Educación y Pedagogía


Estado actual de la teoría del apego; Alfredo Oliva Delgado


Estado actual de la teoría del apego

Alfredo OLIVA DELGADO

Universidad de Sevilla

Resumen

La teoría formulada por John Bowlby y Mary Ainsworth sobre el apego o vínculo afectivo que se establece entre madre e hijo constituye uno de los planteamientos teóricos más sólidos en el campo del desarrollo socio-emocional. Lejos de verse debilitada con el paso del tiempo, dicha teoría se ha visto afianzada y enriquecida por una gran cantidad de investigaciones realizadas en los últimos años que la han convertido en una de las principales áreas de investigación evolutiva.

En el presente artículo se presentan, partiendo de los planteamientos iniciales, las aportaciones más recientes en este campo, tales como la transmisión intergeneracional de la seguridad en el apego, las diferencias entre el tipo de apego establecido con el padre y con la madre, el apego múltiple a más de una figura, las relaciones entre la seguridad en el apego y los cuidados alternativos (day-care), las relaciones entre temperamento y apego, y la validez cultural de la teoría del apego.

Palabras clave: Apego, procedimiento de la "Situación del Extraño", modelo representacional, validez transcultural

Key words: Attachment, "Strange Situation" procedure, internal working model, cross-cultural validity


Antecedentes históricos

La teoría del apego constituye una de las construcciones teóricas más solidas dentro del campo del desarrollo socioemocional. Desde sus planteamientos iniciales, a finales de los 50, esta teoría ha experimentado importantes modificaciones y ha ido recogiendo las críticas y las aportaciones de distintos investigadores que, lejos de debilitarla, la han dotado de un vigor y una solidez considerable.

El surgimiento de la teoría del apego puede considerarse sin ninguna duda uno de los hitos fundamentales de la psicología contemporánea. Alejándose de los planteamientos teóricos psicoanalíticos, que habían considerado que el estrecho vínculo afectivo que se establecía entre el bebé y su madre era un amor interesado que surgía a partir de las experiencias de alimentación con la madre, John Bowlby (1907-1991) supo elaborar una elegante teoría en el marco de la etología. No obstante, a pesar de mostrar una indudable orientación etológica al considerar el apego entre madre e hijo como una conducta instintiva con un claro valor adaptativo, su concepción de la conducta instintiva iba más allá de las explicaciones que habían ofrecido etólogos como Lorenz, con un modelo energético-hidraúlico muy en consonancia con los antiguos postulados de la física mecánica. Basándose en la teoría de los sistemas de control, Bolwlby (1969) planteó que la conducta instintiva no es una pauta fija de comportamiento que se reproduce siempre de la misma forma ante una determinada estimulación, sino un plan programado con corrección de objetivos en función de la retroalimentación, que se adapta, modificándose, a las condiciones ambientales.

El modelo de Bolwby

El modelo propuesto por Bolwby se basaba en la existencia de cuatro sistemas de conductas relacionados entre sí: el sistema de conductas de apego, el sistema de exploración, el sistema de miedo a los extraños y el sistema afiliativo. El sistema de conductas de apego se refiere a todas aquellas conductas que están al servicio del mantenimiento de la proximidad y el contacto con las figuras de apego (sonrisas, lloros, contactos táctiles, etc.). Se trata de conductas que se activan cuando aumenta la distancia con la figura de apego o cuando se perciben señales de amenazas, poniéndose en marcha para restablecer la proximidad. El sistema de exploración está en estrecha relación con el anterior, ya que muestra una cierta incompatibilidad con él: cuando se activan las conductas de apego disminuye la exploración del entorno. El sistema de miedo a los extraños muestra también su relación con los anteriores, ya que su aparición supone la disminución de las conductas exploratorias y el aumento de las conductas de apego. Por último, y en cierta contradicción con el miedo a los extraños, el sistema afiliativo se refiere al interés que muestran los individuos, no sólo de la especie humana, por mantener proximidad e interactuar con otros sujetos, incluso con aquellos con quienes no se han establecido vínculos afectivos.

Por lo tanto, lejos de encontrarnos ante una simple conducta instintiva que aparece siempre de forma semejante ante la presencia de un determinado estímulo o señal, el apego hace referencia a una serie de conductas diversas, cuya activación y desactivación, así como la intensidad y morfología de sus manifestaciones, va a depender de diversos factores contextuales e individuales.

Tipos de apego.

Durante los años sesenta, Schaffer y Emerson (1964) realizaron en Escocia una serie de observaciones sobre sesenta bebés y sus familias durante los dos primeros años de vida. Este estudio puso de manifiesto que el tipo de vínculo que los niños establecían con sus padres dependía fundamentalmente de la sensibilidad y capacidad de respuesta del adulto con respecto a las necesidades del bebé. Mary Ainsworth, en el análisis de los datos que había recogido en sus observaciones de los Ganda en Uganda, encontró una información muy rica para el estudio de las diferencias en la calidad de la interacción madre-hijo y su influencia sobre la formación del apego. Estos datos también revelaron la importancia de la sensibilidad de la madre a las peticiones del niño. Ainsworth encontró tres patrones principales de apego: niños de apego seguro que lloraban poco y se mostraban contentos cuando exploraban en presencia de la madre; niños de apego inseguro, que lloraban frecuentemente, incluso cuando estaban en brazos de sus madres; y niños que parecían no mostrar apego ni conductas diferenciales hacia sus madres. Otro trabajo realizado posteriormente en Baltimore (Bell y Ainsworth, 1972) confirmó estos datos.

Ainsworth diseñó una situación experimental, la Situación del Extraño (Ainsworth y Bell, 1970), para examinar el equilibrio entre las conductas de apego y de exploración, bajo condiciones de alto estrés. La Situación del Extraño es una situación de laboratorio de unos veinte minutos de duración con ocho episodios. La madre y el niño son introducidos en una sala de juego en la que se incorpora una desconocida. Mientras esta persona juega con el niño, la madre sale de la habitación dejando al niño con la persona extraña. La madre regresa y vuelve a salir, esta vez con la desconocida, dejando al niño completamente solo. Finalmente regresan la madre y la extraña. Como esperaba, Ainsworth encontró que los niños exploraban y jugaban más en presencia de su madre, y que esta conducta disminuía cuando entraba la desconocida y, sobre todo, cuando salía la madre. A partir, de estos datos, quedaba claro que el niño utiliza a la madre como una base segura para la exploración, y que la percepción de cualquier amenaza activaba las conductas de apego y hacía desaparecer las conductas exploratorias.

