Historia
Emperador Carlos I de España
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CARLOS V. SU INFANCIA.
Fue hijo primogénito de Juana I de Castilla y de Felipe I el Hermoso de Borgoña. Huérfano de padrea los seis años, fue llevado a Malinas con su tía Margarita de Austria, regente de los Países Bajos. Carlos fue educado en la brillante corte borgoñona. Francoparlante, sus conocimientos del alemán fueron siempre limitados.
En Borgoña, Carlos adquirió la conciencia de cristiandad, de imperio y de Europa en un momento en que empezaban a cristalizar las naciones renacentistas. Sus preceptores más notables fueron Adriano de Utrecht y Guillermo de Croy, señor de Chièvres, y Jean Sauvage, nobles borgoñones de tendencia francófila y escasamente nacionalistas. Las enseñanzas de Adriano de Utrecht le imbuyeron un catolicismo sólido. Convencido de la primacía y de la unidad de la Iglesia frente a sus enemigos; era un defensor de la Iglesia: es imposible separar la historia política y militar del reinado de Carlos I de su aspecto religioso.
Carlos fue un hombre de carácter firme, pero pese a su confianza se dejó influenciar por sus consejeros. A veces tardó en tomar decisiones de importancia, muestra de su meticulosidad y de la rigidez intelectual obtenida en su infancia. Le gustaba el fasto de la corte borgoñona cuyas costumbres introdujo él en la española.
Su vida privada fue notablemente ordenada; su único importante vicio fue la gula, y esta acelero su muerte en Yuste. Carlos se caso con su prima Isabel de Portugal en 1526, pero 5 años antes tuvo por amante a Johanna van der Gheenst, que le dio una hija, Margarita de Austria, y siete después de la muerte de Isabel amó a Barbara Blomberg, hija de un noble de Regensburg, de la que tuvo un hijo, Juan de Austria.
El príncipe Carlos tuvo una infancia feliz hasta que en 1515 fue nombrado duque de Borgoña y trasladó la corte de Malinas a Bruselas. En Enero de 1516 murió su abuelo materno Fernando II de Aragón. Aunque el testamento de Fernando II no nombraba directamente a Carlos como su heredero en Castilla, el 14 de Marzo de 1516 el joven príncipe fue coronado rey de Castilla y de Aragón en Bruselas. Cinco meses más tarde y por consejo de Guillermo de Croy firmó una primera paz con Francia -tratado de Noyon-, que perjudico los intereses españoles. Mientras preparaba su viaje a la península nombró regente de Castilla al cardenal Cisneros y de la Corona de Aragón al arzobispo de Zaragoza, Alfonso de Aragón. Para las posesiones italianas nombró a los catalanes Hugo de Montcada y Ramón de Cardona, expertos en estas cuestiones.
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UN MONARCA EXTRANJERO.
Hasta el 8 de Septiembre de 1517 no desembarcó Carlos I en Villaviciosa (Asturias) Con él llegó una corte de consejeros flamencos, ansiosos de participar en el gobierno de los reinos hispanos. Entre estos consejeros destacaba Guillermo de Croy, un sobrino del cual fue nombrado arzobispo de Toledo tras la muerte del cardenal Cisneros, que nunca llegó a conocer a su nuevo rey. La corte flamenca trató Castilla como territorio ocupado. Los altos cargos fueron repartidos entre los recién llegados.
La moneda de oro fue acaparada para las necesidades de los señores flamencos; empezó a recaudarse el diezmo de las rentas eclesiásticas. La insolencia de la corte no conocía limites.
Las Cortes de Castilla, Aragón y Cataluña reconocieron al monarca, pero se resistieron a sus exigencias. Sin embargo, Carlos no obtuvo sus plenos derechos hasta la muerte de su madre Juana la Loca en 1555. Antes de otorgar los habituales subsidios al joven rey, las Cortes de los tres Reinos pidieron la exclusión de los extranjeros del gobierno, el reconocimiento regio de los fueros y privilegios de cada reino, la prohibición de vender cargos y sacar moneda del país, la libertad de movimientos para la reina madre, la españolización del rey, etc... Apremiado por las necesidades económicas, Carlos I fue cediendo de mala gana a estas condiciones, y en 1520 consiguió todavía un nuevo subsidio de 400 000 ducados de las Cortes de Santiago.
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CARLOS V, EMPERADOR DE ALEMANIA.
Con este dinero y con el facilitado por el banquero alemán Jacob Fugger, Carlos se presento candidato a la elección imperial en Alemania, ya que el trono estaba vacante desde la muerte de Maximiliano I, abuelo paterno de Carlos de Austria. En 1519 en la Dieta de Frankfurt le nombró emperador- con el nombre de Carlos V -.
La noticia de su elección le sorprendió en Barcelona, que durante unos meses fue la capital del imperio. El 23 de Octubre de 1520 fue coronado en Aquisgrán.
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LA REVUELTA DE LAS COMUNIDADES.
Apenas salió Carlos I de España para su coronación, estalló la revuelta en Castilla. EL levantamiento de los comuneros se la ha considerado un movimiento liberal contra el absolutismo monárquico que encarnaba Carlos I, y también un ultimo esfuerzo de la nobleza y del alto clero para defender sus privilegios medievales. Sin embargo, los últimos y más profundos estudios realizados insisten en dos puntos básicos: las Comunidades fueron un movimiento muy complejo e irregular, y en términos generales fue protagonizado por la burguesía ciudadana de Castilla, decidida a mantener el pacto monarquía-burguesía que había equilibrado el reinado de los Reyes Católicos.
La revuelta nació mal. León, Palencia, Toro, Valladolid, Zamora, Medina, Salamanca, Segovia, Ávila, Madrid, Toledo y Murcia se levantaron en armas contra Carlos I. Soria, Guadalajara, Cuenca, Úbeda, etc., adoptaron una posición dudosa. Por el contrario Córdoba, Ecija, Jaén, Andújar, Sevilla, Antequera, Jerez y Cádiz, unidas en la Liga de la Rambla(1521) permanecieron fieles al monarca.
