Literatura
Ana María Matute
Ana Mª Matute nació en Barcelona el 26 de julio de 1926 en el seno de una familia burguesa, hecho que es habitual en los escritores de la posguerra. Se educó en un colegio de religiosas, “la horrenda monja” como la propia autora dice, y comenzó a escribir desde muy temprana edad, con tan sólo cinco años. No siguió estudios universitarios, por lo que puede ser considerada como autodidacta, y esto lo confirman sus palabras extraídas de la revista “Leer” (año XV, nº105, septiembre 1999, p.p..28-30), en las que habla del origen de su pasión por la lectura y la escritura: “En mi casa siempre hubo una gran tradición de la lectura. Mi padre tenía una biblioteca muy grande para un señor de aquella época, que no era un intelectual. Y mi madre era una lectora infatigable. Para nosotros ver leer a una persona mayor era normal. En casa, cuando eramos pequeños, la tata nos leía y luego la cocinera nos encantaba con aquellos cuentos de miedo que nos contaba...Yo creo que se nace escritor , como se nace científico o pintor...”
La narrativa de Matute es un caso singular dentro del realismo, ya que partiendo de él, intenta desligarse a través de la fantasía y de la imaginación, aunque con “ciertos retorcimientos folletinescos” (Ferreras, op. cit., p.45). Se basa, por tanto, en la realidad y en la autobiografía sicológica, destacando entre sus temas la soledad del hombre (la incomunicación entre las almas); la mezcla de odio y amor en las relaciones entre hermanos, amantes o amigos; y la necesidad de huir y evadirse de la vida vulgar y corriente.
La obra de esta escritora está cargada de lirismo subjetivo, fantasía e imaginación que parte de una realidad y de unos hechos (la guerra civil y la posguerra) y que hace que sus personajes sean unos seres tristes, llenos de obsesiones y a la vez de inocencia, que siempre acaban mal. Sus finales son trágicos y desgraciados, no hay esperanza en sus historias, no se encuentra una salida porque su vida está marcada desde su comienzo hacia lo irremediable, hacia la nada.
Sus narraciones están llenas de evocación, de matices tremendos y grotescos, “soportado por una palabra ágil y auténtica” (Assis de: Última hora de la novela en España, Madrid (1996), p. 159).
Los niños-adolescentes pueblan sus historias, niños que viven en un mundo inocente enfrentado siempre a la cruda y tremenda realidad de los adultos, que siempre vence. Y sin embargo, su obra no pretende hacer crítica social, ni dar soluciones, sino tan sólo protestar, tal como ella dice en la entrevista publicada en “Leer”, antes mencionada : “Yo siempre escribo de lo que protesto, pero no doy soluciones...Un escritor explica y expone lo que le molesta, lo que le crea un gran malestar, pero no da soluciones, eso no le corresponde a él”.
Benítez Claros, cuando criticó el limitado objetivo del realismo testimonial que dominaba en cierto momento la novela española de la posguerra, notó lapresencia de una nueva conducta, de una desviación de la linea del realismo representada por Ana Mª Matute. Ella incorpora una “fuerte carga de subjetividad, la suya propia, que se interpone continuamente entre el mundo de lo observado y lo recreado de su obra”. Abandona la técnica de reproducir la realidad a modo de fotografía, y enfrenta ámbitos de mera creación, pasiones convencionales, con ficciones literarias puras, en los que predomina la imaginación frente al vivir cotidiano.
Ana Mª Matute personaliza mucho más su estilo desde sus comienzos literarios que se ha ido perfeccionando a lo largo de su obra (García Viñó: La novela española desde 1939, Madrid (1994), p. 82).
Este autor considera que Matute nos hace ver los hechos más insignificantes como misteriosos, para lo que se sirve de una cuidadosa selección de la materia, de un estudiado montaje y de un medio expresivo, elaborado con primor. Nos ofrece una misma acción desde puntos de vista distintos, diferentes ritmos narrativos, tiempos diversos, acciones simultáneas. Y todo esto es necesario para configurar el contenido, porque todo este mundo palpable y cierto se nos quiere hacer ver de forma tan vigorosa para que podamos apreciar cómo acaba en la muerte, en el olvido, en la desesperanza, en la nada.
