Dina por qué no me quería dar, ni siquiera la oportunidad de hablarle.

Me recomendó llamar dentro de unos días, cuando a Dina se le bajara un poco el enojo, pero me advirtió que ella había dicho no querer volver a hablar conmigo nunca.

Al ver la decisión de Dina me decidí a hacerlo lo mejor posible, escribí una carta para dársela en la noche del siguiente día (lunes), cuando la viera en la universidad, en la cual le manifestaba no sólo mis sentimientos hacia ella, sino también lo que a mi parecer, podríamos llegar a hacer en un futuro.

Al día siguiente llegué a la universidad justo cuando estaba empezando la clase, por lo cual me vi obligado a esperar hasta la salida para poder hablarle. Cuando terminó la lección me acerqué a donde ella estaba e inmediatamente me dio el dinero. Intenté dialogar y no quiso hacerlo. Le expliqué muy rápidamente mi opinión respecto a lo acontecido y le pedí disculpas, pero ella solamente me evitaba y decía que todo había acabado. Por último, le di la carta y le pedí por favor llamarme si cambiaba de opinión, ella asintió con la cabeza y se marchó.

Esa noche me fui muy apesadumbrado para mi casa, me sentía embargado por una profunda sensación de impotencia.

Al día siguiente, mi amiga y compañera de trabajo, Viky, -quien conocía la situación y yo le había contado lo sucedido la noche anterior-, me sugirió no hacer nada más y esperar la decisión de Dina, pero no le hice caso. Era tal mi desesperación que decidí seguir intentándolo de otras maneras.

Ese día entregaban la nota final de una materia que Dina y yo llevábamos juntos, procuré ser el primero en llegar y el último en irse, pensando que tal vez ella me hablaría cuando me viera. Como no había clases y era sólo entrega de nota final, los compañeros únicamente llegaban, recogían su calificación y se iban. Estuve esperando a Dina hasta que el profesor se marchó. No llegó.

Tres días después volví a llamar a su madrastra y me dijo que nada había cambiado en la decisión de Dina. Empecé a cuestionarme sobre el porqué de su inflexibilidad:

¿Por qué toma esa decisión conmigo y con el sucio de su esposo, sí estuvo durante largo tiempo, y lo perdonó en muchas ocasiones?

Según ella nadie la había hecho tan feliz como yo, ya que soy distinto a sus novios anteriores, quienes eran hombres excesivamente machistas, entonces ¿por qué no puede tan siquiera dirigirme la palabra?

Como no pude dar respuesta a esas preguntas, dejé de pensar en eso para continuar ideando la manera de hacerla regresar conmigo. Decidí enviarle a casa de su madrastra un ramo de rosas, acompañadas con una nota un poco más larga que la anterior.

Esperé un par de días, luego envié las flores, seguí esperando unos cuantos días más, pero no dio ningún resultado.

Estaba por rendirme cuando se me ocurrió algo con respecto a la madrastra de Dina:

¡A como es de hijueputa esa vieja, tal vez botó las rosas, no le ha dado ni un solo recado, y Dina no sabe que he estado insistiendo!

Ante esa duda llamé por teléfono a la abuela de Dina, a quien yo consideraba una persona muy amable y servicial. Le conté brevemente acerca de lo sucedido y le pedí permiso para llegar en la tarde del día siguiente -cuando yo terminara de trabajar-, con una carta dirigida a Dina, en la cual expresaría de forma amplia mis sentimientos hacia ella y mi opinión con respecto a nuestra relación. La señora se comportó muy amable conmigo y me dijo que con gusto recibiría la carta para entregársela a Dina. Al terminar de hablarle me dije:

Bueno, haré una carta mucho más extensa que las dos anteriores, con fin de dejarle muy claro mi forma de pensar y sentir. Pero esto debe ser lo último que haga, me he arrastrado demasiado y ya es mucho más que suficiente.

Al día siguiente -el último de trabajo antes de salir a vacaciones en la empresa donde yo laboraba-, sonó el teléfono de la oficina mientras me encontraba almorzando y contestó Viky. Llegó ella al comedor y me dijo:

_Te llama Dina.

Yo corrí hacia el teléfono:

_Hola -respondí emocionado-.

_Mario Alonso -dijo-.

_Sí, ¿cómo estás?

_Llamaba para pedirle un favor; deje de molestarme.

_Solamente necesitaba conversar contigo para hacerte saber algunas cosas, pedirte disculpas y aclarar algunas dudas.

_Pero ya me pidió disculpas antes, además, no me interesa hablar nada. Yo tomé una decisión y usted no la ha respetado, así que por favor deje de molestarme y no moleste a mi abuela ¿está bien?

_Está bien.

Y colgó.

_ ¿Qué te dijo? -preguntó Viky-.

_Que dejara de molestarla, ¿ella le dijo algo a usted?, -le pregunté-.

_No.

Me quedé en silencio por un momento.

_No se aflija -me dijo Viky-, usted sabía a qué atenerse si seguía insistiendo.

Me levanté, saqué de mi salveque una manzana que pensaba dejarle a Dina cuando fuera donde su abuela -ya que le gustaban mucho-, y la dejé en el comedor del trabajo.

Fui al baño con la gran carta que la noche anterior había durado varias horas escribiendo, le di una leída, la rompí en pedacitos y la tiré al basurero. Con muchísima tristeza pensé:

Muy bien, ya es hora de aceptarlo, todo terminó.

Capítulo 3

Ese día no pude terminar de almorzar. Simplemente me devolví a la oficina a seguir trabajando y a esperar el fin del último día de trabajo en el año.

Al ser la hora de salida, probablemente yo era el único de todo el personal en la institución que no deseaba tener vacaciones, porque como también había terminado el período lectivo en la universidad, estaría mucho tiempo desocupado y sabía que eso me entristecería más.

Al llegar a casa mi hermano aún no había llegado. Me senté en el sillón de la sala y comencé a pensar:

Nuevamente me encuentro en la soledad que tanto odio. ¿Por qué?, me esforcé tanto con el fin de hacerla regresar y nada. Tal vez luego llegue alguien a mi vida, pero cabe la gran posibilidad de que también se vaya, ¿entonces?

Me quedé un rato sentado y en silencio, sin pensar en nada más. La tristeza empezó a hacerse cada vez más intensa, y cuando mis lágrimas estaban a punto salir, me levanté bruscamente y pensé:

No puedo quedarme aquí dejando que la soledad me destruya, debo buscar la manera de distraerme.

Así que inmediatamente tomé una decisión; pasar esas vacaciones de la forma más alegre posible, con la compañía de algunos amigos. Sin embargo, sucedió algo muy curioso, y fue que durante todos esos días no pude salir con ninguna de mis amistades. Les llamaba y por algún motivo no estaban, o no podían salir cuando yo les proponía.

Intenté comunicarme una y otra vez con una amiga llamada Carol y jamás la localicé, posteriormente me di cuenta de que había cambiado su número telefónico.

Llamé varias veces a Viky, y siempre me decían que no estaba, nunca pude hablar con ella.

Uno de tantos días, acordé con un ex-compañero de universidad, salir a algún lado a tomar algo, convenimos vernos en cierto lugar a las 6:00 p.m., pero no llegó. Me tuve que devolver a la soledad de mi casa.

En varias ocasiones estuve telefoneando a Viviana, -otra amiga-, cuando por fin la localicé me dijo que en un rato se iría de vacaciones a un lugar relativamente lejano.

También hablé con mi prima y llegamos al acuerdo de que la llamaría cierta tarde, a cierta hora, para salir a algún lado. Cuando intenté comunicarme con ella por teléfono, no estaba.

Le propuse varias veces a Susan -una vecina-, que fuésemos a algún lado, pero siempre estaba comprometida.

Después de varios días de esa situación, Leo, el hijo del esposo de mi madre, me dijo que llegaría cierta noche a revisar unos fallos en mi computadora. Durante la mañana del día que yo le esperaba estuve pensando:

Bueno, ahora más tarde viene Leo y hablamos un rato, aunque no salga a ningún lado, por lo menos no la pasaré aquí tan solo.

Al comunicarme con él un rato antes de la hora acordada para vernos, me dijo que no podría llegar. Desesperado y triste me pregunté:

¿Qué pasa?, por más intentos que hago siempre me encuentro solo, si no fuera por la ocasión en la cual salí con Roberto, me la hubiera pasado aquí encerrado día y noche.

Roberto es mi hermano, y la única vez que habíamos salido juntos durante esas vacaciones, fue mientras él andaba en una reunión con unos amigos y yo me incluí.

Luego hubo un par de días en los cuales pude salir, pero fue porque literalmente, me colé. Primero con unos vecinos que ya tenían planeado ir a pasear y fui con ellos. Luego con mi amiga Vanesa, pero también porque ella iba de fiesta con algunos amigos, y yo llegué a donde estaban.

El asunto fue que no pude salir con nadie a quien yo se lo propusiera. Ese día que anduve con Vanesa, ella y yo nos pusimos de acuerdo para recibir el año nuevo, juntos, el cual estaba a unos pocos días.

En la mañana del 31 de diciembre, la llamé para ponernos de acuerdo sobre la hora a la cual nos veríamos; me dijo que no podría verme.

Para colmo, ese día mi hermano andaba de viaje con unos amigos, se había ido desde el 29 y volvía el 3 de enero.

Aunque pudiera parecer que los pocos días en los cuales fui a pasear eran suficientes, por la partida de Dina y a causa de no estar en el trabajo ni en la universidad, me sentía mucho tiempo en soledad. Además, esos ratos de diversión fueron bastantes cortos. En relación con toda esta situación, pensaba:

Tras de ya no tener a Dina después de haberme acostumbrado a su presencia, todo el mundo me deja solo, lo peor es que como soy una persona de pocas amistades, ya agoté todas las posibilidades.

En esa soledad que a mí me resultaba tan dolorosa, pasé todo diciembre. Nunca había tenido unas vacaciones, navidad y año nuevo, tan horribles.

Los primeros días de enero -cuando ya había retornado al trabajo y estaba a punto de entrar a la universidad nuevamente-, me empezó a pasar que, cuando me encontraba desocupado, sentía una gran necesidad de reflexionar sobre la soledad que viví durante esos días. Una noche en mi casa me cuestioné:

¿Por qué sucedió eso?, parecía como si alguien o algo hubiese decidido que yo estuviera sólo. Fue demasiada casualidad que no hubiera con quien pasear precisamente cuando todo el mundo había salido de clases y estaba sin trabajar.

Empecé a reflexionar acerca de si existe algo que a veces nos guía hacia cierto camino y muchas veces no le hacemos caso. Consideraba lo acaecido como mucho más que casualidad, sentía como si todo se hubiera puesto de acuerdo para dejarme a solas y mostrarme algo.

En ocasiones anteriores, había notado como en muy poco tiempo me sucedían varios acontecimientos relacionados, pareciendo como si alguien intentara enseñarme algo, es decir, dando la impresión de ser más que una coincidencia. Por ello me pregunté:

¿Qué debo aprender? ¿Cuál es el significado de lo sucedido? Puedo notar que el destino me proponía estar solo, pero por qué, si yo odio eso, a mí me gusta estar rodeado de gente con la cual compartir, ¿por qué ese algo que parece estar guiando parte de mi vida no me brinda compañía en vez de soledad?

En ese momento una voz dentro de mi mente susurró:

“Quien no está preparado para la soledad

tampoco está preparado para la compañía”

Me quedé sorprendido ante esas palabras. Estuve bastante rato en absoluto silencio, con esa idea en la mente.

Después, de un pronto a otro comencé a sentir que comprendía profundamente esa frase, y en un instante empezó a surgir en mi mente, una gran reflexión al respecto, pero de una forma sumamente fluida y sencilla. Es decir, era yo quien pensaba pero al mismo tiempo sentía como si alguien me dijera las palabras:

¡Quien no está preparado para la soledad, tampoco está preparado para la compañía! ¡Es verdad! A veces busco la compañía, pero no precisamente por el gusto de tener a cierta gente a la par, sino por el temor a estar solo.

Estar preparado para la compañía implica no pretender eternizarla, más bien, es saber y aceptar que puede acabar. También es, no creer que obligatoriamente la compañía acarrea alegría, y la soledad, tristeza. La felicidad y la desdicha pueden hacerse presentes, independientemente de si me encuentro o no, con alguien.

Si no estoy preparado para la soledad, veré la compañía de una manera muy nociva; como mi salvación o el único motivo para ser feliz. Eso podría llevarme a creer que si una relación no dura para toda la vida, entonces es un fracaso, lo cual puede provocar el aferrarme a relaciones destructivas.

Por eso, si no estoy preparado para la soledad, tampoco lo estoy para la compañía, ya que el recibirla me producirá daños emocionales, debido a que en vez de compartir y disfrutar, crearé dependencia y sujetaré mi felicidad a la presencia de esa persona.

Por eso muchas personas se aferran a quien no les hace sentir bien; “porque estoy muy viejo para encontrar a alguien que me quiera”, “porque todas las personas que pasan por mi vida son iguales, entonces debo aceptarlo”, “porque le amo y no puedo dejarle”, y por quien sabe qué cosas más. Pero todo se resume en su gran temor a recorrer la vida, solos.

Y cuando muchas personas se deciden a abandonar esa relación que tanto daño les hace, dicen algo así como; “estoy solo pero pronto eso cambiará, debo esperar para que algún día llegue el gran amor de mis sueños”, lo cual en apariencia podría parecer un pensamiento positivo, pero no lo es, porque al no aceptar plenamente lo que la vida le entrega -la soledad-, está alimentando el temor a ésta.

Eso es lo que se ha hecho en nuestra cultura; creer que durante los momentos de soledad, la dicha se ausenta. Muchas canciones románticas parecen promover un sentimiento muy positivo al afirmar que alguien al fin encontró la verdadera dicha y un motivo para existir cuando conoció a la persona con quien se encuentra, lo cual puede parecer muy bonito, pero es igual que escuchar una de esas canciones que muestran la partida de la pareja como una gran desgracia que estropea por completo las ganas de vivir. Desde ambas perspectivas hay temor a estar solo.

Lo mismo sucede con algunas novelas televisivas, las cuales consisten en echarse a morir por tener a alguien al lado. Seguramente su auge se debe a que incluyen dos características muy importantes de la vida sentimental de mucha gente; la primera es lo que realmente viven, y la segunda es lo que les gustaría vivir. Lo que viven es el dolor, la obsesión, el sufrir más que gozar, a causa de alguien. Lo que les gustaría vivir es el encontrar a su alma gemela, esa relación perfecta con una pasión de adolescente que dure para toda la vida, con alguien sumamente atractivo, inteligente y de hermosos sentimientos, que les comprenda y ame siempre.

Si hasta ahora, sin darme cuenta me he identificado con eso o por lo menos con una buena parte, será mejor empezar a cambiar, porque no sé cuántos serán los días que pase a solas y quiero aprovechar al máximo cada uno de ellos.

Un momento después de haber pensado en todo eso me dije:

Bueno, me siento un poquitín mejor al ver todo lo que he aprendido en tan poco tiempo. Parece que debo aprender a ver mi soledad de manera positiva, pero ¿cómo hago eso si siento lo contrario?

Me quedé en silencio acostado en el sillón durante un rato, con esa pregunta en la cabeza. Después de un rato volvió a surgir en mí, una gran comprensión de forma espontánea y fluida, la cual dio lugar a que de una manera rápida y continua, comenzara a pensar:

En primer lugar, debo entender que la alegría no depende de la compañía, sino de mí mismo y mi capacidad para estar bien en cualquier momento, viviendo de la manera más satisfactoria posible. Cuando comprenda eso dejaré de esforzarme tanto por tener a alguien a mi lado y no me aferraré a relaciones inconvenientes, ni a ideales amorosos esperando que algún día traigan consigo la dicha.

En segundo lugar, debo aprender a fijar mi atención en el momento que estoy viviendo, no en el que ya pasó o en el que está por venir. He dedicado mucha energía a comparar mi soledad actual con la compañía que alguna vez tuve, con la que podría tener o con la que algún día llegará, y a causa de ello termino concentrándome en momentos que, o ya han pasado, o no han llegado, y dejo de prestarle atención al instante más importante; mi presente. Es decir, esperando ese “gran” momento del mañana desaprovecho el hoy.

Me sentí satisfecho por haber podido pensar eso, sin embargo, después de un pequeño rato se me ocurrió que también era necesario entender qué es soledad y qué es compañía. Entonces continué reflexionando:

¿Qué significan esas dos palabras? Entiendo por soledad el no estar con alguien cerca, aunque también me puedo sentir solo teniendo gente alrededor. Cuando estoy con alguien puedo decir que estoy acompañado, pero ¿a partir de qué momento dejo de estar con alguien? Si me encontrara con Dina, la tengo abrazada y le estoy hablando, podría decir que estoy en compañía de ella, si nos distanciamos un par de metros y continuamos hablando, podría decir que sigo con ella. ¿En qué momento dejamos de estar juntos?

