Historia
Diego Velázquez
La figura capital de la generación de la España del Barroco es, sin duda, Velazquez. El más grande pintor de toda la historia de la pintura española y el que mejor encarna ese transito entre el realismo y el barroquismo.
Velazquez es, además, el caso más significativo de lo que pueden una educación y un ambiente, unidos a unas excepcionales condiciones naturales.
Diego Rodríguez de Silva Velazquez nació en Sevilla en 1599, hijo de padre portugués y madre sevillana.
Tras el paso fugaz por el taller de Herrera el Viejo, en 1611, a sus 11 años, formaliza su contrato de aprendizaje con Francisco Pacheco. En su taller va a recibir el oficio de pintor y van a anudarse los pasos de su vida futura. En la tertulia de su maestro establece contacto con las gentes “inquietas” de la viva Sevilla de entonces y así se familiariza con el naturalismo creciente que Pacheco deja experimentar a sus discípulos, y descubre la literatura del tiempo, añorante del humanismo renacentista.
Permanece con Pacheco hasta 1617, cuando ya es pintor independiente y ha concluido se aprendizaje. Al año siguiente, con 19 años, se casa con Juana Pacheco, hija de su maestro, hecho habitual en aquella época, con quien tendrá dos hijas. La vida del joven artista es la normal de un pintor de sus años, con absoluta dependencia respecto a la clienta eclesiástica: pintura religiosa, ciclos monásticos, retratos de las gentes de sus círculos y naturalezas muertas en las que experimentar su amor al natural.
Entre 1617 y 1623 se desarrolla la etapa sevillana, caracterizada por el estilo tenebrista, influenciado por Caravaggio; destacando como obras El Aguador de Sevilla (Wellington Museum, Londres), La Adoración de Los Magos (1619, Museo del Prado), Inmaculada y San Juan Evangelista (Nacional Gallery, Londres). En todos estos lienzos se hace evidente el conocimiento del naturalismo caravaggista, con un estudio muy intenso y atento de la realidad circundante y una insistencia en la iluminación tenebrista.
Durante estos primeros años obtiene bastante éxito con su pintura, lo que le permite adquirir dos casas destinadas a alquiler.
En 1622, sin duda a instigación de su suegro, realiza un primer viaje a Madrid. El conde duque de Olivares, todopoderoso ministro desde la subida al trono de Felipe lv, protege a los sevillanos, y Pancheco aspira a que su yerno se establezca en palacio. Este viaje le permite establecer los rimeros contactos. En el año siguiente, 1623, ya se establece en la corte y se le abren las puertas del Alcázar. Un retrato del joven rey y los retratos del conde duque y otros sevillanos ilustres garantizan su éxito, y en poco tiempo se convierte en el pintor favorecido en palacio.
Obtiene el titulo de pintor del Rey Felipe lv, gran amante de la pintura. A partir de este momento, empieza su ascenso en la Corte española, realizando interesantes retratos del rey.
El estudio de las pinturas de las colecciones reales potencia su evolución. Su admiración por Venecia, y el estudio de los retratos cortesanos le mueve a suprimir su inicial tenebrismo y a dar fondos grises a sus retratos oficiales.
En 1628,el paso por Madrid de Rubens, a quien, acompaña en ocasiones y a quien ve trabajar, debió de marcar profundamente su sensibilidad de hombre ambicioso y de artista, a pesar de las tremendas diferencias de temperamento y sensibilidad, que se manifiestan con evidencia en el lienzo de Los Borrachos, o El Triunfo de Baco, pintado este año. Técnicamente aún hay en los borrachos recuerdos de tenebrismo en el tratamiento de los rostros y las telas, pero el fondo claro y luminoso habla ya de otras preocupaciones.
En 1629 pide licencia para ir a Italia; ese viaje, para el cual recibe ayuda económica y facilidades de todo tipo, va a enriquecer enormemente su sensibilidad.
