Filosofía y Ciencia


De Officis; Marco Tulio Cicerón


De Officiis

(Sobre los deberes)

MARCO TULIO CICERON

Juan Carlos García Garrido

Facultad de Filosofía

Ética I, Tercer Curso. 1997

I. Marco Tulio Cicerón

1. Breve contextualización histórica.

Marco Tulio «Cicerón» nació en la localidad cercana a Roma de Arpino, el 3 de enero del año106 antes de nuestra era, en el seno de una familia acaudalada del rango de los caballeros. Se trasladó a Roma siendo niño para iniciar su educación en el mundo de las letras, bajo la supervisión de los más importantes oradores y expertos en leyes de la época.

En cuanto a la filosofía, sus primeros contactos fueron con Filón de Larisa, último director de la Academia; con el estoico Diodo, y con el poeta de Antioquía Aulo Licino Arquias. O sea, que antes de su mayoría de edad militar —la toma de la toga viril se hacía a los 16 años— había estudiado con los más ilustres griegos y conocía perfectamente la lengua de Homero. Además, con 26 años, y poco después de su primer discurso en el Senado, viajó a Grecia: Atenas, Esmirna y Rodas, con el objetivo de perfeccionar sus estudios de filosofía y retórica.

Ya en Roma, comienza su vertiginosa carrera política con el cargo de cuestor (fiscal) de Sicilia durante el año 75, él cuenta sólo con 31. Durante este cargo se consagra como importante hombre de leyes al defender al pueblo siciliano de los robos efectuados nada menos que por un procónsul. Tres años después es nombrado pretor (juez). Logró con sus discursos, y con su implacable dominio del lenguaje, influir de una manera importante en la justicia y en la política romanas.

Es elegido cónsul (uno de los magistrados que tenía la suprema autoridad de la república) en el año 66. Durante su mandato se llevará a cavo un intento de golpe de estado protagonizado por Lucio Sergio Catilina, uno de sus rivales derrotados en las elecciones. La represión de este acto provocó la ejecución sin procedimiento judicial de algunos involucrados en el hecho, entre ello el ex-cónsul Públio Cornelio. Este hecho fue muy discutido desde el punto de vista legal, y provocó a la larga graves consecuencias para Cicerón.

En el año 59 César es elegido de nuevo cónsul, después de establecer con Pompeyo y Craso el pacto conocido como Primer Triunvirato. Esto hace que uno de los peores enemigos de Marco Tulio, Públio Clódio Pulcro, acceda al tribunado de la plebe, y con el apoyo de César consigue que se apruebe una ley que condena al exilio, y a la confiscación de todos los bienes de aquellos que hallan hecho ejecutar sin previo juicio a un ciudadano romano. Es la Lex clodia de capite ciuius romani. Se trataba de una ley con carácter retrospectivo encaminada a condenar a Marco Tulio por su actuación con los conjurados en el intento de golpe de estado. Cicerón se va de Roma, y al conocer la noticia, Clódio propone una nueva ley directa y nominal: Lex clodia de excelsio ciceronis, destinada a sancionar el destierro y a vivir al menos quinientas millas más allá de la península Itálica.

Fue un durísimo golpe para Cicerón, que incluso estuvo a punto del suicidio. En una carta fechada el 3 de abril del 58 le dice a su amigo Ático: «Yo, mi querido Pomponio, estoy profundamente arrepentido de vivir (...)» Y en otra del 29 del mismo mes. «Nadie ha sido jamás víctima de una calamidad tan grande, para nadie ha sido más deseable la muerte»

Unos meses después, en enero del 57, el nuevo cónsul Públio Cornelio Léntulo, interviene en su favor en la sesión solemne del Senado. Cicerón regresa a Roma, aclamado por el senado y el pueblo. Pero a partir del año 55, después de varios meses de intensa vida política, se aparta abiertamente de los asuntos públicos ante el evidente engaño de la situación de la república. Aprovecha el retiro, como es su costumbre, para dedicarse al estudio y a «escribir a la manera de Aristóteles —en diálogos— tres libros en forma de debate Sobre el orador (...) que abarcan la doctrina oratoria de los antiguos, la aristotélica y la isocrática»

Pero no puede permanecer demasiado tiempo alejado de la política, sobre todo viendo como ante sus ojos, las normas tradicionales se degradan, y Roma se encamina hacía un gobierno unipersonal. Primero hay un escandaloso caso de corrupción electoral; después los cónsules quieren sacar como sea la Lex curiata de imperio que les concede una exaltada acumulación de poder político y militar. «La situación —dice en otra carta a Ático— va a desembocar en un interregno y hay un cierto tufo a dictadura». En el 51 Marco Tulio es nombrado gobernador de Cilicia (en Asia), donde se ve obligado a perseguir y sancionar la corrupta administración de los griegos. Durante su ausencia de Roma se gesta el enfrentamiento entre César y Pompeyo, con sus respectivos partidarios, y en la ciudad se respira un ambiente de constante crispación, que desembocará en una guerra civil. Regresa a Roma a principios de año 49 y el ambiente político le merece el siguiente comentario: «Nunca estuvo el gobierno en mayor peligro; nunca los malos ciudadanos tuvieron un jefe mejor dotado».