“Insiste en un núcleo de ideas homogéneas a lo largo de su obra. Es constante en esta el tono elegíaco, pero no en el sentido de que en ella se llore la pérdida de algo que era apetecible, bueno y bello, sino más bien en el de lamentar la imposibilidad de que exista algo así” (García Viñó, op.cit., p.p. 81-82).
Su estilo es vibrante, plástico, sensorial y rico en adjetivación y en imágenes, aunque críticos como Nora lo califican de “bastante más brillante que eficaz” (La novela española contemporánea, Madrid, 1973, p.p. 265-273).
SU OBRA
El orden de publicación de las novelas de Matute no es cronológico, puesto que muchas de ellas salieron con posterioridad a la luz muchos años después de su redacción. El criterio que sigo para esta clasificación atiende al año de publicación de cada obra.
Los Abel, novela con la que quedó finalista en los premios “Nadal”, dio a conocer a su autora en 1948. Recoge el tema bíblico del cainismo, muy repetido en la literatura de la posguerra por diferentes autores, y en ella se relatan la vida y los odios y muertes entre los siete hermanos pertenecientes a este clan familiar. Se contrapone el mundo de los niños y el de los adultos para dar su visión personalizada del mundo y de las relaciones humanas, tema que la autora repite a lo largo de su obra. No en vano, ella misma ha dicho que uno de sus sueños es que la gente se entienda, cuando sabe que no hay voluntad para que los hombres se lleguen a entender, es por esto que “esa incomprensión e incomunicación es uno de los grandes temas en mis libros”.
Fiesta al noroeste, ganadora del premio “Café Gijón” en 1953, es una narración breve, más equilibrada y para algunos críticos su obra culminante porque en ella se cuenta, en poco más de cien páginas, una historia ambientada en un pueblo imaginario de Logroño (la Artámila) en la que se mezclan muertes, suicidio, traición, incesto con el análisis de un tipo totalmente desagradable y odioso: el rico del pueblo. Vuelven a aparecer sus temas básicos: la incomunicación de los hombres, amor y odio, imposibilidad de huir y la crueldad de sus protagonistas y acciones. Claros matices sicológicos se vislumbran en esta obra.
En 1954 aparece Pequeño teatro, con la que gana el “Planeta” de ese año, y que cronológicamente es su primera novela (escrita entre 1944-46). Regresa al sentido trágico y realista de su primera novela. Es más bien un cuento en el que se narra la tragedia de Ilé, engañada por el contrabandista sin conciencia. La ilusión y la aspiración a alcanzar el amor y la felicidad son rotos por la concepción nihilista de la vida, en el que la ensoñación tampoco libera al hombre. No hay solución para los problemas planteados por la autora.
En esta tierra, aparecida en 1955, aunque presentada en 1949 al “Nadal” con el nombre de Las luciérnagas, nos relata el enamoramiento de una mujer hacia un joven que muere y que provoca en ella una soledad y aislamiento absolutos. Nos presenta a una sociedad barcelonesa de la posguerra en la que aparecen personajes de distintas clases sociales (burgueses, obreros, anarquistas, fascistas) movidos por el odio y por el amor, por la soledad, cuyas acciones son consecuencia de la guerra civil. Con esta novela consiguió el premio de la “Crítica”
En 1958 sale a la luz Los hijos muertos, con el que gana el Nacional de Literatura “Miguel de Cervantes”. Formado por una serie de relatos trágicos cuyo telón de fondo es de nuevo la guerra civil, y en el que se nos transmite un mensaje desesperanzado como consecuencia de la incapacidad de los hombres de convivir, de comunicarse y de unirse en la desgracia tras la contienda.
La cosecha de premios obtenidos por esta autora continua al año siguiente, 1960, cuando gana el premio “Nadal” con Primera memoria, que forma parte de una trilogía que bajo el título “Los mercaderes” recoge otras dos narraciones Los soldados lloran de noche (1964), con el que gana el “Fastenrath”, y La trampa (1969). Con tintes autobiográficos, vuelve a tocar el tema de la guerra civil, en que la protagonista Matia evoca unos meses de su vida adolescente durante la contienda. Ella se encuentra en medio de otros dos personajes que representan el bien y el mal. En la segunda parte, se repiten las situaciones, pero no los personajes. Matia vuelve a aparecer en el tercer libro, pero como una adulta, simbolizando en cierto modo el “declinar de una generación burguesa” (Assis de, D., op. cit., p.160).