Ainsworth encontró claras diferencias individuales en el comportamiento de los niños en esta situación. Estas diferencias le permitieron describir tres patrones conductuales que eran representativos de los distintos tipos de apego establecidos:

1. Niños de apego seguro (B). Inmediatamente después de entrar en la sala de juego, estos niños usaban a su madre como una base a partir de la que comenzaban a explorar. Cuando la madre salía de la habitación, su conducta exploratoria disminuía y se mostraban claramente afectados. Su regreso les alegraba claramente y se acercaban a ella buscando el contacto físico durante unos instantes para luego continuar su conducta exploratoria.

Cuando Ainsworth examinó las observaciones que había realizado en los hogares de estos niños, encontró que sus madres habían sido calificadas como muy sensibles y responsivas a las llamadas del bebé, mostrándose disponibles cuando sus hijos las necesitaban. En cuanto a los niños, lloraban poco en casa y usaban a su madre como una base segura para explorar.

Ainsworth creía que estos niños mostraban un patrón saludable en sus conductas de apego. La responsividad diaria de sus madres les había dado confianza en ellas como protección, por lo que su simple presencia en la Situación del Extraño les animaba a explorar los alrededores. Al mismo tiempo, sus respuestas a su partida y regreso revelaban la fuerte necesidad que tenían de su proximidad. Este modelo ha sido encontrado en un 65-70% de los niños observados en distintas investigaciones realizadas en EE.UU.

2. Niños de apego inseguro-evitativo (A). Se trataba de niños que se mostraban bastante independientes en la Situación del Extraño. Desde el primer momento comenzaban a explorar e inspeccionar los juguetes, aunque sin utilizar a su madre como base segura, ya que no la miraban para comprobar su presencia, sino que la ignoraban. Cuando la madre abandonaba la habitación no parecían verse afectados y tampoco buscaban acercarse y contactar físicamente con ella a su regreso. Incluso si su madre buscaba el contacto, ellos rechazaban el acercamiento.

Debido a su conducta independiente en la Situación del Extraño en principio su conducta podría interpretarse como saludable. Sin embargo, Ainsworth intuyó que se trataba de niños con dificultades emocionales; su desapego era semejante al mostrado por los niños que habían experimentado separaciones dolorosas.

Las observaciones en el hogar apoyaban esta interpretación, ya que las madres de estos niños se habían mostrado relativamente insensibles a las peticiones del niño y rechazantes. Los niños se mostraban inseguros, y en algunos casos muy preocupados por la proximidad de la madre, llorando intensamente cuando abandonaba la habitación.

La interpretación global de Ainsworth era que cuando estos niños entraban en la Situación del Extraño comprendían que no podían contar con el apoyo de su madre y reaccionaban de forma defensiva, adoptando una postura de indiferencia. Habiendo sufrido muchos rechazos en el pasado, intentaban negar la necesidad que tenían de su madre para evitar frustraciones. Así, cuando la madre regresaba a la habitación, ellos renunciaban a mirarla, negando cualquier tipo de sentimientos hacia ella. Estos niños suponen el 20% del total de niños estudiados en EE.UU.

3. Niños de apego inseguro-ambivalente (C). Estos niños se mostraban tan preocupados por el paradero de sus madres que apenas exploraban en la Situación del Extraño. Pasaban un mal rato cuando ésta salía de la habitación, y ante su regreso se mostraban ambivalentes. Estos niños vacilaban entre la irritación, la resistencia al contacto, el acercamiento y las conductas de mantenimiento de contacto.

En el hogar, las madres de estos niños habían procedido de forma inconsistente, se habían mostrado sensibles y cálidas en algunas ocasiones y frías e insensibles en otras. Estas pautas de comportamiento habían llevado al niño a la inseguridad sobre la disponibilidad de su madre cuando la necesitasen. El porcentaje que los estudios realizados en EE.UU. encuentran de este tipo de apego ronda el 10%. Sin embargo, en estudios realizados en Israel y Japón se encuentran porcentajes más altos.

Además de los datos de Ainsworth, diversos estudios realizados en distintas culturas han encontrado relación entre el apego inseguro-ambivalente y la escasa disponibilidad de la madre. Frente a las madres de los niños de apego seguro que se muestran disponibles y responsivas, y las de apego inseguro-evitativo que se muestran rechazantes, el rasgo que mejor define a estas madres es el no estar siempre disponibles para atender las llamadas del niño. Son poco sensibles y atienden menos al niño, iniciando menos interacciones. Sin embargo, el hecho de que en algunos estudios (Isabella, 1993; Stevenson-Hinde y Shouldice, 1995) se haya encontrado que en algunas circunstancias estas madres se muestran responsivas y sensibles, podría indicar que son capaces de interactuar positivamente con el niño cuando se encuentran de buen humor y poco estresadas.

Un aspecto muy destacado del comportamiento de estas madres tiene que ver con su actitud ante la conducta exploratoria del niño, ya que los estudios que han considerado este aspecto han hallado que tienden a intervenir cuando el niño explora, interfiriendo con esta conducta. Este aspecto, unido al anterior, aumenta la dependencia y falta de autonomía del niño, y sirve para explicar la percepción que el niño puede llegar a tener sobre el comportamiento contradictorio de la madre.

Algunos autores (Cassidy y Berlin, 1994) consideran el comportamiento de estas madres como fruto de una estrategia, no necesariamente consciente, dirigida a aumentar la dependencia del niño, asegurando su cercanía y utilizándole como figura de apego. Así, la no responsividad materna puede verse como una estrategia para aumentar la petición de atención del niño. Al igual que la inmadurez del niño aumenta la conducta de cuidados de la madre, la incompetencia de la madre aumenta la atención del niño a la madre, en una reversibilidad de roles.