La guerra es ya un hecho, las tropas de César se apoderan de varias ciudades importantes. Pompeyo abandona la urbe al conocer la noticia, lo hacen también los cónsules y un gran número de senadores, entre los cuales está Cicerón. El momento lo detalla el propio Marco Tulio de la siguiente manera, en una carta a Tirón: «El peligro en que se debate mi supervivencia, la de todos los buenos ciudadanos y la de la república entera puedes deducirlo del hecho de que hemos abandonado nuestras casas y hasta nuestra patria al saqueo de las llamas (...) los ciudadanos están ansiosos por luchar aunque yo grite que nada hay más lamentable que una guerra civil»

Cicerón se debate entre los dos frentes intentando una conciliación que evite males mayores. Pero ni César ni Pompeyo parecen contar mucho con Cicerón como mediador, si bien ambos quieren tenerlo de su parte. Pero él está de parte de quien pretende arrebatar el poder al dictador: Pompeyo. Marco Tulio vive un momento de gran zozobra. Marco Antonio, mano derecha de César, dando muestras de su ruindad, hace posible un edicto en el que prohibe estar en Italia a todos los declarados pompeyanos, excepto Cicerón y Décimo Lélio, mientras la victoria de César en la batalla de Farsalia el 9 de agosto del 48, es definitiva. Pero incluso así, Cicerón no deja de pensar en la restauración de república, aunque parezca cada vez imposible. Es un momento de gran actividad política, pero en la que él no puede participar.

Se dedica a la literatura. Es uno de esos momentos de reflexión que él aprovecha par ponerse al día con las letras. En una carta a Varrón le dice: «(...)pues aunque desde mis primeros años me gustaban todos las artes y disciplinas liberales, y en especial la filosofía, mi interés por ella adquiere cada día más peso, creo, y de tal forma, por la madurez de mi edad para con la cordura y por las circunstancias, que ninguna otra cosa puede aliviar mi alma de sus dificultades»

Muy poco después acontece la peor desgracia que sufrió Cicerón: la muerte de su hija Tulia. La impresión que aquello le causó se refleja en sus triste palabras a Ático: «Aquella alegría con la que yo sazonaba la tristeza, la he perdido para siempre». Cicerón se debate entre las manifestaciones de dolor, y trata de refugiarse en los escritos estoicos que tanto influyeron en su forma de ver la vida. «En esta soledad mi única conversación es con los libros. Sin embargo la interrumpe el llanto; que procuro resistirlo tanto como puedo. » Esta soledad le permite reflexión y dedicación absoluta a sus escritos. Además de Consolatio, hoy perdida casi en su totalidad; iniciará Academica y el De finibus. Además de perder a su querida hija, Cicerón se da cuenta que ha perdido todo su peso en la política y se dedica más que nunca a escribir. Escribe De natura deorum, De senectute, y De diuinatione. Mientras él se retira a escribir se lleva a cabo la conjura que dio muerte a César. Pero según él mismo dice, le da lo mismo César que Marco Antonio —que le sucede—, puesto que es tan dictador uno como otro. Sin embargo se equivocaba. La tiranía y el despotismo de Marco Antonio parecen mucho mayores que las de su predecesor. Por esta razón Cicerón piensa incluso en marcharse de Roma, y cuando está a punto de hacerlo, el 6 de agosto del 44, con destino a Leucopetra (Grecia), llegan noticias de un acercamiento entre los seguidores de César (que él llama irónicamente libertadores) y Marco Antonio. Según cuenta Plutarco cuando llegó a Roma recibió un recibimiento tan apoteósico que tardo todo un día desde las puertas de la ciudad hasta su casa. Al día siguiente había sesión en el senado, para tratar en un principio, asuntos de poca importancia, pero Marco Antonio hizo saber a Cicerón que si no asistía al senado mandaría un piquete de soldados a derribar su casa. El discurso que provocó las abiertas iras del dictador fue la primera de las conocidas como Filípicas se seguirán otras en ese año 44 y las diez restantes en enero y abril del 43. Con ellas consiguió de nuevo ser la principal figura del senado contra Antonio y a favor de Octavio y Bruto.

Marco Antonio hubo de ceder. El senado no le había nombrado cónsul. Fue Octavio quien consiguió ese puesto, quien formó junto con Marco Antonio y Marco Emilio Lépido, el Segundo Triunvirato (27 de noviembre del 43). Para sellar el pacto los tres elaboraron una lista con más de 200 enemigos de Roma que debían morir. Cicerón que ocupaba uno de los puestos más destacados es esa lista, se refugia en una de sus propiedades en las afueras de Roma, donde van a buscarlo un piquete de soldados. Cuando llegan Cicerón ha salido huyendo y lo encuentran cerca de su propiedad: allí mismo lo degollaron. Antonio había ordenado cortarle la cabeza y la mano derecha, «con la que había escrito las Filípicas», y al recibirlas en roma, cuenta Plutarco, hizo colocarlas junto a la tribuna del Senado.