En 1971 aparece La torre vigía, relato con el que, según Ferreras, restaura un realismo nuevo, “un modo de hacer que busca explicaciones y razones a la realidad sin elevarse nunca a la crítica social” (op.cit., p. 45). Centra la historia en la Edad Media, época que fascina a esta autora, al estilo de los libros de caballerías, en el que el protagonista nos narra a modo de autobiografía su niñez y adolescencia.
Otra serie de relatos breves, al cual pertenece la obra que voy a comentar Los niños tontos (1956),de Ana Mª Matute son Paulina (1960), Tres y un sueño (1961), El río (1973), El tiempo (1957), Historias de la Artámila (1962) o Algunos muchachos.
Según García Viñó (O.C., pág 81-83) la narrativa de Ana Mª Matute nos muestra una visión profunda, penetrante e incluso insólita que se repite constantemente en su estética.
Su última obra publicada Olvidado rey Gudú (1996) es un cuento extenso al estilo de la cuentística tradicional, cruel y amargo. Habitado por seres desdichados y fantásticos (hadas, trasgos) y ambientado en la Edad Media fue escrito por su autora hace 29 años, pero no publicado hasta ahora porque “nadie lo iba a entender aquí. Era un tipo de libro que en España no se había hecho y ni los críticos ni los lectores lo hubiesen entendido” (“Leer”, año XV, nº 105, septiembre 1999, p. 29).
Hay que resaltar dentro de su trayectoria narrativa, la faceta poco conocida de esta autora de escritora de cuentos para niños. De la generación del “medio siglo”, ha sido la única que ha cultivado la literatura infantil.
Los cuentos y novelas para niños forman un todo inseparable con el resto de su obra narrativa. En ellos, nos muestra un mundo entrañable y familiar.
Paulina, el mundo y las estrellas (1960) representa una elegía a la bondad e inocencia de la niñez. Cuento de marcado carácter autobiográfico y enmarcado en un paisaje real, Mansilla de la Sierra, donde la autora pasó largas temporadas en su niñez.
El saltamontes verde (1960) y Caballito loco (1962) son otros dos cuentos que junto a El polizón del “Ulises” (1965), premio “Lazarillo” del mismo año y que nos narra de forma realista la pérdida de las ilusiones y los sueños de la infancia ante la cruda realidad, conforman la trayectoria cuentística de Matute. Éstos poseen ese tono profundamente poético y fantástico que, desde una perspectiva realista, nos muestran el mundo infantil tan repetidamente presente en todas sus obras y que hacen que su literatura infantil esté a la altura de su creación novelística mayor.
Ana Mª Matute actualmente sigue trabajando en otra narración, también ambientada en la Edad Media, que saldrá al mercado editorial con el título de Aranmanoth.
NUEVO REALISMO O TREMENDISMO
Naturalismo, nuevo realismo o neo-realismo, miserabilismo, excrementicialismo y tremendismo fueron términos que se usaron para designar esta nueva tendencia que escandalizó a muchos por la violencia expresiva y la desmesura.
De todos ellos, triunfó el vocablo tremendismo que queda definido como el desquiciamiento de la realidad en un sentido violento o la sistemática presentación de hechos desagradables e incluso repulsivos. En la literatura española de los años 40, se produce esta tendencia: la tremendista.
Esta denominación, creada por el poeta Antonio de Zubiaurre en 1945, la describió como “impresionante afán hacia lo trascendente y grande, hacia lo fuerte y violento”. Tremendo era el vocablo más usado y el más significativo, en el que se tocan temas y se emplean palabras que se ponen de moda por su uso y abuso. En esta década nace y se desarrolla abundantemente esta tendencia que se verá reflejada en la poesía y en la novela durante el 40 y mucho tiempo desupués.
El tremendismo y su actitud no son nuevas en el siglo XX, puesto que esta forma de ver la vida la encontramos en la novela picaresca o en parte de la obra de Quevedo. Cela, que es considerado como el gran representante de este movimiento, dice al respecto que la gente encuentra tremendo no a lo sangriento o a la tragedia, sino a la ruptura o alejamiento de las convenciones sociales (Martínez Cachero: op.cit., p.117).