Si nos separamos varios kilómetros de distancia, sí podríamos decir que ya no estamos juntos, ¿por qué?, treinta kilómetros o dos metros, ambos siguen siendo una medida, y de cualquier manera ya perdí el contacto físico con ella, ¿será a causa del no poder interactuar?

Sin embargo, si me encontrara con ella acostado en la misma cama, no le estoy mirando, ni hablando, ni tocando, y en ese momento alguien me pregunta por teléfono si estoy con alguien, probablemente respondería que sí. Entonces no necesito interactuar para sentirme en compañía.

Si ella se acabara de ir a trabajar y estuviera a menos de diez metros de la casa, y alguien me llama para preguntarme lo mismo, seguramente contestaría que no. Entonces ¿cuál es la diferencia? ¿El que los dos no nos encontremos dentro de esa estructura llamada alcoba o casa? Pero sí estamos dentro del mismo vecindario, país, planeta y universo.

Si me comunicara vía Internet con ella, ¿estamos juntos o no? Si estoy hablándole, escuchándole y observándole a través de una pantalla, puedo decir que estamos interactuando, pero como nos separan cierta cantidad de kilómetros, entonces ¿estoy o no con ella? ¿Me puedo sentir en soledad a pesar de estar interactuando con alguien?, ¿o acompañado sin hablar con nadie y tal vez hasta sin tener a ninguna persona a la par?

Si me encuentro en un estadio rodeado de mucha gente, pero llegué allí sin ningún conocido, y me preguntan por teléfono si estoy solo, yo respondería afirmativamente, aunque en ese momento esté pasando a través de un tumulto y teniendo contacto físico con muchas personas. Incluso podría dirigirle la palabra a un hombre para pedirle que me venda un refresco y aun así sentir que estoy solo. ¿O podría sentir lo contrario si quisiera?

¿Será que todo es cuestión de interpretación? Yo pude en algún momento, llegar a mi casa creyendo erróneamente que Dina se encontraba durmiendo en la alcoba, si en ese instante me hubiesen buscado para preguntarme si me encuentro con alguien, yo hubiera respondido que sí, porque eso es lo que creo. Entonces, ¿será que todo depende de la actitud y de lo que se quiera creer?

Después de pensar en eso, me quedé nuevamente en silencio y unos instantes después pude responder:

“Soledad” y “compañía” podrían ser la misma cosa. Equivocadamente se utiliza esta última palabra para referirse al hecho de estar a cierta distancia de alguien, pero siempre estaré a cierta distancia de alguien. Lejos o cerca, es relativo.

Compañía no es estar lo suficientemente cerca de una persona como para poder interactuar, ya que también puedo comunicarme con quien se encuentra a muchos kilómetros de mí.

El poder ver, oír o sentir a otra persona tampoco son características indispensables de la compañía, ya que ésta puede existir aun en la oscuridad, el silencio y la distancia.

Siempre tendré la misma cantidad de soledad y de compañía, percibir una cosa u otra, depende de mí.

Comprender eso me ayudó a enfrentar la partida de Dina, al saber que podía seguir con ella todo el tiempo que quisiera.

Es decir, había entendido que -a pesar de ser necesario dejar de esperarla y extrañarla-, no tenía porqué dejar de estar con ella, ya que siempre se puede estar con las personas queridas, independientemente de poder o no, hablarles, mirarles y tocarles.

En ese momento supuse que quizás esa fue la enseñanza del destino cuando me mantuvo lejos de mis amigos; que de igual manera ellos estaban conmigo.

Al comprender que la compañía no se encuentra condicionada por la distancia, pude entender que el amor tampoco.

Cuando Dina era mi novia y me despedía de ella para ir al trabajo, yo sentía que seguía conmigo, pero porque estaba seguro de volverla a ver más tarde. Ahora, aunque nuestra relación había acabado, yo sabía que si deseaba, podía seguir sintiéndome junto a ella.

Eso no significa que me encontraba dispuesto a seguir eternamente enamorado de ella, lloriqueando y deseando su regreso. Más bien, estaba aprendiendo que el “estar” con alguien tiene muchas formas, y debía aceptar la de ese momento en vez de quejarme.

Después de pensar en todo eso me levanté del sillón, fui a mi alcoba y empecé a escribir algo que un rato después pegué en la pared de mi cuarto, con el fin de estarlo leyendo cuando me entristeciera, decía:

No debo establecer diferencias entre la soledad y la compañía, ambas son lo mismo percibido de manera diferente.

Nunca estoy solo, ya que siempre estoy con gente a mi alrededor, a unos pocos metros de distancia o a miles de kilómetros, en el mismo salón o en el mismo planeta.

Pero al mismo tiempo siempre estoy solo, porque nunca ninguna persona llega a fusionarse con mi ser.

Estoy con todos y al mismo tiempo no estoy con nadie, ya que soy parte del “todo”, pero por más que interactúe con alguien e influyamos uno sobre el otro, siempre seremos seres individuales, en ningún momento uno se adherirá al otro.

Cuando me aflija por la soledad en la cual me encuentro, pensaré que siempre cuento con la presencia de mí mismo. Debo valorar mi propia compañía antes de recibir la de otros, para así no perderme por encontrar a alguien.

Caminaré conmigo a través de mi soledad que en realidad es compañía, y cuando me encuentre acompañado recordaré que siempre estoy solo.

No volveré a confundir compañía con cercanía y mucho menos con felicidad, porque cometería el gran error de ver la soledad como sinónima de tristeza.

Dejaré de considerar la compañía y la soledad como un objetivo o algo a evitar, sino como momentos que la vida me ofrece; con la misma disposición que acepte uno, aceptaré el otro. De esa manera, nadie me engañará brindándome falsa compañía.

Al terminar de escribir esas líneas, las leí con detenimiento y un rato después me dije a manera de conclusión:

Hay momentos para estar a solo, y momentos para estar acompañado, nada más, y ninguna situación es mejor que la otra.

Pero esa conclusión la asimilé mejor, cuando un rato después surgió de nuevo una voz en mi mente -dándome la idea con la cual debía finalizar lo que había escrito-, diciendo:

“Nadie vino para quedarse eternamente... quien llega, en algún momento tendrá que partir”

Capítulo 4

Después de haber meditado tanto, me convencía más de que las cosas no suceden por casualidad; la vida se puso de acuerdo para dejarme en soledad con el fin de que yo la sintiera en carne propia, y así aprendiera a vivir con ella en vez de buscar un escape falso.

Posteriormente a mi reflexión sobre la soledad y la compañía, mi mente estaba un poco más clara, por lo cual me di cuenta de que inconscientemente, mi interés por salir con algunas personas, hasta cierto punto era ir con ellos a algún bar juvenil de mala muerte, en el cual pudiera tomar licor en exceso, oír música a un volumen ensordecedor y quizás conocer a una mujer con quien aliviar mi angustia mediante sexo. Todo para saturar mi mente y olvidar mi aflicción. Pero esa fuerza guiadora de mi vida, consideró preferible que yo me encontrara a mí mismo en soledad, en vez de perderme por buscar compañía.

Además, el tener la mente más clara, me llevó a pensar que tal vez la supuesta soledad de diciembre, era simplemente verdadera compañía. Esto, porque ciertas personas estaban dispuestas a verme cuando yo quisiera; mi hermana, mis abuelos, mi madre y su esposo. Aunque en el momento no lo noté, todos hubieran recibido mi visita cualquier día, pero ellos no estaban interesados en ir a un bar donde hubiera un inaguantable olor a tabaco y marihuana, música barata a todo volumen y muchas personas deseosas de apagar sus problemas con sexo y alcohol. Al parecer, sin estar del todo conciente de ello, eso era lo que yo deseaba.

No quiero decir que las personas con quienes no pude salir no fuesen verdadera compañía, sí lo eran, pero a casi todos los busqué con el fin de tener con quien ir a algún bar, y no precisamente para conversar un rato, sino más bien para escapar de mí mismo temporalmente.

Nada fue casualidad, todo sucedió por un motivo especial. No sé cómo explicar eso que dirigió mi vida hacia un determinado rumbo, para enseñarme el valor de la soledad y no dejarme caer en el escape que buscaba para según yo, olvidarme de Dina. Algunos le podrían llamar Dios, otros quizás dirán que es la misma vida. Alguien tal vez lo vea como una energía desconocida que puede ayudarnos en ciertas ocasiones.

Pienso que aparte de eso, puede ser también el poder de la mente, la cual es capaz de encaminarnos hacia lo que en el fondo de nosotros sabemos, es más importante. Muy en mis adentros, sabía que era preferible aprender a convivir con la soledad en vez de pasarme la vida evadiéndola.

Sin embargo, en esos momentos de confusión, estaba muy influenciado por mi dolor como para reflexionar al respecto. Pero esa fuerza inexplicable para mí, me empujó hacia lo más adecuado.

No sé cuál es el motivo de ese cúmulo de “casualidades” que a veces intentan dirigirnos hacia un objetivo, me parece bastante difícil el acontecimiento de muchos sucesos relacionados, únicamente por pura coincidencia.

De hecho, esas supuestas casualidades no ocurrieron sólo cuando terminé con Dina, también hubo algunas bastante curiosas, mientras estuvimos juntos e incluso antes de empezar nuestra relación, o sea, cuando acabábamos de empezar nuestra carrera y nos veníamos conociendo. En relación con eso hay una historia interesante.

Cuando ingresé a la universidad a estudiar sicología, estaba tan entusiasmado con ello que por primera vez en mucho tiempo me propuse dejar de pensar en relaciones de pareja. En ocasiones anteriores yo sentía muchos deseos de tener una novia con la cual compartir, pero por algún motivo todas mis relaciones eran problemáticas o demasiado vacías. Por lo cual, frecuentemente soñaba con conocer a alguien especial a quien pudiera querer. Al decidirme a estudiar esa carrera tan apasionante para mí, me dije:

De ahora en adelante, dejaré de pensar tanto en hacerme de una novia para concentrarme en mi carrera. Si llegara a tener una relación tendría que ser con alguien de la misma universidad, para tener mayor facilidad de verla. No pienso gastar tiempo viajando hacia algún lugar muy lejano con el fin de verle, sabiendo que podría estar empleándolo en mis estudios.

Sin embargo, no voy a la universidad a buscar novia, voy a estudiar, debo tener eso presente. Si de forma espontánea aparece alguien, está bien, pero si no es así, no importa.

En esos días fue fabuloso sentir como, sin el menor esfuerzo, podía cumplir lo que me había propuesto. Desde varias semanas antes de entrar a la universidad había dejado por completo, de pensar en relaciones de pareja, situación que era poco usual en mí. Al llegar el primer día de clases fue igual, la mayoría de compañeras eran mujeres, algunas estaban muy guapas, y aun así ni siquiera me pasaba la idea por la mente.

Creo que eso sucedió gracias a la felicidad producida por estar estudiando una carrera tan hermosa para mí. Lo que antes había intentado llenar inútilmente con relaciones de pareja, ahora estaba empezando a hacerlo mediante el interés en una profesión.

A la salida del segundo día de clases conocí a Dina, le hablé con la simple intención de conversar, ahí descubrimos que habíamos matriculado las mismas materias.

Al día siguiente, cuando acababa de subirme al autobús para ir a la universidad, pensé:

Ahora veré en clases a Dina... mmm, algo me dice que voy a terminar enamorado.

No sé por qué surgió esa ocurrencia en mí, cuando hablé con ella el día anterior, en ningún momento pensé en nada parecido. Pero lo más sorprendente fue que justo en ese instante, levanté la vista y ahí estaba Dina pagándole el pasaje al chofer. Esa fue la primera gran “coincidencia”; topármela justo cuando estaba pensando en ella.

Se sentó junto a mí y muchas más “coincidencias” surgieron cuando empezamos a hablar; nos gustaba la misma música, odiábamos las mismas cosas, opinábamos igual acerca de la religión, la política, los deportes, la televisión, las costumbres populares, la sexualidad, las relaciones familiares y muchas otras cosas, lo cual nos asombró, ya que ambos éramos personas bastante radicales en algunos de nuestros planteamientos, por lo cual, siempre nos había resultado difícil encontrar gente con formas de pensar similares a las nuestras. Sin embargo, por alguna asombrosa razón éramos muy similares en casi todo.

Después de eso, estuvimos varios días hablando únicamente como amigos y sorprendiéndonos de ver cuánto nos parecíamos.

La primer semana de nuestro noviazgo yo le conté que cuando nos topamos en el autobús, yo venía pensando en ella como una persona de la cual me enamoraría, y que ahora, lo más curioso para mí era, no sólo haberla visto ahí ese momento, sino también el haber empezado posteriormente, una relación de pareja con ella. Al terminar de contarle, Dina respondió asombrada:

_ No lo puedo creer

_ ¿Por qué? -respondí-

_Porque yo también venía pensando en ti justo cuando me saludaste en el autobús.

_ ¿En serio? ¿Qué estabas pensando?

_Solamente recordando cuando estuvimos hablando el día anterior, y me sorprendí de verte ahí.

Al terminar esa conversación ambos quedamos atónitos. Nos parecía una “gran casualidad” venir pensando uno en el otro justo cuando nos topamos, y al hablarnos descubrir que ninguno de los dos, nunca habíamos conocido a alguien con quien tuviésemos tanto en común.

Después, esa idea de las “grandes casualidades” era reforzada constantemente al descubrirnos muchas características de personalidad similares. También al contarnos lo que uno opinó del otro cuando nos vimos por vez primera en clases; antes de hablarnos, a ambos nos pareció que el otro tenía un carácter poco agradable.

Durante la relación sucedieron algunas cosas bastante extrañas, pareciendo ir más allá de la coincidencia, como que -sin habernos avisado ni hablar nada-, nos hiciéramos un regalo uno al otro el mismo día, y lo más curioso de todo, nos obsequiamos la misma cosa. O que yo llamara a la casa de una familiar de ella, a la cual Dina muy pocas veces visitaba, con el fin de preguntar si por casualidad la habían visto, y ahí estuviera en ese momento.

En otra ocasión estábamos Dina y yo en la ciudad de San José, teníamos hambre, entonces estuvimos durante unos minutos conversando con el fin de escoger uno de entre muchos lugares disponibles donde comer. Mientras caminábamos hacia el restaurante al cual decidimos ir, empecé a contarle que Viky dijo haber soñado con nosotros. Comienzo a relatarle el sueño de Viky y al entrar, ahí estaba ella.

Curiosamente esta amiga mía no es una persona que acostumbre frecuentar San José. Además, el restaurante escogido por nosotros no era precisamente uno de nuestros preferidos. Sin embargo, nos encontramos en un lugar inesperado, justo cuando hablábamos de que ella, había soñado con nosotros.

Hoy día sigo sintiéndome bastante impresionado por esos raros acontecimientos ocurridos al comienzo y durante la relación, y los que a mí me sucedieron después. Me resisto a reducir todo a simples casualidades. Pienso que detrás de esas situaciones había algo dándome una enseñanza. Bueno, en realidad no sé si fue sólo una o varias, pero yo aprendí una muy especial; saber seguir el rumbo que lleva la vida.

Es más fácil adaptarme a la vida que intentar adaptarla a mí. Si ésta considera determinado momento como el adecuado para tener una pareja, pues esa es su oferta y mejor aceptarla cuando existe la oportunidad. Pero si después me dice; “ahora te toca pasar algún tiempo en soledad porque necesitas aprender algunas cosas”, pues también debo aceptarlo, es al rumbo de la vida y no lo puedo modificar. Puedo forzar las cosas un poco o engañarme haciéndome creer nada debe cambiar, pero eso únicamente retrasaría lo inevitable y lo que tal vez es mejor.

Sin embargo, en esos días, -a pesar de haberme tranquilizado ligeramente por haber meditado sobre la soledad-, me costaba mucho aceptar el rumbo que llevaba mi existencia. Aunque Dina se había ido, sentimentalmente yo no la dejaba ir.

Capítulo 5

Estamos aquí, solos y en silencio

Lo sé, no quieres estar conmigo, ya me lo habías dicho

Lo sé, no me amas, ya me lo habías dicho

Sólo quiero mirar el color café miel de tus ojos

Esos ojos que tanto extraño

Dígnate a aceptar esta carta por favor,

Déjame dártela

Déjame un segundo tocar tu cabello.

Permíteme cantarte tan siquiera una canción.

Lástima que eso no pueda ser

Debido a que no puedes responder

Porque lo único que está aquí de ti son tus cartas

Y tu bello rostro sonriente impreso en un papel

Ese papel al cual le escribo esta nota

Lo miro detalladamente y con nostalgia

Al acostarme, al levantarme

Antes de irme y al llegar a casa

Un papel enmarcado y ubicado

A un costado de mi cama

Estamos aquí, solos y en silencio,

Lo sé, no quieres estar conmigo, ya me lo habías dicho,

Lo sé, no me amas, ya me lo habías dicho,

Sólo quiero mirar el color café miel de tus ojos

Esos ojos que tanto extraño... y decirte:

Te amo, me haces falta

No sabes cuánto me he lamentado por ti

Quiero verte y de nuevo tenerte en mi pecho, cubierta por mis brazos

Quiero oír de tus labios un:

“Te Amo”

Lástima que eso no pueda ser

Porque sólo estoy hablando

Con un trozo de...