2. La filosofía en tiempos de Cicerón

No podemos olvidar que la filosofía griega, la especulación y la búsqueda de la verdad, están enfocados a la política. La Academia de Platón surge con fines marcadamente políticos, mejor dicho, con fines ético-político-educativos. Platón pretendió preparar a los futuros políticos, a los hombres que debían ser capaces de renovar el Estado mediante la sabiduría y el conocimiento del bien supremo. Todo ello se enmarcaba dentro de la Ciudad, en ésta era donde el individuo lograba alcanzar su meta como ser humano. Pero cuando la vida de las Ciudades-Estado, tal y como Platón y Aristóteles la habían entendido vino a romperse con la muerte de Alejandro Magno en el 323 a. de C., los ciudadanos quedaron inmersos en un todo mucho más vasto. El individuo quedó lanzado a la deriva, sin el vínculo tan importante de las Ciudades-Estado, y la filosofía dejó de preocuparse por la búsqueda de la verdad y centró su interés en satisfacer la demanda de alguna guía que le orientase en el vivir. «Las especulaciones física y metafísicas han de relegarse a un segundo plano: ni interesan ya por sí mismas, sino sólo en cuanto proporcionan la base y preparación para la ética».

Nos situamos pues, en la época de la historia que se conoce como Periodo Helenístico donde la filosofía, como digo, viene a reducirse al modo de comportarse en una nueva forma de entender la vida. Hacía el año 300 a. de C. Zenón de Citio (335-264 a. de C.) funda una escuela en Atenas, la Stoá Poikílé (“Pórtico de las Pinturas”) que llegaría a estar en el primer plano del pensamiento durante los siguientes quinientos años. Por otro lado Epicuro (341-270 a. de C.) funda El Jardín en el año306 a. de C. Ambas escuelas se dedicaron sobre todo a especular sobre la forma más idónea de comportarse en la vida, y de cómo hay que vencer los miedos y desconocimientos que el hombre tiene, volviéndose, para asentar sus bases cosmológicas, en los autores presocráticos. Contra estos sistemas, más o menos dogmáticos, se alza el escepticismo de Pirrón (360-270 a. de C.). El escepticismo es, a groso modo, una especie de teoría del conocimiento por la cual no hay ningún saber firme ni puede encontrarse ninguna opinión absolutamente segura de nada. Según la raíz griega de “escéptico” significa «tendencia a mirar cuidadosamente».Según F. Copleston también se puede añadir el cariz escéptico que alcanzaron las Academias Media y Nueva. La interacción entre estas filosofías dio por resultado un cierto eclecticismo, que se manifestó en la tendencia del estoicismo medio, del Liceo y de la Academia, a asimilar sincréticamente sus respectivas doctrinas. Terminar indicando, muy a grandes trazos, que el eclecticismo y el escepticismo continuaron debatiéndose hasta el Siglo III de nuestra era, pero con un matiz más ortodoxo.

3. Cicerón: el pensamiento latino del logos

¿Fue Cicerón realmente un filósofo? Marco Tulio no fue en creador, no aportó ninguna idea nueva a la historia de la filosofía, pero no por ello vamos a dejar de considerarlo un filósofo. Cicerón se consideraba a sí mismo más bien como un académico (su hermano mismo le consideraba un homo platonicus) de la «Nueva Academia». Hoy es considerado como un ecléctico. Sus aportaciones están en esa capacidad de síntesis mencionada, en la influencia que su obra ha supuesto hacen de ella una pieza indispensable en la historia: no solo divulgó para el mundo romano lo más importante de la filosofía griega, sino que muchas de sus obras fueron leídas por otros autores a lo largo de la historia, por ejemplo San Agustín. Y sobre todo es importante por «derramar» al latín muchísimos textos griegos. Como ya se ha dicho en el apartado dedicado a la biografía, estudió griego desde muy joven, y supo comprender los difíciles términos de abstracción de conceptos en griego, acuñando palabras en latín que significaran lo mismo, y haciendo de ésta una lengua «filosófica».Por ejemplo en I, 93 de De Officiis, dice que «en latín puede decirse decorum lo que en griego se dice prépon»

Cicerón es un hombre de extraordinaria importancia en el mundo que le tocó vivir. Fue trascendental como hombre de leyes, político, y sobre todo como orador, lo que le trajo, en definitiva la causa de su muerte. Entró a edad muy joven en contacto con la filosofía griega, Filón de Larisa y Antioco de Ascalón, sus maestros, vivieron un momento puente entre el platonismo y el estoicismo, y eso mismo llegó a ser él.

Cicerón está convencido de la utilidad del conocimiento, y así se lo dice en varias ocasiones en la obra objeto de este estudio. Es necesario un razonamiento teórico, especulativo, pero entendido a la manera romana de la utilidad: el que nos permite conocer las cosas. No basta con las Virtutes Patrie, es necesario pensar y conocer. La filosofía como refugio, como consolación, es otra nota característica de Cicerón y en general de la época helenística. Después de toda una vida dedicada al Estado, y de haber alcanzado la gloria en la política, tal vez lo más alto a lo que se podía llegar, la muerte de su hija Tulia le hace esconderse detrás de sus libros y escritos. Podemos decir que la filosofía fue la última razón de su existencia.