La aparición de las obras de las hermanas Brönte, la novela de Dámaso Alonso Los hijos de la ira, Nada de Carmen Laforet, y autores como García Serrano, Cela o novelas como La sombra del ciprés es alargada de Delibes y toda una serie de autores y obras de este tipo continuará hasta la mitad de la década de los 50, y sobre la que José Luis Cano apunta que es “quizá la mujer, la que con mayor entusiasmo se ha sometido a la nueva corriente del género, como lo prueban las novelas de Susana March, Rosa Mª Cajal y Ana Mª Matute (Op.cit., pág. 118).
Estos novelistas eligen un ambiente y unas mentalidades que se apartan de lo normal y que se acercan a lo morboso, como en Los Abel, de Matute, en la que “se echa en falta un sol que haga entrar la luz en los apolillados cortinajes de la casona de Abel”, según el crítico Jorge Campos.
Diferentes críticos expresaron en ese momento un cierto estupor y aturdimiento por la avalancha de novelas tremendistas que eligen sus temas entre “lo pútrido, lo hediondo, lo infrahumano, en lugar de lo creativo, lo luminoso, lo hermoso,” como dice Carmen Conde; o la afirmación de Vázquez Zamora de que entre sus autores “había un lamentable prejuicio que les hace creer imprescindible lo patológico y amoral por sistema”. También el sacerdote Sopeña, cansado de tanto exceso en la literatura y de tan abundante producción de obras de este calibre, se suma a esta oleada crítica y pide que termine “ese resumir nuestra generación con nombres sucesivos de las novelas del asco y de la amargura” (Op.cit., p.p.119-120).
Según Martínez Cachero, esta tendencia neorrealista, tremendista o realista cercana al naturalismo era la que primaba en la narrativa española de estos años, “una vuelta a la tierra y a las reacciones elementalmente humanas” que puede estar en consonancia con la tradición realista de la literatura española, que pronto decayó, conviviendo con otras tendencias narrativas como la del humor y la fantasía.
FACTORES DE LA NOVELA DE POSGUERRA
Una serie de factores extraliterarios contribuyó de forma decisiva e influyó en el desarrollo de esta literatura de posguerra.
La censura, que prohibió la publicación de algunas obras, y la autocensura condicionaron la creación de la narrativa de esta época. La primera afectó sobre todo a aquellos textos que atacaban abiertamente a la religiosidad, a la fe y a las buenas costumbres, abriendo, de esta forma, un nuevo camino a la novelística en la forma de buscar cómo burlarla. Se crea una literatura de alusión, de lectura entre lineas (como la denominaba Goytisolo).
Otro factor fue el aislamiento político internacional. Tras la guerra, España será rechazada por Europa y se produce un aislamiento no sólo político, sino también cultural. Se cierran las fronteras a las obras políticamente sospechosas y se admiten otras de escasa calidad literaria.
El exilio de los escritores defensores de la República cuyas obras no se conocieron hasta nuestros días. Al prohibir la publicación de estos autores en España, se cortó la corriente literaria de la preguerra.
La ausencia de una crítica seria tras la guerra que silencia la obra de los exiliados y destaca tan sólo lo que considera oportuno. Con la aparición del premio de la Crítica en 1956, empieza a establecerse una crítica especializada y serie que poco a poco irá adquiriendo importancia.
Y como último punto cabría destacar el auge de una literatura escapista conformada por autores extranjeros que inundó el panorama literario de aquellos años.
Literariamente, no existió una continuidad narrativa de la preguerra: la Generación del 98 era inimitable, la del 27 esencialmente poética; la novela subjetiva de la preguerra no valía para esta circunstancias y la social era “políticamente inoportuna”, como dice Yerro (Aspectos técnicos y estructurales de la novela española actual: p.p. 23-24).
LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA Y LA POSGUERRA
La guerra civil está presente en la vida cultural española hasta nuestros días. En los novelistas de los años 50 se va a reflejar constantemente el horror del acontecimiento bélico y sus secuelas. Marcó la contienda, de forma subconsciente, a aquellos escritores que la vivieron como niños, afectando al replanteamiento de la novela española y a su temática, y en la evolución, formación e ideología de sus autores.
Ana María Matute pertenece a esa generación que vivieron como niños la Guerra Civil Española y de la que Goytisolo dice que eran un grupo de jóvenes que empezaban a escribir a partir de 1950, en el que su punto de unión era una común “actividad crítica más o menos despiadada hacia el mundo concreto que nos ha tocado vivir”.