En cuanto al comportamiento del niño, puede explicarse como una respuesta a un padre o una madre mínima o inestablemente disponible; el niño puede desarrollar una estrategia para conseguir su atención: exhibir mucha dependencia. Esta estrategia consistente en acentuar la inmadurez y la dependencia puede resultar adaptativa a nivel biológico, ya que sirve para mantener la proximidad de la figura de apego. No obstante, a nivel psicológico no resulta tan adaptativa, ya que impide al niño desarrollar sus tareas evolutivas. Esta misma estrategia de acentuación de la inmadurez se observa en otras situaciones, por ejemplo, ante el nacimiento de un hermanito.

Los tres tipos de apego descritos por Ainsworth han sido los considerados en la mayoría de las investigaciones sobre apego. Sin embargo, más recientemente se ha propuesto la existencia de un cuarto tipo denominado inseguro desorganizado/desorientado (D) que recoge muchas de las características de los dos grupos de apego inseguro ya descritos, y que incialmente eran considerados como inclasificables (Main y Solomon, 1986). Se trata de los niños que muestran la mayor inseguridad. Cuando se reúnen con su madre tras la separación, estos niños muestran una variedad de conductas confusas y contradictorias. Por ejemplo, pueden mirar hacia otro lado mientras son sostenidos por la madre, o se aproximan a ella con una expresión monótona y triste. La mayoría de ellos comunican su desorientación con una expresión de ofuscación. Algunos lloran de forma inesperada tras mostrarse tranquilos o adoptan posturas rígidas y extrañas o movimientos estereotipados.

El modelo representacional de la relación de apego

Para Bowlby (1980), el modelo interno activo o modelo representacional (internal working model) es una representación mental de sí mismo y de las relaciones con los otros. Este modelo se va a construir a partir de las relaciones con las figuras de apego y va a servir al sujeto para percibir e interpretar las acciones e intenciones de los demás y para dirigir su conducta. Un aspecto clave de estos modelos, que incluyen componentes afectivos y cognitivos, es la noción de quiénes son las figuras de apego, dónde han de encontrarse y qué se espera de ellas. También incluyen información sobre uno mismo; por ejemplo, si se es una persona valorada y capaz de ser querida por las figuras de apego. En este sentido constituyen la base de la propia identidad y de la autoestima.

El hecho de que estos modelos deriven de las experiencias de interacción con los cuidadores supone que distintas experiencias llevarán a distintas representaciones mentales. Desde este punto de vista sería posible la existencia de infinitos modelos, no obstante, estos autores consideran que el aspecto determinante de la relación con el cuidador es su reacción ante los intentos del niño de buscar su proximidad. Las posibles respuestas del cuidador pueden clasificarse en tres tipos: mostrarse sensible a las llamadas del niño y permitir su acceso, que llevaría a un modelo de apego seguro; mostrarse insensible e impedir el acceso del niño que supondría un modelo de apego inseguro evitativo; y atender y permitir el acceso del niño de forma imprevisible, sólo en algunas ocasiones, lo que generaría un modelo inseguro-ambivalente. Los modelos representacionales pueden construirse también en ausencia de interacción con la figura de apego, ya que si el niño llora y pide la proximidad del adulto y éste no está presente, lo importante será la falta de respuesta del cuidador.

El modelo representacional va a tener una profunda influencia sobre las relaciones sociales del sujeto. Si una persona, durante su infancia, tuvo un apego seguro con sus padres u otras personas significativas que se mostraron sensibles, responsivos y consistentes, en su vida posterior tendrá una actitud básica de confianza en las personas con las que establezca sus relaciones. Por el contrario, si un sujeto ha tenido experiencias negativas con sus figuras de apego, tenderá a no esperar nada positivo, estable o gratificante de las relaciones que pueda establecer en su vida adulta. Como siempre, esperará rechazos o falta de respuesta empática.

Algunos autores (Feeney y Noller, 1990) han comprobado la importancia del apego para el establecimiento de relaciones amorosas en la vida adulta. Según los estudios realizados por estos autores, aquellos sujetos que tienen una mejor historia de apego es más probable que tengan relaciones amorosas más satisfactorias y estables y confíen más en la pareja. Esta influencia es justificable, ya que es en la relación con la figura de apego cuando se aprende a tocar y ser tocados, mirar y ser mirados, etc. Es decir, se aprende a comunicar de manera íntima y lúdica, algo que será esencial en las relaciones sexual-amorosas (López, 1993).

George, Kaplan y Main (1985) diseñaron un cuestionario, el Adult Attachment Inventory (AAI), que sirve para evaluar el modelo interno activo de los personas adultas. En este cuestionario se pregunta al sujeto por el recuerdo de las experiencias de apego durante su infancia así como por la valoración de estas experiencias. No se trata de evaluar las experiencias objetivas del sujeto sino la interpretación y elaboración que hace de las mismas. A través de este procedimiento se obtienen tres tipos distintos de modelos internos activos:

1. Padres seguros o autónomos que muestran coherencia y equilibrio en su valoración de las experiencias infantiles, tanto si son positivas como si son negativas. Ni idealizan a sus padres ni recuerdan el pasado con ira. Sus explicaciones son coherentes y creíbles. Estos modelos se corresponderían con el tipo de apego seguro encontrado en niños. Estos padres suelen mostrarse sensibles y afectuosos en sus relaciones con sus hijos, que suelen ser clasificados como seguros en la Situación del Extraño.

2. Padres preocupados. Muestran mucha emoción al recordar sus experiencias infantiles, expresando frecuentemente ira hacia sus padres. Parecen agobiados y confundidos acerca de la relación con sus padres, mostrando muchas incoherencias y siendo incapaces de ofrecer una imagen consistente y sin contradicciones. Estos padres se muestran preocupados por su competencia social. En su relación con sus hijos muestran unas interacciones confusas y caóticas, son poco responsivos e interfieren frecuentemente con la conducta exploratoria del niño. No es extraño que sus hijos suelan ser considerados como inseguros-ambivalentes.