...papel

Al terminar de escribir esas líneas, las leí, lloré en silencio, un par de minutos después les puse como título: “Charlando con un recuerdo”, y las archivé en el fólder donde guardo todo lo que escribo.

Representar mis sentimientos en papel, fue en ese momento para mí, el mejor modo de expresar lo que sentía.

Para ese entonces ya había entrado a la universidad, y aunque llevaba varios días intentando aplicar a mi vida todo lo aprendido sobre la soledad, yo continuaba extrañando exageradamente a Dina, sintiéndome muy triste, y con dificultad para levantar el ánimo.

Pensaba en ella constantemente, retrocedía en los recuerdos, venía a mi mente la esperanza de volverla a ver y cuando trataba de hacer desaparecer esa ilusión, me sentía peor.

La amaba, eso sentía y era un sentimiento poderoso. Eran demasiadas las ganas de estar con ella, y pensar en eso me conmovía, me angustiaba y a menudo me sacaba un par de lágrimas.

Podía verla en las estrellas, en las flores, en la gente. La percibía en el frío, en la oscuridad y en el viento, al cual le preguntaba:

¿Dónde estará ahora? Si ella tuviera una minúscula idea de cuánta falta me hace. ¿De qué manera aceptar su partida? ¿Cómo encontrarle un sentido a todo esto si parece estar más allá de mi entendimiento? ¿Qué hacer para llenarme de positivismo si su ausencia me provoca una gran tristeza?

Pasé varios días torturándome con ese tipo de interrogantes. Mientras lo hacía también pensaba en el porqué del amor, en a quién era mejor amar y cuál era el momento indicado para esto. Pero me confundía, porque a veces me parecía que lo entendido por amor, no lo era, y que para querer a una persona no se necesita estar cerca de ella, por lo tanto mi sufrimiento a causa de la ausencia de Dina no era por no poder seguir amándola, porque sí lo estaba haciendo.

Cierta noche en mi casa, después de un largo rato de estar acostado en la cama haciéndome preguntas, de forma inesperada mis emociones se estabilizaron por un momento, lo cual provocó que mi mente se aclarara. Entonces me dije:

Antes de intentar entender la situación por la cual estoy pasando, primero debo comprender lo que es el amor y revisar mis creencias acerca de ello.

Me sorprendí al pensar eso, ya que al hacerlo pude notar algo muy importante; había estado empleando la palabra amor para referirme a muchas situaciones, sin saber si la estaba aplicando bien. Un concepto tan difícil de comprender como ese, yo lo usaba como si fuese una pequeña cosa de poca significación.

Por ello, antes de intentar responder cualquier pregunta acerca de mis sentimientos hacia Dina, me propuse en primer lugar comprender al máximo lo que el amor es. Como en ese momento mi tristeza se había reducido considerablemente y eso dio claridad a mi pensamiento, empecé a entablar una conversación conmigo mismo:

Bueno, me dedicaré entonces a cuestionar ¿qué es el amor?

Y a esa pregunta respondí unos segundos después:

Dar algo positivo sin esperar nada a cambio

Fue la respuesta que se me ocurrió en el momento.

Cuando uno ama, da sin esperar ninguna clase de beneficio, porque si así fuera, sería un intercambio económico. Cuando amo simplemente doy, si lo hago para que me den lo mismo, no es amor, porque estoy dando para recibir.

Pero cuando se da sin esperar nada a cambio, podría obtenerse satisfacción por el hecho de dar, entonces, ¿eso es amor?, ¿amaría a otros si ello produjera dolor?

Muchas personas dicen amar a su prójimo y por eso hacen obras de caridad. Pero de alguna manera eso les hace sentir bien, lo cual podría ser una forma de recompensa. Si la labor por realizar fuera abrumante y desgarradora, ¿la harían?

Recordaba como, según ciertas historias, algunas personas han sacrificado su vida por otros o se han sentido sumamente mal con el fin de hacerle el bien a alguien, lo cual significa que han dado sin recibir a cambio algo gratificante. Al respecto pensaba:

¿Realmente es así?, ¿dan sintiéndose afligidos? Quien dio la vida por su país, ¿realmente se sintió mal haciéndolo o tal vez le parecía que si lo hacía sus últimos segundos serían los más gloriosos de su existencia? ¿Lo hizo gracias al amor por la patria o a un condicionamiento que le haría sentir como cobarde si no lo hacía?

Quien se queda sin comer para alimentar a su hijo, ¿lo hace por amor o por ser más doloroso ver al niño con hambre que pasar hambre él? ¿Ha hecho lo mismo por otros niños? Si no lo ha hecho, ¿será porque sólo con su hijo tiene un fuerte apego y lo siente como parte de él? ¿Busca el bienestar de su hijo porque de alguna manera lo percibe como un beneficio propio? Si así fuese, sigue siendo dar esperando algo a cambio.

Sin embargo, después pensé en un posible “amor sin dar y sin recibir”, no precisamente por falta de disposición para hacerlo, sino porque en ese momento no se puede. Pensaba en el caso hipotético de dos amigos que se quieren aun estando físicamente muy lejos uno del otro. Tal vez tengan poca o ninguna comunicación, pero incluso así hay cariño entre ellos. Así como cuando una persona está sola en su casa, a pesar de no estar en ese momento dándole algo a quienes ama, aun así los ama.

Debido a eso, pensé en la posibilidad de también entender el amor como “brindarle valor o importancia a algo”. Quien ama a la naturaleza -por ejemplo-, le está brindando valor.

Pero plantear el amor de esa manera implicaba para mí, algo digno de considerarse, era que el amor existe en el tiempo y la memoria; considero valioso sólo lo conocido. Ante ese razonamiento me pregunté:

¿Y lo que no conozco?, ¿Por qué no considerar valioso a quien no he conocido? Si alguien me propusiera escoger a quién dejo morir, entre mi hermano y un desconocido, ¿qué elegiría si realmente tuviera una pequeña noción del amor?

En el momento pensé que dejar morir al hombre desconocido bajo la justificación de no quererlo y a mi hermano sí, es una acción poco vinculada con el amor, porque ese actuar sería debido a un beneficio personal; el no verme privado del placer producido por la compañía de mi hermano.

Ante el dilema empecé a reflexionar y a realizarme una serie de preguntas:

¿Por qué brindarle más valor a mi hermano? Yo lo considero más valioso, pero la familia de ese hombre no dirá lo mismo. ¿Vale más uno que otro como ser vivo?

Alguien podría responder; “lo valoras más porque te ha dado mucho y ese hombre no te ha dado nada”. Pero lo que él me ha dado, puede ser posible que ese hombre también se lo haya dado a su familia. Además, volvería a lo mismo; amar a quien me ha entregado algo, lo cual parece más un intercambio que amor.

Muchas personas al referirse a alguien que dicen amar, expresan: “¡claro que lo amo, si llevo muchos años de conocerle!”.

¿Quiere decir eso que están encariñados de los recuerdos, los cuales ya no existen, porque están en el pasado?

Si digo amar a un amigo al cual conozco desde hace diez años, se consideraría algo normal. Pero se vería de forma contraria si expreso lo mismo sobre quien conozco desde hace media hora. ¿Es necesario ubicar el amor en el tiempo? ¿El amor establece condiciones como la de llevar suficiente tiempo de conocerse? Y ¿cómo determinar cuánto es suficiente tiempo?

Sí puedo sentir amor hacia quien llevo mucho tiempo de conocer, pero no por quien conozco hace cinco minutos; ¿quiere decir eso que se ama más al hijo de diez años de edad, que al de cinco años y a éste más que al recién nacido, al cual no se puede querer porque se acaba de conocer?, ¿puedo amar a una persona acabando de conocerla?, ¿puedo amarla antes de conocerla?

Posteriormente logré entender que en este asunto de amar a unos más que a otros entra algo muy importante; la identificación. Recordé a ciertas personas decir: “lo amo porque es de mi familia”. Continué pensando al respecto:

¿Por qué amar más a mi hijo que a los demás niños? Eso parece implicar la canalización del sentimiento hacia mí mismo, ya que veo a esa persona como una extensión mía. Por tanto, estaría buscando un beneficio propio.

¿Podrá entenderse mejor el amor cuando no hay identificación, ya que se puede observar todo de la misma manera, sin condiciones, sin un interés personal de por medio?

También estuve preguntándome si considerando el amor como “dar valor o importancia a algo”, ¿sería posible brindar amor sólo a ciertas personas, y a otras no? Yo sabía que mucha gente actúa así siempre, pero me cuestionaba si eso realmente es amor. Sobre ello pensé:

Para estar vivo debo utilizar elementos de mi alrededor, que pertenecen a la naturaleza, a la existencia, lo cual implica el mantener mi cuerpo a partir de elementos pertenecientes a este universo. De la misma manera, cuando muera, mi cuerpo no desaparecerá, se convertirá en otros elementos, pero seguirá formando parte de este mundo, continuará siendo parte del “todo”. ¿Podría yo u otro ser vivo, aislarse de la totalidad, de “todo lo que es”?

No hay forma de alejarme, siempre seré parte de “todo lo que existe”. Si el universo se comprimiera quedaría concentrado en un solo objeto, si se volviera a expandir podría dar origen a nuevos elementos, pero todos parten del mismo origen, siguen siendo lo mismo con forma diferente, entonces ¿no soy lo mismo que todo a mi alrededor?, ¿acaso no tengo el mismo origen de cualquier cosa?

Si el “todo” es una unidad imposible de fragmentar, si nada se puede aislar de la totalidad porque siempre seguirá formando parte de “todo”, entonces ¿puedo fragmentar el amor? ¿Puedo dar amor a unos sí y a otros no?, ¿no sería eso como amar solamente a una de las ramas del árbol o sólo a una parte de mi cuerpo?

Si soy parte de los demás y éstos son parte de mí, ¿por qué amar sólo a algunos?

Si soy parte de todo el universo, el cual no es un montón de elementos independientes y aislados uno del otro, sino que es una totalidad, con formas diferentes, pero al fin y al cabo, una totalidad a la cual pertenezco, entonces ¿por qué amar sólo a una parte de ésta?

¿Hicimos los seres humanos esta fragmentación de la realidad, debido a nuestra conciencia de ser? Es decir, como creo tener pensamiento independiente siento no pertenecer a la totalidad de las cosas, y como no puedo percibir nada a través de los sentidos de otro, creo no tener absolutamente nada que ver con él.

¿Será a causa de un mal manejo de esa cosa llamada conciencia -la cual le fue brindada a esa parte de la totalidad denominada ser humano, durante ese período de tiempo llamado vida-, que pretendemos dividir el amor?

El ver las cosas de esa manera -pertenezco a un “todo”, éste es parte de mí, soy parte de él, soy él-, me condujo a plantear una nueva lluvia de preguntas:

¿Se debe amar a ese todo?, ¿se puede ser indiferente con él, o sea, no amarlo?, ¿se puede odiar?, ¿es el amor el contrario de odio?

Si soy uno con el todo y digo no amarlo, entonces no me amo a mí mismo. Si digo amarme más que a los demás estoy en un error, porque ellos son parte de mí. Si me amo amaré al todo. Si amo al todo me amo a mí mismo. Si lo odio, me odio.

Si considero al amor como el contrario de odio, ¿estoy en lo cierto? Los seres humanos tendemos a odiar a quien nos haga daño, ¿qué sería lo contrario?, ¿amar a quien nos favorezca? ¿No estaría otra vez en la situación de antes, dando solamente a quien me da, buscando ganancias?

¿Sería más acertado decir que el odio es el contrario de apego? Me apego a lo placentero, odio lo doloroso. ¿Me estaría odiando a mí mismo con el hecho de odiar a otra parte del todo? Me parece que el amor no tiene punto contrario y no posee relación con el odio, más bien, es un estado que surge cuando se deja de hacer divisiones artificiales de la totalidad.

¿Sería ese el estado que al parecer han alcanzado los grandes maestros de la humanidad, sentirse uno con el universo, en armonía, amando a todas las cosas?

Estuve durante unos minutos intentando responder a esa última pregunta. Sin embargo, no pude hacerlo. Eso me hizo percatarme de que en este rato había planteado varias interrogantes, pero muchas las dejé sin respuesta.

Eso me entristeció aún más, debido a que yo esperaba, mediante el entendimiento del amor, aliviar aunque fuera un poco, el intenso dolor producido por la ausencia de Dina.

Sin embargo, como ya estaba empezando la madrugada, opté por dejar esas preguntas para otro día e irme a dormir. Como siempre desde la partida de Dina, me acosté con unas cuantas lágrimas en la cara, abrazando la almohada fuertemente, acompañado de una enorme pesadez emocional, y con un ligero temor de que la tristeza no me permitiera levantarme al día siguiente para ir al trabajo, el cual en esos días, a causa de mi aflicción me resultaba sumamente agotador, aburrido y a veces desesperante.

Capítulo 6

Estuve durante varios días cuestionándome acerca de todo este asunto del amor. Cierto día, iba meditando al respecto mientras viajaba en el autobús rumbo a la universidad. Me exasperaba la descomunal confusión que afloraba en mí cuando pretendía responder a mis preguntas.

Después de unos minutos me dio sueño, estaba empezando a quedarme dormido cuando experimenté algo así como un “deja vu repetido”. O sea, tuve un deja vu, el cual, como cualquier otro, da la impresión de ya haber vivido el momento presente, pero en éste parecía que el instante había sido vivido dos veces, es decir, era el deja vu de otro deja vu; no sólo me parecía haber vivido ese momento, sino también el deja vu.

Pero lo más curioso para mí, fue que no era visual, sino auditivo, y además, se oía la voz de mi hermano diciendo:

“Su problema es el pretender responder a todas sus preguntas partiendo de una idea preestablecida, esa es; que el amor existe. Usted no sabe si eso es cierto. Para conocer la verdad su mente no debe tener ningún pensamiento, debe estar completamente vacía”

Todo me sorprendió muchísimo, no sólo el deja vu como tal, sino el contenido de éste. Con intriga me pregunté:

¿Será eso, que el amor no existe? ¿He estado haciendo preguntas y reflexionando acerca de algo irreal?

Al bajar del autobús y entrar a la universidad me olvidé completamente de eso, debido a que eran casi las seis de la tarde y estaba por iniciar la lección. Después de clases, como me encontraba muy cansado, me fui para mi casa inmediatamente. Sin embargo, olvidé mi agotamiento gracias al asombro que sentí cuando al llegar, mi hermano me saludó y un momento después, sin yo comentarle nada, empezó a hablarme:

_Estuve pensando en algo. Usted últimamente se ha estado cuestionando demasiado acerca del amor y dice no poder llegar a ninguna conclusión satisfactoria. Pero a mí me parece imposible el entendimiento sobre ello, sin antes cuestionar la existencia del amor. Primero debería considerar la posibilidad de que el amor no exista, así tendría la mente más abierta para cuando intente comprender todo este asunto de las relaciones humanas, sin dejarse influenciar por ninguna falsa creencia que pueda estar interfiriendo en su entendimiento. O sea, usted debe tener la mente en blanco para partir desde cero.

Me quedé sin habla por un breve lapso de tiempo y luego le pregunté:

_ ¿A qué hora estuvo pensando en eso?

_No sé -dijo-, hace rato, como entre cinco y seis de la tarde aproximadamente.

_ ¡Más o menos a la hora en que oí lo mismo!

_ ¿Cómo? -preguntó sin saber de qué estaba yo hablando-.

En ese momento le conté sobre mi deja vu y él también se mostró muy sorprendido. A ambos nos parecía un acontecimiento que iba más allá de la casualidad. Él sabía que yo me había estado haciendo muchos cuestionamientos, pero no tenía modo de saber sobre el mensaje de ese deja vu -o sueño, como fuera-, debido a que yo no se lo había contado a nadie.

Nos llamó tanto la atención ese fenómeno, que estuvimos un largo rato hablando sobre el mismo, sin tomar en cuenta el mensaje, al parecer, transmitido por él.

Posteriormente, me dediqué a reflexionar acerca del contenido de ese -como lo llamé en ese momento-, mensaje telepático, y en relación con el mismo empecé a derivar algunas cosas:

Para aumentar la comprensión sobre el amor, debo tener la mente libre sobre cualquier idea preestablecida en cuanto a éste, ya que mis viejos conceptos al respecto podrían estar equivocados, por tanto, distorsionarían mi entendimiento.

Hay quienes recitan bellezas sobre el amor a sí mismos y al mismo tiempo consumen tóxicos, hablan de amor por la vida mientras asesinan a un animal por diversión o para apostar, hablan de amor a Dios, a la humanidad, a esto, a lo otro, y lo que hacen es simplemente repetir lo anteriormente dicho por otros sobre el amor, sin previa reflexión.