El regente Adriano de Utrecht estimuló las disputas comuneras con las decisivas ayuda militar del condestable Castilla, Iñigo Velasco, y del almirante de Castilla, Fadrique Enriquez de Cabrera, y finalmente en Abril de 1521 la batalla de Villalar desbarató la revuelta comunera, que sólo resistió en Toledo seis mese más. Una represión bien calculada terminó con los caudillos comuneros -Padilla, Bravo y Maldonado fueron decapitados y pasaron la epopeya castellana- y con su causa.
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LA REVUELTA DE LAS GERMANIAS.
Al mismo tiempo que en Castilla se alzaban los comuneros, en los reinos de Valencia y Mallorca estallaba una amplia revuelta social conocida por las Germanías.Carlos I no había convocado las Cortes de Valencia, como era preceptivo, y nombró virrey al conde de Melito, circunstancias que irritaron a los valencianos. Las Germanías nacieron en Valencia hacia 1519 por la oposición que existía entre la burguesía urbana y la nobleza rural. Armada la primera para defenderse de las incursiones berberiscas y estructurada en gremios, muy pronto fue adoptando una organización militar bajo las Juntas de los Trece. La habitual elección de jurados de Valencia fue la chispa que encendió la confrontación, y la muchedumbre atacó al palacio virreinal. La guerra se extendió por todo el país con gran ferocidad.. Los menestrales se batieron con energía y proclamaron una “guerra santa” contra la nobleza, que era apoyada por las masas moriscas. El odio secular entre la burguesía cristiana y los campesinos moriscos impidió su unión contra la nobleza territorial y planteó la guerra como un típico conflicto de clases. Vencidos los rebeldes en Oropesa y capturado su Caudillo, Vicente Peris, en Valencia, y tomadas Játiva y Alzira el reino fue pacificado definitivamente. Algunas partidas que se levantaron en Armas en Cataluña y en el Bajo Aragón fueron disueltas con rapidez.
En Mallorca la revuelta popular alcanzó una gran intensidad, y a diferencia de lo ocurrido en Valencia, el campesinado se unió a los menestrales. Los “agermanats” mallorquines llegaron a controlar toda la isla y establecieron un régimen igualitario, tras diezmar la nobleza. A finales de 1522 una flota imperial procedió restablecer el orden anterior, y dio paso a una severísima represión.
El fracaso de las comunidades castellanas y de las Germanías valencianas y mallorquinas tuvo consecuencias muy importantes para el futuro de España. Por una parte, implantó definitivamente el absolutismo monárquico aliado con la nobleza territorial. La burguesía hundida política y militarmente, quedó en manos de los funcionarios reales, como los corregidores y de la aristocracia rural y cortesana. Por otra parte, Carlos I entendió el serio aviso y a partir de entonces “españolizo” su política.
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LA PUGNA CON FRANCIA.
Durante la guerra de las comunidades el rey de Francia, Francisco I, consideró roto el tratado de Noyon por un incidente en Luxemburgo, invadió Navarra, tomó Pamplona y sitió Logroño. Solo dos meses después de Villalar las tropas francesas eran expulsadas de Navarra y este reino pasaba para siempre a la órbita española. De este modo surgió una de las constantes del reinado de Carlos I: su rivalidad con la Francia de Francisco I. Francia era el único país europeo que podía oponerse al eje de Alemania-España por su cohesión y su fuerza económica y militar. Existían además numerosos pleitos territoriales entre las tres potencia: Borgoña, Flandes, Italia, Navarra, Rosellon, etc.. Era también una pugna entre dos formas renacentistas de entender o Europa: La nacionalista de Francisco y la imperial y pancristiana de Carlos I. La ventaja inicial del emperador estaba contrarrestada por la fragmentación y desunión de Alemania verdadero mosaico político en aquella época. Está circunstancia empujo a Carlos I a apoyarse en los reinos españoles y en sus posesiones flamencas e italianas. Este trinomio fue la autentica base de la empresa imperial. La larga y tenaz pugna entre Francia y el imperio no se desarrolló apenas en sus fronteras, sino en suelo italiano, país mas desunido si cabe que Alemania y prácticamente indefenso.
El conflicto entre Francia y el bloque imperial arrastró a otras potencias europeas. Carlos I trabajó desde un principio para asegurarse la neutralidad portuguesa y la benevolencia de Inglaterra, país de escaso poderío militar en aquella época. Otros países, como Polonia y Rusia, gravitaron en la órbita alemana, aunque su influencia en los acontecimientos del siglo XVI en Europa Occidental fue más bien escasa. Sólo los turcos jugaron papel importante papel como rivales de Carlos I en la Europa central y en el Mediterráneo.
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UNA FEDERACIÓN DE ESTADOS.
Apenas coronado emperador, Carlos I tuvo que enfrentarse al cisma luterano que se extendía por Alemania. El 26 de Mayo de 1521 publicó un edicto de Worms en el cual prohibió la expansión del luteranismo y desterró a sus dirigentes. En el transcurso de esta Dieta, Carlos I nombró a su hermano Fernando regente suyo en Alemania bajo el titulo de Duque de Austria y concertó las bodas de su hermana María con Luis II de Hungría y de su hermano con Ana de Hungría. También nombró regente de Flandes a su tía Margarita y creó el Gran Consejo de Malinas.
La Dieta de Formes demostró que Carlos I iba a organizar sus territorios conservando las instituciones y leyes de cada uno. El monarca era el único nexo de unión entre distintos reinos.
Internacionalmente la situación general era muy grave. Los franceses controlaban Milán desde 1515 y los turcos tomaron Belgrado en 1521 y Rodas en 1522. Carlos I firmó un tratado con el Papa León X y a la muerte de este coloco en el trono pontificio a Adriano de Utrecht (1522). Este trató de reconciliar a los 2 monarcas para poder detener el peligro turco, pero sus esfuerzos fueron inútiles y la guerra entre ambas potencias por el control de Milán continuó. Para el emperador, Milán era crucial a la hora de enlazar posesiones austríacas con las italianas. Para Francisco I era importante si quería unir sus fuerzas a las venecianas.