Ahora bien, la tendencia que más influyó en el pensamiento de Cicerón fue la stoa media. La época de este estoicismo medio puede caracterizarse desde el punto de vista histórico como la entrada del estoicismo en el naciente Impero Romano. El que influyera en Roma, y también en el autor de De Officiis fue Panecio de Rodas (185/180-110/109 a. de C.) Este filósofo llegó a Roma en el momento álgido de la creación del futuro imperio: la definitiva victoria sobre Cartago en el 146 a. de C. Realmente no se conservan obras de Panecio, pero sí su contenido, expresado sobre todo en De Officiis (inspirada en Del deber de Panecio) y en De Legibus, este último también de Cicerón.

Lo primero a tener en cuenta en la filosofía que aprendió Cicerón de manos de Panecio, es la ausencia de la Lógica. Seguramente Panecio la omitió al observar que el mundo romano, como ya se ha dicho, miraba la filosofía exclusivamente desde un punto de vista predominantemente práctico. En relación con la ética, Panecio —y esta es la verdadera influencia en Cicerón—, se separó del anterior estilo de la Estoa, admitiendo que la finalidad de la vida consiste sólo en al perfeccionamiento de su «naturaleza divina», esto es, una especie de compromiso entre dogmas morales y las exigencias de la vida real. Según García Barrón, esta idea no era del todo ajena a la tradición estoica, y está en línea con el espíritu romano, por eso Cicerón llama a la filosofía «maestra de la vida, inventora de leyes, e introductora de toda virtud», por supuesto esto tiene mucho que ver con la tendencia romana a la vida pública.

La vida de Cicerón, está escrito en innumerables lugares, está predominada por la idea de la humanitas que viene a definir al hombre como un ente distinto de los demás seres. Para alcanzar este objetivo, es imprescindible una formación filosófica, y sobre todo ética de la que ya hemos hablado: filosofía en sentido práctico. En De Finnibus (I, 3) dice textualmente «No solo hemos de alcanzar la sabiduría, sino también hacer uso de ella”, y añade en (I, 153)» Ya que el conocimiento y la contemplación de la naturaleza serían en cierto modo defectuosas e imperfectos si no fueran acompañadas de alguna acción”.

A modo de síntesis, Cicerón encarna el eclecticismo y el espíritu práctico del pueblo romano: no concibe la filosofía como mera especulación sino como guía para la vida personal y sobre todo social: por eso su interés está en los aspectos morales y su posterior intento de síntesis, ya adelantado por los maestros que le precedieron, de los postulados académicos, peripatéticos, y sobre todo estoicos. Pero tal vez la verdadera singularidad de Marco Tulio Cicerón es haberlo puesto en practica (al menos intentado) a lo largo de su vida. Cicerón se deja llevar sin darse cuenta por un idealismo, a contracorriente con la realidad que le rodea, y trata de hacer de la Roma republicana como lugar donde llevar a cabo parte de las ideas platónicas aprendidas de sus lecturas en griego, sin darse cuenta que el territorio a gobernar era enorme, y en él viven personas indispuestas a aceptas unos principios elevados. Seguramente esto fue lo que verdaderamente lo mató: la brutalidad en que se había convertido el gobierno de Roma.

4. De Officiis en la obra de Cicerón

Precisamente por esa idea de humanitas de la que hablábamos antes, no se puede hacer una neta separación de la figura del eminente Romano, en sus distintas actividades. Por eso expondremos aunque muy brevemente toda su producción literaria, diciendo a modo de introducción algo relacionado con la forma de las mismas.

La producción poética. En los capítulos dedicados a la biografía de Cicerón, Plutarco dice que fue considerado no solo el mejor orador, sino también el mejor poeta. Recordemos que la «materia prima» de Cicerón es la palabra, que parece ser, dominó en todos sus aspectos. El amor a los versos, la alta estima en que tenía a la poesía, tiene su origen en los poetas griegos que leyó en su juventud.

Las Cartas. La correspondencia que Marco Tulio mantuvo a lo largo de su vida con algunos de sus amigos y familiares se ha conservado casi íntegra. Esto es de una gran importancia para el conocimiento de la vida privada de y pública, no solo del propio Cicerón, sino de toda el ambiente social en el que se desenvolvió. La correspondencia de Cicerón alcanza casi el millar de cartas, y se distribuyen en treinta y siete libros sin contar las dirigidas a Tito Pomponio Ático, íntimo amigo de Cicerón con quien mantuvo la más dilatada de las correspondencias, que son otros dieciséis libros. Cicerón era consciente de que había varios tipos de cartas, y que por esa razón no todas se debían escribir igual. También era consiente que muchas de ellas constituían, ya en su tiempo, una importante herramienta historiográfica, por eso incluso al final de su vida preparaba una selección de ellas para ser publicadas.