Verdadero viaje de estudios, en el que además de estudiar obras de Tiziano, Tintoretto, Miguel Ángel, Rafael y Leonardo; Velazquez se empapará directamente de la pintura veneciana del “cinquecento”, pero también vivirá la experiencia del clasicismo romano-boloñés que constituye la actualidad más viva en las ciudades italianas en que se está incubando en pleno Barroco.
Su gusto por la mesura y por el equilibrio logra ahora una formulación casi académica en dos grandes lienzos pintados en Roma; La Fragua de Vulcano (Museo del Prado) y La Túnica de José (monasterio de El Escorial), donde el estudio de los desnudos y el tratamiento de las relaciones espacio-luz subrayan su asimilación de cuanto era visible en Italia. El tenebrismo ha desaparecido; el color se hace claro y refinado en una atmósfera de tonos predominantes fríos, y el toque del pincel se libera por entero de cualquier sumisión al dibujo.
Regresa a Madrid dos años después, e inmediatamente pinta el hermosísimo Santo Tomás de Aquino del Museo Diocesano de Orihuela.
A su vuelta, su personalidad artística ha madurado y ha encontrado ya su modo más personal de expresión. En esta década de 1630-1640, realiza una intensa labor como pintor cortesano. La decoración del palacio del Buen Retiro le exige una serie de retratos de la familia real, en los que, del modo magistral, de entrada al escenario, luminoso y vibrante, de la sierra de Guadarrama.
El lienzo de La rendición de Breda -Las Lanzas-, representa la culminación de esta etapa de portentosos estudios al aire libre.
Para la Torre de la Parada, realiza Velazquez importantes retratos de varones de la familia real en traje de cazadores, tal como exigía el ambiente. A su vez, esa incesante actividad como retratista se ejerce en una serie de imágenes inolvidables de todo el ambiente de la corte, desde el conde duque, al que retrata a caballo con un ímpetu heroico decididamente barroco, hasta los enanos y bufones de palacio. Estos, sobre todo, constituyen un sector especialmente interesante y valioso de su producción.
Paralelamente a la carrera de pintor, Velazquez desarrolla una importante labor como cortesano obteniendo varios cargos: Ayudante de Cámara y Aposentador Mayor de Palacio.
Esta carrera cortesana le restará tiempo a su faena de pintor, lo que motiva que su producción artística sea, desgraciadamente, más limitada.
Entre 1648 y 1651, Velazquez -que ha ido ascendiendo puestos en la carrera palaciega- realiza un segundo viaje a Italia para adquirir obras de arte que se destinaran a los renovados salones del Alcázar que Felipe lv quiere embellecer con elementos más acordes a la nueva sensibilidad. En este viaje, con visita a Venecia y larga estancia en Roma, Velazquez demuestra sus excelentes cualidades pictóricas triunfando con el retrato que realiza al pontífice Inocencio x, en un lienzo portentoso (Galería Doria, Roma), y a su propio criado, el mulato pintor Juan de Pareja (Metropolita Museum, Nueva York). Culmina con ellos el proceso de libertad de su pincel que, arrancando de los venecianos, alcanza cimas desconocidas de ligereza de toque y exactitud de visión.
A este viaje corresponden también los dos ligeros paisajes de la Villa Médicis romana, que anticipan en su maravillosa libertad de toque y su delicado lirismo todo el impresionismo del s.xlx
Los últimos años de la vida del pintor están marcados por su obsesión de conseguir el hábito de la Orden de Santiago, que suponía el ennoblecimiento de su familia, por lo que pinta poco. Es a su regreso, cuando realiza las obras culminantes de su producción, las composiciones complejas donde el “aire ambiente”, es decir, la consecución total de la perspectiva áurea, llega a la más absoluta perfección: Las Hilanderas, o mejor, La fábula de Minerva y Aracne y Las Meninas.