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LA ESPAÑOLIZACIÓN DE CARLOS I.
El nuevo emperador regresó a España en Julio de 1522 dando muestras de reconciliación. En las Cortes de 1523 reconoció la primacía de España por baca de su canciller Gattinara, y él mismo se castellanizó y nombró varios ministros españoles. Estos funcionarios españoles no solían participar en los grandes proyectos imperiales y eran conscientes del costo que éstos representaban para las limitadas arcas castellanas. La idea imperial siguió a cargo de los consejeros flamencos e italianos, cuya conciencia nacional era mucho menor. Ello no significa que Carlos I emprendiera acciones descabelladas o simplemente idealistas. Siempre calculó perfectamente los objetivos a lograr y los medios a su alcance. Su intención principal fue conservar intactos los vastos territorios heredados y para ello combatió a los protestantes, a los franceses y a los turcos. A los primeros como rebeldes, a los segundos por que contestaban su hegemonía, y a los terceros por que su expansión amenazaba la cristiandad. Para desarrollar esta política utilizó básicamente los escasos recursos económicos y demográficos que le proporcionaba Castilla.
Esta circunstancia y su realismo le hicieron evitar campañas grandiosas y sin garantía de éxitos.
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LA GUERRA EN ITALIA.
En el Milanesado y Provenza la guerra contra los franceses fue bastante desfavorable para los imperiales, hasta que el 24 de febrero de 1525 las tropas del condestable de Borbón deshicieron el ejército enemigo en las puertas de Pavia y capturaron al propio Francisco I, pese a su inferioridad en artillería y caballería. Prisionero el rey francés en Pizzighetone (Lombardia), Carlos I le exigió a cambio de su libertad, la renuncia a toda pretensión sobre Italia, la cesión de Borgoña a su persona, y la de Provenza y el Delfinado como reino para el condestable de Borbón. Francisco I rechazo tales propuestas y en junio de 1525 fue enviado secretamente a Madrid. Tras un intento de abdicación, el 14 de enero de 1526 Francisco I firmó el tratado de Madrid, que concedía las principales exigencias del emperador. Esencialmente el francés renuncio a sus ambiciones italianas, a Borgoña, a los estados del duque de Borbón y a Navarra, y se comprometió a casarse con Leonor de Austria, hermana de Carlos I. Apenas puesto en libertad, Francisco I denuncio el tratado e incumplió todas sus cláusulas.
En Italia se fue consolidando la situación para los imperiales, a pesar de la oposicion de numerosos magnates italianos, alentados por el papa Clemente VII y dirigidos por el duque de Milán, Francisco Sforza. Así, el 22 de mayo de 1526 Francia, el papado, Venecia y el duque Sforza firmaron un pacto en Cognac para resistir a los imperiales. Carlos I, furioso por el engaño que había sufrido, busco ayuda en la propia Italia, pero no pudo enviar dinero. Un cuerpo de 3.000 españoles y napolitanos marcharon a finales de 1526 sobre la desguarnecida Roma. Sólo fue un aviso. En enero de 1527, 26.000 mercenarios a las ordenes del condestable de Borbón se dirigieron hacia Roma para cobrar las pagas atrasadas, después de haber saqueado la Lombardia y la Liguria. Las gestiones de Clemente VII y del Virrey de Nápoles, Lannoy, para detener la columna fueron inútiles y el 6 de mayo comenzó el saqueo total de Roma. El condestable murió en el mismo asalto a la ciudad. Carlos I censuro este hecho, pero el mal era irreparable: Inglaterra y Génova se unieron a la Liga de Cognac y se reanudo la guerra tras un intento de reconciliación.
La contienda cambio de curso cuando el almirante genovés Andrea Doria abandono el bando francés y se paso al imperial. A partir de entonces Génova estuvo durante 200 años al lado de la monarquía castellana sustituyendo a Barcelona como soporte de la política mediterránea de los Austria. La flota genovesa fue decisiva a la hora de derrotar al ejercito francés en Nápoles, Miquel Mai, sucesor de Hugo de Montcada, gestiono una primera paz con Clemente VII que fue firmada en Barcelona (1529), y ratificada poco después en Cambrai. El tratado de Cambrai o de las Damas concedía Flandes, el Artois, Milán, Génova y Nápoles a Carlos I, y el ducado de Borgoña a Francisco I. Era una solución razonable.
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TURCOS Y PROTESTANTES.
En 1529, las tropas imperiales detuvieron el arrollador avance turco frente a Viena, y el papa Clemente VII coronó emperador a Carlos I en Bolonia con la corona de hierro de los lombardos. Era el momento cumbre de los consejeros flamencos, partidarios de resucitar el viejo imperio medieval. Siguieron entonces unos años de relativa paz que han sido considerados como los de mayor plenitud del reinado de Carlos I. Esto le permitió entender dos graves problemas que le apremiaban: la disensión protestante en Alemania y el peligro turco-berberisco en el Mediterráneo.
Carlos I trató la cuestión protestante con moderación y evitando plantear el conflicto como un enfrentamiento religioso estrictamente. Entre 1521 y 1529 el protestantismo había pasado de ser una protesta espiritual y teológica a un movimiento de rebeldía política frente a un poder central débil pero con planteamientos absolutistas. En 1523 el protestantismo alentó una revuelta de caballeros dirigida por Sickinger y Hutten y en 1524-125 una sublevación de campesinos sofocada a costa de una feroz represión. Por consejo de Nicolas Perrenot, señor de Granvela, y por sus embajadores en Roma, Loaisa y Mai, el emperador hizo publico en la Dieta de Ausburgo(1530) un edicto restrictivo que fue contestado por los protestantes con la Liga de Esmalcalda y estalló la guerra civil. Sin embargo el emperador acosado por los turcos y abandonado por Clemente VII tuvo que firmar una paz en Nuremberg, en 1532.