Escritos de teoría política. El libro más importante en este aspecto es el diálogo De re publica, pese al estado tan fragmentado en que nos ha llegado, cabe ver en él sus ideas en cuanto al gobierno de la república, que viene a ser el poder competido entre los tres tradicionales: monarquía, aristocracia, y democracia. A diferencia de Platón, en cuya obra con el mismo nombre se inspiró, considera que el gobierno ideal existe en la historia y es el romano.

La Retórica. La obra principal de esta disciplina es De oratore, que junto con De finibus y De re publica constituyen el eje principal de su principal de su producción teorética. De oratore es un diálogo inserto en tres libros en los que intervienen numerosos personajes, con Craso como interlocutor principal expone los fundamentos sobre el orador ideal.

Los discursos: las Filípicas. Considerada globalmente es la parte más extensa de su producción literaria. Es imposible calcular el número de discursos que preparó y pronunció, los que se publicaron en su tiempo podrían ser hasta ciento treinta y nueve, de los que hoy contamos con poco menos de la mitad. En principio todos se encuadran, bien en el genus deliberatiuum (discursos políticos), bien en el genus iudiciale (discursos ante los jueces), aunque algunos como el Pro Archia, están dedicados a la apología de las bellas artes, o a otros temas.

Pero entre los discursos destacan por su importancia las Filípicas, catorce discursos llamados Orationes Philippicae, que consistían en un reiterado ataque a Marco Antonio y su política, y que recuerda a los más conocidos discursos de Demósteles, dirigidos contra Filipo de Macedonia. Estos discursos son el testimonio de la última y desafortunada vuelta a los escenarios políticos de Cicerón, con el arma que mejor sabía utilizar: las palabras. Las filípicas terminarían costándole la vida.

Los escritos filosóficos: De Officiis. La mayoría de las obras teóricas de Cicerón son diálogos, al estilo platónico y aristotélico. Un procedimiento socrático que permite exponer las ideas con mayor claridad, y además desprovistas del peso de la exposición doctrinal, además dando al lector la posibilidad de una mayor participación. En general hace como Platón, pone en escena individuos reales, incluido él mismo, cada uno con su fisonomía y su carácter propios. Hay algunas excepciones, precisamente De Officiis.

De la mayor parte de los escritos filosóficos de Cicerón, como ya se ha apuntado, se dan en el declive de su vida política y personal. Cuando la situación de la república bajo la dictadura de Julio César, y una serie de circunstancias personales, especialmente la muerte de su hija Tulia, lo llenan de tristeza. La búsqueda de unas reflexiones que le reconforten su viejo espíritu abatido, se consagran en la Consolatio y en el Hortensius, una exhortación a al filosofía, hoy ambas perdidas. Y el De finibus bonorum et malorum, el más elaborado de todos los filosóficos. De natuara deorum y De divinatione, ambos dialogados, vienen a exponer las teorías de los estoicos, académicos y epicúreos.

De Officiis, como ya se ha dicho inspirada en Del deber, ocupa en la obra de Cicerón la huella dejada por Panecio, esto es, la influencia de al filosofía griega que más trascendencia Representó para Roma, y un trasfondo estrechamente relacionado con el tiempo que le tocó vivir.

II. De Officiis

1. Argumento

Esta obra está dedicada a su hijo Tulio, al igual que Aristóteles hiciera con el suyo, Nicómaco. Se trata de un «compendio» de -->[Author:t]normas y comportamientos adecuados para cada persona, y cada situación, ilustrándose en muchas ocasiones con ejemplos de la historia de Roma, o con acontecimientos políticos vividos por el propio autor, o incluso con las «fábulas» o mitología. Lo que viene a ser, como una herramienta pedagógica para la perfecta compresión del tratado.

En la obra están las cualidades y comportamientos que todo joven necesita para orientarse en una convivencia en paz, y en la grandeza de la patria. Aunque es una patria con unos ideales políticos concretos determinados, ideados por él, es perfectamente extrapolable a nuestro tiempo en la mayoría de sus indicaciones, por eso es un libro de consulta para tenerse a mano. Ojalá muchos lo tuvieran como libro de cabecera.

2. Estructura y lenguaje

Ya se ha dicho que la mayoría de los tratados teóricos de Cicerón están escritos en diálogo. Este representa una excepción, pues al tratarse de una exposición de conceptos muy determinados, insertarlos en una situación de diálogo, con personajes, y contexto, desvirtuarían y quitarían el peso específico que el autor quería darle.

La estructura externa de la obra viene determinada por tres libros en los que se trata en cada uno de ellos un tema. El primero se refiere a la honestidad en nuestros actos, haciendo especial hincapié en la virtud de la sabiduría. El segundo libro está dedicado a cómo enfocar de una manera útil nuestros actos. Y el tercer libro se dedica a la comparación entre lo útil y lo honesto que se desprende de nuestros actos.