De todas esas ideas obsoletas debo desprenderme si pretendo comprender el amor, porque si parto de pensamientos distorsionados, llegaré a conclusiones erradas. Si el amor, en caso de existir, fuera muy distinto de como lo concibo, entonces, me va a resultar imposible entenderlo a partir de mis creencias.

Además, no se puede comprender sólo con el pensamiento, lo que se encuentra más allá de éste. Y yo considero el amor así; como algo que adelanta y traspasa al intelecto.

Me quedé en silencio un instante y después me dije:

Bueno, entre tantas interrogantes que me he estado haciendo estos días sobre el amor, la principal es; ¿existe el amor?, y si así fuera, ¿qué es?

En esta ocasión decidí no cavilar al respecto, solamente permanecí en silencio, sin esforzar mi pensamiento, y teniendo presente la posibilidad de que todas mis creencias sobre el amor, estuviesen equivocadas.

Me decidí a hacerlo así porque a mi entender, la frase del deja vu también parecía sugerir que ahora, después de pensar tanto, era necesario dejar de pensar.

Me quedé en silencio, acostado en mi cama. Sin quererlo yo, vinieron a mi mente muchas de las preguntas que antes me había estado haciendo, pero no hacía ningún intento por responderlas, simplemente mantenía mi pensamiento quieto, lo cual me daba mucha serenidad.

Al pasar un buen rato, cuando me sentía muy relajado, empecé a sentir que las respuestas llegaban a mí. Pero en esta ocasión, venían acompañadas de una sensación muy especial, a la cual yo califiqué de “amor.”

Esa sensación entraba a mi cuerpo de forma lenta pero continua, y se hacía cada vez más intensa. Crecía incesantemente y parecía no tener fin. Entretanto me dije:

¡Sí, esto es el amor! Ya sé cuál es el motivo de no haber entendido; porque como el amor no es una idea, si se desea comprenderlo, es necesario sentirlo más que pensarlo. Ese ha sido mi error, he estado analizando demasiado en donde el razonamiento tiene poca o ninguna relevancia.

Ahora, al liberar mi mente de conceptos rígidos sobre el amor, puedo ver que el entendimiento de éste se consigue principalmente a través del sentimiento.

Eso lo decía mientras experimentaba esa poderosa sensación, la cual estaba permeando toda mi existencia. Era algo difícil de explicar pero se sentía estupendo. Podía percibirme como uno solo con todo. Las nubes, los árboles, las estrellas, cualquier cosa la veía como parte de mí, y al mismo tiempo yo me sentía parte de ello.

Ese sentimiento no era necesario intelectualizarlo para comprenderlo, simplemente lo percibía y así lo entendía.

Estaba sintiendo amor por todas las cosas. La belleza de esa situación y el asombro que me producía, me resultaban indescriptibles.

Sin ningún esfuerzo podía depositar ese sentimiento en cualquier objeto que mirara. Misteriosamente, para mí las cosas ya no estaban aisladas entre sí, sino que se encontraban fusionadas unas con otras, incluyéndome.

En ese momento de éxtasis me decía:

Cada gota de agua, cada piedra, cada ser, está cargado de esa energía que los une y me hace darles un gran valor. He tocado el plano del amor.

Mis palabras son tan insuficientes para describir lo que siento. Es como multiplicar el encantamiento producido por la más bella obra artística. Como ser parte de una preciosa melodía musical.

¿Es esto producto de que soy un soñador, o realmente estoy en contacto directo con esa fuerza extraordinaria llamada amor?

Me hice esa pregunta porque me parecía increíble estar sintiendo algo así, sin embargo, era tan maravilloso que no me preocupé por responder. Simplemente me dejé sentir y continué en ese éxtasis mágico, el cual, después de alcanzar un punto cúspide de intensificación, lentamente fue disminuyendo hasta dejarme en un estado de paz y quietud. Fue extraño, porque la sensación empezó a decrecer hasta extinguirse, pero el amor que ésta había dejado en mi corazón, se mantuvo.

Cuando ya había pasado esa experiencia y sentía una gran tranquilidad, pude entender que si no podía “ver” más allá, era gracias al cúmulo de ideas y razonamientos. O sea, había cometido el error de bloquear con la razón, mi capacidad de entender a través del sentimiento.

Un rato después, pude empezar a dar una respuesta satisfactoria para mí, a las preguntas que había realizado:

¿Qué es el amor?... Bueno, para mí… es un arte. El único que conlleva la belleza, profundidad, complejidad y el misterio de todas las artes juntas.

Sí existe el amor, pero es demasiado distinto de la forma en que mucha gente lo considera.

Si el concepto actual de amor se ha creado a partir de una cultura que promueve en nombre de éste, el abuso de poder, la guerra, el racismo, la xenofobia, el patriotismo, la división a partir de ideologías religiosas y políticas, el nacionalismo, y muchos otros males, no es de extrañarse que haya tantas palabras y tan poco amor, ni ver cuán difícil nos resulta comprenderlo.

Sí se puede entender el amor como dar sin esperar nada por ello, ya que si se desea obtener algo, no es amor, sino más bien un intercambio económico en el cual doy para recibir.

Sin embargo, eso no implica el no esperar recibir la satisfacción que se siente cuando se entrega algo a otros, es decir, cuando se ama. Porque si soy parte del todo, entonces al dar a los demás, obligatoriamente me estaré dando -y amando-, a mí mismo.

Además, es natural -porque es una necesidad humana-, el esperar sentirse gratificado.

Por lo tanto, es normal el amar para sentirme bien y así, hacer sentir bien a los demás. Al hacer sentir bien a otros, me siento bien yo. No sucede una cosa primero y otra después, acontecen en conjunto porque somos parte de un todo. Y para amar a los demás, debo amarme a mí mismo. Si no me amo, no puedo amar.

Sentirme parte de una totalidad, tampoco implica aceptar malos tratos de otros sólo porque son parte de mí. Será un sano indicio de amor propio, alejarme de quien me haga daño, aun cuando lo haga sin intención. Aunque el amor no pone condiciones, las relaciones humanas sí, y una condición para poder interactuar con otros, debe ser el no permitirles lastimarme, ya que si se los permito, estaría dejando de amarme.

Para poder sentirme parte del todo, debo identificarme no sólo con un grupo, familia, país, raza o religión, sino con la humanidad, la vida y el universo.

En ese momento me percaté de algo muy curioso para mí, y era no sentir ser yo quien daba estas respuestas. Como que sí era yo quien las traducía e interpretaba, pero sentía como si las estuviera tomando de algún lado. Esa sensación ya la había experimentado anteriormente, pero no con tanta intensidad como en ese momento. Me pregunté si será que algo o alguien me da las respuestas a esas interrogantes. Sin embargo, no intenté contestar a esa pregunta, debido a que aún me quedaban algunas cosas por expresar acerca del amor:

También el amor se puede entender como darle valor o importancia a alguien o a algo, sin embargo, lo ideal sería poder concederle valor a cualquier cosa, apreciar la magnificencia existente en todas las formas de vida, en todos los objetos y probablemente, en todo lo que no conozco.

Eso no implicaba para mí, el aceptar pasivamente cualquiera de los actos atroces realizados por algunos seres humanos, ni tampoco el considerar incorrecto enojarse con quien haya provocado un daño. Me refería al hecho de estimar todas las cosas y apreciar la vida en general, incluyendo la humana. Continuaba:

Amor y apego son cosas distintas. Este último se refiere al bienestar que percibo cuando estoy con alguien y al hecho de mantenerme cerca de quienes me proporcionan placer.

Sin embargo, un apego sano no es malo. Es parte de ser persona, buscar el bienestar y disfrutar del placer que otros me puedan brindar.

No obstante, es necesario diferenciar amor de apego, porque si los veo como una sola cosa, puedo caer en el error de calificar ciertos actos como producto del amor, cuando en realidad están impulsados solamente por el afán de mantener el apego, es decir, por el deseo de obtener un beneficio personal.

Por ejemplo, a quien necesita irse, podría terminar -inconscientemente-, manipulándolo para que no lo haga, bajo el pretexto de mi amor por él o ella, cuando en realidad es sólo para seguir recibiendo el placer que me provee. Así, estaría coartando la libertad de otro, en nombre del amor.

Este tipo de acciones son el resultado de confundir amor con apego, y no precisamente con un apego sano en el cual compartimos con quienes nos dan placer, sino con uno excesivo que nos lleva a pretender apropiarnos de ellos.

Para justificar esa actitud y hacer sentir a los demás comprometidos, le llamamos a todo esto, amor. Puesto que, si le diéramos un nombre más acertado como apego excesivo, egoísmo o posesión, se nos haría más difícil controlar a las personas y al beneficio obtenido a costa de ellas.

Todas las explicaciones que me estaba dando sobre el amor me resultaban satisfactorias, sin embargo, como también había entendido que en la comprensión del amor hay algo inalcanzable con el intelecto, solamente con el sentimiento y el espíritu, me dije:

Si deseo comprender el amor, debo liberar mi mente de pre-conceptos establecidos en torno a éste, para poder sentirlo más que pensarlo. Cuando así lo haga, obtendré una comprensión más emocional y espiritual que racional, por lo cual me será difícil definir el amor con palabras, pero me resultará más sencillo sentirlo y entregarlo.

Resulta ilógico preguntar cuál es el sentido del amor, ya que al hacerlo, pierde sentido. Es algo así como el significado de la vida, no se puede pensar y por ello nadie lo puede dar, pero todos lo podemos sentir.

Llegar a pensar así representó un desafío para mí, esto debido a mi característica obsesividad, la cual siempre me hacía procurar tenerlo todo bajo control y no me permitía dejarme sentir y desasirme de los viejos conceptos arraigados en mí. En ese momento también me di cuenta del motivo por el cual era preciso considerar la posibilidad de que el amor no existe; porque ese era el mejor modo de poner mi mente en blanco y desprenderme de cualquier concepto deformado que yo tuviese al respecto.

Después de haber entendido y experimentado todo eso, me sentía exhausto pero calmado. Pensé en la posibilidad de no haber respondido a todas mis preguntas, o no haberlo hecho de manera adecuada, pero no me importó, porque entendí que las respuestas a muchas de mis interrogantes, se encontraban en mi corazón y no en mi mente, por lo tanto, no era necesario verbalizarlas.

Me levanté de la cama y fui a la cocina. Tomé un vaso de leche y empecé a prepararme para dormir.

Mientras hacía todo eso, pude notar que a pesar de sentirme un poco mejor a causa de todo lo aprendido en ese rato, aún extrañaba a Dina y sentía cierta tristeza al pensar en ella. Por ello me pregunté:

Si existe el amor a pesar de las largas distancias y aunque las personas no estén interactuando, ni dándose nada una a la otra, ¿por qué estoy sufriendo por la partida de Dina? Si no se necesita estar cerca de una persona para amarla, ¿por qué sigo extrañándola? El amor no pone condiciones, entonces ¿por qué estoy poniendo la condición de tenerla junto a mí para poder amarla?

Esa última interrogante me tocó profundamente y con mucha fuerza, lo cual, después de unos segundos de mutismo me hizo cuestionarme:

Si el amor no pone ninguna condición, ¿es la relación de pareja en la que comúnmente se establecen tantas condiciones, producto del amor?

Esa pregunta me pareció importante, porque me parecía -a juzgar por el hecho de no haber una relación humana a la cual se le dediquen tantas canciones y poesías-, que la relación de pareja es considerada como una de las máximas expresiones del amor. Por lo cual no le encontraba sentido al establecimiento de condiciones.

Sin embargo, como ya estaba bastante cansado, decidí dejar esa pregunta pendiente para intentar responderla en otra ocasión. En ese momento, lo que hice fue acostarme a dormir.

Capítulo 7

Hay silencio... mucho más del que quisiera escuchar.

Una contracción en mis sentimientos, una punzada en mi corazón y la vieja y cansada pena emanada por los ojos reflejados en mi espejo, resaltan el abrazo cruel con el que nuevamente me recibe, el insípido vacío de mi fría morada.

Siento desesperanza derramándose dentro de mi pecho, provocando la agonía de la fe y el optimismo.

Inseguro y nervioso, la tristeza sutilmente vuelve a humedecer mi faz, ¿cuando acabará esa carencia de compañía o ese deseo de encontrar a alguien con quien compartir y reír?

Cada día me da igual, no está esa mujer a quién esperar y que hoy he sustituido por mi guitarra, la cual se ha convertido en fiel receptora de abrazos muertos, sentimientos extraviados y caricias transformadas en pequeñas melodías nostálgicas.

Enamorado de esa desconocida dama del futuro que me quiera como yo la podré querer.

¿Cuándo cambié el afecto por una eterna melancolía?

Te busqué en mil lugares sin éxito y hoy estoy aquí, exactamente igual que cuando empecé. ¿Dónde y cuándo te encontraré? Tal vez estás cerca sintiendo lo mismo que yo.

Mi vida nutro y enveneno con fantasías, las cuales me hicieron descubrir que estoy enloqueciendo, cuando llegué a casa deseoso de verte y al abrir la puerta recordé...

...que ni siquiera te conozco...

Pero te extraño, te veo, te oigo y casi te puedo tocar.

Solo, en medio de la oscuridad, pude ver como la nada se alojó en la totalidad del espacio de mi existencia, ese opaco momento cuando incluso la soledad me abandonó.

Y hoy, canto mis escritos mientras te espero, sé que vendrás, espero sea pronto, por ahora sólo veo oscuro, siento poco, respiro niebla espesa y escucho...

...silencio... mucho más del que quisiera escuchar.

Al terminar de leer eso quedé boquiabierto de la impresión, pensé:

Definitivamente estaba triste cuando escribí esto, frases colmadas de dolor, desilusión, inconformidad con el presente y dependencia de alguien que ni siquiera existe. Aunque actualmente extraño a Dina, no creo estar tan abatido como en ese momento.

Habían pasado pocos días desde aquella noche en la cual estuve reflexionando sobre el amor, cuando encontré ese escrito revisando entre algunos viejos papeles que tenía guardados en un rincón de mi cuarto. Lo había realizado como tres años antes de conocer a Dina. Y aunque me agradaba el estilo de esas frases, no me gustaba mucho el contenido, me parecía que reflejaba demasiada angustia. Al respecto me dije:

No puede ser posible que un hombre con capacidad para realizar tantas cosas hermosas, estuviera sufriendo de esa manera sólo por no tener a una compañera sentimental, y por estar empeñado en observar un ideal en vez de la realidad, como si ésta no tuviera muchísimas bellezas que ofrecer.

Volví a leer nuevamente y unos instantes después, de manera involuntaria, empecé a retroceder a ese día, en el sentido de revivir casi todo lo que sentí cuando escribí esas líneas. Era un gran recorrido emocional a través de un enorme universo de ideas, imágenes y sentimientos. Sentía como si me conectase con los rincones más oscuros de mi mente y con algo desconocido.

Experimentar esa sensación me hizo dudar acerca de si en verdad, en ese momento que extrañaba a Dina, no estaba tan desconsolado como cuando realicé esa poesía, por lo cual me pregunté:

¿Realmente hoy no estoy tan decaído como en aquel entonces? Quizás sin darme cuenta, desde hace mucho tiempo sembré las semillas de la tristeza que siento actualmente.

También pensé en que tal vez me había convertido en una persona emocionalmente dependiente, y como tal, posiblemente estaba arrastrando un montón de ideas erradas en relación con el amor de pareja, por lo cual aún seguía sufriendo tanto ante la partida de Dina.

Me quedé en silencio dándole vueltas a ese razonamiento. Unos minutos después, de forma imprevista -probablemente por estar pensando en cosas relacionadas con el amor de pareja-, vino a mi mente la pregunta que me había planteado unos días antes:

Si el amor no pone ninguna condición, ¿es la relación de pareja que comúnmente establece tantas condiciones, producto del amor?

Después de haber reflexionado tanto acerca del amor, esa pregunta me estaba sacudiendo la cabeza constantemente, y llegaba acompañada de otra interrogante, la cual era: ¿puede existir la relación de pareja sin la condición de que haya compañía?

En este caso, me refería a compañía como el contacto físico entre los miembros de la pareja. Al tener esas dos preguntas en mente, las cuales, a mi parecer, estaban en estrecha relación, decidí fusionarlas en una sola:

Si el amor no pone ninguna condición, pero son condiciones el contacto físico y la compañía para que exista la relación de pareja, ¿es ésta producto del amor?

Lo planteé de esa manera, porque consideraba el contacto físico como una condición fundamental en las relaciones de pareja. También porque había entendido que el amor está más allá de la compañía, debido a la posibilidad de amar a alguien sin necesidad de tenerlo al lado.

Como a mi parecer de ese entonces, mi dolor era producto de no poder comprender cabalmente el sentido de las relaciones de pareja, creía que meditar sobre ello me podía hacer sentir mejor. Por ello, me dispuse a reflexionar con el fin de dar respuesta a esa nueva interrogante:

Quien dice amar a la vida, no tiene necesidad de conocer y tener contacto físico con todos los seres vivos para poder amarlos, simplemente sabe que los ama. Una madre amará a sus hijos aunque no los vuelva a ver. No obstante, si en la relación de pareja uno de los dos se va, todo termina.