Para Amorós esta generación se divide endos: los que constituyen un grupo homogéneo de amigos (Matute, Aldecoa, Martín Gaite), de formación universitaria, rebeldes, pero no politizados; y por otro lado, un grupo caracterizado por el realismo crítico, de denuncia (Caballero Bonald, Ferres, etc.) y Goytosolo como enlace de ambos grupos, aunque más inclinado hacia la última tendencia.
La guerra civil y la posguerra, junto a los acontecimientos europeos del momento, sirvieron de revulsivo de su narrativa. Cargaron de intención social sus obras y determinaron su concepción del Arte y de la Novela.
La guerra civil es un hecho intelectual, una constante frente a la que hay que tomar posición. El realismo adquiere otros tintes, es la comprensión de la realidad social de aquellos años y una descripción de las relaciones que existieron entre los novelistas y la realidad objetiva, social y política. Es el reflejo del clima de opresión y de desolación en el que viven estos escritores.
Tras la guerra, los novelistas parten de cero, por eso Ferreras (Op.cit, p. 32) argumenta que al no tener punto de apoyo (las nuevas tendencias se fueron junto a sus cultivadores al exilio y los escritores del régimen no tenían unas estructuras válidas que sirvieran de modelo), parten del realismo e “intentan ligarse a la tradición realista más decimonónica...Se trata de un paso atrás en lo que a estructuras novelescas se refiere; pero también de empezar sobre bases que se saben robustas y seguras”.
Según Rallo Grus, las novelas de cinco mujeres, entre ellas Matute, “han recorrido la problemática del hombre sometido a estas circunstancias (enajenación, hostilidad y frustración)...desde lo existencial a lo social (con connotaciones especiales en los jóvenes y en la mujer) en su debatirse con el mundo, tiempo y muerte”. Para esta crítica, su palabra es un “puente” para escapar de forma comprometida de la nada. (Ruiz Guerrero, C.: Panorama de escritoras españolas, 1996, p.p..166).
Estos jóvenes escritores de la época, comienzan a desarrollar en su “mala conciencia -pequeño burguesa-” una narrativa que tiene como telón de fondo la guerra civil, como ha expresado Gemma Roberts de esta forma:
“La guerra civil, en su carácter de conmoción espiritual y de profunda experiencia vital, fomentó una nueva conciencia literaria y llevó a los novelistas a interesarse, de nuevo, lógicamente, por el hombre, tanto en su conciencia angustiada como en su vida colectiva, desgarrada y escindida de la lucha fratricida. Por lo cual, el proceso de la novela, después de la guerra, se caracteriza también por una re-humanización del género, por su renovado interés por el hombre y los problemas y conflictos genuinamente humanos” (Álamo Felices: La novela social española..., Almería 1996. p. 155).
Es característico de esta “generación del medio siglo” que el autobiografismo y la actitud lírica se conjuguen en la temática de la infancia vulnerada. Según la opinión de Soldevilla Duarte (Álamo Felices: op.cit., p. 156), la forma de ver las consecuencias bélicas por estos autores, su narrativa, sorprendieron a los lectores de la época y suscitaron entre ellos diferentes posturas: unos, impresionados por estos testimonios, reaccionaron intentando crear un nuevo estado de ánimo. Otros, se sintieron acusados por la responsabilidad y contraatacaron, tachándolos de morbosa degeneración. Se llegó a negar que los niños y adolescentes descritos en estas novelas respondieran a una realidad española.
Para esta autora, la posguerra “marcó no sólo mi infancia y mi obra literaria, sino la de la mayor parte de los escritores españoles de mi generación. Aún hoy, los que entonces teníamos diez años no hemos podido olvidarla. Y, caso curioso, más acentuadamente los procedentes de familias burguesas” (Martínez Cahero, op.cit., p.p. 174).
Toda novela que no resulte desagradable a los paladares burgueses y esteticista carece de sentido para Matute, quien añade que “a la par de un documento de nuestro tiempo y que un planteamiento de los problemas del hombre actual, debe herir, por decirlo de alguna forma, la conciencia de la sociedad, en un deseo de mejorarla” (Op.cit., p.p.176).
LA INCORPORACIÓN DE LA MUJER AL CULTIVO DEL GÉNERO HASTA 1956.
En 1955, Concha Espina, mujer novelista en solitario, muere. Cuatro de los doce “Nadal” han sido ganados por mujeres y hay muchas entre los finalistas al premio.