3. Padres rechazados. Estos padres quitan importancia a sus relaciones infantiles de apego y tienden a idealizar a sus padres, sin ser capaces de recordar experiencias concretas. Lo poco que recuerdan lo hacen de una forma muy fría e intelectual, con poca emoción. El comportamiento de estos padres con sus hijos, que son generalmente considerados como inseguros-evitativos, suele ser frío y, a veces, rechazante.

Algunos estudios encuentran una cuarta categoría: padres no resueltos, que serían el equivalente del apego inseguro desorganizado/desorientado. Se trata de sujetos que presentan características de los tres grupos anteriores y que muestran lapsus significativos y desorientación y confusión en sus procesos de razonamiento a la hora de interpretar distintas experiencias de pérdidas y traumas (Main y Hesse, 1990).

La transmisión intergeneracional de la seguridad en el apego

El hecho de que los padres seguros tengan hijos con apego seguro, los padres preocupados niños con apego inseguro-ambivalente, y los padres rechazados niños de apego inseguro-evitativo, ha sido constatado en distintas investigaciones (Benoit y Parker, 1994; Fonagy, Steele y Steele, 1991) que han encontrado que la capacidad predictiva que las representaciones maternas tienen sobre el tipo de apego que establecen sus hijos ronda el 80%. Estos datos ponen de relieve la transmisión intergeneracional del tipo de apego entre padres e hijos, que tendría lugar a través de los modelos internos activos construidos durante la infancia y reelaborados posteriormente. Este aspecto es muy importante, ya que como señala Bretherton (1985) lo importante no es el tipo de relación que el adulto sostuvo durante su infancia con las figuras de apego, sino la posterior elaboración e interpretación de estas experiencias, que es lo que en realidad evalúa el Adult Attachment Inventory. En este sentido, Bretherton destaca el papel del proceso de contraidentificación, por el que el sujeto se resiste a identificarse con el modelo que ha interiorizado de la figura paterna.

En algunos casos (Benoit y Parker, 1994), la transmisión se ha detectado a lo largo de tres generaciones. Esta transmisión parece más clara en el caso de las madres que en el de los padres, probablemente porque los padres suelen pasar menos tiempo interactuando con sus hijos y no suelen representar la figura principal de apego (van Ijzendoorn, 1990).

El hecho de que la transmisión generacional sea bastante frecuente no debe llevarnos a pensar que se trata de un hecho inevitable. Aunque los modelos representacionales del tipo de apego parecen mostrar bastante estabilidad, ciertos acontecimientos pueden provocar su cambio. Por ejemplo, el establecimiento de una relación de pareja satisfactoria, o la experiencia de la maternidad, podrían llevar a una reelaboración de este modelo. En este sentido, nos gustaría resaltar algunos datos procedentes de la investigación sobre la transmisión de padres a hijos del maltrato infantil que indican la capacidad que determinadas experiencias, como el establecimiento de una relación de pareja satisfactoria, tienen para romper este ciclo de maltrato en madres que fueron maltratadas cuando pequeñas (Egeland, Jacobvitz y Sroufe, 1988).

Distintas figuras de apego: apego múltiple

Aunque Bowlby (1969) admitió que el niño puede llegar a establecer vínculos afectivos con distintas personas, pensaba que los niños estaban predispuestos a vincularse especialmente con una figura principal, y que el apego con esta figura sería diferente cualitativamente del establecido con otras figuras secundarias. Esta monotropía o monotropismo le llevó a considerar que la situación más favorable para el niño era la de establecer un vínculo afectivo principal con la madre, por lo que las situaciones en las que los niños eran criados y atendidos por varias personas no eran las más convenientes. Esta primera postura no fue sostenida por Bowlby en escritos posteriores que incluso afirmó haber sido malinterpretado (Bowlby, 1980).

No resulta extraño que Bowlby planteará la existencia de la monotropía, ya que la tradición psiconalítica en la que se había formado daba una importancia muy especial a la relación con la madre. Además, las observaciones de los etólogos parecían confirmarlo.

No parece que existan datos empíricos en favor de esta teoría. Kotelchuck (1976) diseñó una situación de laboratorio similar a la Situación del Extraño, pero en la que dos adultos participaban con el niño. Sus datos parecían apoyar la tesis del monotropismo, ya que el niño solía dirigir más conductas de apego y exploratorias hacia sus madres que hacia sus padres. Sin embargo, cuando este procedimiento se ha utilizado con otros grupos culturales en los que hay una mayor implicación paterna en tareas de crianza, estas preferencias desaparecen (Jackson, 1993).

Aunque cuando un niño se encuentra triste o enfermo suele buscar consuelo en la madre, en muchas otras situaciones puede preferir la compañía del padre o de otras figuras de apego. Los padres varones son figuras muy importantes en la vida del bebé, y desde el principio empiezan a construir una relación estrecha con sus hijos. Algunas observaciones realizadas en el mismo momento del nacimiento han detectado que los padres responden de la misma forma que las madres a las llamadas del bebé, mostrándose igual de sensibles y responsivos. No obstante, cuando el niño tiene algunos meses sí se aprecian diferencias entre ambos padres, con una mayor responsividad en las madres. Esta mayor sensibilidad parece ser fruto del mayor tiempo que en la mayoría de las culturas las madres pasan con sus hijos (Lamb, 1987; Roopnerine, Talukder, Jain, Joshi y Srivastave, 1990). Además, el tiempo que madre y padre pasan con sus hijos suelen dedicarlo a tareas bien distintas. Así, las madres dedican más tiempo a cuidados físicos y a manifestarle cariño, mientras que los padres se implican más en actividades de interacción lúdica. Incluso padre y madre suelen jugar con el niño de forma diferente. Ellas tienden a proporcionarle juguetes, hablarle más e iniciar juegos convencionales como el "cu-cu-trás", y ellos a participar en juegos físicos de más actividad. No es extraño que los niños prefieran ser consolados por sus madres y jugar con sus padres.