Al mismo tiempo las naves imperiales iniciaban desde Barcelona una ofensiva contra los berberiscos y contra la coalición franco-turca, que culminaría con la toma de Túnez en 1535, expedición que dirigió personalmente Carlos I y que maravillo al mundo entero. Carlos I no se propuso nunca conquistar el Norte de Africa sino solamente las plazas clave. Esta política tuvo éxito a medias, ya que en 1541 fracasó un ataque a Argel, de donde procedían la mayoría de expediciones de piratería contra las costas españolas y en 1555 se perdió la plaza de Bujía por culpa de su defensor Alonso de Peralta.
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LA NUEVA FASE BELICA CON FRANCIA.
Cuando Carlos I regresó victorioso de Túnez a Roma, Francisco I, irritado por la sucesión de Francisco Sforza que favorecía los intereses imperiales, invadió la Saboya y despojó del ducado a Carlos III, cuñado del emperador. Los franceses reforzaron su alianza con los turcos que pudieron utilizar los puertos mediterráneos de Francia, mientras las tropas de Carlos I invadían la Provenza. La guerra particularmente violenta, arrasó la zona y terminó en tablas a través de la tregua de Niza (1538). En 1539 murió la reina Isabel con la que Carlos I había tenido tres hijos: Felipe, María y Juana. Acosado por los problemas alemanes, Carlos I nombró regente de Castilla a su hijo Felipe, que en 1540 asumió tambien la regencia de Milán, en 1543 la de la Corona de Aragón y en 1554 la de Nápoles. Empezaba así el relevo.
En 1542 cuando el emperador preparaba una campaña contra la Liga de Esmalcalda, se reanudó la guerra con Francia y Turquía. Los turcos ocuparon Budapest, y los franceses atacaron Milán y los Piases Bajos para impedir que Felipe fuera nombrado heredero del Milanesado. Francia, Turquía, Dinamarca, Suecia y Escocia se alinearon contra Carlos I que fracasó en la reconquista de Hungría. En 1543 la situación era muy sombría para el emperador, pero a finales de verano y con la ayuda de Enrique VIII de Inglaterra marchó sobre el ducado de Cléves, lo ocupó y dio la vuelta al panorama militar sin embargo, agotados ambos contendientes firmaron la paz de Crépy (septiembre 1544), que confirmaba los acuerdos de Cambrai. Carlos I logró además que Francisco I se comprometiera a no aliarse en lo sucesivo como los turcos ni a prestar ayuda a los príncipes alemanes protestantes, su objetivo principal en la década de 1540.
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LA LUCHA CONTRA LOS PROTESTANTES
El protestantismo había hecho grandes progresos en la Alemania del norte y centro. Incluso algunos firmes bastiones del emperador y del catolicismo como el arzobispado de colonia se tambaleaban. Carlos I, que se hallaba en plena madurez política, actuó con suma habilidad. Consciente de la amenaza que representaba la Liga de Esmalcalda, aprovechó las disensiones entre los príncipes alemanes para preparar el definitivo choque frontal. Durante 2 años maniobró sagazmente contando con la neutralidad francesa y el apoyo papal desde 1545. En la Dieta de Spira (1544), por ejemplo dictó una serie de normas pacificas y contemporizadoras que le valió la voluntad de los príncipes protestantes no afiliados a Liga. Carlos I dejó la solución de la cuestión religiosa a “un Concilio cristiano general” y libre”, y evitó entrar en las arduas disputas teológicas, El papa Paulo III convocó el Concilio que se inauguró en Trento en diciembre de 1545. Ningún alemán asistió a las primeras sesiones.
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La campaña militar contra la Liga, iniciada en octubre de 1546, fue un paseo de las fuerzas imperiales que culminó en Abril de 1547 con la victoria de Mühlberg pero el emperador no estuvo a la altura de las circunstancias a la hora de la paz, seguramente por creer que el protestantismo había sido barrido. Y sin embargo, la situación internacional le favorecía totalmente se mostró severo con los príncipes vencidos y en 1547 rompió con el papa. En la Dieta de Augsburgo (septiembre de 1547) se presentó como vencedor absoluto pese a ello su proyecto para reestructurar el imperio en forma de liga fracasó y tampoco pudo imponer el interim de Augsburgo, fórmula religiosa que favorecía el catolicismo en Alemania.
Entre 1549 y 1550 empezaron las discusiones entre Carlos I y su hijo Felipe por un lado, y Fernando de Austria y su hijo Maximiliano por el otro para establecer la sucesión imperial. Esto debilitó el sólido frente que siempre habían presentado los Habsburgo, pieza clave en la política alemana. Por otra parte, en 1551 el papa Julio III reanudó el concilio de Trento. Carlos I se interesó mucho por él, confiando en esta gran reunión para terminaron el cisma, pero la intransigencia de unos y de otros hizo fracasar la reconciliación. Desde Innsbruck, Carlos I asistió al derrumbamiento de esta política de unidad religiosa, mientras Mauricio Sajonia -uno de los más poderosos aliado de Carlos I- cambiaba de bando.
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EL FIN DE LA CARRERA IMPERIAL.
Envejecido, cansado y absorbido por el concilio de Trento, Carlos I no supo ver la tormenta que se avecinaba de nuevo en Alemania. En el este, los turcos reanudaban su presión sobre Hungría, en el oeste, Enrique II de Francia tomo Metz, Toul y Verdún (1552) y en Alemania Mauricio de Sajona se sublevó abiertamente e invadió Tirol (1552). Carlos I huyó precipitadamente a Carintia y el concilio de Trento se disolvió. Mauricio de Sajona no abusó de su ventaja, pero su rebelión tuvo dos consecuencias importantes: consolidó el poder de los príncipes, muy quebrantado después de Mühlberg, y salvó el protestantismo. Carlos I trató de recuperar el terreno perdido y en 1552-1553 sitió Metz, magníficamente defendida por Francisco de Guisa. La derrota sufrida ante estos muros terminó la carrera política de Carlos I. La Dieta de Augsburgo (1555) se celebró ya sin su presencia y estableció una paz religiosa que duró 63 años, pero quedo claro que el Sacro Imperio era sólo un nombre. En 1556 Carlos I firmó la tregua de Vaucelles con Francia.