¿Será que el amor en la relación de pareja, es solamente apego sexual o placer?

Al referirme a la sexualidad, no lo hacía pensando únicamente en genitalidad, sino en todo el contacto físico destinado a producir placer erótico. Continuaba meditando:

Alguien podría señalar que en la unión de pareja existen muchas cosas aparte de la sexualidad, pero ésta parece ser el pilar fundamental en el cual se sustenta esta relación. ¿Estaría dispuesto alguien a adquirir un compromiso de pareja con quien nunca va a tener contacto físico?

Como yo creía que el amor no pide ningún requisito ni pone condiciones, consideraba la exigencia de compañía y contacto físico, como aspectos determinados por el deseo sexual, la pasión o el afán de obtener algo, pero no por el amor. Proseguía:

No puedo imaginar una relación de pareja que exista sin la base de la sexualidad. ¿Será esa la razón por la cual se puede establecer una de estas relaciones con quien no se ama, basándose únicamente en la atracción sexual?

Hay quienes tildan a ese tipo de uniones como “vacías”, por no haber amor, pero recuerdo a ciertas parejas, las cuales establecieron un compromiso diciendo que se amaban, y por eso no dejaron de tener problemas e incluso separaciones cargadas de dolor. ¿No era apego lo que había entre ellos en vez de amor?

Al considerar la posibilidad de estar basada la relación de pareja, únicamente en el placer sexual, pensé que tal vez todo lo calificado como amor en los noviazgos y matrimonios, era una ilusión producto de un aprendizaje cultural.

Con el fin de evaluar esa idea y profundizar en ella, estuve tratando de imaginar una sociedad sin paradigmas religiosos o ideológicos que inciten a la gente a mantener sus uniones de pareja más allá del tiempo verdaderamente deseado por ellos. Donde quizá las personas se unirían sólo cuando hay enamoramiento y deseo sexual, y si éstos acaban, cada cual toma por su lado si así le apetece, sin ningún remordimiento, debido a la ausencia de ideologías que determinen esa acción como incorrecta.

Al imaginarme esa sociedad se me ocurrió que tal vez el motivo por el cual las uniones de pareja conllevan en ocasiones tanto sufrimiento, es el no estar ubicadas en la realidad, ya que el sentido de la relación de pareja no es el de alcanzar el amor, sino el satisfacer las necesidades de reproducción y placer sexual, y cuando éstas se han satisfecho, en vez de terminar con la relación procuramos darle continuidad al máximo, porque estamos condicionados a pensar que así debería ser.

Cuando pensaba en el cese del deseo sexual, no me refería a la satisfacción inmediata, sino a largo plazo, al término del desear constantemente contacto físico con el afán de placer, o sea, al fin del enamoramiento.

Después de pensar tan fríamente en todo eso me sentí bastante indignado, pero continué reflexionando:

¿Será el propósito de las relaciones de pareja, no el tener a quien amar, sino a alguien que satisfaga ciertas necesidades físicas y sicológicas? Cuando digo que sin Dina me siento desfallecido y por ello ansío su retorno, para nuevamente sentirme bien ¿es eso amor o el deseo de saciar ciertas carencias emocionales?

¿Amo a Dina o sólo estoy apegado a ella?, ¿la extraño a ella o al placer que me generaba estar a su lado?

He visto a personas lamentarse durante cierto tiempo por la partida de su pareja, pero un día llega alguien a sus vidas con quien se sienten mejor y entonces dicen haber dejado de querer a la persona anterior, porque según ellos, volvieron a encontrar el amor. ¿Es eso amor o apego? ¿Realmente olvidaron a la persona anterior o fue que ya satisficieron sus necesidades?

Eso de “dejar de amar” ¿puede ser? Si se dejó de amar ¿era realmente amor?

Al verme tan enredado con todos estos cuestionamientos, pensé que quizá a mucha gente le pasaba lo mismo. Por ello me pregunté:

¿Cuántas cosas acaecen en la relación de pareja de manera equivocada que tal vez podrían ser diferentes? Por ejemplo, ¿realmente debemos esperar estar con nuestra pareja para el resto de la vida?

Me quedé en silencio unos segundos hasta que de forma súbita me pregunté:

Pero, ¿por qué estoy pensando en todo esto? ¿Qué me llevó a hacer todos estos razonamientos?

Había pasado un buen rato desde que empecé a darle vueltas a este asunto de las relaciones de pareja, y ya ni siquiera me acordaba por qué había empezado a hacerlo. Un momento después se refrescó mi memoria:

¡Ah, ya recordé!, mi pregunta fue; si el amor no pone ninguna condición, pero son condiciones el contacto físico y la compañía para que exista la relación de pareja, ¿es ésta producto del amor? ¡Vaya!, sólo para esa pregunta pensé en tantas cosas; la sexualidad, los condicionamientos culturales existentes en torno a las relaciones, las separaciones, el deseo de permanecer con alguien para el resto de la vida, y otras cosas más. Creo que necesito esperar un rato antes de intentar dar una respuesta al respecto.

Salí de mi alcoba y me dispuse a hacer ciertas labores domésticas con el fin de distraerme y pensar en algo diferente, para facilitar que mis ideas se acomodaran.

Al terminar de realizar esos quehaceres, ya había pasado un buen rato, entonces pensé que tal vez ya estaba listo para darme una respuesta, o mejor dicho, para sentirla. Es decir, para relajarme y esperar su llegada. Por ello, me devolví a mi dormitorio, puse música instrumental, me recosté lo más cómodamente posible, respiré profundamente varias veces, y como ya había entendido que entre más forzara mi razonamiento más difícil se me haría responder, simplemente me dispuse a esperar el surgimiento espontáneo de las respuestas.

Capítulo 8

Después de un buen rato de estar acostado, a causa de estar dejándome llevar por esa música instrumental tan nostálgica que estaba escuchando, dejé de pensar completamente en el tema del amor. Me estaba empezando a dar bastante sueño cuando inició en mí, algo similar a lo que había experimentado anteriormente; ser uno con todas las cosas.

En cuanto esa sensación empezó se me quitó completamente el sueño, entonces decidí simplemente, sentir.

Pocos minutos después, el sentimiento llegó a un punto donde no aumentó más pero tampoco disminuyó. No alcanzó la intensidad de la ocasión anterior, pero igualmente era maravilloso y me proporcionaba mucha paz.

Una corazonada me hizo saber que era justo ese momento, -cuando el sentimiento había dejado de crecer-, el apropiado para empezar a responder a mis preguntas sobre el amor de pareja.

Como no sabía por dónde empezar, decidí responder a como fuera sintiendo:

En lo referente al deseo de dar continuidad a una relación durante el resto de la vida, debo entender que nunca podré estar seguro de cuál será mi sentir el día de mañana. No tengo forma de garantizar que mi sentimiento actual hacia alguien, siga igual en el futuro.

Eso no implica el no poder planear nada, sí puedo, pero es imprescindible vivir la relación más en el presente que en el futuro. Y aceptar que una unión de pareja durará el tiempo que debe ser, no el que según yo, debería ser.

Si la relación dura menos de lo deseado, no debo pensar que fue un fracaso. Es un error medir el éxito de una relación, proporcionalmente a su duración. Hacer eso podría provocar el aferrarme a relaciones que definitivamente ya no funcionan, o causar más malestar de la cuenta durante alguna separación, como me está sucediendo actualmente.

El concluir que una unión de pareja no se convierte en un fracaso sólo por terminar antes de lo esperado, lo hice basado en el carácter perecedero -por lo menos en este plano físico-, de todas las relaciones humanas. Lo cual implicaba para mí, que en algún momento, la relación debe acabar. Continuaba:

En cuanto al hecho de buscar una pareja con el fin de obtener un beneficio y satisfacer ciertos placeres -como los de compañía y contacto físico-, no lo considero un acto reprochable. El placer, simplemente forma parte de estas relaciones.

Precisamente por eso surge el establecimiento de condiciones al formar relaciones de pareja, no necesariamente por egoísmo, sino porque es fundamental garantizar la propia felicidad mediante la adecuada satisfacción de las necesidades propias, eso es amor a uno mismo.

Una relación que no cumpla con ciertas características básicas y además, conlleve aspectos negativos muy significativos, puede perjudicarme.

Sin embargo, el establecimiento de condiciones en una relación de pareja, debe ser sólo en aspectos primordiales. Si me llevo esa situación a un extremo más allá de lo esencial, podría dañar a la otra persona, al cometer errores como pedirle cosas que soy incapaz de dar, exigirle ser casi perfecta, o en el peor de los casos, cosificarla y utilizarla cual si fuera un objeto cuyo único fin es el de gratificarme.

Ese razonamiento acerca de la cosificación, surgió porque yo en algún momento pensé que, si bien podemos considerar la relación de pareja, en parte como una economía -por el hecho de existir un dar y recibir-, en ocasiones nos comportamos de forma despiadada al deshumanizar a las personas y tratarlas como si fueran mercadería. En relación con eso continuaba pensando:

Hoy día es usual el no ver a la pareja como alguien con quien compartir, sino como un objeto del cual apropiarse para utilizar cada vez que se requiera y desechar cuando se vuelve molesto, o si deja de cumplir con la mínima de una enorme serie de exigencias:

“Mi pareja debe ser inteligente, con cierta posición social, económica y académica, determinado físico, cierta edad, que no tenga tales defectos, que sea creyente de ciertas cosas y poseedor de muchísimas virtudes. Que me acompañe pero sin asfixiarme, que me llame pero sólo a ciertas horas, que no quiera verme muchas veces para no cansarme, ni pocas para no sentirme solo, pero tampoco establecer un ritmo fijo en medio de esos dos extremos porque se convierte en una aburrida rutina, y al primer fallo en alguna de esas cosas, ¡le mando a volar porque ya no sirve para nada!”

Esta situación tan común actualmente, representa una exigencia extrema que no se hace sólo con el fin de garantizar una relación satisfactoria, sino también porque se trata a las personas como objetos de consumo a los cuales se les demanda lo máximo sólo para obtener gratificación. Se considera a la pareja no como alguien de quien recibir lo que pueda y quiera dar, sino como alguien a quien sacarle todo lo que se pueda y se quiera recibir. No es compartir con un ser humano, es hacer negocio con éste y en muchos casos, un intento de estafarle.

Con todo esto, yo no estaba pensando en el conformar relaciones íntimas con alguien no-agradable para uno, ni en soportar cualquier cosa de la pareja, ni en darle continuidad a relaciones que ya no funcionan. Mi opinión era que la “economía del amor” no debería ser tan brutal, por haber en medio, seres humanos, no mercancía. Por ello, consideraba que en una relación es importantísimo poner en práctica algunas cosas como ser paciente, tolerar, esperar, disculparse, apoyar, tender la mano, ofrecer afecto, aceptar defectos, comunicarse, y cualquier otra cosa imposible de hacer con un objeto.

Incluso pensé en una economía más inteligente, lo cual también quería decir, más justa. Al respecto meditaba:

Si tengo una relación de pareja y tanto mi compañera como yo, estamos centrados únicamente en nuestros propios intereses sin prestar atención a los del otro, eso provocará que sólo haya una persona interesada en mí; yo. Y sólo una interesada en mi pareja; ella. Pero si ambos nos centramos no sólo en los propios intereses, sino en los de nuestra pareja, entonces habrá dos personas preocupadas por mí; ella y por supuesto yo. Y viceversa.

Pero para poder hacer una relación más justa, en donde cada uno esté verdaderamente interesado en su pareja, y la intención sea procurar pedir a la otra persona sólo lo necesario y lo que puede dar, en vez de exigirle como si fuera un objeto de gratificación permanente, hace falta una buena dosis de humanidad y conciencia, lo cual se resume en... amor.

En ese momento me sentí sorprendido y alegre, porque de forma inesperada pude ver que estas relaciones, aunque se busquen para beneficio personal, pueden incluir amor, y la ausencia o presencia de éste, es el determinante de cosificar o no, a la pareja.

Si el amor no pone ninguna condición, pero son condiciones el contacto físico y la compañía para que exista la relación de pareja, ¿es ésta producto del amor?, -fue la pregunta por la cual empecé a reflexionar durante todo ese rato-. Después de tanto meditar, había comprendido que estas condiciones son normales si tienen como fin el poder determinar pautas sobre cómo llevar la relación, pero cuando se exceden, pueden convertirse en una conducta mezquina cuya finalidad es el pretender adueñarse de la otra persona, y no el compartir con ella.

“¡Las relaciones de pareja sí pueden conllevar amor!”, era el grato pensamiento que en ese momento llenaba mi cabeza. Me sentía tan alegre por haber comprendido eso, que cuando me percaté, estaba sonriendo. Permanecí durante unos minutos disfrutando de mi alegría, sin pensar en nada. Después, sentí un enorme deseo de pronunciar mis últimas palabras del día, como forma de concluir mi reflexión:

Antes de unirme en pareja, debo estar lleno de amor, sólo así podré entregarlo y recibirlo. Si soy una persona vacía, el amor no surgirá al crear una relación, más bien, es probable que ésta contenga esa misma vaciedad.

Por ello, no debo considerar el vínculo de pareja como la fuente del amor -ya que ésta se encuentra dentro de mí-, sino como un canal por el cual se expresa el amor disponible en mi corazón.

Al terminar de pensar en eso, me sentí complacido con las respuestas dadas a mis interrogantes. No sabía si eran correctas, pero para mí eran satisfactorias. Tampoco supe si había dejado sin contestar alguna pregunta, pero no me afligí por ello, porque sentía ya saber todo lo necesario respecto al amor de pareja. Además, pensaba que si faltaba algo por aprender, llegaría en el momento apropiado.

El sentimiento de compenetración profunda con todas las cosas, fue decreciendo poco a poco, pero sin que el amor presente en mi corazón, disminuyera.

Pasado un rato, me levanté sintiendo un gran deseo de escribir algo breve acerca del amor, con el fin de hacer un compendio sobre mi aprendizaje al respecto, y también dar una respuesta optimista a la tristeza reflejada en la poesía que realicé, como tres años antes de conocer a Dina.

Encendí la computadora y empecé a anotar cuanta idea se me iba ocurriendo. Lo hacía de manera que se lo pudiera dedicar, no solamente a Dina, sino también a cualquier otra persona si así me apeteciera.

Cuando ya tenía redactadas las frases que consideré apropiadas, rápidamente las ordené y les puse como título:

La canción del Verdadero Amor

El amor que se acaba con la separación de quienes se aman nunca fue amor

porque éste trasciende los límites de la distancia

El amor que se acaba con el pasar de los años nunca fue amor

porque éste va más allá del tiempo

El amor que se acaba al terminar el contacto físico nunca fue amor

porque éste va más allá de los límites de nuestro cuerpo

El amor que se acaba con la humillación o el desprecio nunca fue amor

porque éste va más allá de las condiciones

Mi amor por ti no morirá porque éste nunca nació

lo que pasó fue que un día despertó

Por no verte el día de hoy no te dejaré de amar

Igual si no te veo nunca más

Por no abrazarte el día de hoy no te dejaré de amar

Igual si no te abrazo nunca más

Te amo por lo que eres y por lo que no eres

aunque no seas lo que yo creí, ni lo que pretendes aparentar

Describiré el amor más grande que pueda imaginar

y sabré que el verdadero amor es el que realmente sea así

El amor que se acaba con la muerte de quien se ama nunca fue amor

porque el amor sabe que la vida no acaba

El verdadero amor no espera ser correspondido ni ata a nadie

porque éste va más allá del interés y la dependencia

Recordar tus ofensas no me hará dejar de amarte

porque el amor no vive en el pasado y va más allá del recuerdo

Mi amor por ti no morirá porque éste nunca nació

lo que pasó fue que un día despertó

Por no verte el día de hoy no te dejaré de amar

Igual si no te veo nunca más

Por no abrazarte el día de hoy no te dejaré de amar

Igual si no te abrazo nunca más

Te amo por lo que eres y por lo que no eres

aunque no seas lo que yo creí, ni lo que pretendes aparentar

Mi amor por ti es hermoso y puro

porque yo te amo aunque tú no me ames a mí

Mi amor por ti no se puede olvidar ni recordar

porque éste, presente siempre está

Mi amor por ti no crece con tu compañía

ni disminuye con tu ausencia

Mi amor por ti es mucho más que el contrario de odio

Mi amor es... Verdadero Amor

A ti que te amo y debes marcharte

te deseo lo bello y te obsequio esta canción

y aunque algún día deje de extrañarte

nunca dejaré... de amarte.

Capítulo 9

Después de la noche en que escribí La Canción del Verdadero Amor, gracias al hecho de haber comprendido tantas cosas sobre el amor y las relaciones de pareja, podía manejar un poco mejor el sufrimiento producido por la ausencia de Dina. Sin embargo, no dejaba de extrañarla, seguía sintiendo deseos de mirarla, hablarle, tocarla, besarla, y de vez en cuando venía a mí, la esperanza de volver con ella.