Sin embargo, este panorama de la madre cuidadora y el padre compañero de juegos está cambiando en muchas familias como resultado del cambio de papeles tradicionales. Así, las madres que trabajan fuera de casa tienden a implicarse más en la interacción lúdica con sus hijos que las madres no trabajadoras, mientras que sus esposos participan más en tareas de cuidados, aunque retienen su rol de compañeros de juegos (Cox, Owen, Henderson, y Margand, 1992).

En cuanto a la relación con los hermanos, como señala Ainsworth (1989), hay pocos estudios sobre la relación de apego entre hermanos, aunque numerosas observaciones infantiles confirman que normalmente se crean entre ellos verdaderas relaciones de apego. Es frecuente que los hermanos mayores ofrezcan a los pequeños cuidados similares a los de la madre. O que los hermanos, en situaciones de ambiente desconocido o en momentos de aflicción, se usen unos a otros como base de seguridad o consuelo. Incluso la ansiedad ante las separaciones de las figuras de apego disminuye ante la presencia de un hermano. Existen muchas razones para que se creen estos vínculos entre hermanos, ya que viven en una presencia casi continua, comparten numerosas experiencias emocionales y son educados para que se quieran y apoyen.

Parece incuestionable que los niños son capaces de establecer vínculos de apego con distintas figuras, siempre que éstas se muestren sensibles y cariñosas con el bebé. Además, la existencia de varias figuras de apego puede resultar muy conveniente para el niño, facilitando la elaboración de los celos, el aprendizaje por imitación, la estimulación rica y variada. Incluso es una garantía para los casos de accidente, enfermedad o muerte de alguna de las figuras de apego (López, 1990).

Apego hacia el padre-apego hacia la madre

En cuanto a la concordancia entre el tipo de apego que el niño establece con distintas figuras, los datos más completos proceden de un meta-análisis realizado por Fox, Kimmerly y Schafer (1991) sobre 11 investigaciones que han evaluado el tipo de apego mostrado por el niño hacia el padre y hacia la madre mediante la utilización de la Situación del Extraño. Los resultados de este meta-análisis son bastante concluyentes y contradicen hallazgos anteriores (ver Bretherton, 1985), ya que indican que hay una clara concordancia entre el tipo de apego que el niño establece con ambos progenitores. Cuando el niño muestra un tipo de apego seguro en la Situación del Extraño con la madre, es muy probable que también sea clasificado como de apego seguro cuando es el padre quien acompaña al niño en esta situación. También hay una clara similitud en cuanto al tipo concreto de apego inseguro mostrado hacia ambos padres.

Una posible explicación de esta concordancia es que la Situación del Extraño evalúa el modelo interno activo que el niño ha elaborado a partir de su interacción con la madre o con la figura principal de apego. Este modelo sería generalizado a otras figuras, por lo que es razonable esperar una alta concordancia entre el tipo de apego manifestado por el niño hacia distintas personas. Esta hipótesis contradice en cierto sentido la tesis de que el comportamiento del niño en la Situación del Extraño muestra la relación entre el niño y la persona que participa en la situación, y no sólo el modelo interno que el niño ha formado con la principal figura de apego.

Si esta hipótesis sobre la generalización del modelo interno construido con la madre fuera cierta, cabría esperar que existiese también concordancia con el tipo de apego establecido con otras figuras además del padre. Aunque los datos disponibles proceden de escasos estudios realizados sobre muestras pequeñas, parecen indicar una escasa concordancia entre apego a la figura principal y apego a otras figuras ajenas a la familia, como maestros o cuidadores (Fox et al, 1991).

Una segunda explicación, acorde con todos estos datos, es que cabe esperar mucha semejanza en los estilos interactivos que padre y madre sostienen con el niño. Los padres pueden tener valores e ideas semejantes en cuanto a aspectos tan relevantes para la formación del apego como la responsividad y sensibilidad hacia las peticiones del niño. Además, es indudable que un padre puede servir de modelo de conducta para el otro padre, que tenderá a actuar de forma semejante. Según esta tesis, la similitud entre el tipo de apego establecido con ambos padres reflejaría el hecho de que madres y padres responden de forma parecida al niño y comparten ideas sobre las pautas de crianza. Por lo tanto, estilos similares de interacción llevarían a tipos de apego también similares. Sin embargo, el apoyo empírico a esta explicación no es grande, ya que diversos estudios han encontrado diferencias entre ideas y pautas interactivas de padres y madres (Parke y Sawin, 1980; Belsky, Gilstrap y Rovine, 1984).

Una tercera, y última, hipótesis se refiere a la influencia que las características temperamentales del niño pueden tener sobre el establecimiento del tipo de apego (Kagan, 1982). Así, si el temperamento resulta determinante, cabría esperar que el niño estableciese tipos de apego semejantes hacia distintas figuras. Desarrollaremos más extensamente esta hipótesis en el siguiente apartado, aunque podemos adelantar que no recibe un apoyo demasiado importante.

¿Cuál de la tres explicaciones es la correcta? Probablemente ninguna de ellas, aunque todas tengan algo de razón. Tal vez, el comportamiento del niño en la Situación del Extraño con distintas personas refleje hasta cierto punto el modelo interno construido en su interacción con la figura principal. Pero, también es posible que exista cierta semejanza entre los patrones interactivos que ambos padres tienen hacia el niño. Igualmente, cabe esperar que el temperamento, o cualquiera otra característica del bebé, influya sobre las reacciones de los adultos hacia las peticiones del niño.

Temperamento y apego

Habida cuenta que el apego es el resultado de una relación que se establece entre los dos miembros de una díada, las características del niño pueden influir en la seguridad del apego que se ha establecido. Hay evidencia de que algunas características como el bajo peso al nacer, ser prematuro, y ciertas enfermedades del recién nacido, exigen más cuidados de los padres, y en familias de riesgo pueden llevar a un tipo de apego inseguro.

Desde este punto de vista, es razonable pensar que el temperamento del niño puede influir en el tipo de apego que llegue a establecer. La existencia de esta relación ha suscitado un acalorado debate en los últimos años, sin que se haya llegado a un acuerdo absoluto.