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LA ABDICACION.
El emperador se encontraba agotado física y mentalmente por la agitada vida que había llevado. Siempre fue un monarca itinerante. A los 55 años era un anciano que se sentía desplazado y fracasado. Empezó a pensar en la sucesión y en octubre de 1556 abdicó de los Países Bajos en su hijo Felipe en una conmovedora celebrada en Bruselas. En enero de 1556 renunció a España y América en Felipe II. Su hermano Fernando le sucedió como emperador de Alemania meses después. Lentamente y todavía como un monarca se dirigió a Extremadura, donde se había hecho construir un palacete al lado del monasterio de San Jerónimo de Yuste. Desde su retiro extremeño vivió por fin en paz, pero siguió muy de cerca la situación europea y aconsejó frecuentemente a su hijo Felipe sobre los negocios de estado que habían conformado su vida.
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UN MAL ADMINISTRADOR.
Aunque Carlos I fue un inteligente estratega, fue también un pésimo administrador. Prácticamente todas las campañas terminaban con agotamiento financiero, lo cual impedía además crear ejércitos disciplinados y fieles. El monarca obtuvo casi todo los recursos de Castilla, los Países Bajos e Italia. Mientras que la Corona de Aragón le concedía únicamente algunos subsidios y Alemania no le proporcionó ninguna ayuda financiera, al igual que sus posesiones austríacas. Pese a los esfuerzos del Consejo de Hacienda, creado en 1523, la recaudación de impuestos era poco racional y solo tenia dos fuentes regulares: el servicio que cada tres años votaban las Cortes y la alcabala. El resto eran arbitrios ocasionales que solucionaban pocos problemas financieros y en cambio se presentaban a un fenómeno de corrupción y al desorden administrativo. Hacia 1534-1535 empezaron a llegar los tesoros de América de forma abundante. Si bien representaron un alivio para las arcas reales, el veloz aumento de los gastos y la punto que el emperador tuvo que incautarse inflación impidieron un uso adecuado de estas riquezas, hasta el a menudo de los tesoros particulares procedentes del Nuevo Mundo. A pesar de ello el endeudamiento de la corona fue en aumento, y algunos banqueros, como los alemanes Fugger y Welser, obtuvieron en compensación amplios beneficios y prebendas, como la explotación de Venezuela. A partir de 1530, los banqueros genoveses empezaron a sustituir a los alemanes.
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EL SISTEMA DE CONSEJOS.
La administración española corrió a cargo principalmente de los Consejos. En 1523 se creó, por sugerencias de Mercurino Gattinara, el citado Consejo de Hacienda, siguiendo el modelo flamenco. Francisco de los Cobos fue su secretario. El Consejo de la Cámara fue un apéndice del de Castilla y asesoraba al monarca en las cuestiones relativas a nombramientos de cargos. En 1524 fue fundado el Consejo de Indias que se ocupó de la administración de los grandes territorios ultramarinos, siguiendo un modelo similar al establecido por la corona catalano-aragonesa. Los asuntos exteriores eran llevados a cabo por el propio Carlos I con el asesoramiento del Consejo del Estado, en el que figuraban y participaban los principales consejeros del emperador. En 1527 creó un Consejo Secreto para atender las cuestiones imperiales, tan complejas usualmente.
A partir de 1546, con la muerte de su consejero catalán, Miquel Mai, los organismos catalano-aragoneses se fueron inhibiendo de la política italiana, hasta que en 1555 se creó el Consejo de Italia, que ocupó esta parcela administrativa, hasta entonces vinculada tradicionalmente a los reinos de la Corona de Aragón.
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LAS CONQUISTAS ULTRAMARINAS.
Durante el reinado de Carlos I se llevaron a cabo las principales expediciones de exploración y conquista en América y el Pacifico. Hacia 1516, los españoles habían agotado las posibilidades de enriquecerse en las Antillas y pasaron al continente, donde efectivamente hallaron los grandes imperios. Este paso coincidió con el cambio de monarca en Castilla. Carlos I estimuló esta política expansiva tanto por necesidad de oro y plata como por espíritu renacentista que rompía los esquemas científicos y geográficos de la Edad Media. En todo caso, a la muerte del emperador la conquista estaba terminada en sus líneas generales y los dos virreinatos americanos habían sido fundados. Por esta razón, el nombre de Carlos I está también ligado a la historia del continente americano.
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OTROS DATOS DE INTERÉS.
La trilogía Carlos V y sus banqueros es una obra del historiador español Ramón Carande aparecida entre 1943 y 1967, en la cual se estudia la política imperial de Carlos V (el rey de España Carlos I), así como la decisiva influencia de ésta en la economía de los reinos españoles. El siguiente texto reproduce uno de los epígrafes del segundo tomo (La Hacienda real de Castilla), publicado por vez primera en 1949.
Fragmento de Carlos V y sus banqueros.
De Ramón Carande.
Tomo II: sección primera, capítulo I.