3. Cómo fue compuesto De Officiis

A lo largo de la obra hay innumerables alusiones a la inquietante realidad política que vive Roma. No es para menos. Cicerón había salido de la ciudad poco menos que huyendo, después de pronunciar la primera filípica. Comienza a escribir De Officiis, su último tratado de corte filosófico, al mismo tiempo que le entrega a Ático la segunda de las filípicas para que sea publicada en el momento oportuno. Es decir el ambiente de composición de esta obra es el que Cicerón vive entre septiembre y diciembre del 44, en el que sintiéndose perseguido va ocultándose por todas sus villas. Marco Tulio no puede dar una terminación satisfactoria por la necesidad de asistir al senado el 20 de diciembre de ese año, empleándose tan a fondo en cuestiones políticas, que no puede repasar convenientemente el tercer libro, que en algún lugar está sin desarrollar, notándose esto en la cantidad de ejemplos de desarrolla.

III. Aspectos éticos y morales en «Sobre los Deberes»

De todas los temas tratados en la obra, he tratado de seleccionar los más característicos, los de mayor trascendencia, o los que he considerado de una utilización inmediata. En los tres libros que costa la obra vienen expuestos los temas en acuerdo a un orden epistemológico. Yo he tratado de hacer un «barrido» a la vez que un comentario y una comparación con los principios éticos de Panecio que inspiraron esta obra.

Lo honesto.

Cicerón comienza por el principio. El hombre se distingue de los demás animales por una capacidad de concretar la realidad. Es propio del hombre inclinarse al conocimiento de la verdad, de la belleza, del decoro. Cicerón es consciente de lo que origina la moral. Como él mismo dice (I, 11) «En primer lugar, la naturaleza ha dotado a todos los seres animados del instinto de defender su vida, (.../...) el hombre en cambio está dotado de razón» Es decir los animales tienen por naturaleza, genéticamente, un comportamiento que les viene dado. Los hombres sin embargo necesitamos de algo —sea lo que sea— que nos conduzca cómo hemos de comportarnos. Este, seguramente es el origen más radical de la moral, de la política, y de todo lo puramente humano: que necesitamos lo que no tenemos por naturaleza.

La sabiduría: lo útil

Es la más propia del hombre, (esto se enmarca en la idea del sabio, tan extendida en el helenismo). «Todos nos vemos arrastrados y conducidos hacía el deseo del conocimiento y de la ciencia» Cicerón creía en la existencia de verdades primordiales, como se puede ver a lo largo de esta obra. Son verdades «naturales» al más puro estilo griego, estoico y platónico.

Con esto trata de exhortar a la juventud la idea de que una de las metas del hombre es el conocimiento. En otro lugar, (II, 5) «¿Qué hay más deseable que la sabiduría, más transcendente, más digno, y más útil para el hombre? (.../...) Y la sabiduría, según la definición de los antiguos filósofos, es “la ciencia de las cosas divinas y humanas, y de las causas en que se fundan”» Por lo tanto la sabiduría nos enseñará a diferenciar los actos que son más o menos útiles para nuestra honestidad. En el libro segundo hay gran parte de esta sabiduría enfocada a lo útil en la vida: (II, 23) «De todas las cosas no hay ninguna más apta para guardar y conservar nuestro poder que ser amados, y nada más contrario que el ser temidos»

Política y justicia.

Es un tema que trata aquí con exclusividad, pero que se ve difuminado a lo largo de toda la obra. Para la moral estoico romano, la justicia es importantísima, puesto que «es la unión de los hombres de bien», en un fin común que es la convivencia pacífica.

Para Cicerón hay dos clases de injusticias: las injusticias en sí mismas, y permitir que éstas se realicen, pudiendo evitarlo. Esta es una máxima moral que probablemente haya nacido con la propia noción de justicia. Las leyes que rigen nuestra vida a finales del segundo milenio recogen perfectamente esta diferencia. La avaricia, y el temor, la fatiga, o no querer buscarse enemistades, son las principales causas de injusticia.

La justicia no ha de confundirse con la ley. Está claro que una engendra a la otra, pero la justicia es totalmente universalizable y ha de iluminar todos nuestros actos. En determinadas ocasiones transgredir la ley puede ser justo, o bien en sentido opuesto, «la extrema justicia ser injusticia extrema». «Por consiguiente, no hay que cumplir las promesas que resulten nocivas a quienes se han prometido, o si producen más perjuicio a quien las hizo que provecho a quienes fueron hechas». También en la guerra hay que ser justos y no olvidar que «la razón de emprender una guerra es siempre el deseo de vivir en paz» (I, 35) y por lo tanto la justicia. «Hay que respetar las vidas de los enemigos que no fueron crueles ni salvajes». Y esto fue una de las claves del éxito romano en sus conquistas. A los caudillos o jefes militares los ajusticiaban, pero al resto de la esfera de poder del pueblo conquistado, era respetada y mantenida en su lugar.