Una primera postura con respecto a esta cuestión es la de considerar que algunas características temperamentales del niño pueden afectar a su comportamiento y sus reacciones en la Situación del Extraño, y por lo tanto a su clasificación en un tipo de apego. Por ejemplo, un niño irritable es probable que experimente más malestar ante la separación, y que busque más contacto cuando vuelva la madre, aunque sin llegar a calmarse. Esta reacción sería independiente de las características de responsividad y sensibilidad de su madre. Este niño tendrá más posibilidades de ser considerado de apego inseguro-ambivalente. Sin embargo, los datos disponibles indican, como señalan Belsky y Rovine (1987), que el temperamento del niño parece influir sobre el comportamiento del niño en la Situación del Extraño, pero sin afectar a aspectos que tienen que ver con la clasificación que recibe el niño. En concreto, lo que se ve afectado es la expresión emocional de la seguridad o inseguridad del niño en esta situación.

Entre los argumentos expuestos por quienes consideran que temperamento y apego son factores independientes, hay que destacar la alusión a las diferencias entre los tipos de apego que el niño establece con distintas figuras como padre y madre, padres y cuidador, etc. Los datos no son del todo concluyentes, ya que, como hemos apuntado más arriba, en la mayoría de los casos existe concordancia entre el tipo de apego establecido con el padre y con la madre. Sin embargo, ello no quiere decir que sea debido a la influencia de las características temperamentales del niño sobre las interacciones que los adultos sostienen con él y que determinan la seguridad del apego establecido, ya que, como ya hemos indicado, esta concordancia puede deberse a que los padres compartan valores e ideas en cuanto a aspectos tan relevantes para la formación del apego como la responsividad y sensibilidad hacia las peticiones del niño. En cuanto a la concordancia entre apego a padres y a otros cuidadores, los datos son muy escasos como para poder sacar conclusiones sólidas.

A nuestro juicio, la mejor hipótesis sobre las relaciones entre temperamento y apego es la que plantea el modelo de bondad de ajuste (Thomas y Chess, 1977), referida a la interacción entre las características temperamentales del niño y las características de los padres. Es decir, ciertos rasgos del niño pueden influir en el tipo de interacción adulto-niño y, por tanto, en la seguridad del apego, pero en función de la personalidad y circunstancias del adulto. Por ejemplo, la irritabilidad en el niño puede suscitar respuestas completamente diferentes en dos personas de distintas características de personalidad, o con distinto apoyo social, etc. Los hallazgos de un estudio realizado por Mangerlsdorf, Gunnar, Kestenbaum, Lang y Andreas (1990) apuntan en esta dirección. Era más probable que un niño estableciese un apego inseguro con su madre cuando éste tenía un temperamento difícil y, además, su madre mostraba una alta compulsión. Crockenberg (1981) fue capaz de predecir la inseguridad en el apego a los doce meses a partir de la irritabilidad del recién nacido, pero sólo para bebés cuyas madres eran poco responsivas al llanto de su hijo cuando éste tenía tres meses, y que además carecían de apoyo social. Es decir, aunque el temperamento difícil del niño no lleva directamente a la formación de un vínculo afectivo inseguro, sí limita las posibilidades de que desarrolle un apego seguro.

Apego y cuidados alternativos (day-care)

Los cambios sociales acontecidos durante las últimas décadas que han supuesto una importante incorporación de la mujer al mundo del trabajo, han aumentado el interés social por la influencia que puede tener para el desarrollo emocional del niño el ser cuidado por otras personas. Se trata de un problema que ha generado muchas investigaciones y un intenso y acalorado debate durante los últimos años, sobre todo por sus implicaciones prácticas y por su trasfondo ideológico.

Belsky y Rovine (1988) realizaron un meta-análisis sobre cuatro investigaciones que habían estudiado la relación entre los cuidados alternativos y el tipo de apego que los niños establecían con sus madres. Los estudios revisados por estos autores encuentran relación entre apego y day-care, ya que aquellos niños que no eran cuidados exclusivamente por sus madres tenían más posibilidades de mostrar apegos inseguros, por lo que podrían ser considerados como población de riesgo. En concreto, eran aquellos niños que durante el primer año de vida recibían más de 20 horas semanales de cuidados alternativos quienes tenían más posibilidades de ver alterado su desarrollo (el 35% de estos niños, y el 47% cuando los cuidados alternativos superaban las 35 horas, desarrollaban apegos inseguros con sus madres). Los cuidados alternativos que más parecían perjudicar la formación del vínculo con la madre, además de los que suponían más tiempo, eran los que tenían lugar fuera de casa.

Otra revisión realizada un año después (Hoffman, 1989) encontró una relación débil entre los cuidados alternativos durante el primer año y el tipo de apego establecido por el bebé, apuntando la posibilidad de que no sea el hecho de ser cuidado por otras personas, sino algunas de las tensiones familiares que estas situaciones pueden generar las responsables de la inseguridad en el vínculo creado.

Roggman, Langlois, Hubbs-Tait y Rieser-Danner (1994) han criticado el meta-análisis de Belsky y Rovine aludiendo al problema del file drawer. Según estos autores los meta-análisis como el de Belsky suelen realizarse sobre resultados de investigaciones que han sido publicados en revistas, olvidando que la mayoría de los estudios que se publican son aquellos que han encontrado relación entre las variables estudiadas, ya que hay una tendencia entre autores y editores a no publicar los resultados de investigaciones que no detectan esta relación. Así, Roggman et al. (1994) hacen referencia a un importante número de estudios que no encontraron relación entre day-care y tipo de apego, y que por no haber sido publicados no fueron incluidos en el estudio de Belsky y Rovine. En un estudio que estos mismos autores llevan a cabo sobre 105 niños para replicar los analizados por Belsky, utilizando las mismas categorías de day-care a tiempo completo y a tiempo parcial (Roggman et al., 1994), encontraron unos resultados bien diferentes. En concreto, el apego inseguro era más frecuente en los niños que recibían cuidados alternativos a tiempo parcial (10-20 horas/semana) que entre los niños cuidados a tiempo total o que los que no recibían ningún tipo de cuidados alternativos. Estos datos parecen indicar que el day-care parcial está relacionado con una mayor ansiedad en las madres, probablemente por las tensiones suscitadas por el conflicto de roles profesional-maternal. Igualmente saca a relucir la importancia de no considerar todos los cuidados alternativos como una única categoría, sino que resulta muy conveniente diferenciar entre distintos tipos de provisión de cuidados.