De las singularidades propias de la hacienda castellana dos deben mencionarse, por lo pronto. Como en los restantes reinos de la península, imprime huella profunda la concepción política medieval. Ningún otro pueblo recoge de la Iglesia aportaciones económicas tan cuantiosas como España. Durante siglos vió el clero (secular y regular) dilatarse el área de su patrimonio territorial tanto o más que los señoríos de la nobleza, y, de una manera correlativa, los dominios del realengo menguan hasta casi desaparecer el dominio fiscal en los comienzos del siglo XVI. Una muestra queda del proceso regalista engendrado en las reivindicaciones perseguidas por los Reyes Católicos frente a los maestres de las Ordenes militares. Revierte a la corona cuando esta política culmina, con los maestrazgos, una fuente de rentas caudalosa, gracias a la bula de Adriano VI, de 1520, que concede a Carlos V la administración perpetua de los bienes de las mesas maestrales de las tres Ordenes militares de Castilla. En otras páginas se estima la magnitud y la trascendencia de una merced que, hasta entonces, sólo se había concedido a Isabel la Católica con carácter provisional, si bien la soberana con tanta afección la recoge que, en su testamento, cede las rentas de este patrimonio a su viudo, con el carácter de pensión vitalicia. Gracias a la incorporación de los maestrazgos a la corona se restaura el desmedrado realengo y se tonifica, hasta cierto punto, la hacienda de Carlos V.
El caso de la cruzada no es tan excepcional. Indulgencias de este nombre dispensa la Iglesia a los fieles de varios reinos cristianos con motivo de las grandes expediciones a Tierra Santa; pero ninguno de ellos, una vez expirado el siglo XIII, las disfruta con igual persistencia. Al subir al trono Carlos V y al recibir años después la investidura imperial, los títulos tradicionales de los reyes de España a las bulas de la cruzada acrecen por dos conductos: como emperador romanogermánico y como príncipe de la casa de Borgoña. Estas bulas, dado su carácter de limosna obligatoria para todos los fieles, no respetan, por lo mismo, las exenciones de los privilegios, y este ingreso goza carácter de universalidad.
Otro recurso importante proporciona la Iglesia a Carlos V: el subsidio del clero, denominado también, conforme a su cuantía, medios frutos, cuarta y aun décima. Los papas a menudo se lo concedieron, y otras tantas veces el clero español, remiso, discute la gracia, y sólo después de insistencias y concordias otorga el subsidio dispensado por el papa. Con todo, contrasta, en última instancia, la sumisión de los clérigos con la altivez de los grandes de España, que nunca consigue quebrantar Carlos V. Cierto que las cesiones de bienes, las limosnas de la bula y la prestación de los subsidios son otras tantas réplicas de la dualidad de esferas de poder, característica de la Edad Media que puso en manos del Estado el ejercicio de la fuerza indispensable para la conservación de la unidad de la fe. Mas tampoco debe olvidarse que, si tan corto fue el número de funciones públicas que registran los conceptos del gesto del Estado, la inhibición de éste estuvo corregido por la colaboración de la Iglesia, entre otros sectores, en los de la beneficencia y la enseñanza. El incremento desmedido del patrimonio territorial de la Iglesia, secuela en gran parte de los avances de las armas cristianas durante la Reconquista, si algún día llega a ser lesivo, había determinado, en cambio, mediante la colonización y el cultivo, beneficios inestimables.
Lo que del ideario de la Edad Media sobrevive al ascender al trono Carlos V, lo tonifican la tradición dinástica borgoñona y las relaciones del imperio y del papado que, al brotar el cisma, habrían de intensificarse. Acaso ninguno de los príncipes de su tiempo, sin exceptuar a los papas, concibieron con tanta claridad sus obligaciones ni supieron defender sus prerrogativas con tanta dignidad y entereza. Pocos monarcas encontrarían entre sus súbditos más distinguidos un equipo tan numeroso de clérigos doctos, adictos y eficientes. Acaso la constante intervención de éstos en asuntos de gobierno propios de su competencia y de su lealtad haya podido desorientar a quienes afirmaron que el Estado de los dos grandes monarcas de la casa de Austria se vió mediatizado por la influencia del clero. Los mejor enterados no dudan del acierto de Carlos y Felipe ante la disyuntiva de confiar las funciones de administración y de consejo a una nobleza engreída, indómita y poco ilustrada, o ponerlas en manos de togados y mitrados humanistas. Tampoco la actitud de ambos frente a la curia romana, cada vez que presumieron que ésta se insinuaba en la zona privativa de la potestad real, se aviene con una mediatización terminante.
Si el rastro de la Edad Media es patente en la hacienda castellana, no es menor el que acusa la era de los grandes descubrimientos geográficos. Estos y la conquista subsiguiente deparan soluciones que hacen pensar en la magia y en la fábula del rey Midas. Cuanto más exhausta va quedando la recaudación de las rentas de la corona, más remesas, que llegan de las Indias, entran en juego como un talismán. En primer término, las propias de la corona, y, sin tardar, las de mercaderes y otros destinatarios. ¡Raro contraste el de tantos tesoros entre tanta penuria! A lo largo del reinado aumentan a la vez el volumen y el valor de las remesas recibidas y, en el ánimo de los acreedores, el afán de asegurar con nuevas operaciones de crédito la cobranza de otras cuya amortización diferida les desvela y cuyos intereses acumulados hinchan, sin cesar, la deuda. Así llegan a ser, a pesar de la cuantía de las nuevas remesas, más onerosas las condiciones de los empréstitos a partir, primero, de 1543, y, por último, de 1552, fecha crítica que, a la luz del material, descubre la trama emocionante de las vicisitudes del crédito de Carlos V.
Este capítulo de la historia económica muestra hasta qué punto soporta Castilla el precio de la política del emperador, y —para mayor desdicha— proclama la falta de inspiración de la política del reino. Desde sus comienzos es ya enorme el predominio de los banqueros alemanes y genoveses sobre los castellanos, y después, como debió de haber acontecido, la preponderancia de aquéllos no se rectifica. El espectáculo que acontece en Castilla lo contemplan con avidez otros pueblos y no tardan en inspirarles nuestros errores. El pretendido monopolio del comercio indiano no consigue abastecer las colonias con mercancías de la metrópoli, ni sirven para fertilizar la economía nacional los metales preciosos. La medida del estrago que causa la fuga de las remesas no está en la magnitud de las evadidas; los tesoros que continuaron más tiempo en el país, de haber tenido otras inversiones, hubieran contenido el drenaje e intensificado los rendimientos. Los banqueros extranjeros, amparados en la penuria del monarca y en la impericia de sus súbditos, simultanean la banca con el comercio, importan mercancías y acaparan medios de producción propios del reino, mientras los mercaderes españoles venden en el interior lo que han comprado fuera, porque la producción no crece dentro. Por razones casi todas conocidas y registradas en esta obra, la política planificadora de la economía nacional no se emprende aquí cuando era indispensable, y la hacienda castellana padece las consecuencias.