Ana María Matute pertenece a la primera generación de escritoras de la posguerra, junto a Carmen Laforet, que crearon un nuevo tipo de literatura y una nueva visión del mundo, sobre todo femenino, que se enfrentaba al sistema tradicional franquista y contra el que reaccionaron otras escritoras posteriores.
Cuando Ana Mª Matute gana el “Nadal” ya contaba con otros premios, el “Café Gijón”, el “Planeta”, el de la “Crítica”, el nacional “Miguel de Cervantes” y ya era un nombre prestigioso y conocido. Con Primera Memoria , novela con la que consiguió el premio, inicia una trilogía en torno a un clan familiar, en el que destaca el tema de la violencia desatada por la guerra civil.
Además, la novela española pasaba por un momento de gloria y de proliferación, aunque algunos críticos consideraban en su momento que con la excepción de tres o cuatro autores, la novela española carecía de preparación literaria.
Sin embargo, estas críticas se vinieron abajo cuando el editor francés Gallimard, a través de Goytisolo, comienza a traducir y publicar una serie de novelas de escritores españoles, entre ellas la de Matute que hace despegar definitivamente al género español, equiparándolo al europeo.
LA CENSURA
En 1952, gana el premio “Café Gijón” con Fiesta al Noroeste. Los Abel son traducidos al italiano y gana en el “Planeta” en el 54. En esta etapa de gran producción literaria, en la que cosecha grandes éxitos, intenta publicar, a través de la editorial Planeta, una obra que ya había presentado al “Nadal” en 1949, Las luciérnagas, eliminada en la penúltima votación. La presenta a la censura en 1953, acuciada por su editor y por los anticipos recibidos, y es rechazada en virtud de un informe emitido por un lector, quien, sin embargo, ensalza su calidad y valor literarios.
En dicho informe, el censor se queja de la soledad desesperanzada de sus personajes. De la falta de fe y religiosidad. De la destrucción de los valores morales que se refleja en unos adolescentes llenos de amargura y decepción, incapaces de unirse ante la adversidad, pero “la enorme fuerza descriptiva que ha sabido imprimir la autora destaca de una forma brillantísima a lo largo de toda la obra, escasa en diálogos pero muy rica en análisis”.
En definitiva, su obra es rechazada porque destruye los valores humanos y religiosos, que además irradian a todo el texto en conjunto.
Matute, acosada por la necesidad y por la perspectiva de una obra que sabía que tenía posibilidades, no se resignó a su no publicación, por lo que cortó, añadió, tachó, le cambió el título y presentó En esta tierra, que sí pasó la criba de la censura. Cuando todos cobraron su parte y agotada la primera edición, no permitió que se hiciera ninguna otra pues, según sus palabras “es para mi conciencia una claudicación ignominiosa”.
EL RELATO CORTO
Es un hecho singular que no exista una monografía completa sobre este género en la época de la posguerra, a pesar de la gran importancia que adquiere el relato corto. Gran parte de la generación del medio siglo se ha iniciado en la literatura con este tipo de narración breve y otros lo han seguido cultivando y combinando con la creación novelística extensa.
Según Sanz Villanueva, en algún caso, “el cuento se constituye en la más artera expresión literaria del escritor y el conjunto de su obra ofrece una interpretación del mundo que supera en extensión y riqueza la de sus novelas” (Historia de la novela social española, Madrid, 1986, p. 803).
Dos causas, continua este crítico, favorecieron al desarrollo del cuento en los autores de la posguerra: los concursos literarios (“Café Gijón”, “Sésamo”), que supusieron un estímulo para estos escritores, y las revistas, que acogieron de buen grado la narración breve (sobre todo “Revista Española”, “Ínsula”) y periódicos (“ABC”, “Ya”).
El cuento desempeñó diversos papeles dentro de la producción de un novelista:
por un lado, como ejercicio narrativo para iniciar una carrera literaria, por otro como reflejo realista de la sociedad de posguerra que tiene que ver con lo presentado en las novelas largas.
También pueden presentar una realidad contemporánea para el escritor, que no aparece en sus novelas.
Pueden ser variantes de argumentos novelescos e, incluso, una serie de relatos pueden llegar a formar una novela.
Para este crítico, el relato imaginario y fantástico en los años 50 está casi ausente de la literatura española.
LOS NIÑOS TONTOS
Se trata de una colección formada por veintiún relatos breves o cuentos, que tienen como común denominador la vida y la realidad idealizada de unos niños tontos llenos de inocencia, vista de una forma desesperanzada y cruel, y enfrentada al mundo de los adultos en muchas ocasiones.