En Las Hilanderas, lienzo de asunto mitológico, insiste en su peculiar modo de interpretar la fábula como un hecho cotidiano, hasta el extremo de que tan compleja composición se había entendido hasta fecha reciente, como cuadro de género, simple interior de un taller de tejedoras envuelto en luz dorada, y sorprendiendo, con admirable maestría, el girar de la rueca.
Las Meninas es obra capital, retrato de la familia real; con un sistema sutilísimo de reflejos y posiciones relativas de los personajes se nos presenta el propio pintor retratando a los reyes ante su hija Margarita. La mirada de Velazquez, que se dirige al espectador, observa en realidad a los monarcas, situados fuera del cuadro, pero de los cuales vemos su reflejo en un espejo que centra la composición; la infanta, en aquel momento (1656) heredera de la corona, se erige en protagonista visible de la composición. En este lienzo culmina quizá su portentoso sentido del espacio. La famosa cruz que exhibe Velazquez en este cuadro, la obtendrá en 1659.
Tras participar en la organización de la entrega de la infanta María Teresa de Austria al rey Luís xlv de Francia para que se unieran en matrimonio, Velazquez muere en Madrid el 6 de agosto de 1660, a la edad de 61 años.
Velazquez es personalidad cumbre en la historia universal del arte y su singularidad marca, por contraste, las limitaciones habituales en los pintores españoles. Su producción es absolutamente excepcional en el ambiente español de su tiempo. Reúne todas las cualidades exigibles al puro pintor. Su maestría técnica en el sugerir el volumen, la forma y el aire, con su pincelada deshecha, no tienen equivalente. Su penetración psicológica en el retrato, desnuda por entero a la persona a la que se enfrenta, dando lo más profundo, intimo y personal del retratado, sea éste un rey o un rufián.
Dentro de su inmensa colección, podríamos destacar otras obras no citadas anteriormente:
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Retratos:
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Francisco Pacheco (1618/1619)
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San Jerónimo de Fuente (1920)
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Felipe lv (1628)
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Príncipe Baltasar Carlos a caballo (1635)
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Felipe lv a caballo (1636)
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El niño de Vallecas, Don Francisco Lezano (1637)
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Encuentro del Conde Duque de Olivares (1634)
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Bufón don Sebastián de Morra (1643/1644)
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Bufón don Diego de Acedo (1644)
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Reina doña Mariana de Austria (1652/1653)
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Luis de Góngora y Argote
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Autorretrato de Velásquez
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Religiosos:
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Cisto en casa de Marta (1618)
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Cristo en Meaux
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Cristo crucificado
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Otros:
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Mercurio y Argos (1659)
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La Costurera (1640/1650)
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Vieja friendo huevos.
PRINCIPE BALTASAR CARLOS
a caballo
El retrato del príncipe Baltasar Carlos a caballo, dota del año 1935. Esta pintura al óleo sobre lienzo procedente del salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro (Madrid) y actualmente en el Museo del Prado de Madrid es, sin duda, uno de los más hermosos retratos ecuestres de Velazquez.
Finalidad del retrato
Velazquez había recibido el encargo de pintar una serie de retratos ecuestres que se destinaron al Salón de Reinos del palacio del Buen Retiro de Madrid.
En los muros del salón de Reinos (salón del Trono), Felipe lv quiso poner de manifiesto, como espejo de virtudes y enseñanza para el príncipe de Asturias, Baltasar Carlos, su primogénito, por aquel entonces de cinco años de edad, dos de los pilares sobre los que se levantaba la monarquía española: la continuidad dinástica y su carácter de valedora de la fe católica ante herejes y reformadores.
Para ello, en los muros oriental y occidental se colgaron las telas de los retratos ecuestres, pintados por Velazquez, de Felipe lll y Margarita de Austria (occidental) y Felipe lv e Isabel de Valois (oriental), alzándose, presidiendo el conjunto decorativo, entre estos dos últimos, la figura del príncipe Baltasar Carlos, también a caballo.