En esa idea antes expresada de que la justicia ha de iluminar todos nuestros actos está otra norma moral eterna en el tiempo: el valor de la palabra dada, incluso si se trata del enemigo. Dejemos que el propio Cicerón nos cuente lo que ocurrió, que es a mi parecer, escalofriante. Esta referido en I, 39, y con más detalle en III, 99. «Como sucedió a Régulo en la primera guerra Púnica, quien hecho prisionero por los cartagineses y siendo enviado a Roma para tratar del canje de prisioneros, juramentando volver si no lo conseguía, en primer lugar apenas llegó, fue del parecer de que el Senado no devolvieran los prisioneros [a Cartago] y luego, si bien los parientes y amigos pretendían entretenerlo, él prefirió volver al suplicio antes que faltar a la palabra empeñada al enemigo».

Por otro lado es importante que seamos depositarios de la confianza de los demás, pero sólo lo consiguen aquellas personas que poseen dos grandes virtudes, la prudencia y la justicia. Y de las dos ésta última es la que tiene más fuerza para crear confianza, ya que ella sin prudencia, por sí misma, tiene bastante autoridad; pero la prudencia sin la justicia es caer es saco roto. Es tanto el poder de la justicia, añade en II, «que ni siquiera los que viven de maleficios y crímenes pueden subsistir sin mantener una sombra de justicia». Pone el ejemplo de que incluso en las bandas de criminales, que actúan al margen de la ley, necesitan de una justicia para con ellos mismos, de esta forma expulsaran a los que roben a los miembros de la propia banda.

La liberalidad y la beneficencia también están referidos a la justicia. Aquí se dan con claridad unas cuantas normas. En primer lugar, los que roban a unos para dar a otros, están en un comportamiento muy alejado del deber. Hay que comportarse de tal modo que nuestra liberalidad beneficie a nuestros amigos y no perjudique a nadie. Cicerón pone como ejemplo en esta ocasión a Lucio Sila y Cayo César, en una liberalidad que se convierte en vanidad, porque dieron a otros no por darles, sino por sentirse ellos mismos generosos. Pero no hace alusión a un posible acto de robar a los que tienen demasiado, para beneficiar a los que no tienen nada. Qué diría Marco Tulio de los ideales románticos que movieron, permítaseme la alusión, a Robín de los Bosques.

Otras normas para actuar correctamente en la beneficencia son el que la generosidad no supere las propias posibilidades, y caigamos en la tentación de creernos generosos por dar más de lo que podemos. «Tal situación está más cerca de la vanidad que de la liberalidad. Debemos hacer el bien a aquellos que se portaron en consecuencia con nosotros, tras comprobar en la constancia de sus hechos que son merecedores de ello. Todas estas normas de comportamiento tienen mucho que ver con la tendencia romana a la vida pública y de estructura de grupo en que enfocaron la vida. De ahí se desprenden ciertas ideas básicas del estoicismo como la totalidad y la estructura en grupo dejando de lado el antiguo ideal cínico, con su típico desarraigo individualista.

En el tercer libro se explica como la utilización de justicia crea conflictos entre los hombres, explicando los grados de unión que puede haber entre ellos. Empezando por lazos de unión tan estrechos como la familia, o la ciudad, terminando por la patria y el comercio. Aquí se puede ver como hay una superación de la concepción del origen del estado. Ya no se plantea esta cuestión como la necesidad de superar la insuficiencia del individuo, como lo veían Platón y Aristóteles, sino a la de asegurar la propiedad privada de las cosas. En la ultima parte de la obra podemos encontrarnos con ejemplos comentados. Estamos pues ante un tratado de moralidad con ejercicios resueltos.

La templanza: el equilibrio en nuestros actos

Una de las virtudes más importantes del hombre es el «decorum», decoro (ya se ha aludido a este ejemplo). La templanza, la moderación, y la calma de todas las perturbaciones del ánimo y la justa medida de todas las cosas es a lo que Cicerón llama decoro. El decoro está relacionado íntimamente con lo razonable. Esta es una de las bases teóricas del estoicismo. Los seres racionales deben considerar, pues, valioso solamente lo razonable. Lo que el logos nos muestra como nuestra relación con la naturaleza y con los demás hombres y las determinaciones y deberes que se siguen de tal conocimiento. El atenerse así a lo razonable es la virtud, y el deber, y en ellos está la felicidad. Dejemos de nuevo hablar a Cicerón: «En todas nuestras obras hemos de evitar la temeridad y la negligencia, y no debe hacerse nada de los que no pueda darse una razón aceptable. Ésta es la definición del deber»

De esta templanza en nuestras acciones, dice Cicerón, es la que termina esculpiendo nuestra personalidad: somos lo que hacemos. «...cada uno ha de tomar el camino más en armonía con su naturaleza. Pues siendo así que en todas las cosas buscamos el concepto del decoro, partiendo de las cualidades propias de nuestro carácter(.../...) hay que poner mucho cuidado en ser coherentes con nosotros mismos en toda nuestra vida y no claudicar en ningún deber» (I, 119).