Fuente: Carande, Ramón. Carlos V y sus banqueros. 3 vols. Barcelona. Editorial Crítica, 1990.
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HISTORIA DEL CRISTIANISMO EN GRANADA.
Para saber sobre los inicios del cristianismo en Granada tendríamos que remontarnos al Concilio de Elvira de comienzos del 300 hasta la Edad Moderna. A continuación vamos a ver lo ocurrido en dicho concilio. Sobre el Concilio de Elvira se ha dicho mucho, según cree Manuel Sotomayor, pero no seguir hablando de un concilio celebrado en las cercanías de la actual Granada, sino que fue un concilio celebrado en Iliberri, el actual barrio del Albaicín. De modo que se puede decir que es el Concilio de Granada.
Sobre el tiempo de celebración se han puesto dos fechas límite: entre el 295 y el 304. Esto supone que las disposiciones promulgadas por el concilio reflejan la situación de nuestro cristianismo en la segunda mitad del siglo III.
Muchos autores no dudan de la autenticidad de los ochenta y un cánones pero el P. E. Floréz (teólogo jesuita) insinuaba la posibilidad de que estas actas no fueran tales sino una recopilación de puntos de disciplina eclesiástica. Las actas del Concilio de Elvira tienen poco de desconcertante: ese número tan elevado de cánones no se da en ninguno de los concilios antiguos conocidos. La integridad de las actas, tal como ha llegado hasta nosotros en todos los códices conocidos de la Hispania, quizá no ofrezca tantos enigmas, si conseguimos enfocarlas desde el verdadero punto de vista desde el que deben ser enfocadas.
Todos los indicios parecen indicar que la asamblea de Iliberri no fue una asamblea legislativa sino que fue más bien una reunión informal sin pretensiones de legislar ordenadamente sobre los distintos temas. Solamente se habla de temas de casos aislados. Cada obispo o cada representante de las diversas comunidades hispanas va exponiendo sus casos y las soluciones que han adoptado en su comunidad o piensan que deben de adoptarse; los presentes rechazan o aceptan las soluciones propuestas.
Si esto es así, no tiene por qué sorprender la abundancia de prescripciones, el desorden de los temas, ni la diversidad de las soluciones, ni los cambios en el estilo, que si deberían de llamar la atención en una legislación propiamente dicha.
De los diecinueve obispos del concilio once estaban al frente de la iglesias de la actual Andalucía.
Las comunidades cristianas representadas en el Concilio de Elvira fueron treinta y siete, la mayor concentración de éstas estaba en el sur de la península, ciudades como Iliberri, Acci, Basti, Malaca, Corduba, Mentesa, etc., mientras que del norte había tres o cuatro ciudades como Fibularia, Legio VII, Caesaraugusta, y más en el centro Toletum.
El hecho de que el concilio fuera celebrado en Granada , puede haber influido en una mayor asistencia de los representantes de las comunidades más cercanas, o sea, del centro y el oriente.
La lista parece ser un testimonio fechaciente de que, en nuestras tierras, el cristianismo se propaga primera y principalmente por los valles del Guadalquivir y el Genil y a lo largo de la zona que sirve de penetración desde la costa almeriense hasta Cástulo.
Trazar un esbozo de nuestras antiguas comunidades cristianas a partir de los cánones de Elvira es tarea que se ha realizado ya repetidas veces. La imagen resultante no puede ser nunca una imagen fiel y completa de la realidad cristiana de aquella época. En este concilio se pretende primera y principalmente corregir defectos y aclarar situaciones conflictivas y dudosas.
Hay cánones que se refieren a prácticas reglamentadas de iniciación cristiana, al habitual ejercicio de la penitencia, a los aspectos del matrimonio, normas de vida sexual de obispos, presbíteros y diáconos, etc.
Los fieles cristianos poseen la misma cultura romana que sus otros conciudadanos y todavía no habido tiempo para el encuentro del cristianismo con su cultura haya llegado a culminación un proceso de aculturación que sólo lenta y progresivamente puede realizarse.
Los defectos principales que en estos veintiún primeros cánones se corrigen son de firmeza en la fe o inclinación a la idolatría, codicia en el clero, cierto descuido en la asistencia a asambleas litúrgicas y dureza en el trato de los esclavos.
Otra característica innegable es el extremado rigor disciplinario del concilio (negar la comunión en algunos casos aun en la hora de la muerte). También era práctica que la penitencia fuese un remedio asequible solamente una vez. Los criterios para la aplicación de este rigor no coinciden con los nuestros actuales.
No existe ninguna noticia histórica sobre mártires, excepto las santas Justa y Rufina que vendían cerámicas de barro y vino un monstruo y se las destruyo, posteriormente murieron y pasaron a ser santas.
En el códice Emilianense del Escorial D-1-1, se han conservado tres listas episcopales correspondientes a las sedes de Toledo, Granada y Sevilla. El códice se escribió a finales del siglo X.
La lista de Iliberri consta de 62 obispos, pero la lista general, merece un cierto crédito, porque muchos de sus nombres están también fundamentados en muchos documentos fidedignos, como son las actas de algunos concilios y algunas inscripciones.
Hay que decir también que la lista no contiene ningún dato cronológico. Del único de los obispos que hay alguna referencia cronológica es de Flaviano.