El hueco que dejaba entre medias de estos dos pinturas era la sobrepuerta del salón, para lo cual pintó Velazquez el retrato del príncipe Baltasar Carlos, de un tamaño menor que los otros dos de sus padres. Sin duda resulta el retrato más agradable de los realizados para el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro. Junto al retrato de Felipe lv a caballo (1635) son los dos cuadros más afortunados en cuanto a ejecución.
Descripción del cuadro:
Esta pintura ofrece una brillantez de color muy superior a lo realizado por Velazquez hasta el momento. El príncipe aparenta en este retrato unos 5 o 6 años. Esta erguido sobre una silla, al estilo de monta española, en una actitud de nobleza; en la mano derecha lleva la bengala propia de general que se le concede por su rango de príncipe real. Viste un jubón tejido de oro, un coleto, un calzón verde oscuro y adornado con oro, botas de ante, Valona de encaje y sombrero negro con una pluma.
De la figura del niño, lo más destacable es la cabeza, un trabajo extraordinario que indica la madurez del oficio. Los críticos sostienen que esta cabeza es una de las cumbres de la pintura de todos los tiempos. El tono de la cara es pálido, el cabello es de un rubio que contrasta con el negro mate del chambergo. El niño mira hacia el espectador de manera penetrante.
El caballo tiene un gran y desmesurado vientre si se le observa a poca distancia, pero hay que tener en cuenta que esta pintado con la deformación de perspectiva adecuada al lugar donde iba a ir emplazado, en alto, sobre una puerta, lo que explica la perspectiva de abajo arriba de las figuras, dando el efecto de saltar sobre los visitantes.
Esta presentado en corveta de ¾, de manera que el espectador pueda ver sin dificultad la cabeza del pequeño jinete. Tiene una larga cola y crines que agita el viento, acentuando los símbolos de autoridad con el caballo encabritado. Se ha criticado la amplitud del vientre y pecho de cabello, algo que se explica por la ubicación que iba a tener el cuadro: pensado para ser visto desde abajo.
La composición se organiza con una diagonal típica del Barroco que sale del interior del cuadro hacia fuera.
El paisaje de fondo es clásico en Velazquez, sobre todo el cielo, que se ha dado en llamar “cielo velazqueño”. El pintor conocía bien esos parajes del Prado y de la sierra de Madrid. En este caso, el caballo esta situado en una altura para dar pie así a la perspectiva del paisaje. La montaña nevada que se ve al fondo a la derecha en el pico de la Maliciosa, en la sierra de Guadarrama. Este paisaje parece tomado directamente del natural, obteniendo una fría luz invernal.
Términos empleados:
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Jubón: vestidura ajustada que cubre el cuerpo desde los hombros hasta la cintura.
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Ante: piel de los animales que se adobaban y curtían.
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Coleto: prenda de piel que cubre el cuerpo hasta la cintura. Puede o no llevas mangas.
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Valona: en caso de referirse a una vestimenta, se refiere al cuello grande y vuelto, fabricado en encaje. Fue muy utilizado durante los siglos xvl y xvll
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Corveta: movimiento especial en la doma del caballo, se le hace andar con los brazos en el aire.
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Chambergo: ciertas prendas del uniforme creado en Madrid para la guardia de Carlos ll. También se llama así al sombrero de copa encampanada, ala ancha levantada por un lado y recogida con una presilla y adornado con plumas o cintas.
Bibliografía
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Enciclopedia Historia Del Arte Español
Tomo vll -El siglo de Oro- El sentimiento de lo barroco.
Editorial Planeta
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Páginas de Internet
www.artehistoria.com
www.eddolmen.com
Indice
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Velázquez _____________________1-4
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Cuadro Príncipe Baltasar Carlos _____5-6
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Finalidad __________________5
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Descripción________________5-6
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Términos __________________6
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Bibliografía ____________________7
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