En este sentido hay que destacar los resultados de estudios realizados en países como Suecia en los que hay una gran calidad en los cuidados alternativos que se ofrecen a los niños. En este país, Andersson (1992) encontró que aquellos niños que durante el primer año experimentaron estos cuidados fueron considerados por sus maestros como más competentes social, emocional y cognitivamente que los niños que fueron criados por sus madres.

También se han realizado estudios en Israel que han revelado la existencia de un elevado porcentaje de niños de apego inseguro, principalmente ambivalente, entre aquellos niños que acuden a kibbutz (Sagi, 1990). Sin embargo, en un estudio reciente (Sagi, Van Ijzendoorn, Aviezer, Donnell y Mayseless, 1994) se diferenció entre niños que acudían a kibbutz tradicionales en los que, salvo unas horas que pasaban en el domicilio familiar, los niños estaban día y noche, y otros kibbutz en los que los niños iban a dormir a sus casas. En este segundo caso, era mucho más frecuente que los niños desarrollasen apegos seguros con sus madres (80% frente a un 48% de los niños que dormían en el kibbutz). Como señalan los autores, parece que, a pesar de la indudable calidad de los cuidados ofrecidos en estos centros, las condiciones de cuidados nocturnos pueden favorecer la formación de apegos inseguros-ambivalentes: muchos cambios en los turnos de las cuidadoras nocturnas que impiden que los niños lleguen a formar vínculos con ellas, por lo que es muy probable que la intervención de las cuidadoras ante el llanto del niño llegase incluso a provocar ansiedad ante el extraño. También parece probable que existan algunos momentos privilegiados de cara a la formación del vínculo afectivo entre el niño y sus padres. El momento en el que el niño va a dormir parece que puede suscitar una serie de interacciones desformalizadas y cargadas de afecto muy adecuadas para la formación del apego.

Uno de los hallazgos más recientes de la investigación sobre este tema tiene que ver con el efecto mediador que ejercen los cuidados alternativos entre el tipo de apego que establece el niño y su adaptación emocional posterior. Vaughan, Deane y Waters (1985) no encontraron relación entre el apego en la infancia y el ajuste a los dos años de aquellos niños que habían experimentado day-care durante los doce primeros meses de vida. Sin embargo, cuando se trataba de niños cuidados por sus padres sí hubo relación. Como ha indicado Howes (1990), para los niños que experimentan day-care desde muy temprano, es la calidad de éste, más que los factores familiares, lo que predice su adaptación posterior. Egeland y Hiester (1995) encuentran que el tipo de apego manifestado por los niños a los doce meses estuvo relacionado con la adaptación emocional del niño a los 42 meses y en los años preescolares, ya que los niños de apego seguro se adaptaron mejor. No obstante, esta relación sólo se dio entre aquellos niños que habían sido cuidados por su familia. En el caso de los niños que habían sido cuidados por otras personas no se halló esta relación entre el apego inseguro y la desadaptación posterior. El hecho de que los niños de apego inseguro que experimentaban day-care no presentasen problemas emocionales durante los años preescolares puede deberse a que el day-care había liberado a sus madres de algunas de sus responsabilidades de cuidado. Ello podría haber supuesto un cierto alivio que influiría positivamente en su bienestar emocional y en su relación con el niño, mostrándose más responsivas y atentas, con lo que mejoraría la calidad de la vinculación entre madre e hijo. Otra posibilidad apuntada por los autores es que estos niños podían haber establecido con sus cuidadores una relación positiva que compensase la pobre relación que sostenían con sus madres. Los datos obtenidos por Sagi (1990) revelan que el mejor predictor del desarrollo socio-emocional de niños que asisten a un kibbutz es el tipo de apego establecido con su cuidadora. Otros autores (Clark-Stewart, 1989; Thompson, 1988) han apuntado la posibilidad de que la Situación del Extraño no sea un buen procedimiento para evaluar el tipo de apego de aquellos niños que han experimentado day-care, ya que la conducta evitativa de estos niños reflejaría una historia de separaciones y de contactos con personas extrañas, antes que una historia de cuidados maternos inadecuados. Por ello, podrían ser clasificados como niños de apego inseguro en base a su conducta en la Situación del Extraño, cuando en realidad podrían haber establecido un apego seguro. En este aspecto insistiremos en el próximo apartado.

Los datos que hemos expuesto ponen de relieve la complejidad de este problema, que hacen difícil generalizar acerca de las influencias de los cuidados alternativos sobre el vínculo que el niño establece con sus padres. No obstante, no parece que pueda decirse que estos cuidados necesariamente supongan una mayor probabilidad de inseguridad en este vínculo. Es la calidad de los cuidados que se ofrecen al niño como alternativa de los cuidados de los padres lo que parece que determinará la seguridad del apego. Cuando los cuidados son adecuados, y cuando permiten que el niño disponga de tiempo para interactuar con unos padres que viven esta situación sin ansiedad, es muy probable que no surjan problemas emocionales.

La validez transcultural de la teoría del apego

La teoría del apego formulada por Bowlby y Ainsworth tenía una supuesta validez universal como consecuencia de sus raíces biológicas: las conductas de apego manifestadas por el bebé, y las correspondientes conductas maternas de cuidados tienen la función de garantizar la supervivencia del bebé. Sin embargo, esta supuesta validez universal de la teoría estaba fundamentada en un modelo teórico más que en resultados de investigaciones. Este modelo no tenía en cuenta el factor cultural, y se basaba en estudios etológicos y primatológicos, según los cuales el apego tiene un claro valor adaptativo, ya que los sujetos que manifiestan estas conductas tienen más posibilidades de sobrevivir.

Desde un punto de vista antropológico es razonable pensar que en distintas culturas, que representan distintos ambientes de adaptación, habrá diferencias entre las prácticas de crianza consideradas más adecuadas, por lo que variarán los comportamientos y reacciones de los padres ante las llamadas y señales de sus hijos. Estas prácticas y las interacciones establecidas con los niños, que se considerarán correctas desde el punto de vista de la cultura de pertenencia, no tienen porque ser compatibles con los principios de adaptación filogenética o individual (Hinde y Stevenson-Hinde, 1990).