La falta de documentación histórica anterior a las actas del concilio de Elvira, nos obliga a movernos en el terreno de las conjeturas, si deseamos extender nuestros conocimientos a tiempos anteriores a la a la segunda mitad del siglo III.
Nosotros en la actualidad somos capaces de contentarnos con conjeturas pero nuestros antepasados, no muy lejanos, no. Ellos sentían la necesidad de colmar las lagunas de una historia que les apasionaba.
Las absurdas invenciones de D. Juan de Flores y Oddouz despertaron un enorme entusiasmo, aunque en Granada se dividieron entre partidarios y detractores de los nuevos hallazgos. Al cabo de diez años, los fraudes de Flores fueron condenados.
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SÍXTESIS DE LAS NOTAS CARACTERÍSTSICAS DE LA HISTORIA DE LA IGLESIA EN ANDALUCÍA.
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Al sur de la Península las primeras noticias del Evangelio tuvieron que llegar muy pronto, por supuesto dentro del siglo I. Su antigua y notable romanización en la época del nacimiento del cristianismo inducen a suponer con fundamento que el mensaje del Reino de Dios había ido resonando en más de una de nuestras ciudades, transmitido por los más diversos propagadores, como militares comerciantes viajeros o predicadores.
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No sabemos con certeza cuándo se formaron las primeras comunidades cristianas, pero históricamente nos consta que en la segunda mitad del siglo II ya existían algunas. A lo mejor había mucho antes pero no se conocen documentos anteriores al Concilio de Elvira.
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La lista de los obispos de Granada está compuesta por 62 nombres, escrita en el 962.
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El nombre que encabeza la lista granadina en este manuscrito es el de Cecilio, el mismo nombre del supuesto "varón apostólico" venido como primer obispo de Granada.
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El acontecimiento más importante de la historia antigua de nuestras iglesias andaluzas es el Concilio de Elvira o de Granada (celebrado en el actual Albaicín). Su importancia radica no sólo en el hecho de su celebración, sino en sus actas, las actas conciliares más antiguas de toda la Iglesia, que han llegado hasta nuestros días.
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Las evidencias arqueológicas que garantizan esta localización son tan contundentes que no dejan lugar a dudas (Municipium Florentium Iliberritanum).
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El obispo de Granada, Fabiano, no es el presidente de l concilio, sino que debió ser el más antiguo de ellos, en este caso el de Guadix, que es el primero en firmar las actas.
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El concilio no es meramente provincial sino que se trata de un concilio a nivel nacional.
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Sólo se da en el concilio la fecha del 15 de Mayo, pero no se dice ningún año ni nada.
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Noticias que aparecen en las actas del concilio, que pueden iluminarnos:
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Las comunidades cristianas están formadas por individuos procedentes de todas las capas sociales (sacerdotes, señores, matronas, comerciantes, etc.).
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Los cristianos son todavía minoría en su ciudad y no forman un getto a parte de ella.
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La misma jerarquía eclesiástica, los obispos y presbíteros del concilio, también están condicionados, como es natural, por su cultura y su tiempo.
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Un aspecto muy positivo del concilio: la extraordinaria dureza de los castigos, que demuestra en los obispos seguridad y confianza en la fe de los cristianos y lo mucho que estos aprecian el hecho de pertenecer a la Iglesia.
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ALGUNAS NOTAS SOBRE LOS ORÍGENES DE NUESTRO CRISTIANISMO.
1). Hoy en día se habla con frecuencia de los orígenes africanos de nuestro cristianismo. Para cualquiera que conozca la historia de la Iglesia en el norte de África romana, o recuerde tan sólo figuras como las de Tertuliano, San Cipriano; considerar nuestra iglesias como directas herederas de la de Cartago no puede menos que constituir un honor y un orgullo.
2). El cristianismo llegó a España de muchas partes. Vinieron cristianos de Roma, de África, de Siria; y de Grecia.
3). Las comunidades cristianas de los siglos I al III, vivían una vida prácticamente autónoma, y esto significa que, cerca de una comunidad nacida del proselitismo de unos cristianos venidos de Siria, podía existir otra de origen romano, africano, y demás. Por lo que no se puede halar de la Iglesia de España o de Andalucía sino de iglesias o comunidades.
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OPINIÓN PERSONAL.
Creo que tanto el haber visitado la Catedral de Granada como hacer el trabajo, me han ayudado a comprender el origen de muchas cosas que en la actualidad no pensamos que puedan tener su origen en la historia del cristianismo.
Pienso que una persona que no conozca la historia de la tierra donde vive pierde mucho con respecto al que si la conoce. Mi propia experiencia en el trabajo y en la asignatura me dice que si yo no hubiera asistido a las clases, a la Catedral y demás, no podría dar respuesta a interrogantes que me surgirían de la historia de Granada, que es la ciudad donde vivo.
Pero por desgracia la sociedad en que vivimos se aleja cada vez más de nuestras raíces, no hay en la mayoría de los jóvenes el más mínimo interés por nuestra religión porque hay gente que no sabe que la mayoría de las actividades culturales, tradiciones, fiestas, en gran medida surgieron a lo largo de la historia, para pasar a convertirse en actividades que no tienen el mínimo ápice de sentido religioso. Por lo tanto, la exposición de la catedral nos puede ayudar a saber de nuestro pueblo de nuestra religión, en fin de nuestra cultura.
Son los educadores los que por medio de estas actividades los que tienen que guiar la vida cristiana, dando sentido las cosas de la actualidad en relación con la historia pero no de una forma analítica y objetiva, sino dejando libertad a todo creyente para que tenga su propia experiencia religiosa. En fin en mi opinión aunque no nos lo parezca toda la actualidad está más vinculada a la historia del cristianismo de lo que parece, lo que menos se espere una persona viene de nuestra historia.
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BIBLIOGRAFÍA.
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Gran Larousse Universal. Vol. 4. Págs 2380-2387.
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Historia de la Iglesia en Andalucía. Manuel Sotomayor. Cedida por la Parroquia del Santo Angel Custodio.
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