Son sueños infantiles contados desde el punto de vista de esos niños, cargados de fantasía y magia, cuyas ilusiones se desvanecen siempre. Sus deseos infantilmente disparatados siempre acaban mal. La muerte y la desgracia se abaten de forma despiadada e injusta sobre su mundo inocente, que se ensaña cruelmente con ellos, y del que sólo recibe soledad e incomprensión. Son niños tontos porque nadie los entiende, hacen y piensan tonterías que el adulto es incapaz de comprender porque no pertenecen al mismo mundo de fantasía.
El crítico Vilanova los califica de poemas en prosa porque en ellos se unen el más delicado lirismo con la mayor fuerza trágica. (op.cit., p. 302).
La propia autora en otro de sus cuentos Los niños buenos expresaba su deseo de recorrer un día los innumerables países que pueblan el mundo fantástico y absurdo de la imaginación infantil. Como ella misma dice: “a veces pienso cuánto me gustaría viajar a través de un cerebro infantil. Por lo que recuerdo de mi propia niñez, creo debe tener cierto parecido con la paleta de un pintor loco: un caótico país de abigarrados e indisciplinados colores, donde caben infinidad de islas brillantes, lagunas rojas, costas con perfil humano, oscuros acantilados en los que se estrella el mar en una sinfonía siempre evocadora, nunca en desacorde con la imaginación...La idea del bien y del mal no arraiga fácilmente en aquellas tierras encendidas y tiernas como la eterna primavera. No existen niños ni buenos ni malos: se es niño y nada más”. (Vilanova, op.cit., pág 303-304).
De los veintiún relatos, doce acaban en muerte y nueve tienen distintos finales, aunque el punto de unión es que casi nunca llegan a ser adultos, su muerte llega antes.
Otro punto en común es la imposibilidad de ayudar, desde la propia narración y por los otros protagonistas, a estos niños feos, deformados, pobres, pero siempre soñadores, que hace desembocar el relato en un trágico final. La sensación de impotencia ante los hechos relatados y la impasibilidad de los personajes circundantes al relato crea un desasoiego repetido en el lector, que está más cerca de esos niños tontos que todo lo que les rodea.
Diversos temas toca la autora en estos cuentos, aunque se repiten en muchos de ellos, como por ejemplo la crueldad infantil en “El Hijo de la lavandera” (apedreado por los niños del pueblo por tener la cabeza grande) o “El niño que no sabía jugar” (que en realidad sí sabía, pero a un juego muy sádico, aunque normal entre niños, matar a los bichitos).
La pérdida de la inocencia aparece en “El niño al que se le murió el amigo” o “La niña que no estaba en ninguna parte”, los dos únicos relatos en los que los niños crecen, por eso sus fantasías se quedan en el armario o desaparecen repentinamente: ahora son adultos.
El mundo de los adultos se inmiscuye en el de los niños de forma cruel en “el corderito pascual” (donde también aparece reflejado el rechazo infantil hacia los niños tontos) y más fuertemente en “El jorobado” (su padre le esconde tras el guiñol cuando el niño preferiría ser una marioneta más y poder hacer reir).
El hambre encarnada en el niño de “El escaparate de la pastelería”, que tiene necesidad de algo más (representado en la imagen de un pastel) que lo que los demás le dan por compasión para seguir viviendo. No sólo se trata de hambre física, sino espiritual. La carencia de todo, de amor, de familia, de amigos, de comida, se simboliza a través de la necesidad y de la ilusión de un pastel. Prefiere morir que seguir viviendo así, por eso es malinterpretado por los adultos que le creen un niño tonto.
La ilusión, el mundo mágico de la fantasía infantil se refleja en “El árbol” (el niño cree que hay un árbol dentro del palacio y no es sino el reflejo del mismo en el cristal); o en “Polvo de carbón” (en el que la niña se lava la cara con la luna); o en “Mar” (el niño se ahoga buscando el sonido del mar que escuchaba en la caracola).
También aparece la bondad y la inocencia infantil hacia los desheredados y los malos en “El niño que era amigo del demonio” (la compasión mueve al niño a hacerse amigo de aquel ser solitario que no tiene amigos), no exento de una cierta lógica porque con su amistad se asegura el cielo.