Las decisiones en lo honesto

Al principio de la obra (I, 9) cuando trata de acotar el campo epistemológico de lo que se pretende tratar, hace alusión a lo que Panecio dijo en relación con las cosas honestas. Este autor dijo que antes de tomar una decisión nos paramos a verificar si lo que vamos a hacer es honesto o no; y después si va contra la alegría o la comodidad. Lógicamente la pregunta por el comportamiento viene cuando lo honesto no coincide con «nuestra alegría». Cicerón trata en esta parte de la obra de dar respuesta a lo que parece ser que promete Panecio, pero luego olvida contarnos: cómo debemos comportarnos cuando dudamos cuál elegir las cosas honestas.

Este tema es ampliamente tratado en el libro III, indicando ejemplos de lo que sus protagonistas hacen. Yo mismo me he preguntado muchas veces qué haría si me dieran la oportunidad de no pagar los impuestos correspondientes a mi renta, por ejemplo, de un año determinado, por supuesto sin que la trama fuera descubierta. ¿Sería de tontos hacer el correspondiente ingreso al fisco, o, sería de sabios? Cicerón trata este tema, por ejemplo, III, 50. ¿Es justo que un vendedor oculte algo al comprador, para así beneficiarse en la venta? La respuesta es que no. «No lo es [hacer eso] de un hombre abierto, sencillo, ingenuo, justo y bueno, sino de un hombre taimado, misterioso, astuto, falaz, malicioso, sagaz, hábil, bellaco. ¿No es inútil el hacerse merecedor de tantos y de otros muchos nombres infames?. Pone otro ejemplo de mentiras en la venta, y por lo tanto injusticias, en el ejemplo de Picio y Canio. Éste último compró una casa pensando que tenía ciertas ventajas, siendo estas en verdad, sólo una artimaña del vendedor. Lo primero que tenemos que atender es a los deberes de la justicia, que como ya se ha dicho, viene a iluminar todo el terreno de la conciencia y el de la honestidad, antes que cualquier otro deber.

La fortaleza en la conducta.

Es la más espléndida de las virtudes según el autor, y también la que más conecta con el pensamiento de la estoa. La fortaleza también ha de estar apoyada en la justicia, ha de enfocarse al bien común (otra vez la idea de conjunto) y no al particular. Se pueden diferencias dos tipos de fortaleza, una es el desprecio a las cosas «humanas», y la otra la dedicación a asuntos importantes y peligrosos. «La fortaleza, —dice el autor— se reconoce por dos señales: el tener por bueno lo que es honesto, y el verse libre de todo tipo de pasiones». En ello podemos ver reflejadas las condiciones de la moral estoica. Los estoicos pensaban que la primera condición para la lucha con las pasiones será, reconocer para nosotros —lo que Cicerón llama naturaleza— el verdadero Bien. Los estoicos definieron, a través de Sócrates y Platón, la virtud como conocimiento y el vicio como ignorancia. Pero la virtud, como se ve en el texto señalado, es inseparable de la fortaleza: «Es preciso que el ánimo esté libre de toda perturbación, tanto de la ambición y el temor, como de la tristeza y de la alegría inmoderada y de la cólera, para gozar la serena tranquilidad, que trae consigo la constancia y el sentimiento de nuestra dignidad» (I, 69).

También aquí la idea de la fortaleza parece ligada al buen comportamiento en la vida pública, está lleno de recomendaciones en este sentido, pero dirigido a la vida política de Roma: las guerras, los esclavos, los conflictos, etcétera; y una parte de especial importancia dedicada a los deberes del hombre de estado: «Los que hayan de gobernar el Estado deben tener siempre muy presentes estos dos preceptos de Catón: es primero, defender los intereses de los ciudadanos de forma que cuando hagan lo ordenen a ellos, olvidándose del propio provecho» Frase inspirada de las lecturas griegas de Cicerón (Platón: República 342e). También hay que tener en cuenta la fortaleza del espíritu a la hora de gobernar. (I, 86) «Un ciudadano sensato y fuerte y digno de ocupar el primer puesto en la República alejará y detestará estos males y se entregará enteramente al servicio de la República, no buscará ni riquezas ni poderío, se dedicará a atender a toda la patria». O sea, desde hace más de dos mil años se viene denunciando una forma honesta de gobernar, y los hombres seguimos cayendo en los mismos errores.

A modo de conclusión: Cicerón y De Officiis en el tiempo.

Cicerón fue el último orador público es en el sentido estricto, pues con el nuevo régimen el ejercicio libre de la palabra queda perdido en el tiempo futuro. Pero no por eso se olvidó. Influyó muchos pensadores posteriores, y muchas de las formas que aparecen en la obra fueron aceptadas por el cristianismo, aunque cuando, varios siglos después, el mundo accidental dejó de expresarse en latín, las cuestiones tratadas quedaron sólo para eruditos.

A mí, personalmente, se me queda algo con la lectura de este libro, que trataré de tener siempre muy cerca (aunque ello suponga no librarme de tener que pagar impuestos). Tal vez Cicerón no fuera un especulador ni un metafísico, como tanto me gustan, pero sí supo encontrar lo más extraordinario: que la filosofía no es el fin, sino el camino de nuestras vidas.

Bibliografía

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J.C. García Borrón.

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V

Juan Carlos García Garrido

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Enviado por:Juan Carlos García Garrido
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