Con excepción de las primeras observaciones que Ainsworth había realizado en Uganda, la mayoría de observaciones sobre conductas de apego habían tenido lugar sobre niños pertenecientes a la cultura occidental. Ello hacía que las investigaciones en las que se empleaba la Situación del Extraño revelasen unos comportamientos semejantes en los niños estudiados, con un claro predominio de los patrones denominados de apego seguro. Sin embargo, en la última década se han realizado estudios en otros países y en otras culturas que han empezado a cuestionar la validez universal de la Situación del Extraño como procedimiento para evaluar el apego, y en consecuencia, de la misma teoría del apego.

Los estudios realizados por Sagi y colegas en Israel (Sagi, Lamb, Lewkowicz, Shoham, Dvir y Estes, 1985; Sagi, 1990; Sagi el al., 1994) han encontrado un elevado número de niños que muestran apego inseguro-ambivalente (C) en la Situación del Extraño, en comparación con los datos de Ainsworth. Los estudios realizados en Japón (Mikaye, Chen y Campos, 1985; Takahashi, 1990)) también apuntan a una elevada incidencia de este tipo de apego, con una ausencia total de apegos inseguros-evitativos. En cambio, en Alemania (Grossman y Grossman, 1990) es el tipo de apego inseguro-evitativo (A) el que sobresale con respecto a los datos procedentes de EE.UU. Incluso dentro de EE.UU. se han encontrado distintas ditribuciones en el tipo de apego manifestado en la Situación del Extraño cuando los sujetos pertenecen a un distinto grupo étnico-cultural. Así, Jackson (1993) indica una mayor incidencia del apego inseguro entre sujetos afro-americanos.

Estas diferencias pueden tener justificaciones de carácter cultural, ya que la Situación del Extraño se basa en los supuestos de que el sistema exploratorio será activado en una sala de juegos, mientras que el sistema de conductas de apego se activará ante el moderado estrés causado por la separación. Sin embargo, podemos pensar que las variables culturales influirán en el grado de estrés generado.

Así, en el caso del Japón, hay que destacar que una de las características de la cultura japonesa es proteger al niño de situaciones difíciles, evitándoles circunstancias estresantes y estimulando su depedencia del adulto (Takahashi, 1990). No es extraño que estos niños muestren mucho estrés en la Situación del Extraño y tiendan a a ser clasificados como inseguros-ambivalentes. Así, parece que la proporción de niños así clasificados dismimuye cuando se familiariza al niño con la situación experimental. En cambio, en Alemania, los padres estimulan muy precozmente la autonomía y la implicación del niño en situaciones estresantes, por lo que es probable que la Situación del Extraño les genere poca ansiedad y muestren una conducta muy independiente. Por otra parte, en las familias afro-americanas es muy frecuente que los niños tengan varios cuidadores, y que las responsabilidades de crianza estén repartidas entre varios adultos, por lo que la Situación del Extraño puede generar escaso estrés en estos niños acostumbrados a distintos adultos y distintas situaciones. En el caso de Israel, las condiciones de crianza de los kibbutz en que los niños son cuidados en grupos por varios cuidadores profesionales, con una atención inconsistente, fundamentalmente durante la noche, podría explicar el apego inseguro-ambivalente. Aunque podrían existir otro tipo de explicación cultural, ya que en algunos estudios realizados sobre niños cuidados en familia también aparece una elevada incidencia de este tipo de apego.

Estas diferencias culturales apreciadas en el comportamiento de los niños en la Situación del Extraño cuestionan claramente la validez de este procedimiento. Si asumieramos su validez universal, tendríamos que pensar que en Japón, Israel, Alemania, y en la cultura afro-americana, habría un mayor porcentaje de niños en situación de riesgo de sufrir trastornos socio-emocionales. Tal vez, este sea el aspecto más relevante de cara la validación de la teoría del apego (Van Ijzendoorn, 1990). Se trataría de estudiar si los niños clasificados como de apego seguro muestran una mejor adaptación socio-emocional, independientemente de la cultura de procedencia. No existen demasiadas investigaciones transculturales, pero los datos de que disponemos no permiten concluir que la relación entre el tipo de apego mostrado en la Situación del Extraño y el posterior ajuste del niño sea independiente de factores culturales.

En Japón, los resultados ofrecidos por Takahashi muestran que los niños inseguros-ambivalentes no tuvieron un peor desempeño cuando tenían 32 meses, por lo que lo que la Situación del Extraño parece evaluar entre los niños japoneses no es el tipo de apego establecido con sus cuidadores, sino su habilidad para afrontar el estrés. En cambio, en Alemania los niños clasificados como B si mostraron un comportamiento menos conflictivo durante los años preescolares (Grossman y Grossman, 1990). No obstante, hay que señalar que este estudio sólo incluía a 35 niños. Los datos de Sagi (1990) sobre Israel, indican que sólo el tipo de apego que el niño establecía con sus cuidadoras resultaba predictor de su ajuste posterior.

Otro aspecto que podría apoyar la validez universal de la teoría del apego es la existencia de una relación, también independiente de factores culturales, entre la responsividad materna y el tipo de apego establecido por el niño. Tampoco sobre este punto se disponen de datos transculturales. Sin embargo, nos atrevemos a pensar que hay que definir mejor la sensitividad o responsividad materna/paterna, teniendo en cuenta los factores culturales. Pensamos que aunque puede haber un cuerpo o núcleo común de respuestas o conductas del adulto cuya relación con un desarrollo favorable en el niño sea ajena a la cultura, también habrá otras muchas que adquirirán su sentido en un determinado contexto cultural, de forma que su influencia positiva o negativa sobre el desarrollo socio-emocional del niño estará claramente mediada culturalemente.

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Dirección del autor: Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación, Básica y Metodología. Universidad de Sevilla. Avda. San Francisco Javier, s.n., 41005. Sevilla.




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