Como había dejado de creer en casualidades, me intentaba consolar diciéndome a mí mismo que probablemente era mejor terminar la relación por un motivo; para primero reflexionar y aprender sobre el amor, la soledad y las relaciones humanas, antes de constituir una relación más estable.

Durante unas pocas semanas estuve con la imagen de ella viniendo cada cierto tiempo a mi mente, con deseo -muy fuerte en ocasiones-, de volverla a ver, y sintiendo una tristeza constante, aunque menos intensa que antes.

Sin embargo, ese sentimiento que parecía ir mejorando y según yo, estaba a punto de extinguirse, empeoró de manera drástica e inesperada, un día mientras estaba en la universidad.

Iba por un pasillo -venía saliendo de clases-, cuando vi a Dina caminando en dirección hacia donde yo estaba. Me sorprendí tanto que no se me ocurrió nada, simplemente me quedé quieto, aguardando a ver si me saludaba. Pasó a la par sin hablarme y mirando hacia otro lado.

El que me ignorara no me sorprendió, debido a que unas semanas atrás, en los primeros días de ese período lectivo, ya la había visto y sucedió algo similar; ese cuatrimestre sólo matriculé dos asignaturas, una era los lunes y la otra los miércoles, ambas en la noche. Yo pensaba en la posibilidad de verla en alguno de esos cursos, y aunque no tenía intención de seguirle insistiendo, sí conservaba la esperanza de que ella me hablara a mí.

Dina no estaba matriculada en la primera asignatura de la semana. En la segunda, el primer día de ésta, yo llegué un rato antes de las 6:00 p.m. -hora en que iniciaban las clases-. Estaba sentado en un pupitre conversando con un compañero, cuando entró Dina diciendo:

_Buenas Tardes.

Los que estábamos ahí respondimos lo mismo en coro. Yo me sentí nervioso pero traté de disimular. Mi corazón se empezó a acelerar. Muchos pensamientos aparecieron en mí simultáneamente:

¿Me hablará normalmente o se mantendrá distante?, ¿seguirá molesta?, tal vez esta sea una nueva oportunidad, quizá podamos volver a intentarlo, ¿qué le digo?, ¿cómo le hablo?

Ella dio un par de pasos adelante para entrar al aula y se detuvo en cuanto me vio, su expresión cambió, miró hacia otro lado, se quedó inmóvil durante un momento, -el cual se hizo eterno para mí-, se volvió hacia la puerta y salió del aula.

Unos minutos después sonó el timbre anunciando la entrada a clases y ella no llegó. Pensé que tal vez se había equivocado de aula, pero cuando la profesora empezó a pasar lista, su nombre estaba ahí. Había pagado el curso pero decidió salir para no estar conmigo, o por lo menos así lo pensé, ya que tampoco volvió a ninguna de las siguientes lecciones de esa materia.

A causa de esa situación acontecida unas semanas antes, fue que ahora, al verla de nuevo, no me sorprendía que me ignorara.

Un instante después de topármela nuevamente en la universidad, -cuando pasó a la par de mí y no me habló-, volteé la vista en dirección hacia donde ella iba y vi que empezó a utilizar un teléfono público.

Empecé a llenarme de muchísima ansiedad, no sabía si irme o intentar hablar con ella. Ni siquiera sabía qué decirle. Para mí estaba claro que ella no quería discutir absolutamente nada conmigo, pero aun así, debido a mi terquedad no pude controlarme y decidí hablarle. Sin haberme dado tiempo de pensar si estaba haciendo lo correcto o no, me le acerqué y la saludé.

Como aún estaba hablando por teléfono, sólo hizo una seña con la mano pidiéndome que aguardara. Me quedé esperando cerca de ella, no duró ni 20 segundos cuando colgó. Me volvió a ver e inmediatamente le dije:

_Me gustaría conversar un momento contigo.

Le dije eso porque yo tenía una enorme necesidad de aclararle que si actué de manera incorrecta, no fue por malintencionado, sino por una equivocación de mi parte. Ella contestó:

_Pero ya habíamos hablado.

_Quisiera explicarte algunas cosas -le dije-.

_Pero a mí no me interesa hablar nada más.

_ ¿Por qué no?

_Porque yo ya tengo mi vida resuelta.

_ ¿Eso qué significa aparte de no querer conversar?, ¿te volviste a casar o algo así?

_Volverme a casar, no. Volví con mi esposo.

En ese momento una espantosa sensación recorrió todo mi cuerpo. Sin embargo, al mismo tiempo sentí muy en el fondo de mí, algo de alivio, probablemente porque eso destruía todas las esperanzas de volver con ella, las cuales me estaban mortificando. Continué hablándole:

_ ¿Volviste con un infeliz que te trataba de zorra mientras te agarraba a patadas? -le pregunté muy dolido e indignado-, ¿fuiste capaz de perdonar a ese agresor pero no a mí?

_Mientras estuvimos separados mi marido tuvo una novia que le enseñó muchas cosas, entre ellas, la de ser una mejor persona, él ya cambió y prometió no agredirme más.

_ ¿Y tú le creíste?, ¿no recuerdas que te había jurado lo mismo mil veces antes y los cambios eran temporales?, esa fue la principal razón por la cual decidiste separarte de él ¿cierto?, porque no cambiaba a pesar de prometerlo una y otra vez, ¿ya lo olvidaste? Además, si esa mujer le enseñó tanto, ¿por qué putas no se quedó con ella?

_Bueno, no me parece necesario discutir esto, ya estoy con él y eso es todo.

_Pero podrías dejarlo.

_Sí, pero no lo quiero dejar.

Me sentí tan desconcertado que me quedé sin habla un instante. Después, titubeando le pregunté:

_Pero... ¿me querías?, ¿me amabas como lo decías?

_Sí existió un querer, Mario Alonso. Hubo cierto cariño pero ya se acabó.

Aunque tenía varias preguntas más, en ese momento decidí solamente decir:

_Bueno, adiós.

Me quedé mirándola bajar las gradas -estábamos en un tercer piso-, hasta perderla de vista. En relación con las últimas palabras que dijo, pensé:

Ella decía amarme y no haber estado nunca con alguien tan especial como yo, ahora me dice que hubo “cierto” cariño.

En ese momento, a causa de haber tantas emociones en mi interior, no sabía como llamar a lo que sentía. Había una mezcla de profunda tristeza, con enojo, sentimiento de derrota, resignación y otras emociones desagradables, desconocidas para mí. Y sentir todo al mismo tiempo era bastante extraño y molesto.

Terminé de arreglar un asunto y empecé a caminar hacia la salida de la universidad con el fin de abordar el bus. Podía notar que todo a mi alrededor me resultaba confuso. Percibía la realidad de forma muy extraña; la gente parecía caminar lento, sentía mi cuerpo muy pesado y la luz más brillante. Era una sensación bastante particular, como si estuviera en un sitio desconocido o bajo los efectos de alguna sustancia. El mundo me resultaba, no sólo deprimente sino también lejano a mí.

Al llegar a la estación del bus, pude ver a Dina muy cerca de ahí, parecía como si estuviera esperando a alguien. En medio de tanta confusión me dejé llevar por el impulso de acercarme a ella y decirle:

_ ¡Volver con ese animal, definitivamente estás enferma!

_Ese es mi problema -respondió muy seriamente y sin mirarme-.

_También fue mío en algún momento.

Se alejó unos cuantos metros y sin decir nada. Inmediatamente pensé:

Tal vez está a punto de llegar el esposo a recogerla, y se aparta con el fin de evitar la posibilidad de que yo le ocasione a él un problema cuando lo vea venir. Quizás ni siquiera le ha contado sobre nuestra relación. Siendo tan machista como decía Dina, es capaz de romperle los dientes si se entera de que ella estuvo -prácticamente-, viviendo con otro.

Me fui a la parada del autobús, el cual llegó y se marchó antes de que Dina se fuera. Lo supe porque desde donde yo estaba podía verla, y al abordar el bus e irme, ella aún seguía ahí.

Llegué a mi casa todavía con esa sensación de extrañeza con la realidad. Me senté en un sillón y empecé a llorar como nunca lo había hecho. Ya había derramado lágrimas por Dina anteriormente desde que ella partió, pero esa ocasión fue como ninguna otra, lloré de forma demasiado intensa. Mi hermano no había llegado aún, pero de haber estado en su alcoba, hubiera podido oír mis lamentos.

Me sentía emocionalmente destruido; dolor, aflicción y desesperación, se mezclaron en una sola sensación de enorme magnitud, la cual se convirtió en una tortura.

Un buen rato después de ese llanto descontrolado y atormentador, empecé a sentirme más calmado, seguí llorando con menos fuerza durante unos minutos más, hasta que las lágrimas cesaron.

Ha sido característica mía, que cuando lloro me da sueño después. En esa ocasión, como el llanto fue tanto la somnolencia resultó extrema. Entonces me fui a acostar sin preocuparme de nada; no ordené la casa, tampoco hice los usuales preparativos de ropa y comida para el siguiente día de trabajo, ni siquiera me lavé los dientes, simplemente me quité la ropa, la tiré en el suelo, y a pesar de que aún era relativamente temprano, me acosté a dormir.

Capítulo 10

Al día siguiente de que aconteció esa situación, no fui a trabajar; la noche anterior olvidé preparar el reloj despertador, por lo cual me desperté un poco más tarde de lo acostumbrado. Pude haberme levantado, irme a la oficina y de alguna manera justificar la llegada tardía, pero me sentía tan decaído que sin pensar en nada, decidí seguir durmiendo.

Desperté cuatro horas después. Había dormido durante casi quince horas y ya mi cuerpo me estaba pidiendo levantarme. Sin embargo, dormir era lo único que quería, e incluso sentía un leve deseo de no despertar jamás.

Estuve unos minutos dando vueltas en la cama antes de levantarme. Fui al teléfono público y llamé al trabajo para justificarme con el pretexto de alguna enfermedad que ya ni recuerdo. Me creyeron probablemente debido al apagado tono de voz con el cual yo hablaba en ese momento. Esa ausencia laboral marcó el inicio de una relativamente larga serie, de constantes llegadas tardías en el trabajo y fallos en la universidad.

Me devolví a la casa y empecé a prepararme algo de comer. Cuando recordaba que ya se habían perdido todas las esperanzas de volver con Dina, sentía dolor, miedo y un vacío intenso en el pecho.

Ante esas emociones tan desagradables para mí, yo sólo agachaba la cabeza, respiraba profundo, apretaba los puños y esperaba a que fueran desapareciendo. A ratos me lograba sentir mejor, pero en otros momentos volvía a caer en un estado profundo de tristeza. En algunas ocasiones lloraba, en otras me enojaba, conmigo mismo y con la vida.

Estuve así durante varios días; entristeciéndome, enfadándome, y decayendo tanto en el trabajo como en la universidad.

Cierta mañana en la oficina, le conté a Viky sobre mi encuentro con Dina acaecido unos días atrás en la universidad. Le comenté al detalle sobre lo que hablamos. Viky se mostró molesta por la actitud de Dina, se preguntó cómo, siendo capaz de perdonar a un hombre como el esposo, me había juzgado a mí tan severamente y no quiso darme ni una oportunidad. También me dijo que probablemente ella se estaba acostando con él desde antes de terminar conmigo.

No supe cuál fue el motivo por el cual Viky dijo eso último, pero no me preocupé por averiguarlo, ya que me parecía inútil seguir pensando al respecto.

Sin embargo, quizá esas palabras calaron en mi mente sin darme cuenta, ya que después del trabajo, en la noche, cuando estaba en mi casa, de una forma inesperada vino a mí, el recuerdo de Viky hablándome, y detrás de ello, como un navajazo en el corazón, la imagen de Dina diciéndome: “yo ya tengo mi vida resuelta”.

Eso dijo cuando hablamos por última vez, haciendo referencia al hecho de haber vuelto con el esposo. Pero lo más doloroso era estar recordando de manera repentina, que esa misma frase me la dijo por teléfono el día después de terminar nuestra relación. Con mucho dolor, pensé:

Entonces, cuando ella dijo ya tener la vida resuelta al día siguiente de haber finalizado nuestro noviazgo, quiso decir que se había reconciliado con el marido. ¿Habrá vuelto con él un día después de terminar conmigo? Por lo visto no sentía por mí, tanto amor como decía. ¿Habrá estado saliendo y hablando con él desde antes, como dijo Viky? Podría ser por eso que desde unos días antes de terminar la relación, yo la percibía extraña y con intenciones de dejarme.

De todos modos, aunque no hubiera vuelto con él al día siguiente de terminar conmigo, volvió en un lapso de tiempo relativamente corto, o sea, prácticamente me dejó para irse con otro.

¡Me parece increíble! ¡Cómo desconfiaba de mí y me celaba absurdamente, pensando que yo me podría ir con otra y fue ella quien lo hizo!

Eso último lo pensé porque Dina era muy celosa. En diversas oportunidades tuvimos discusiones bastante largas y aburridas -por lo menos para mí-, a causa de sus tantas explosiones de celos, las cuales me parecían absurdas, ya que nunca tuvieron el menor fundamento en la realidad.

A veces ella empezaba -de un pronto a otro y sin estar hablando de ello-, a decir cosas como; “por ser vos cuatro años más joven que yo, tal vez otras muchachas de tu edad o menores te coqueteen y entonces me vas a dejar”. Yo intentaba a toda costa, explicarle que no tenía por qué pensar así, pero no me escuchaba, entonces permanecía callado mientras ella seguía durante un buen rato con lo mismo, hasta terminar furiosa.

En ocasiones esos comportamientos me parecían bastante cercanos a la locura. Era impresionante ver lo irracional que podía llegar a ser cuando le daba connotación de absoluta realidad, a algo existente sólo en su imaginación. Sin embargo, como estaba tan enamorado procuraba ignorar esas situaciones y no enojarme.

Pero ahora, cuando me encontraba en mi casa evocando sus continuos ataques de celos y conjeturando que probablemente sí andaba con el esposo desde antes de terminar conmigo -como dijo Viky-, empecé a sentir mucha ira. En un arrebato, dije en voz alta:

¡Qué ser más hijueputa es Dina, de verdad se merece estar con ese miserable agresor y no conmigo! Nunca la creí capaz de hacer algo similar a lo que tanto me recriminaba.

Estuve durante un rato sentado esperando a que pasara el malestar producido por la cólera. Mientras tanto venían a mí, recuerdos de algunas ocasiones en las cuales me atemorizaba su actitud tan desconfiada, debido a que me hacía visionar un futuro muy limitado, en el sentido de verme obligado a disminuir significativamente mis salidas con amigos, -porque según ella me presentarían mujeres-, e incluso abandonar completamente, actividades normales para mí, como visitar a una amiga.

También recordé cuando una vez le di mi opinión en materia de fidelidad; uno nunca puede estar absolutamente seguro de su pareja, eso es cuestión de tenerle confianza a la otra persona, y de no ser así la relación se convertirá en un martirio constante, por estar perennemente sintiéndose mal a causa de algo incierto. Pero para ella esas palabras no tenían valor, seguía igual de celosa.

Me acordé además, de pocos y cortos momentos en los cuales daba mínimas muestras de entender que “a veces” se llevaba esa situación al extremo, pero aun así seguía igual; celándome hasta en las formas más ilógicas.

El estar rumiando esas vivencias, me hizo preguntarme si los celos tendrán alguna función positiva. Se me ocurrió que podrían obedecer a un mecanismo de protección sicológica de los seres humanos, por lo cual, hasta cierto punto y en determinadas ocasiones, podrían estar justificados.

Especulé que si el vínculo de pareja representa, no sólo la satisfacción de ciertos placeres, sino también la inclusión de uno en el mundo del otro, con el afán de compartir sus vidas y estar juntos, resulta natural si en determinada circunstancia uno de los dos se manifiesta contra ciertos comportamientos de la otra persona, por considerarlos perjudiciales para la relación.

Incluso consideré normal el sentirse limitado en uno que otro aspecto, a causa de la unión de pareja. Eso, porque hay un acuerdo a seguir para poder convivir juntos, y violarlo podría conllevar un daño a la relación. Pero cuando esta situación se torna cada vez más intensa y termina cruzando la transparente y sutil línea definitoria de hasta dónde esto es sensato, se convierte en una estallido de celos enfermizos, como me parecía, era el caso de Dina.

Al terminar de reflexionar sobre este asunto de los celos, intenté consolarme presumiendo que quizás me había librado de algo muy mortificante, como lo es una persona celotípica.

Suponer eso apaciguó un poco mi dolor, pero ese alivio no duró mucho. Un rato después empecé a sentirme mal otra vez a causa de un nuevo pensamiento que había llegado a mi mente: me abandonó a pesar de que la trataba bien, para irse con quien la había herido tanto.