En cualquier caso, la inocencia es el tema principal de esta obra (los adultos los llaman tontos porque ellos ya han perdido esa cualidad infantil) llena de lirismo y de poesía, que hiere profundamente la sensibilidad de quien los lee porque nos presenta la cruda realidad de unos niños que viven en su inocencia ajenos a todo el mundo adulto que los acosa, los ignora, y los cree tontos.
La dimensión emotiva del lenguaje conforma la esencia del relato. La soledad de estos niños es agobiante, impregna todo la obra: son seres incomprendidos por los adultos, que se crean un mundo en donde sus fantasías lo llenan todo. Se rodean de soledad infantil, viven ajenos al mundo adulto.
Su estilo es brillante, sensual. El lirismo que impregna a todos los relatos aparece no como un fin, sino como un medio adecuado al profundo sentido de la narración. Son minúsculos dramas que pueden ser considerados tanto poemas en prosa de tono lírico y forma narrativa, como cuentos que han adoptado, junto al estilo poético, el tono mágico, absurdo de la leyenda y de la fábula, para alcanzar una dimensión más profunda de la vida y de la realidad. Las vidas de estos niños están condenadas al dolor, a la soledad y a la muerte de forma absurda. La delicadeza y ternura de su estilo corre pareja con la emoción hiriente y cruel del mundo de las tragedias infantiles. (Vilanova, op.cit. p.304-305)
El tono fantástico de la narración y el ambiente mágico y absurdo en el que se mueven los niños nos ofrece una visión desconocida de la realidad; no la aparente y externa de los cuentos o de la novela, sino otra más íntima y profunda extraída de forma objetiva de la imaginación. Son narraciones simbólicas que conservan la estructura del cuento. Los relatos de Ana Mª Matute se basan en los hechos reales vistos de una forma absurda y fantástica, pero en cuyo trasfondo encontramos esa realidad auténtica que es lo que le confiere el carácter trágico, hiriente que nos llena de emoción.
Los colores nos muestran un variado caleidoscopio de sensaciones (tierra como en “La niña fea” cuya cara era de ese color oscuro), negro como el carbón de la carbonería o como el negrito de los ojos azules, verde mojado de los árboles, los lápices de colores cálidos que abrasan al niño en su incendio de luz, una luz siempre brillante, fuerte, hermosa.
Los personajes principales son los niños, rodeados de incomprensión en los que los únicos seres capaces de entenderles y de mostrar compasión son los animales. Son sus únicos amigos, se compadecen de ellos y son fieles hasta la muerte. No les fallan, como el oso maltratado por las gitanas que gime y llora por el negrito; o el perro que derrama dos lágrimas por su muerte y lo entierra para que nadie lo pueda perturbar en su descanso; o el otro perro de la granja que se lleva a Zum-Zum cuando se convierte en un muñeco.
Como oposición a estos animales, aparecen otros que encarnan la esencia de la crueldad y el mal para con los niños, como el gato que le saca por envidia los ojos al negrito, o el cuervo que repite las necias palabras de los adultos, a modo de paralelismo entre los hombres buenos y malos.
Los únicos sentimientos buenos del género humano quedan representados en la figura maternal, en esas mujeres doloridas por sus vidas y por las de sus hijos, las madres de los niños tontos, que se preocupan por ellos, que les quieren de verdad, tanto si son tontos como si no lo son. Los padres y hermanos son personajes ignorantes y despreocupados de lo que les sucede a estos niños, incapaces de comprender su naturaleza libre, y se muestran como seres negativos dentro de la narrativa corta de Matute.
El ser humano desprotegido, la nostalgia de la infancia irrecuperable, la imposible evasión de la realidad y la impotencia de no poder encontrar una solución a esa soledad mueven las veintiuna historias relatadas por Ana Mª Matute, relatos a los que ella misma califica de “breves, redondos y jugosos como una naranja”, aunque más que jugosos podría decir que son ácidos, que corroen el alma humana y la dejan en un estado tal que es imposible quedar impasible ante tanta tristeza y desolación de unos seres totalmente desprotegidos. La finalidad de sus cuentos es conmover, despertar al hombre que se encuentra cómodamente encerrado en su mundo, para que reaccione ante esta realidad expresada de forma subjetiva y lírica, que hiere aún más que los hechos crudamente presentados.
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Revista “Leer”, año XV, nº105, septiembre 1999.
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Enviado por: | Egh |
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