Yo ya había escuchado sobre muchos casos similares de personas aferradas a quienes las agreden. Pero que fuera Dina quien estaba en esa situación me parecía inconcebible. No entendía cómo podía querer estar al lado de quien le maltrata continua e intencionalmente.

Pensar en eso me hizo sentir una gran decepción, pero posteriormente recordé que para esas personas, dejar a sus parejas y manejar adecuadamente esas situaciones, representa una notable dificultad. Al respecto discurrí:

Dina se acostumbró a su prisión y no toleró la libertad. Logró salir de ese ambiente violento pero se sintió descontrolada por no conocer el nuevo entorno al cual pasaría. Prefirió no enfrentarse a lo desconocido y pagar un altísimo precio por ello.

Al terminar de pensar en eso empecé a llenarme de pena por imaginar que Dina volvería a un infierno de vida.

Eran muchas las cosas que estaba sintiendo hacia Dina, en algunas ocasiones enojo y en otras, tristeza, a veces compasión, y a ratos, lástima. Era bastante incómodo tanto cambio repentino en mis emociones. Lo único que no había en mí, era alegría. Sin embargo, un rato después empecé a sentir tranquilidad al recordar que ya no tenía motivo por el cual seguir aguardando la esperanza de volver con ella.

Considerando la posibilidad de que en unas horas esa serenidad se transformara, -sin mi consentimiento-, en dolor, abatimiento o enfado, procuré disfrutarla al máximo mientras duraba. Entretanto me dije:

Bueno, de cuanto he reflexionado hoy, puedo concluir que los celos extremos y la dependencia emocional, pueden llegar a generar muchísimo sufrimiento y son capaces de aniquilar una relación. Por ello, si en algún momento me encuentro padeciendo alguno de estos males, debo buscar inmediatamente, cómo remediarlos.

Permanecí acostado sin pensar en nada más. Un par de minutos después decidí levantarme de donde estaba para realizar unos mandados. Al ponerme de pie me embargó una sutil sensación, la cual me avisaba que como en ocasiones anteriores, estaba a punto de oír un susurro en mi mente. Me mantuve a la expectativa durante unos segundos hasta escuchar:

Aunque es bueno meditar, recuerda que no puedes estar completamente seguro de las conclusiones a las cuales llegas. Tal vez la frase “ya tengo la vida resuelta”, no quiere decir lo que tú crees.

Capítulo 11

Pasaron los días y yo, como de costumbre desde que terminé con Dina, echándola de menos, tanto como la noche del día en el cual partió. Pero ya estaba harto de eso, deseaba olvidarla o bien, extrañarla con menor intensidad.

Para este momento, yo había logrado comprender -de manera intelectual-, que después de una separación se sufre un duelo, pero me costaba asimilar eso a mi propia vivencia. A veces esperaba dejar de sentir tristeza, casi de forma inmediata.

Después recordaba que toda pérdida requiere -si se desea superar-, de paciencia, y además, tolerancia para soportar el dolor durante un tiempo.

Uno de esos días, tratando de darme un poco de calma, me sugerí a mí mismo:

¡Paciencia! Mientras espero el cese de este maldito pesar, mientras me desintoxico del profundo dolor producido por esta situación, e incluso, mientras aguardo la llegada de un nuevo amor a mi vida.

Aunque en ese momento no estaba pensando en tener novia nuevamente, sí me parecía agradable la idea de más adelante, formar una relación bonita con alguien, pero sabía que ello también requería paciencia.

Luego, un rato después de haberme sugerido tener paciencia, en un brusco arranque de cólera, me pregunté:

Pero, pensándolo bien, ¿qué es tener paciencia? Es esperar, pero ¿cuánto? ¿Semanas?, ¿meses?, ¿años? ¿Y si no puedo esperar tanto?

Inmediatamente surgió “la voz de mi mente” -como yo la llamaba-, pero esta vez no como un susurro sino como un grito fuerte, dando la impresión de ser alguien desesperado por hacerme entender:

¡La verdadera paciencia no es esperar mucho tiempo por un futuro incierto, es dejar de esperar obsesivamente el mañana y vivir con lo que se tiene hoy!

Un momento después -cuando cesó la estupefacción que esa frase me provocó-, se aclaró mi entendimiento al respecto y comencé a pensar:

¡Claro, no hay nada que esperar! En materia de amor, no es paciente quien aguarda -aunque pueda hacerlo durante un siglo-, sino quien no espera nada, pero recibe con gratitud lo que la vida le entrega.

¿Cuál es el sentido de aguardar durante mil años algo que sólo durante un minuto podré disfrutar? Mejor procuro no hacerme ideas preestablecidas sobre lo venidero ni acerca de cómo eso debe ser, entonces, lo que el porvenir me depare, aunque sólo dure un pequeño instante, lo consideraré una gran bendición.

De la misma manera debo tener paciencia en relación con mi aflicción. Ese sentimiento estará en mí el tiempo necesario y se irá cuando así deba ser. Esa es mi realidad, la cual debo aceptar y si quiero cambiarla, es necesario hacerlo poco a poco y sin presionarme, es decir, teniendo paciencia.

Pero paciencia de verdad, no la paciencia fingida de quienes creen que su presente no es como debería ser, y por ello lo desperdician pensando obsesivamente en el ideal que según ellos, debe proveerles el futuro.

¿Para qué desesperarme por la llegada del fin de semana si de nuevo vendrá el lunes? ¿Por qué esperar obsesivamente a alguien si en algún momento deberá partir?

Siempre he afrontado las adversidades acompañado por el vicio de la impaciencia, y eso solamente ha provocando que mi dolor se multiplique. De ahora en adelante, haré todo lo posible por tener... paciencia.

Pensar y sentir así no disminuyó mi pesadumbre, pero sí me dio un poco de serenidad, ya que, al no mostrarme impaciente por modificar mis emociones, le permití a éstas, fluir más naturalmente.

Sin embargo, aunque dejar fluir mis emociones generaba cierta tranquilidad, hacerlo no era fácil para mí, ya que todo eran sensaciones desagradables; dolor, desconsuelo, amargura, desesperación, aburrimiento, etc.

Constantemente sentía deseo de acudir a la represión con el supuesto fin de eliminar mi dolor más aprisa, pero como sabía que esa no era la salida, saqué valor para seguir tolerando esos fastidiosos sentimientos, los cuales llegaban continuamente y a veces, en momentos bastante inoportunos. Hasta que un día, esas engorrosas sensaciones dieron en conjunto un golpe decisivo en este duelo.

Venía del trabajo y estaba a punto de llegar a mi vivienda, de hecho ya me había bajado del autobús. Mientras caminaba el trayecto de la parada hacia mi hogar, me preguntaba por qué a pesar de estar afrontando esta situación con paciencia, seguía sufriendo tanto. Un momento después se me ocurrió una posible respuesta a ese cuestionamiento:

Tal vez este pesar me está diciendo algo. Quizás sin darme cuenta haya estado ignorando alguna cosa por ser dolorosa, y el no pensar en ello ni intentarlo resolver debido al miedo de enfrentarlo, produce que el sufrimiento se mantenga constante.

Sentí que algo cambió en mis adentros cuando pensé eso, entonces me dije:

¡Di en el clavo! ¡Eso es, hay algo que por temor, no he querido ver!

Para ese momento ya estaba a unos pasos de mi casa, al abrir la puerta sentí de repente un gran malestar caer sobre mí, como si me hubieran empujado hacia una cascada de agua helada.

Cerré la puerta de un golpe, me acosté en un sillón y en unos segundos pude descubrir el motivo por el cual me estaba sintiendo así, era porque acababa de despertar en mi mente la idea que por temor había estado ignorando; haber sido utilizado por Dina. Esto es, que ella se mantuvo conmigo no por cariño, sino porque yo estaba ayudándole económicamente.

Aunque no sabía si ese pensamiento tenía fundamento en la realidad, yo lo sentía, por tanto, era real para mí. Las razones por las cuales esa idea cobró fuerza en mi mente eran varias:

Primera, decidió distanciarse justo después de negarme a vivir con ella. Segunda, se enojó definitivamente conmigo cuando le pedí mi dinero. Y última, por eso que dijo de tener la vida resuelta, lo cual -me parecía-, implicaba volver con el marido sólo porque le brindaba estabilidad financiera.

En ese momento recordé que Dina en algún momento dijo haberse casado con él únicamente porque deseaba salir de la casa donde vivía, y no tenía dinero para hacerlo. Sintiéndome tremendamente indignado me reprendí a mí mismo:

¡Qué estúpido e ingenuo fui! Si estaba con él por eso, ¿por qué no habría de estar conmigo por lo mismo? Al no poder obtener de mí todo lo que deseaba, se devolvió con su esposo. Para ella lo más importante al unirse en pareja es solventar sus necesidades económicas, ¿cómo no pude verlo antes?

Eso era lo que tanto me estaba doliendo y yo no había querido ver, debido al temor de afrontar la posibilidad de que el supuesto gran amor de ella hacia mí, haya sido una farsa.

Estaba desconcertado, sentía que aquellos estupendos momentos vividos con ella, -en los cuales yo había puesto enteramente mi alma y los llegué a considerar como la mejor época de mi vida-, eran un embuste, una invención completamente ajena a la realidad.

Intentando apaciguar el dolor empecé a pensar que tal vez estaba equivocado y quizás sí me quería, aunque fuera un poco. Pero algo me decía que de todos modos debía enfrentarme a la otra posibilidad; quizá Dina no se parecía en nada a la hermosa y sublime mujer de la cual yo me enamoré.

Eso me asustaba demasiado por resultarme parecido a una gigantesca y prolongada alucinación, a hacerse una fantasía y creérsela durante mucho tiempo, para luego comprender que la realidad no tiene la menor similitud con ello. Algo así como haber entendido con mil dificultades, que nuestro amor pertenece al ayer, y más tarde darme cuenta de que el ayer nunca fue.

Me brotaron un montón de lágrimas automáticamente y empezaron a llegar a mí, muchas sensaciones dolorosas. Me sentía ridiculizado, engañado, traicionado, decepcionado, lastimado. Una tras otra de forma acelerada, constante e intensa, venían esas y otras amargas sensaciones. Era como si me hubiese introducido justo en la parte final de una película grotesca y terrorífica, donde al ritmo de una lúgubre música, transcurre velozmente una síntesis de las escenas más desagradables.

Empecé a pensar en cuan fácil puede resultar salir herido y ser engañado, pero inmediatamente me atribuí a mí mismo la responsabilidad de ello; por creer ilusamente que dar garantiza el recibir, por insistir tanto en hablarle -y de esa manera terminar conociendo cosas que quizás era mejor no saber-, por entregar mi corazón de forma atropellada, y por no distinguir la diferencia entre regalar los sentimientos y regalarse uno.

También supuse que posiblemente desde el inicio de nuestra relación, extrañaba al esposo, a pesar de haberme asegurado ya no quererlo.

Todo eso que sentía y pensaba, en la sala de mi casa, acontecía al mismo tiempo. Era un montón de sensaciones e ideas, entremezcladas, produciéndome un malestar tan indefiniblemente horroroso que por un instante me hizo desear la muerte.

Nunca en mi vida había sentido un dolor tan grande. Me sentí a punto de enloquecer, parecía como si mis emociones fuesen a explotar en total caos

Un momento después, consideré la posibilidad de algún día volver a vivir una situación así, y eso me provocó mucho miedo. Éste empezó a crecer de forma acelerada y causaba que segundo a segundo fuera perdiendo el control de mí mismo. Era como una tenebrosa sinfonía, la cual, a cada momento se pone más pesada.

Y en el clímax de dicha sinfonía, cuando me sentía a un paso de la locura, de manera rápida, automática e involuntaria, simplemente... caí en un profundo sueño.

Capítulo 12

Veía colores entremezclarse unos con otros, sombras apareciendo por aquí y allá, imágenes con formas desconocidas. Oía sonidos extraños y voces, pero no reconocía lo que éstas decían. Estaba en un lugar completamente desconocido.

Vi en lo alto una silueta flotando en el aire y bajando lentamente hacia mí. Era demasiado brillante, por lo que no podía ver las facciones de su rostro. Cuando estaba frente a mí, me tomó de la mano y dijo:

“No te quejes si te enteras de que tu vida es un fraude; eso representa un paso más hacia el conocimiento de la verdad”

_ ¿Eres tú la voz de mi mente? -le pregunté-, ¿esa que dice frases y me ayuda a encontrar respuestas?, ¿quién o qué eres?

Y se desvaneció sin decir nada. Continué caminando en ese extraño pueblo donde había gente que cambiaba su forma de un instante a otro. Me quedé viendo con mucha curiosidad como un árbol crecía, y cuando comenzaba a dar sus frutos oí una voz detrás de mí, la cual dijo:

“A veces es mejor tolerar el dolor en vez de triplicarlo con el esfuerzo que se hace por vencerlo. Aunque suene extraño, a veces no vale la pena esforzarse”.

Volteé a ver quién era y en ese momento aparecí en mi casa, acostado en el sillón, con los ojos abiertos. Pero era una sala diferente, estaba llena de luz y alegría, como si alguien la hubiese bendecido sin que yo me diera cuenta.

Me fui a mi habitación a apuntar las frases que oí con el fin de poder recordarlas después -como siempre lo hacía-. Al terminar de anotarlas, pude notar que no sólo la sala estaba llena de ese resplandor, también el cuarto, el resto de la casa y yo.

Me sentía mucho mejor y aunque aún había tristeza en mí, todo lo veía completamente diferente, de forma más positiva. No es que hubiera ocurrido una curación mágica en la cual el dolor cesa de forma inmediata, pero ya había aceptado la realidad; yo había fabricado una fábula extraordinaria mientras estuve con Dina, ahora ella estaba ausente y no volvería, quizás no me quería tanto como ella decía, o tal vez ni siquiera me quería.

Ya podía aceptar todas esas cosas y cualquier otra de las situaciones negativas que acontecieron. Igual había pena al pensar en ello, pero no tenía necesidad de negarlo, disfrazarlo o justificarlo, así era y punto.

Mi pesar, el cual se mantuvo constante y casi inmodificable desde la partida de Dina, estaba empezando a disminuir, de forma lenta pero lo hacía.

Además, estaba seguro -a diferencia de antes-, de que ese decaimiento en algún momento desaparecería. Sólo era cuestión de tener verdadera paciencia, ahora sí me sentía capaz de hacerlo, puesto que mi actitud había cambiado y me resultaba más sencillo ver todo de forma optimista.

Por miedo al dolor no había enfrentado una realidad, y eso provocó que el sufrimiento se mantuviera estancado. Al hacerle frente a la verdad, todo mi esfuerzo por olvidar a Dina estaba empezando a surtir efecto. Así como las cosas aprendidas durante ese tiempo, dejaron de ser simples palabras resonando en mi cabeza, para convertirse en una provechosa enseñanza arraigada en lo más profundo de mi ser.

Al terminar de apuntar las frases, inmediatamente me paré, erguí la espalda y levanté la mirada, en señal de que nuevamente me encontraba muy orgulloso de vivir. Caminé despacio hacia la sala, serenamente me senté en un sillón, e inspirado por la satisfacción que sentía, comencé a pensar:

Hoy he aceptado la realidad y eso me ha liberado. Ayer actué como quien cree que cuanto más se engañe, más feliz será. Tal vez de manera inconsciente, creí morir si abandonaba mi fantasía, lo cual quizás sea cierto. Al conocer la realidad deseé y posteriormente sentí, la muerte. Pero eso no fue malo, ¡morí para renacer, una nueva vida en mí, está por empezar, y aunque me siento triste, estoy lleno de felicidad!

¡Qué hermoso es lo verdadero, pero es duro admitirlo! Ya veo por qué muchas veces recurrimos a las drogas, a la mentira, al disfraz, a la distorsión. Porque duele ser sincero consigo mismo, y nuestros niveles de tolerancia a la realidad a veces están muy bajos, lo cual provoca que en algunos momentos nos mostremos incapaces -aunque no lo somos-, de aceptarla.

Ahora, que puedo tolerar la verdad con una nueva actitud, sin tanto “pero”, sin tanto “¿por qué?”, sin tanto “ay”, y con todo lo que he aprendido, puedo imaginar una nueva forma de vivir el amor de pareja; con la especial característica de procurar no basarse en la idealidad. Es decir, una relación más realista y por lo tanto más bonita. Lo ideal nunca será tan bello como lo real.

Me entregué a Dina con todas mis fuerzas y si ella no valoró eso, aun así no me arrepiento de haberlo hecho, ya que para mí ha sido un precioso obsequio el poder amar de esa manera, y después aprender tanto sobre ello.

En este instante puedo entender que nada de lo acontecido fue casualidad, todo ocurrió con un propósito; mi crecimiento mental, emocional y espiritual.

Gracias a ese especial motivo sucedieron tantas cosas; las coincidencias entre Dina y yo, el amarla, el terminar con ella, los momentos de soledad, la extraña experiencia acontecida con mi hermano, los largos ratos de reflexión, el llanto, la frustración, el dolor, la desesperación, el intenso miedo, mi indeleble esperanza de pronto ser muy feliz, y las frases que de repente oía.

¡Qué útiles me resultaron esas frases! No sé si alguien o algo me las habrá transmitido, o si habrá sido mi propia mente de forma inconsciente. Sin embargo, en este momento me siento capaz de ser yo, concientemente, quien formule una de ellas. Después de todo esto que he vivido puedo decir:

Todo lo que sucede, sucede para bien, y sucede en el momento adecuado.

Todo lo que pasó, pasa y pasará, es positivo.

Nada fue, es, ni será nunca, un fracaso... ¡me es imposible fracasar!

Con una sonrisa acompañada de lágrimas me dije:

Al fin puedo ver tierra en el horizonte de este oscuro mar. Ahora sí he podido cortar mis vínculos con Dina, no sólo los racionales, sino también los lazos emocionales que yo seguía conservando. Hoy por primera vez, tengo la certeza de haber terminado con ella no sólo con la mente, sino también con alma y corazón.

Un momento después me levanté, sequé las lágrimas de mi rostro y me decidí a elaborar una “despedida final” de forma escrita.

Tomé dos hojas blancas y en medio coloqué un pliego de papel carbón y me senté a escribir durante aproximadamente quince minutos. Al terminar, tomé la copia y la guardé, pensando que en algún momento podría serme útil.

Después encendí una vela, puse música instrumental, tomé el original de las notas que había escrito, lo leí en voz alta, lo doblé en dos partes, en medio introduje mi única foto de Dina, -la cual anteriormente había utilizado varias veces para torturarme-, y le prendí fuego.

Me quedé admirando la belleza de las llamas consumiendo la hoja y el retrato. Luego apagué la vela y esperé a que ambas cosas se quemaran completamente.

Era mi forma de incinerar a la Dina habitante dentro de mí y a la gastada esperanza de volver con ella. Como un funeral donde sacaba a la difunta enterrada en mi alma y la convertía en cenizas que quedarían esparcidas en quién sabe cuál lugar. El papel decía:

Discúlpame por no haberte dejado marchar tranquila, pero los espléndidos días vividos contigo me hicieron olvidar que no eres mía y que no soy responsabilidad tuya.

Discúlpame por haberte molestado diciéndote...

...que vengas a donde no quieres venir

...que te acerques cuando ya no quieres acercarte

...que vuelvas precisamente cuando ya no quieres volver

Lo que pasó fue que junto a ti me sentí como nunca antes y eso me hizo olvidar...

...que no naciste pegada a mí, ni yo a ti

...que aunque te pudiera amar como nadie lo hará, nunca llegaré a fusionarme contigo en un solo ser, tú seguirás siendo tú y yo seguiré siendo yo.

Olvidé que soy un ser individual.

Olvidé que a como llegaste, te podías ir.

Olvidé que no eres estática

Olvidé que existes para ti, antes que para mí.

¿Cómo fui a olvidar lo obvio?

¿Cómo pude creer que lo nuestro obligatoriamente debía durar una eternidad?

Fuiste para mí lo increíble, la belleza, el arte, el deseo, la pasión pura, lo impensable, la luz, el agua y el calor...

Asumir que jamás te irías fue tan cómodo, fue el paraíso por unos instantes, fue armonía total en un escalón de mi existencia.

Y eso me impidió entender...

...que no necesito la permanencia de una persona en mi vida para ser feliz.

...que la soledad no siempre es mala.

...que siempre estoy solo, aunque esté con alguien.

Porque la soledad siempre anda a mi lado, al lado tuyo, al lado de cualquiera, acompañándonos y esperándonos

Instantes vividos a tu lado, llenos de magia y grandiosidad, me hicieron olvidar...

...que el mundo cambia y que tú puedes cambiar.

...que estar acompañado no significa adherirse a esa persona, ni tampoco pertenecerse el uno al otro, no significa perder mi “yo”.

Momentos divinos, cargados de magníficos sentimientos me hicieron pretender inmovilizar el tiempo, para hacer de esas horas una eternidad.

Fue un fantástico y peligroso viaje subjetivo el fantasear y sin darme cuenta, sumergirme en el universo Tú.

Como deseé que la realidad quedara estática, que el lindo obsequio de tu presencia se extendiera en el resto del tiempo

Tanto placer fue peligroso para mí, me hizo olvidar...

...que eres un ser individual.

...que no nacimos pegados.

...que al conocerte no venías con una garantía para mí.

Por eso, ahora te dejo partir tranquilamente (aunque ya te fuiste hace tiempo).

Te dejaré de insistir, de suplicar, de buscar, de esperar... te dejo la libertad a la cual tienes derecho.

Dentro de mí haré una despedida interior y partiré, con unas cuantas lágrimas pero libre y feliz.

Ya recordé que recibir algo hoy, no asegura el poseerlo mañana.

Ya recordé que si estar acompañado implica seguridad de tener a esa persona conmigo infinitamente, entonces siempre estoy solo, porque la única compañía que tendré durante cada segundo de mi vida será la de mí mismo.

También recordé que así es como debo viajar por la existencia, disfrutando de la compañía y el amor que me den, pero sin pretender apropiarme de ello.

Sensaciones hermosas producidas por el brillo de tu sonrisa y la delicadeza de tu piel me hicieron olvidar la realidad...

¡Pero ya la recordé!... ¡Y la volví a aceptar! ¡Que alegría!, ¿verdad?

Al admirar este movimiento continuo, bello y misterioso, de la existencia, de la vida, de mí y de ti, derramo una lágrima, me escalofrío y pregunto ¿qué sentido tienen todas las cosas?..

No lo sé... ojalá algún día lo pueda saber.

Pero sí estoy seguro de algo... te llevaste algo de mí y yo algo de ti.

Chao, quizás algún día, en este mundo o en otro, nos volvamos a ver.

Pero si no es así, no me preocupa, porque ahora sí puedo aceptarlo.

Ahora sí te puedo decir...

Adiós.

Epílogo

Se puede decir que después de mi “despedida final” acabó todo; dejé de hacerme tantas preguntas, no volví a sufrir extremadamente por la ausencia de Dina, y abandoné enteramente la esperanza de regresar con ella.

Sí continué durante unos meses más sintiendo tristeza y nostalgia, pero me mantenía muy calmado, pues consideraba eso como algo normal. Así fue pasando el tiempo hasta cierto día, en el cual me percaté de que ya no la extrañaba absolutamente nada. En relación con eso hay una historia curiosa.

Iba yo saliendo de mi casa rumbo a la oficina, era un viernes del mes de diciembre, por cierto, el último día de trabajo en ese año. Abordé el autobús, me senté en los asientos de la mitad, y éste empezó a avanzar. Después de un corto rato el chofer hizo una parada con el fin de que más gente subiera, y entre esas personas venía Dina.

Como llevaba varios meses de no verla me sorprendí bastante. Nunca la volví a ver en la universidad porque después de nuestra última conversación ella abandonó la carrera. Supe eso por dos compañeras mías, quienes muy intrigadas me comentaron que estaban con ella en dos cursos, pero después de cierto día, nunca la volvieron a ver. Ese día del cual ellas hablaban, fue cuando Dina me contó lo de su reconciliación con el marido.

Cuando Dina subió al bus me quedé viéndola, ella me miró, sonrió de manera rápida y un poco forzada, y siguió caminando hacia el fondo. Yo empecé a sentirme ligeramente ansioso sin saber por qué, pero rápidamente me tranquilicé.

Al llegar el autobús a la última parada, con el fin de bajarme me paré y caminé hacia la puerta trasera, pero como estaba cerrada tuve que permanecer de pie a la par de Dina. Mi intención no era hacer eso, usualmente al estar el bus en ese lugar el chofer abría la puerta, pero por cuestiones de tránsito decidió mantenerla cerrada durante un momento.

Esperé a que me mirara para decirle aunque sea “hola”, pero no lo hizo, me ignoró completamente. Sin embargo, eso no me provocó ningún malestar. Con el fin de saber si aún sentía algo por ella me quedé observándola detalladamente; estaba más delgada, no andaba maquillaje, sus uñas estaban cortas -como siempre-, le miré los brazos, las piernas, el cabello, en fin, todo su cuerpo, pero no sentí nada. No hubo en mí, nostalgia, dolor, alegría, ganas de llorar, nada. En ese momento me di cuenta de que ya había dejado de echarla de menos, ya no me encontraba Extrañando a Dina.

Después de un minuto aproximadamente, el chofer abrió la puerta, ella bajó primero y empezó a caminar en sentido contrario hacia donde yo debía ir. Seguidamente bajé, permanecí mirándola durante unos segundos y cuando la perdí de vista entre la multitud, continué mi trayecto. Hasta la fecha no he vuelto a verla ni a saber nada más de ella.

Esta historia me parece curiosa debido a varios motivos:

Primero, la volví a ver exactamente un año después de aquella tarde en la cual ella me llamó para decirme que dejara de molestarla, y yo me dije a mí mismo; “ya es hora de aceptarlo, todo terminó”. El lapso de tiempo pude deducirlo debido a que dicho día también fue el último de trabajo en ese año. Segundo, el topármela me hizo darme cuenta de que ya la había olvidado, antes de ese encuentro no estaba conciente de ello. Y por último, unas horas después de ese acontecimiento, en la fiesta del trabajo, conocí a una muchacha con quien inicié una relación de pareja bastante bonita. ¿Casualidades? No lo creo.

En la noche, al llegar a mi casa, muy alegremente me senté en el sillón -el mismo en cual estuve varias veces llorando por Dina-, junté mis manos, cerré los ojos y oré con un amor e intensidad como nunca lo había hecho en mi vida, dando gracias por la enorme felicidad que estaba sintiendo a causa de haber superado el dolor.

Después pensé en cuánto aprendí durante aquellos momentos de gran malestar, y al hacerlo me pareció lindo compartirlo con otras personas, entonces me decidí a crear este libro. Muy motivado por la idea de plasmar mi historia en páginas, pensé:

Tal vez a alguien le pueda ser útil leer mi experiencia, o por lo menos, entretenido.

En relación con mis preguntas, probablemente no todas las respuestas que di resulten satisfactorias para cualquiera. No obstante, si fueron buenas para mí, quizás lo sean para otra persona, por eso las comparto.

Sé que algunas interrogantes no las respondí, eso fue porque en el momento no supe cómo, o no sentí la necesidad de hacerlo. Sin embargo, las escribí debido a mi deseo de que el lector pueda aportar sus propias ideas. En ningún momento quise presentarme como un dador de respuestas absolutas a cuanta duda pueda surgir.

Por ejemplo, ¿a qué obedecen todas las supuestas “casualidades”? ¿Dios?, ¿ángeles?, ¿energías?, ¿facultades mentales desconocidas para mí? Cada cual responda de acuerdo a lo que le resulte más razonable.

Mi fin al realizar esta obra no es únicamente contar mi historia, también es promover el amor. Pero no sólo en un sentido romántico, sino el amor por todo; por sí mismo, por la humanidad, por el planeta entero. Amor en actos, no sólo en palabras, ya que no basta con sentir mucho amor, es necesario demostrarlo con hechos.

El amor es la única salida al caos existente en este mundo. No existe sistema político, económico, social o religioso, capaz de salvarnos si no hay amor, y si lo hay, entonces no es necesario preocuparse excesivamente por dichos sistemas. La revolución que más le urge al mundo no es militar ni tecnológica, es sicológica y espiritual, es de amor.

Cuando estaba planeando cómo elaborar este libro, el cual debía contener mi aprendizaje respecto a las relaciones humanas, el cariño, la soledad y demás, pensé que seguramente aún me faltaban muchas cosas por aprender, y encontré interesante también escribir sobre ello.

Consideré dicha idea como una buena manera de concluir el libro y despedirme de mis lectores, por esa razón, compuse unas cuantas líneas acerca de ese tema y las titulé:

Aún queda mucho por aprender.

Yo, que creí saber tanto respecto a relaciones amorosas, últimamente, sin querer y sin darme cuenta, observando mis experiencias, mis aciertos y sobre todo, mis errores, he visto que en materia de amor, aún me falta tanto por APRENDER... por ENTENDER... por CAMBIAR... por CORREGIR... por ACEPTAR... por MEJORAR...

DEBO APRENDER que enamorarme no es obsesionarme ni irme a los extremos.

DEBO APRENDER a no poner toda la motivación de mi vida en sólo una persona.

DEBO ENTENDER que no se debe rogar amor y que una relación de pareja no es para vivir angustiado.

DEBO APRENDER que si pretendo tener una relación de adulto, debo comportarme como tal.

DEBO ACEPTAR que en el amor como en cualquier otra cosa de la vida, existen los tropiezos, las caídas y los dolores, y el miedo solamente dificulta más las cosas.

DEBO APRENDER que no es bueno sobrevalorar, endiosar, ni idealizar a nadie. Porque todos somos humanos y no debo esperar de mi pareja más de lo esperable de un ser humano.

DEBO APRENDER que es bueno ser como soy, siempre y cuando eso no implique irrespetar a quien esté conmigo.

DEBO ACEPTAR que en algunas ocasiones, es necesario pasar por un gran dolor para conocer una gran felicidad, ya que a veces el suelo del fondo es el más apto para brincar.

DEBO TENER PRESENTE que el sentir algo hoy no implica el sentirlo mañana, y así como me permito disfrutar también debo permitirme llorar, porque el dolor es parte de la vida tanto como el placer.

DEBO ENTENDER que la confortabilidad brindada por la rutina es engañosa, porque la realidad está en constante cambio, por eso es necesario aprender a tolerar la inseguridad natural de la vida cotidiana.

DEBO ACEPTAR que los planes pueden desaparecer en un instante, porque el futuro se mueve como él desee y no como a mí me dé la gana. Si éste me permite hacer algunas cosas sobre él, debo estar agradecido y no lamentándome por lo que no pude hacer.

DEBO ACEPTAR que alrededor del amor se han creado muchas mentiras. Por eso debo dejar de volverle la cara a la verdad sólo para seguir en una falsa comodidad o por miedo al dolor. Si la vida me demuestra que aquello en donde puse mi corazón es una farsa, debo aceptarlo; llorando, desahogándome y renaciendo como una nueva persona.

DEBO MEJORAR mi amor propio...

Para que la partida de quien quiero no me haga sentir despreciado, humillado o rechazado.

Para no ser tan sensible al abandono.

Para no terminar creyendo que me dejaron por feo o por tonto, y poder aceptar que simplemente funcionó el tiempo necesario.

Para no arrastrarme poniéndome de alfombra a los pies de nadie.

DEBO ACEPTAR que agradarle a alguien hoy no garantiza el agradarle mañana. Y eso no tiene por qué ofenderme si lo acepto...

Si acepto que a veces las personas no pueden dar más.

Si acepto que quien esté conmigo tiene derecho a no estarlo, y a que yo ya no le guste.

Si acepto que quien amo, tiene derecho a tomar sus propias decisiones, aunque a mí no me satisfagan.

DEBO RECORDAR que a veces lo bueno se obtiene esperando y presionando se arruina. Por eso es necesario tener paciencia, esperar tranquilamente y RECORDAR...

Que la impaciencia es producto de un impulso emocional, el cual tal vez pronto pasará.

Que la impaciencia asfixia a quien está conmigo.

Que la presión se puede convertir en irrespeto.

Que tomar una decisión mientras estoy impaciente es peligroso, porque estoy influido por un estado emocional extremo y pierdo toda objetividad, ahí no va mi verdad, sino mi impulso, mi compulsión, y podría hacer algo de lo que me arrepienta.

Además, si soy paciente no veré la espera como sufrimiento.

DEBO APRENDER a no ser posesivo. Que alguien se marche no es perder una pertenencia que me gustaba mucho. Mi pareja no es mía, es prestada, y “su dueño” tiene derecho a llevársela cuando desee. Y aunque “ser dueño” de alguien brinde más seguridad que tenerlo prestado, debo entender que eso es una ilusión. Aunque la crea mía, no lo es, por lo tanto...

No puedo decidir sobre la vida de quien esté conmigo.

No puedo esperar que actúe sólo de acuerdo a mis deseos.

No debo controlarle, manipularle, adueñarme de ella, ni decidir su destino.

No debo reclamarle a la vida por hacerme devolverle lo que me prestó.

Pero sobre todo... DEBO APRENDER... QUE NUNCA DEJARÉ DE APRENDER, y mientras continúo aprendiendo, debo permitirme vivir y sentir.

Y ahora, que me empiezo a recuperar de los dolores sufridos gracias a ni siquiera haber aprendido que aún queda mucho por aprender, lo único restante por hacer es, en medio de unas cuantas lágrimas de nostalgia y alegría, tomar un gran suspiro y decirme a mí mismo...

¡Bueno amigo... volvamos a empezar!

FIN

San José, Costa Rica. Año 2007.

Permitida la reproducción y distribución de este libro, siempre y cuando se cite la fuente y el autor.

2




Descargar
Enviado por:Marioalonso Madrigal
Idioma: castellano
País: Costa Rica

Te va a interesar